Texto: Génesis 22.1-18
La historia de Abraham tiene muchas buenas lecciones para nosotros. Dios lo llamó a ser peregrino y patriarca, y le matriculó en la escuela de la fe. Como todos nosotros, Abraham tenía que aprender, y a veces cometió errores, pero Dios le corregía y llevaba adelante. Lo que destacaba Abraham era que creía a Dios. En cambió, su sobrino Lot valoraba lo material. Cuando se le dejó escoger, fue a Sodoma. Nunca hizo un altar, y no es mencionado como hombre de fe. Trató de ser peregrino sin ser llamado. Dios no le dio promesas ni de la tierra ni de herederos. No es patriarca ni ejemplo que seguir, pues termina triste, despojado y olvidado. Pero Abraham era un hombre espiritual. Hizo altares a Dios; le adoraba e invocaba, y era conocido como príncipe de Dios (Gn. 23.6) y amigo de Dios (2 Cr. 20.7; Is. 41.8; Stg. 2.23).“E iban juntos” v. 8
Nosotros, como Abraham, tenemos un altar (He. 13.10) para acercarnos a Dios – la Persona y obra redentora de Jesucristo. No es para sacrificar, sino para recordar y adorar al que se dio por nosotros. Recordamos esto de manera especial al celebrar la cena del Señor, cuando hacemos memoria y anunciamos Su muerte hasta que Él venga. Él es nuestra piedra de toque en todo.
Estas historias en el Antiguo Testamento tienen valor práctico para nosotros. El Señor usaba esas Escrituras para enseñar, y los apóstoles hacían lo mismo (Ro. 15.4; 1 Co. 10.6, 11), incluso en iglesias compuestas de gentiles convertidos. De modo que, el que ignora el Antiguo Testamento se priva de verdades muy importantes y necesarias. Espero que todos leamos y estudiemos todas las Escrituras.
Llegamos a Génesis 22, y recordamos que antes de eso había la prueba de la promesa del nacimiento de Isaac, y la larga espera. En Génesis 15 y 16 Abraham y Sara, por la impaciencia y la lógica humana, trataron de ayudar a Dios, e hicieron mal. Abraham aceptó la sugerencia de Sara. No esperó ni confío en Dios, sino procedió como si necesitara ayuda. Nosotros también fallamos cuando intentamos hacer la obra de Dios por lógica o a la fuerza. En el caso del patriarca, el resultado fue Ismael, un hijo en la carne, cuyos descendientes todavía causan problemas en el medio oriente. Agar e Ismael fueron echados de casa, y esa vez Dios le dijo que oyera la voz de Sara, porque en eso tenía razón. Ismael era hijo de Abraham, pero no de Sara, y no de la promesa. “No te parezca grave... oye su voz” (Gn. 21.12), porque la descendencia de Abraham sería llamada en Isaac, no en Ismael. “Echa a esta sierva y a su hijo, porque el hijo de esta sierva no ha de heredar con Isaac mi hijo” (Gn. 21.10). Gálatas 4.30 cita esto para enseñar que no hay lugar para la ley en la justificación por la fe.
Así que Abraham obedeció y despidió a Agar e Ismael, que fue para él un sacrificio, pero necesario. Y entonces, cuando solo quedaba Isaac, Dios le probó otra vez (Gn. 22.1), no para tirarle de las orejas, sino para enseñarle y hacerle bien. En la escuela de fe Dios sujeta a pruebas a los creyentes, y es una manera de ayudarnos a crecer (Stg. 1.2-4). Mucho depende de nuestra reacción. Le dio un mandamiento sorprendente: “Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré”. Probablemente ésta fue la prueba más difícil de su vida. Varias de las lecciones que Dios enseñó a Abraham tenían que ver con la familia y el principio de poner a Dios en primer lugar. Tuvo que salir de su tierra y parentela (Gn. 12.1). Tuvo que rectificar y separarse de Lot (Gn. 13.9). Tuvo que despedir a Agar e Ismael (Gn. 21.12). Y ahora debía ofrecer a Isaac, el único que quedaba.
Al leer las palabras de Génesis 22.2, recordamos que Dios también tiene un Hijo unigénito, a quien ama, y que siglos después de ese tiempo, el Hijo de Dios sería sacrificado sobre el monte Moriah. Abraham debía ir al lugar que Dios indicaría – Moriah, y ofrecer lo que Él mando: no un cordero sino su hijo Isaac. Le llamó a sacrificar al objeto de su amor y esperanza, pues no había otro heredero. Esa gran lección en la escuela de la fe nos enseña el principio: Dios primero, y Dios antes que la familia. No que la familia no sea importante, pero Dios siempre tiene que venir antes. Abraham ya había aprendido que obedecer a Dios puede alejarnos de nuestros parientes. Pero ahora la lección venía con más fuerza, porque Isaac no era un hermano o primo o sobrino, sino su hijo nacido en su vejez. Los viejos, los abuelos, a menudo malcrían a los niños con mimos y permisividad, pero Dios demandó de Abraham el máximo sacrificio.
En el verso 3 vemos su reacción. No cuestionó, ni rehusó, no lo postergó, ni siquiera consultó a su esposa para ver si estaba de acuerdo. No necesitaba su permiso o acuerdo. Posiblemente le diría algo parecido a lo que dijo a los siervos en el verso 5, pero no lo sabemos. Lo cierto es que simplemente obedeció a Dios – la obediencia de la fe. Se levantó muy de mañana, preparó el asno, tomó dos siervos e Isaac, cortó la leña, y se fue. No se fue a un lugar cercano, ni al lugar que le pareciera, sino al lugar que Dios le dijo. Luego Dios ensenaría a Israel la importancia de congregarse en el lugar que Dios escogiere (Dt. 12.5, 11, 18, 26). Esta verdad debe aplicarse también a la iglesia, pues muchos se congregan a un hombre o un nombre, pero no bíblicamente, no al Señor en el lugar que Él escogiere.
En los versos 4-5, cuando vio el lugar, hizo esperar a los siervos, y diciendo así: “iremos...adoraremos y volveremos”. Esto es fe, porque como Hebreos 11.19 informa, realmente iba a degollar a Isaac y ofrecerlo, porque pensaba que Dios es poderoso para levantarlo. Su lenguaje a los siervos indica que Abraham anticipaba volver con Isaac vivo después de sacrificarlo. El verso 6 dice: “y fueron ambos juntos”. Hermosa y conmovedora escena – padre e hijo subiendo juntos el monte Moría para el sacrificio. Entonces Isaac preguntó (v. 7), porque muchas veces había visto sacrificios, y esa vez se dio cuenta de que faltaba el animal. “¿Dónde está el cordero?”, que es una de las grandes preguntas en la Biblia. Abraham respondió sagazmente, por fe: “Dios se proveerá de cordero”, y no dio más detalles. Esto fue suficiente para Isaac. “E iban juntos” (v. 8). No había discusión ni más preguntas ni protesta. Abraham confiaba en Dios, e Isaac confiaba en su padre Abraham. Ojalá que viéramos más confianza así hoy, de los padres en Dios, sin vacilar, y de los hijos en sus padres, sin protestas.
Entonces, llegaron a la cumbre (vv. 9-10), y Abraham procedió sin demora a hacer lo que Dios le había dicho. Puso a Dios antes que a su hijo, e notamos que Isaac se sometió a eso, pues seguramente tenía más fuerza física que Abraham, pero no hubo lucha. Cuando llegó el momento y alzó el cuchillo sobre Isaac, Dios intervino y paró al patriarca (vv. 11-12). “No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único”. Dios vio cómo reaccionó Abraham en la prueba, y le bendijo. También con nosotros, hermanos, el Señor quiere más que escuchar palabras bonitas, como himnos y oraciones, pues desea ver nuestra fe en nuestras obras. Cuando estamos en pruebas, sabemos que Dios puede intervenir para dar alivio, pero todo tiene su tiempo. Son hermosas las palabras: “No me rehusaste tu hijo, tu único”, porque en Romanos 8.32 leemos que Dios “no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros”. ¡Y nadie intervino, pues Cristo realmente dio Su vida por nosotros, y Dios vio morir a Su Hijo en el monte Moriah.
Pero aquel día no iba a morir Isaac. Dios proveyó un carnero – no un cordero, para sustituir a Isaac (v. 13). Luego el Cordero de Dios nos sustituyó a toda la humanidad. Lástima que el mundo todavía quiere un carnero, no el Cordero. Abraham dio un nombre profético a ese lugar: “Jehová proveerá”. En ese monte fue puesto el templo (2 Cr. 3.1), y en otra parte del mismo monte, fuera de Jerusalén, estaba Gólgota, el lugar de la Calavera (Mt. 27.33), donde murió el Cordero que Dios proveyó.
Los versos 15-18 terminan esta sección, enfatizando la bendición que viene por la obediencia. Dios conoce nuestra fe por nuestro corazón y también por nuestras obras, pues la fe sin obras está muerta. El Señor bendice a los que confían en Él, creen a Su Palabra y le obedecen. Declaró a Abraham: “por mi mismo he jurado” (v. 16), que es lo más seguro. Le prometió una descendencia innumerable (v. 17). Nos agrada saber que la bendición es para todas las naciones (v. 18) porque eso nos incluye. Cuán lejos llegan las bendiciones de la obediencia, y pensad en el bien que podemos hacer si obedecemos por fe.
Qué grande es el Señor y maravillosas Sus obras y bendiciones. Él desea bendecir, pero nosotros muchas veces le impedimos por nuestras dudas y desobediencias. La obediencia de fe es la clave para la bendición. Obedecer es creer el evangelio, arrepentirse y confiar en el Señor Jesucristo para ser salvo. Y después de salvo, obedecer es creer a Dios y hacer lo que Él nos manda. Esto es vivir por fe, como Abraham, el amigo de Dios.
Lucas Batalla, de un estudio dado el 15 de agosto, 2022