Friday, August 19, 2022

Abraham Ofrece a Isaac

Texto: Génesis 22.1-18

“E iban juntos”  v. 8
La historia de Abraham tiene muchas buenas lecciones para nosotros. Dios lo llamó a ser peregrino y patriarca, y le matriculó en la escuela de la fe. Como todos nosotros, Abraham tenía que aprender, y a veces cometió errores, pero Dios le corregía y llevaba adelante. Lo que destacaba Abraham era que creía a Dios. En cambió, su sobrino Lot valoraba lo material. Cuando se le dejó escoger, fue a Sodoma. Nunca hizo un altar, y no es mencionado como hombre de fe. Trató de ser peregrino sin ser llamado. Dios no le dio promesas ni de la tierra ni de herederos. No es patriarca ni ejemplo que seguir, pues termina triste, despojado y olvidado. Pero Abraham era un hombre espiritual. Hizo altares a Dios; le adoraba e invocaba, y era conocido como príncipe de Dios (Gn. 23.6) y amigo de Dios (2 Cr. 20.7; Is. 41.8; Stg. 2.23).
    Nosotros, como Abraham, tenemos un altar (He. 13.10) para acercarnos a Dios – la Persona y obra redentora de Jesucristo. No es para sacrificar, sino para recordar y adorar al que se dio por nosotros. Recordamos esto de manera especial al celebrar la cena del Señor, cuando hacemos memoria y anunciamos Su muerte hasta que Él venga. Él es nuestra piedra de toque en todo.
    Estas historias en el Antiguo Testamento tienen valor práctico para nosotros. El Señor usaba esas Escrituras para enseñar, y los apóstoles hacían lo mismo (Ro. 15.4; 1 Co. 10.6, 11), incluso en iglesias compuestas de gentiles convertidos. De modo que, el que ignora el Antiguo Testamento se priva de verdades muy importantes y necesarias. Espero que todos leamos y estudiemos todas las Escrituras.
    Llegamos a Génesis 22, y recordamos que antes de eso había la prueba de la promesa del nacimiento de Isaac, y la larga espera. En Génesis 15 y 16 Abraham y Sara, por la impaciencia y la lógica humana, trataron de ayudar a Dios, e hicieron mal. Abraham aceptó la sugerencia de Sara. No esperó ni confío en Dios, sino procedió como si necesitara ayuda. Nosotros también fallamos cuando intentamos hacer la obra de Dios por lógica o a la fuerza. En el caso del patriarca, el resultado fue Ismael, un hijo en la carne, cuyos descendientes todavía causan problemas en el medio oriente. Agar e Ismael fueron echados de casa, y esa vez Dios le dijo que oyera la voz de Sara, porque en eso tenía razón. Ismael era hijo de Abraham, pero no de Sara, y no de la promesa. “No te parezca grave... oye su voz” (Gn. 21.12), porque la descendencia de Abraham sería llamada en Isaac, no en Ismael. “Echa a esta sierva y a su hijo, porque el hijo de esta sierva no ha de heredar con Isaac mi hijo” (Gn. 21.10). Gálatas 4.30 cita esto para enseñar que no hay lugar para la ley en la justificación por la fe.
    Así que Abraham obedeció y despidió a Agar e Ismael, que fue para él un sacrificio, pero necesario. Y entonces, cuando solo quedaba Isaac, Dios le probó otra vez (Gn. 22.1), no para tirarle de las orejas, sino para enseñarle y hacerle bien. En la escuela de fe Dios sujeta a pruebas a los creyentes, y es una manera de ayudarnos a crecer (Stg. 1.2-4). Mucho depende de nuestra reacción. Le dio un mandamiento sorprendente: “Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré”. Probablemente ésta fue la prueba más difícil de su vida. Varias de las lecciones que Dios enseñó a Abraham tenían que ver con la familia y el principio de poner a Dios en primer lugar. Tuvo que salir de su tierra y parentela (Gn. 12.1). Tuvo que rectificar y separarse de Lot (Gn. 13.9). Tuvo que despedir a Agar e Ismael (Gn. 21.12). Y ahora debía ofrecer a Isaac, el único que quedaba.
    Al leer las palabras de Génesis 22.2, recordamos que Dios también tiene un Hijo unigénito, a quien ama, y que siglos después de ese tiempo, el Hijo de Dios sería sacrificado sobre el monte Moriah. Abraham debía ir al lugar que Dios indicaría  – Moriah, y ofrecer lo que Él mando: no un cordero sino su hijo Isaac. Le llamó a sacrificar al objeto de su amor y esperanza, pues no había otro heredero. Esa gran lección en la escuela de la fe nos enseña el principio: Dios primero, y Dios antes que la familia. No que la familia no sea importante, pero Dios siempre tiene que venir antes. Abraham ya había aprendido que obedecer a Dios puede alejarnos de nuestros parientes. Pero ahora la lección venía con más fuerza, porque Isaac no era un hermano o primo o sobrino, sino su hijo nacido en su vejez. Los viejos, los abuelos, a menudo malcrían a los niños con mimos y permisividad, pero Dios demandó de Abraham el máximo sacrificio.
    En el verso 3 vemos su reacción. No cuestionó, ni rehusó, no lo postergó, ni siquiera consultó a su esposa para ver si estaba de acuerdo. No necesitaba su permiso o acuerdo. Posiblemente le diría algo parecido a lo que dijo a los siervos en el verso 5, pero no lo sabemos. Lo cierto es que simplemente obedeció a Dios – la obediencia de la fe. Se levantó muy de mañana, preparó el asno, tomó dos siervos e Isaac, cortó la leña, y se fue. No se fue a un lugar cercano, ni al lugar que le pareciera, sino al lugar que Dios le dijo. Luego Dios ensenaría a Israel la importancia de congregarse en el lugar que Dios escogiere (Dt. 12.5, 11, 18, 26). Esta verdad debe aplicarse también a la iglesia, pues muchos se congregan a un hombre o un nombre, pero no bíblicamente, no al Señor en el lugar que Él escogiere.
    En los versos 4-5, cuando vio el lugar, hizo esperar a los siervos, y diciendo así: “iremos...adoraremos y volveremos”. Esto es fe, porque como Hebreos 11.19 informa, realmente iba a degollar a Isaac y ofrecerlo, porque pensaba que Dios es poderoso para levantarlo. Su lenguaje a los siervos indica que Abraham anticipaba volver con Isaac vivo después de sacrificarlo.  El verso 6 dice: “y fueron ambos juntos”. Hermosa y conmovedora escena – padre e hijo subiendo juntos el monte Moría para el sacrificio. Entonces Isaac preguntó (v. 7), porque muchas veces había visto sacrificios, y esa vez se dio cuenta de que faltaba el animal. “¿Dónde está el cordero?”, que es una de las grandes preguntas en la Biblia. Abraham respondió sagazmente, por fe: “Dios se proveerá de cordero”, y no dio más detalles. Esto fue suficiente para Isaac. “E iban juntos” (v. 8). No había discusión ni más preguntas ni protesta. Abraham confiaba en Dios, e Isaac confiaba en su padre Abraham. Ojalá que viéramos más confianza así hoy, de los padres en Dios, sin vacilar, y de los hijos en sus padres, sin protestas.
    Entonces, llegaron a la cumbre (vv. 9-10), y Abraham procedió sin demora a hacer lo que Dios le había dicho. Puso a Dios antes que a su hijo, e notamos que Isaac se sometió a eso, pues seguramente tenía más fuerza física que Abraham, pero no hubo lucha. Cuando llegó el momento y alzó el cuchillo sobre Isaac, Dios intervino y paró al patriarca (vv. 11-12). “No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único”. Dios vio cómo reaccionó Abraham en la prueba, y le bendijo. También con nosotros, hermanos, el Señor quiere más que escuchar palabras bonitas, como himnos y oraciones, pues desea ver nuestra fe en nuestras obras. Cuando estamos en pruebas, sabemos que Dios puede intervenir para dar alivio, pero todo tiene su tiempo. Son hermosas las palabras: “No me rehusaste tu hijo, tu único”, porque en Romanos 8.32 leemos que Dios “no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros”. ¡Y nadie intervino, pues Cristo realmente dio Su vida por nosotros, y Dios vio morir a Su Hijo en el monte Moriah.
    Pero aquel día no iba a morir Isaac. Dios proveyó un carnero – no un cordero, para sustituir a Isaac (v. 13). Luego el Cordero de Dios nos sustituyó a toda la humanidad. Lástima que el mundo todavía quiere un carnero, no el Cordero. Abraham dio un nombre profético a ese lugar: “Jehová proveerá”. En ese monte fue puesto el templo (2 Cr. 3.1), y en otra parte del mismo monte, fuera de Jerusalén, estaba Gólgota, el lugar de la Calavera (Mt. 27.33), donde murió el Cordero que Dios proveyó.
    Los versos 15-18 terminan esta sección, enfatizando la bendición que viene por la obediencia. Dios conoce nuestra fe por nuestro corazón y también por nuestras obras, pues la fe sin obras está muerta. El Señor bendice a los que confían en Él, creen a Su Palabra y le obedecen. Declaró a Abraham: “por mi mismo he jurado” (v. 16), que es lo más seguro. Le prometió una descendencia innumerable (v. 17). Nos agrada saber que la bendición es para todas las naciones (v. 18) porque eso nos incluye. Cuán lejos llegan las bendiciones de la obediencia, y pensad en el bien que podemos hacer si obedecemos por fe.
    Qué grande es el Señor y maravillosas Sus obras y bendiciones. Él desea bendecir, pero nosotros muchas veces le impedimos por nuestras dudas y desobediencias. La obediencia de fe es la clave para la bendición. Obedecer es creer el evangelio, arrepentirse y confiar en el Señor Jesucristo para ser salvo. Y después de salvo, obedecer es creer a Dios y hacer lo que Él nos manda. Esto es vivir por fe, como Abraham, el amigo de Dios.

Lucas Batalla, de un estudio dado el 15 de agosto, 2022

Thursday, August 18, 2022

Abraham y Lot Después de Separarse

 


Texto: Génesis 14, 18-19

    Proverbios 4.18-19 puede describir los caminos de Abraham y Lot. “La senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto. El camino de los impíos es como la oscuridad; no saben en qué tropiezan”.
    En nuestros estudios sobre la vida de Abraham, hemos visto que el Dios de gloria le apareció cuando vivía en Mesopotamia, en Ur de los caldeos (Gn. 12.1; Hch. 7.2). En ese primer encuentro, cuando Dios se dio a conocer,  le mandó algo que le puso en compromiso: dejar su tierra y sus parientes. Ahí vemos la primera muestra de la fe del patriarca, que “por la fe... obedeció para salir... sin saber a dónde iba” (He. 11.8). Si se dice esto hoy a cualquier persona, no sería buena su reacción. Dios quiso hacer de él una nación especial y bendecida, el pueblo de Dios, y le dio las promesas de Génesis 12.2-3. Vimos también  los primeros errores de Abraham, causados por la prioridad que dio a su familia. Primero, salió de su tierra, pero con sus parientes en lugar de dejarlos ahí (Gn. 11.31-32), Por eso el capítulo 12 comienza así: “Pero Jehová había dicho...”. El verso 4 apunta otra obediencia parcial, cuando fue con él su sobrino Lot. Tardó años en rectificar esto, pero vimos en el capítulo 13 que se separó de Lot.
    Cuando se separaron (Gn. 13.10-18), se fueron cada vez más lejos el uno del otro. Abraham se quedó arriba, cerca del altar que edificó, pero Lot descendió e iba acercándose a Sodoma, y al final entró en esa perversa ciudad. Las decisiones tienen consecuencias, y Lot no decidió por fe, sino por lo que agradó a sus ojos, y tal vez a los de su esposa, y escogieron lo que Dios condenaba (v. 13). Después de separarse de Lot, Abraham recibió otra palabra de Dios en la que le prometió la tierra. Edificó otro altar en Hebrón (v. 18), pero que sepamos, Lot nunca hizo un altar. Abraham seguía a Dios, pero Lot seguía al mundo. Por su manera de vivir, Lot perdió la santidad, la comunión, el testimonio, los bienes, la casa, la esposa, y acabó viviendo en una cueva.
    En Génesis 14 leemos del tiempo después de la separación de Abraham y Lot. En Sodoma las cosas iban de mal en peor, y surgieron conflictos políticos y militares. Los versos 1-12 relatan como Sodoma se rebeló y se metió en una guerra que perdió. Lot fue llevado cautivo también, porque estaba en medio de Sodoma e identificado con ellos. “Lot... y sus bienes” (v. 12) fueron tomados, por estar donde no debía. Es un efecto secundario de integrarse en el mundo.
    En los versos 13-15 Abraham, al recibir las noticias, armó a sus siervos y fue a liberar a su pariente. Tuvo que viajar al norte de Damasco (v. 15), y cuando los halló, atacó de noche, usando la táctica de la sorpresa. Recobró todos los bienes, y su sobrino, y con todo eso regresó a Sodoma.
    Los versos 17-24 relatan que salieron a su encuentro dos reyes, uno bueno y otro malo. El rey de Sodoma buscaba a sus súbditos (v. 17). El rey de Salem, Melquisedec, también era sacerdote del Dios Altísimo, un verdadero creyente y adorador, de los pocos que quedaban. Trajo pan y vino, para recibir y dar refrigerio al libertador (vv. 18-20). Melquisedec bendijo a Abraham, y éste le dio los diezmos de todo. Hebreos 7 da el significado espiritual de ese encuentro. En cambio, el rey de Sodoma no bendijo a Dios, sino solo quería a las personas (v. 21), y ofreció a Abraham todos los bienes a cambio de ellas. Pero Abraham sabiamente rehusó los bienes de Sodoma, pues todo lo de Sodoma estaba contaminado. Había jurado a Dios que no tomaría nada de ese rey de sodomitas y perversos. (vv. 22-24). No quería que ese rey luego pudiera decir que había enriquecido a Abraham. La limpieza e integridad son más importantes que los bienes materiales, y debemos tener cuidado de con quiénes nos asociamos.
    Parece extraño que después de todo lo acontecido, Lot se quedara todavía en Sodoma. No había aprendido nada. Del capítulo 19 sabemos que su esposa e hijas tampoco querían salir de ahí. Pero Abraham volvió a su lugar en Mamre. Posiblemente después de esto Abraham esperaba un contraataque de los que había vencido, o temía la enemistad del rey de Sodoma a quién había rechazado. Pero en Génesis 15.1 Dios le apareció nuevamente a Abraham para confirmar la promesa: “No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande”. Dios es “galardonador de los que le buscan” (He. 11.6). Pero pesad, ¿Cuándo buscó Lot a Dios? No dicen las Escrituras que lo hiciera. Debemos poner nuestro corazón y mente en Él, y vivir para agradarle. Él se encarga del cuidado de los que le son fieles.
    Los capítulos 15 y 16 relatan la promesa divina acerca de su descendencia. El capítulo 17 nos informa del origen de la circuncisión – la señal del pacto que Dios estableció con Abraham y toda su descendencia.
    Pasamos al capítulo 18, y nuevamente Dios le apareció, esta vez en una visita personal (v. 1). Los versos 2-8 destacan la hospitalidad de Abraham, y Hebreos 13.2 nos manda ser hospitalarios, porque “algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles”.  Después de comer, Dios confirmó la promesa de que Sara daría a luz un hijo (vv. 9-15), y salido al camino, avisó a Abraham de la destrucción de Sodoma y sus alrededores (vv. 16-33). Sodoma estaba entonces como hoy está mucho del mundo: “...el pecado de ellos se ha agravado en extremo” (v. 20). Hoy no han inventado nada nuevo, y Dios todavía abomina todos esos pecados. Dos veces el Nuevo Testamento declara que Dios puso a Sodoma y Gomorra como ejemplo a los impíos, es decir, si vives así, eso es lo que te espera.
    En los versos 23-33 apreciamos la intercesión de Abraham, aparentemente preocupado por su sobrino. Sabe que Dios es “Juez de toda la tierra”, y hoy a muchos se les ha olvidado esto. Dios tiene derecho y obligación de juzgar la maldad en todo el mundo. El libro de Apocalipsis relata cómo hará esto. La oración no es pedir solo por nosotros, sino interceder por otros, y las Escrituras afirman que la oración eficaz del justo puede mucho. Dios prometió no destruir la ciudad si hallara a diez justos, pero no los hubo.
    Pasamos al capítulo 19, y en los versos 1-3 los dos ángeles llegaron a Sodoma. Parecían como hombres, es decir, en cuerpos humanos, y podían comer y beber (v. 3). Lot los recibió y hospedó, y por única vez en su vida tenía a dos ángeles en su casa. Cuando Abraham recibió a esos huéspedes, todo fue pacífico y sin problemas, pero no así con Lot. En los versos 4-11 leemos del conflicto con los perversos de la ciudad que quisieron violar a esos huéspedes celestiales, “todo el pueblo junto”, desde el más viejo hasta el más joven – así que no había inocentes en Sodoma. Los ángeles intervinieron para proteger a Lot y su familia, pero les costó trabajo porque no querían salir. Los tuvieron que apurar y repetir la advertencia para que saliesen de la ciudad (vv. 12-23), “porque vamos a destruir este lugar” (v. 13). Lot avisó a sus yernos (v. 14) pero se lo tomaron a broma, porque evidentemente Lot había perdido su testimonio y credibilidad, porque vivía como uno más en Sodoma. Los ángeles tuvieron que apurar a Lot y su familia para que saliesen. “Escapa por tu vida, no mires tras ti” (v.  17); “Date prisa, escápate” (v. 22). Nunca tuvieron que hablar así a Abraham, porque él vivía en piedad, cerca del altar, no en lugares como Sodoma.
    En los versos 24-29 leemos de la destrucción de esas ciudades, que no fue por causas naturales sino por la mano de Dios. Fue un acto soberano de juicio y limpieza por fuego. También murió la mujer de Lot por mirar atrás a la ciudad (v. 26), pues parece que sus afectos estaban ahí, y desobedeció el mandato del ángel (v. 17). Ella es figura de los que aman al mundo (1 Jn. 2.15-17). Cristo advirtió: “Acordaos de la mujer de Lot” (Lc. 17.32). Hay mujeres que son esposas de hombres piadosos, pero ellas son mundanas, y el juicio de Dios les alcanzará. Hermanos, no miremos las cosas de abajo, sino las de arriba (Col. 3.1-4). Miremos adelante y arriba (He. 12.3), pues en este mundo somos peregrinos, no ciudadanos.
    Los versos 30-38 relatan cómo Lot vino a ser un “hombre de la cueva”, debido al temor. No buscó a Abraham, sino se quedó en su cueva con sus hijas. Ellas, quizás contaminadas moralmente por lo que habían visto y aprendido en Sodoma, se convencieron de que el incesto era necesario para dar descendencia a su padre. Esto es la inmoralidad por lógica humana. Dieron a beber a su padre y cuando estaba ebrio se aprovecharon de él y quedaron encintas (vv. 32-35). De eso no vino nada bueno – los moabitas y los amonitas (vv. 37-38). Abraham recibió de Dios el hijo de la promesa, Isaac, concebido milagrosamente. Pero Lot recibió de sus hijas dos hijos malditos, concebidos del incesto cuando estaba ebrio. ¡Consideremos, hermanos, el camino de Abraham – por la fe – y el camino de Lot – por la carne, y decidamos de una vez ser fieles y devotos al Señor!

 Lucas Batalla   del estudio dado el 17 de julio 2022

Abraham y Lot: La Necesidad de la Separación


“Te ruego que te apartes de mí”

 

Texto: Génesis 13.1-18

En Génesis 12 vimos que Dios llamó a Abraham a salir de su tierra, parentela y la casa de su padre (v. 1), pero por alguna razón, Lot le acompañó. Esto a la larga causó problemas, porque, aunque era creyente, Dios no llamó a Lot ni le dio la tierra como a Abraham. 2 Pedro 2.7 dice: “el justo Lot”, pero no sabemos cuándo se convirtió, si antes de salir de Ur, o en Harán, o luego en Canaán.
    Génesis 13 comienza con la subida de Abraham de Egipto a Canaán, “y con él Lot” (v. 1). Había adquirido muchas riquezas (v. 2), y dice el verso 5 que Lot también tenía muchas posesiones. El verso 3 informa que Abraham “...volvió... hacia Bet-el”, “al lugar del altar que había hecho allí antes; e invocó allí Abram el nombre de Jehová” (v. 4). En Egipto había vivido alejado de Dios, en un país pagano. Vivir en amistad con los del mundo no es bueno. Estamos en el mundo, pero no somos del mundo (Jn. 17.14). No parece que le importaba a Lot vivir en Egipto, pues luego fue a vivir en Sodoma. Andaba como una nave sin timón. Pero Abraham debía estar en la tierra que Dios le indicó, y tener su tienda cerca del altar.
    Abraham y Lot representan dos clases de cristianos. Uno es santo y separado del mundo porque busca la comunión con Dios. El otro cree en el Dios verdadero, pero tiene los ojos puestos en el mundo. Los gustos de Lot y su esposa los llevaron a Sodoma, y terminaron perdiendo todo. Mejor les hubiera sido quedarse en Ur o en Harán. Abraham era un hombre de oración – invocó el nombre de Jehová en el lugar del altar. Pero Lot nunca hizo un altar, ni leemos ninguna oración suya. Abraham vivía por fe, como extranjero (He. 11.8-9), pero la Biblia no dice eso acerca de Lot. 

    Los versos 5-7 relatan el conflicto que surgió entre los pastores de Abraham y los de Lot, porque tenían muchos bienes y la tierra no era suficiente (v. 6). Menciona al cananeo y al ferezeo (v. 7), es decir, que los del mundo observaban el altercado. Hay que cuidar siempre el testimonio ante los del mundo, pero Lot intentó arreglar la situación. La tierra no era suya, pues Dios no le prometió nada, y debía deferir a Abraham, pero no actuó.
    Abraham tomó la iniciativa para resolverlo (vv. 8-9). No quiso altercado. Pero hermanos, observad que tampoco propuso una tolerancia mutua en la que cada uno cedía un poco y respetaba las opiniones del otro. El patriarca siguió la paz, y fue cortés como siempre, pero observad, hermanos, que esa paz vino por la separación. “Te ruego que te apartes de mí” (v. 9). Aunque eran los dos creyentes, y parientes, no debían andar juntos. A muchos les parece duro esto. Preguntan: “¿Por qué no podemos estar juntos, pues somos hermanos?” Observa que Abraham dijo: “somos hermanos” - esto es - parientes (v. 8), pero insistió en la separación (v. 9).
    Parece que a Abraham le costó obedecer a Dios en eso su sobrino, pero al final vio que era necesario. Si le hubiera dicho eso antes de salir de Ur, o Harán, se habría librado de esos problemas. Hay quienes son creyentes y parientes o amigos, pero que no deben andar juntos, porque no están de acuerdo (Am. 3.3). Quizás nos cuesta separarnos de ellas, por lazos familiares o de amistad, pero hay que obedecer a Dios. Puestos a escoger, debemos imitar lo espiritual, lo que nos acerca más a Dios, no al mundo. Siglos después, el apóstol Pablo escribió: “sed imitadores de mí”, no de otros (1 Co. 11.1; Fil. 3.17). El apóstol Juan enseñó: “Amado, no imites lo malo, sino lo bueno” (3 Jn. 11).
     Cuando Abraham inició la separación, Lot miró y vio algo muy atractivo (vv. 10-11). Es interesante que el verso 10 dice que el verdor de la llanura del Jordán le pareció “como la tierra de Egipto”. Entonces, “escogió para sí” (v. 11). No tuvo deferencia para con su tío, sino escogió lo que le parecía lo mejor, pero sin saber que todo eso sería destruido. El creyente que escoge el mundo se equivoca como Lot, porque “el mundo pasa, y sus deseos” (1 Jn. 2.17). “Y se apartaron”. Era necesario para que Abraham recibiera la bendición de Dios. Después de separarse, cada día se alejaron más el uno del otro. Sin la influencia de Abraham, Lot fue de mal en peor.
    Abraham estuvo en el campo, pero Lot fue a las ciudades de la llanura, e iba acercándose a Sodoma (v. 12). ¿En qué tipo de ciudad querían estar Lot y su esposa? El verso 13 la describe así: “Mas los hombres de Sodoma eran malos y pecadores contra Jehová en gran manera”. Lo que entonces había en Sodoma y las ciudades vecinas, está hoy en todo el mundo. Este mundo se ha convertido en Sodoma, un lugar de perversidad que nos da vergüenza y asco. El gobierno de nuestro país legaliza la homosexualidad y el lesbianismo. Quieren borrar la distinción entre los sexos. Las mujeres se visten como hombres, y algunos hombres como mujeres. Pero aunque los gobiernos legalicen el pecado y la perversión, Dios nunca los legaliza. Debemos obedecer a Dios antes que a los hombres. Dios tiene unas normas y hay que respetarlas. Por ejemplo, las mujeres no deben llevar pantalones y cortar el pelo como los hombres. Dicen que es la moda, pero eso no importa, sino la voluntad de Dios. En la iglesia debemos vestirnos como santos, no como mundanos. Hace años que me sorprendí en un campamento “cristiano” cuando las mujeres vinieron al estudio en bikini. Les protesté, pero no les pareció bien, y poco después yo y mi esposa abandonamos ese lugar. No debemos imitar a Lot, el hombre que no se separó sino se integró, y perdió la santidad y su testimonio.
    Hay quienes desean imponer los valores del mundo en las iglesias, y muchas, incluso asambleas de hermanos, han copiado esas modas y valores. Pero eso digo, hermanos, que hay que resistir, porque no debemos meternos en ese molde (Ro. 12.1). Seamos santos y piadosos, y esto incluya nuestra forma de vestir y hablar. 2 Corintios 6.14-7.1 enseña y enfatiza la necesidad de practicar la separación. No hay comunión entre lo santo y lo mundano. Aunque le dolió a Abraham separarse de Lot, era para su salud y bienestar espiritual. Leemos que “después que Lot se apartó de él”, Dios habló con Abraham (v. 14). Le dijo que alzara los ojos, no como Lot, sino para mirar a los cuatro puntos cardinales y ver toda la tierra. Confirmó Su promesa: “toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre” (v. 15). Es unilateral, por lo que no puede ser invalidada por Israel. Es soberana, pues no depende de las naciones unidas ni otros. Y tampoco tiene fecha de caducidad, pues es “para siempre”. Lo que Lot escogió fue quemado y desapareció para siempre. Lo que Dios dio a Abraham será suyo eternamente, con gran bendición.  De eso aprendemos que Dios da lo mejor a los que no escogen para sí, como Lot, sino permitan que Dios escoja. Esto afecta todo área de nuestra vida. Dejemos a Dios dirigir nuestras vidas.
    Aunque la separación era necesaria, Abraham seguía amando a Lot. Cuando oyó que Lot había sido llevado cautivo (Gn. 14.12-16), armó a los de su casa y salió para atacar al enemigo y librar a su pariente. Arriesgó la vida por él, pero no volvieron a vivir juntos.
    El verso 18 relata que Abraham fue en sentido opuesto a Lot. Es otro resultado de la separación. Con el tiempo hay más distanciamiento. Se acercó a Hebrón, pero no moró en la ciudad sino en el campo, en el encinar de Mamre, y ahí edificó otro altar a Jehová.
    Hermanos, no estamos practicando debidamente hoy la línea divisora. Es bueno ser cortés y amable, pero no podemos andar con todos. No hay que esperar que se cansen y se vayan los que tienen otra línea de doctrina y práctica. Esas tensiones y conflictos pueden arruinar a una familia o iglesia, como las corrientes del mar que destruyeron la nave que llevaba a Pablo. “Pero dando en un lugar de dos aguas, hicieron encallar la nave; y la proa, hincada, quedó inmóvil, y la popa se abría con la violencia del mar” (Hch. 27.41).
    Recordemos la pregunta de Amós 3.3, “¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?” Aunque nos duela, y aunque nos quedemos solos, tomemos la iniciativa y digamos: “te ruego que te apartes de mí”. La vida cristiana es una senda difícil, y ¿por qué no decirlo, de pocos amigos?  Recordemos que es mejor estar solo que mal acompañado.
    Como aprendió Abraham, gran amigo es Dios de los que esperan en Él. Cuando se quedaron solos, Dios habló con Abraham para confirmar Sus promesas. Es como si dijera: “Hiciste bien. No te preocupes, yo soy tu amigo fiel”. Y Abraham tiene el apodo “Reuel” en hebreo (amigo de Dios), o “al Kalil” en árabe (el amigo). Es recordado con honor como amigo de Dios (véanse 2 Cr. 20.7; Is. 41.8; Stg. 2.23). Escogió bien, y ahora queda preguntar si escogeremos como él.

de un estudio de Lucas Batalla   10 julio 2022



Saturday, July 16, 2022

Abraham el Peregrino: La Importancia de la Guía Divina

 


Texto: Génesis 12.1-10

Abraham fue el primer hombre después de Noé a quien Dios se manifestó. Vivía en Ur de los caldeos, y no conocía a Dios. Pero Dios intervino en su vida y se dio a conocer. En Hechos 7.2 Esteban dijo: “El Dios de la gloria apareció a nuestro padre Abraham, estando en Mesopotamia, antes que morase en Harán”.  No apareció a nadie más en la familia sino solo a Abraham. Génesis 11.31-32 informa que Abraham estuvo con sus parientes en Harán, y Génesis 12.1 añade: “Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré”. Al principio no hizo lo que Dios dijo, pues como con muchos de nosotros, parece que la familia hace competencia con la Palabra de Dios. Abraham fue llamado a salir y sacrificar tres cosas, para conocer la tierra que Dios le quería mostrar. Tendría muchas preguntas, pero Dios no le explicó más. Era una cuestión de fe. Le mandó salir de su tierra, su parentela y la casa de su padre. Hebreos 11.8 informa que “Por la fe... salió sin saber a dónde iba”. Lo más importante es saber lo que Dios dice, y confiar en Él.
    En Génesis 12.2-3 leemos las promesas que Dios hizo unilateralmente a Abraham: nación, engrandecimiento, bendición, y la maldición de sus enemigos. Esas importantísimas promesas todavía son operativas, pues Dios no ha desechado a Su pueblo, y muchos antisemitas han sido castigados por Dios.
    El verso 4 nos presenta el siguiente problema: Lot. Dios especificó que dejara su parentela, pero su sobrino “Lot fue con él”. Abraham tenía 75 años cuando salió, y Lot no era un niño que necesitaba cuidado. A veces por sentimentalismo o una idea errónea de compasión hacemos algo que Dios no quiere. A la larga esa decisión iba a traer más problemas. Lo que Abraham dijo luego a Lot (Gn. 13.9), tenía que haberselo dicho cuando salió de Harán.
      El verso 5 comenta que Abraham emprendió su viaje con Sarai, Lot, los bienes y las personas adquiridas en Harán (criados).  Entraría desde el noreste, y la primera parada en la tierra de Canaán fue en Siquem, ante un gran árbol conocido como el encino de Moré (v. 6). Ahí Dios se le apareció por segunda vez, y le prometió: “A tu descendencia daré esta tierra” (v. 7). Fue otra promesa incondicional. Entonces, en este lugar Abram edificó su primer altar. El altar era para sacrificio, adoración, oración – invocando a Dios, y testimonio. No había ninguna imagen. Los cananeos tenían sus ídolos, pero Abram no tenía ninguno. Probablemente fue el primer altar a Dios en la tierra de Canaán.
     Siguió viajando hacia el sur (v. 8) y llegó a Bet-el. Plantó su tienda entre Bet-el y Hai, edificó su segundo altar “e invocó el nombre de Jehová”. Los cananeos, descendientes de Cam, no adoraban al Dios verdadero, así que la presencia y actividad de Abraham, descendiente de Sem, era un testimonio.
     Abram viajó más al sur, y llegó al Neguev (v. 9), la parte árida de Israel. No hizo altar en el desierto. El verso 10 informa que hubo hambre en la tierra, y vemos otro error de Abram. Se dejó guiar por las circunstancias, por su lógica, o por su estómago, sin consultar a Dios, y se fue a Egipto para morar. Dios no lo mandó a Egipto. Siglos más tarde Elimelec cometió ese error cuando fue a Moab.
      Los versos del 11 al 20 se ocupan del tiempo de Abram en Egipto. Observamos que no edificó altar en Egipto, y es perjudicial vivir donde no hay altar. En nuestros tiempos los creyentes cometen el mismo error cuando guiados solo por su estómago, se mudan a lugares donde no hay congregación ni testimonio. Así que, en Egipto Abram y Sarai engañaron a Faraón y sin saberlo pusieron en peligro el linaje patriarcal y mesiánico. Estaba fuera de la voluntad de Dios, porque no confiaba en Él para proveer y para guardarles. Dios quiere que siempre confiemos en Él y le permitamos guiar nuestros pasos. Pero Abram, motivado por el temor del hombre (Pr. 29.25), no por fe en Dios, quiso que Sarai dijera una mentira (vv. 13-16). No es un proceder de fe ni de santidad. Dios nunca miente y nunca nos da permiso a mentir. No digamos “media verdad” porque la otra mitad es mentira. Cuando sube la carne baja la vida espiritual. Cuando Dios hirió con plagas a Faraón y su casa (v. 17), y le hizo saber por qué, ese pagano rey de Egipto reprendió al patriarca. Digamos que vino a Abraham la palabra de Faraón: “¿Qué es esto que has hecho conmigo?” (v. 18). Es especialmente vergonzoso cuando el impío reprende al creyente por sus hechos. Seguramente le dolió la reprensión de Faraón, y le hizo pensar: ¿Qué hago yo en este lugar? A veces tiene que haber una humillación grande, para que demos media vuelta. Primero Abram tuvo que salir de Ur de los caldeos, y luego tuvo que salir de Egipto. Los creyentes podemos equivocarnos, y de hecho lo hacemos. Pero al ver nuestro error, debemos recordar a Abram y reaccionar como él. No discutió con Faraón, ni dio excusas. Fue sensible, aprendió y tomó medidas para corregir la situación. Subió de Egipto y volvió a la tierra que Dios le prometió (Gn. 13.1-3), el lugar del altar que edificó.
    Aprendemos la importancia de seguir implícitamente las instrucciones divinas y permitir siempre que Dios guíe nuestros pasos. No pongamos al país o la parentela antes que Dios. No vayamos a vivir lejos del altar. No seamos guiados por el temor del hombre, ni digamos la verdad a medias. Sean nuestras las palabras de un himno que dice: “Cerca de ti Señor, quiero morar”, y las de otro himno que dice: “Me guía Él, con cuanto amor me guía siempre mi Señor”.

De un estudio dado por Lucas Batalla, 26 junio 2022


Wednesday, June 29, 2022

Vasti, y Otras Mujeres Insumisas

Texto: Ester 1.1-22

Es una lectura que hoy seguramente a muchos les molestaría, con las leyes nuevas y la mentalidad de la sociedad respecto a temas como el matrimonio y el feminismo.
    La hermosa historia de Ester comienza con un grandioso banquete real en el que el rey Asuero mandó a la reina Vasti presentarse para ser admirada. Pero ella rehusó, y de esa manera afrontó públicamente a su marido el rey.
    Los versos 16-18 declaran las consecuencias extensas de la rebeldía de la reina, y llama “pecado” lo que hizo. Pues aun los medo-persas sabían como los demás en el mundo de aquel entonces que la mujer debe obedecer a su marido, y aunque Vasti era reina, no tenía disculpa. Ella desestimó y deshonró al rey. El mal ejemplo de una sola persona puede afectar a muchos, especialmente si es una figura pública como era ella. Y aunque no son reinas, hoy las mujeres de los ancianos, los obreros y los misioneros deben tener mucho cuidado con sus actitudes y conducta, porque están en el punto de mira de otras mujeres. En el Nuevo Testamento, textos en 1 Timoteo 3, Tito 2 y 1 Pedro 3 instan a las mujeres a poner ejemplo de piedad y estar sujetas.
    Esto se sabía en tiempos de Ester, pero ahí está el problema, porque hoy muchos no aceptan la posición bíblica de la mujer, porque no creen a Dios. Dicen que el mundo y los tiempos han cambiado, y es cierto, pero la Palabra de Dios permanece para siempre. La iglesia es designada “columna y baluarte de la verdad” (1 Ti. 3.15), y no debe aflojar ni cambiar con los tiempos.
    Comenzando en Génesis 1-3 leemos que Dios, el Creador, hizo primero al hombre. No es enseñanza anticuada, pues 1 Timoteo 2.11-13 indica que el orden de la creación es significativo. “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio. Porque Adán fue formado primero, después Eva”. Luego 1 Corintios 11.8-9 señala la importancia del pasaje en Génesis, porque aun hoy afecta la conducta y el orden en el matrimonio y la iglesia. “Porque el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón, y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón”. Según Génesis, Adán vivió solo durante un tiempo, y era el único habitante del planeta hasta que Dios hizo Eva. Cuando Dios formó a Eva, la presentó a Adán como “ayuda idónea para él” (Gn. 2.18). No debía mandarle, ni competir con él, sino ayudarle. La orientación de la mujer era su marido. Ella no era independiente, ni tenía liderazgo, sino fue creada para acompañar y ayudar.
    La orden que Dios estableció sigue vigente en tiempos de la iglesia, pues 1 Timoteo 2.12 prohíbe que la mujer usurpe autoridad o ejerce dominio sobre el varón. La mujer, no el hombre, debe estar sujeta (v. 11). Aun los del mundo sabían esto en días de Ester, por eso llamaron “pecado” lo que hizo la reina. Así que, hablando claro, cuando una mujer no esté sujeta, o usurpe autoridad, es pecado. Volvamos a Génesis 3.16 y vemos a Dios declarar que el marido se enseñoreará de la esposa, no vice versa, y el plan de Dios no ha cambiado. Este precepto llega a lo más íntimo de la relación matrimonial, porque 1 Corintios 7.4 enseña que la mujer no tiene potestad sobre su cuerpo, sino el marido. No debe rehusar o evitar relaciones íntimas para castigar o presionar a su marido, ni él a ella.
    Así que, la conducta de Vasti para con Asuero fue reconocida como mala, porque desde la creación del mundo se sabía el orden que Dios estableció. Pero hoy, se ha perdido toda noción de la verdad de Dios, en el mundo y en muchas iglesias – las que no se rigen por la Palabra de Dios. Por eso algunas mujeres no quieren casarse, porque no quieren someterse a un hombre. Por esto también algunas de las casadas se separan y se divorcian, porque dicen: “No voy a obedecer a un hombre”. 1 Corintios 7.10 y 13 mandan que no se separe de su marido. Romanos 7.2 dice que “la mujer casada está sujeta por la ley a su marido mientras éste vive”. No puede divorciarle y casarse con otro, porque esto es el pecado del adulterio, y los adúlteros no heredarán el reino de Dios (1 Co. 6.9).
    Quiero dejar claro que no estamos a favor del machismo ni de los abusos. Dios manda claramente a los maridos cómo deben amar y cuidar de sus esposas (p. ej. Ef. 5.25; 1 P. 3.7). El marido debe honrar a su esposa, como vaso más débil, pero no dice que debe obedecerla. Y las mujeres tampoco deben actuar abusivamente con sus maridos, y eso es algo que pasa pero que por vergüenza pocos hombres lo reportan. Pero eso es otro tema.
    Volviendo al tema: Los derechos de la mujer no incluyen lo que Dios prohíbe. Los hombres pueden aprobar las leyes que quieran, pero Dios también tiene ley y debemos obedecer antes a Dios. El orden divino establecido en Génesis por el Creador es todavía aplicable. El Nuevo Testamento no lo cambia. Hagamos caso de las Escrituras.
    1 Corintios 11.3 declara que el hombre es cabeza de la mujer. No hay dos cabezas, sino una.
    Efesios 5.23 dice que el marido es cabeza de la mujer, no viceversa. Él, no ella, manda. Efesios 5.33 manda que la mujer respete (reverencie) a su marido. Efesios 5.24 manda que la esposa esté sujeta en todo a su marido. Colosenses 3.18 repite la instrucción.
    Tito 2.4-5 manda a las mujeres ancianas a enseñar a las más jóvenes a amar a sus maridos (v. 4) y estar sujetas a ellos (v. 5).
    1 Pedro 3.2 manda que su conducta sea casta y respetuosa. En 1 Pedro 3.6 vemos el ejemplo de Sara, que “obedecía a Abraham, llamándole señor”. Las mujeres cristianas deben imitarla, pues eso es hacer bien. Pero hoy, tal como están las cosas, muchas preferirían morir antes que someterse así a su marido y tratarle como su señor. Es curioso que cuando hay hombres, pobrecitos, que cuando hablan de su esposa dicen: “mi señora”, pero las mujeres no llaman a sus maridos “mí señor”. Las cosas están al revés, porque el pecado ha torcido todo.
    Y el problema se extiende fuera de casa, porque cuando no se sujetan debidamente en el matrimonio, esa actitud brota en la iglesia y la contamina. Mujeres feministas quieren ejercer “sus derechos” y ostentar “su libertad” en la iglesia. Quieren tener estudios para mujeres, donde ellas enseñan y predican. Quieren ser pastoras y ocupar otros puestos de autoridad. Quieren hablar en la congregación, en lugar de guardar silencio. Y por supuesto que no quieren llevar el velo, que la Biblia llama “señal de autoridad” (1 Co. 11.10). Todas estas conductas son pecado. Vasti afrontó a Asuero, pero hoy las mujeres y la sociedad afrontan a Dios, y desprecian Su Palabra. Su actitud y su conducta son peligrosamente similares a las de los apóstatas que Pedro describe: “desprecian el señorío. Atrevidos y contumaces, no temen decir mal de las potestades superiores” (2 P. 2.10).
    En conclusión, todos debemos recordar la exhortación de Pablo a Timoteo respecto a la doctrina apostólica, que no ha cambiado desde entonces. “Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos. Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello ...” (1 Ti. 4.15-16).

    
Lucas Batalla, 29-5-22


Tuesday, May 31, 2022

El Rey Manasés: el Colmo de la Maldad

Texto: 2 Cr. 33.1-20  (2 R. 21.1-18)


Manasés era hijo malo de padre bueno – Ezequías. A los padres buenos y espirituales poco les duele más que un hijo incrédulo e infiel. Reciben todo el amor y cuidado, e instrucción en el buen camino, pero dan media vuelta y se van al mundo. No reconocen que son ingratos e infieles, solo piensan que son independientes. Así fue el caso de Manasés, hijo de Ezequías y Hepsiba (2 R. 21.1).
    Comenzó a reinar con solo doce años de edad, y aunque tenía padres piadosos, no honró su memoria ni guardó su instrucción. Proverbios 25.1 informa que los varones de Ezequías copiaron al libro algunos de los proverbios de Salomón. Pero Manasés no atesoró los sanos consejos y advertencias de Proverbios, sino escogió el camino de la maldad. Es muy posible que alguien o algunos en el palacio le aconsejaran malamente, pero Manasés tuvo que escoger entre esas voces y la instrucción piadosa de sus padres, y escogió mal. En lugar de proponer en su corazón el no contaminarse (Dn. 1.8), se propuso lo contrario.
    Toda la nación vio sus malas obras, pero lo más importante es que las hizo “ante los ojos de Jehová” (2 Cr. 33.2). Todo pecado es en primer lugar contra Dios. Las malas actitudes y palabras, los malos pensamientos y hechos, ofenden e insultan al Dios santo y justo. Manasés siguió al mundo, es decir, la filosofía, religión y cultura de las naciones alrededor de Israel, cosas abominables a Dios. Hoy los jóvenes como Manasés, que son criados en los caminos de Dios, cuando deciden desviarse y practicar el mal, no pueden excusarse apelando a la ignorancia.
    Los versos 3-7 presentan una lista detallada de los hechos de la “contrarreforma” de Manasés. Todo lo que su padre piadoso había quitado, lo volvió a poner, y más. En una sola generación deshizo todas las reformas de Ezequías, y dio rienda suelta a toda clase de maldad. Contaminó la tierra de Judá, la ciudad de Jerusalén y el templo de Jehová:


· reedificó los lugares altos
· levantó altares a los baales
· hizo imágenes de Asera
· adoró y rindió culto a todo el ejército de  los cielos (el zodíaco – la astrología)
· edificó altares en los dos atrios de la casa de Jehová
· edificó altares a todo el ejército del cielo
· pasó sus hijos por fuego en el valle del  hijo de Hinom
· observaba los tiempos · miraba en agüeros
· era dado a adivinaciones, y consultaba a adivinos y encantadores
· puso una imagen fundida en el templo
· derramó mucha sangre inocente y llenó a Jerusalén de sangre (2 R. 21.16) * según la tradición mató aserrado al profeta Isaías, que había sido amigo y consejero de su padre.
 

El verso 6 resume así las cuentas de Manasés: “se excedió en hacer lo malo ante los ojos de Jehová, hasta encender su ira”.
    Los versos 7-8 relatan la promesa de Dios que Manasés violó. “En esta casa... pondré mi nombre para siempre” (v. 7), “y nunca más quitaré el pie de Israel de la tierra que yo entregué a vuestros padres” (v. 8). Pero había una condición de bendición – la obediencia y fidelidad del pueblo: “a condición de que guarden y hagan todas las cosas que yo les he mandado, toda la ley, los estatutos y los preceptos, por medio de Moisés” (v. 8). Observa que no divide entre “doctrinas fundamentales” y “doctrinas secundarias” como escuchamos hoy en muchas iglesias. La obligación era guardar y hacer  “todas las cosas...toda la ley, los estatutos y los preceptos”. Y todavía hoy es así, según mandó el Señor Jesucristo: “que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mt. 28:20). Israel debía guardar todo. No había un “mínimo” aceptable. ¿Por qué piensa la iglesia hoy que es diferente? “Sed hacedores de la palabra” todavía es el mandamiento (Stg. 1.22), y no hay rebajas.
    Pero Manasés hizo extraviarse la nación, “para hacer más mal que las naciones que Jehová destruyó delante de los hijos de Israel” (v. 9). Dios, en Su paciencia y misericordia, habló a Manasés y al pueblo, por los profetas, “más ellos no escucharon” (v. 10). El problema no era ignorancia, sino rechazo. Y por eso vinieron las consecuencias. En 2 Reyes 21.12-15 leemos el anuncio divino del juicio venidero y la destrucción de Jerusalén. Por Manasés habían llegado al punto de no retorno. En nuestros tiempos pasa algo similar, pues hoy muchos no sufren la sana doctrina sino escogen otras enseñanzas que les permiten hacer lo que quieran  (2 Ti. 4.3-4).
    El verso 11 anuncia las consecuencias del desvío de Manasés: castigo y humillación a manos de los asirios. Pusieron a Manasés en grillos y cadenas como un animal, y lo llevaron así a Babilonia. Quizás pensaba que nadie podía tocarle porque era el rey. El poder y las riquezas corrompen a los hombres, y les hacen creer que pueden hacer casi cualquier cosa. Creen que no son como los demás hombres, y que deben tener preferencia. Pero Dios aborrece la soberbia y la altivez, y a Manasés le quitó del trono y lo abatió.
    Los versos 12-13 relatan que en sus angustias, oró a Jehová, “humillado grandemente en la presencia del Dios de sus padres” (v. 12). Lástima que no le buscaba antes. Pero cuando se humilló, Dios le oyó. Dios es misericordioso y responde a la oración. La puerta del perdón está abierta, pero solo entran los que se arrepientan, se humillen y así se acerquen a Dios. Restauró a Manasés a Jerusalén, a su reino (v. 13), “entonces reconoció Manases que Jehová era Dios”. Observa que no dice: “su Dios”, sino “Dios”. No está claro que realmente se convirtiera, sino más bien parece que tuvo temor de Dios por primera vez en su vida. Recuerda el caso del malvado rey Acab, que cuando Dios anunció su juicio, reaccionó así: “rasgó sus vestidos y puso cilicio sobre su carne, ayunó, y durmió en cilicio, y anduvo humillado” (1 R. 21.27). Dios respondió así: “Pues por cuanto se ha humillado delante de mí, no traeré el mal en sus días; en los días de su hijo traeré el mal sobre su casa” (1 R. 21.29). Acab no se convirtió, pero al humillarse experimentó una prolongación de la misericordia de Dios.
    El caso de Mansasés parece similar al de Acab. El libro de Reyes no menciona su oración y cambio posterior, sino solo su maldad. 2 Reyes 21.18 informa que fue sepultado en el huerto de Uza, no en los sepulcros de los reyes. Observamos en 2 Crónicas 33.15-17 que Manasés hizo reformas en Jerusalén, pero no en el resto de Judá, pues quedaron los lugares altos. Él había contaminado de tal manera la nación que pasó el punto de no returno, rumbo a la destrucción y el cautiverio. 2 Reyes 24.3-4 anuncia: “Ciertamente vino esto contra Judá por mandato de Jehová, para quitarla de su presencia, por los pecados de Manasés, y por todo lo que él hizo; asimismo por la sangre inocente que derramó, pues llenó a Jerusalén de sangre inocente; Jehová, por tanto, no quiso perdonar”.
    Aprendamos de todo eso una lección. Manasés fue un hijo desobediente, y su camino terminó en castigo, destrucción, angustia y llanto. Fueron escritas esas cosas para nosotros. Ninguno de nosotros, ni jóven ni viejo, debe andar en el camino de Manasés. 1 Pedro 1.14 enseña que Dios quiere hijos obedientes que no se conforman a los deseos que tenían antes en su ignorancia.

    “sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir;  porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo. Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación” (1 P. 1.15-17).

de un estudio dado por Lucas Batalla, el 8 de mayo, 2022

Las Pruebas y Oraciones del Rey Ezequías

Texto: 2 Reyes 18:1-16
 

 El rey Ezequías, hijo de Acaz, es mencionado en 2 Reyes, 2 Crónicas e Isaías. Tenía 25 años cuando comenzó a reinar, y reino 29 años, lo cual significa que murió a los 54 años de edad. Había vivido durante 25 años del reino de su malvado padre que desvió a la nación, contaminó al templo y al final cerró las puertas del templo. Pero Ezequías creyó de veras en Jehová, e hizo lo bueno delante de Sus ojos, lo cual siempre es la fórmula para una vida que agrada a Dios. Mediante su fe y obediencia Ezequías trajo un gran avivamiento al país.
    Pero desde su cuarto año (29 años de edad) hasta el sexto año (31 años de edad) los asirios sitiaron y destruyeron a Samaria. Como los profetas de Dios había advertido, Israel fue llevado en cautiverio (vv. 9-12). Por su larga desobediencia al Señor el reino del norte desapareció, y por su obediencia al Señor el reino de Judá prosperó.
    Pero ocho años después, en el año 14 de su reino (39 años de edad), los asirios invadieron a Judá (v. 13). Esto no fue un castigo sino una prueba, porque los versos 3-8 declaran su fe y obras. Pero Ezequías, aunque era creyente, se dejó intimidar y cometió un error ante la presión de esa invasión (vv. 14-16) y dio el oro del templo al rey asirio para aplacar su ira. Ese plan salió de su sabiduría humana, no de la fe, y no funcionó.
    Los versos 17-37 demuestran que no sirvió para librarle, y tuvo que soportar las amenazas y la propaganda arrogante de los asirios. Entonces hizo lo que tenía que haber hecho al principio, oró al Señor pidiendo Su intervención (19:1-4). Esto debe hacernos pensar. ¿A quién acudimos cuando hay problemas? Los hijos piden a sus padres. Otros piden a un pariente, a un vecino, o a un hermano con dinero y poder. Pero debemos acudir a nuestro Padre celestial, porque Él sabe qué es lo que realmente necesitamos (Mt. 6.32). Cuando Ezequías escuchó del profeta Isaías la respuesta divina (2 R. 19.6-7), se dio cuenta de que a Dios le afectan las cosas que afectan a Su pueblo. Siglos después, Saulo perseguía a la iglesia, pero en Hechos 9.4 el Señor le preguntó: “¿Por qué me persigues?” Lo que afecta a los hijos de Dios afecta también a Dios.
    Las dos oraciones de Ezequías (2 R. 19.1-4 y 19.14-19), y la respuesta de Dios, ilustran lo que Santiago 5 dice, que “la oración eficaz del justo puede mucho” (Stg. 5.16). Esto debe darnos gran ánimo a orar y presentar nuestras peticiones al Señor, y confiar en Él antes que en los hombres. Dios respondió a Ezequías, primero por mensajes a través de Isaías, y luego por el ángel de Jehová que salió y mató a todo el ejército de los asirios en una noche (v. 35), y cuando Senaquerib volvió a Nínive, sus propios hijos lo mataron en el templo de su dios (vv. 36-37). Dios cumplió poderosamente Su promesa, en respuesta a una sencilla oración de un humilde justo. No hizo falta organizar nada, ni pedir a otros su ayuda, sino esperar en Dios. Es muy serio confrontarse con Dios y blasfemar como los asirios. Aprendieron lo que dice Hebreos 10.31, “¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!” Senaquerib no tuvo temor porque miraba a los débiles judíos, y confió en su ejército superior y en sus dioses, sin conocer al Dios vivo y verdadero y su gran poder. Tenía muchas máquinas de guerra, y gran fuerza militar, pero Ezequías tenía la oración y la fe en Dios. La victoria sorprendente nos debe animar a orar y confiar en Dios.
    Poco después de todo esto surgió otro problema. Con 39 años de edad, Ezequías se enfermó gravemente, y el mensaje de Dios llegó por Isaías: “Jehová dice así: Ordena tu casa, porque morirás, y no vivirás” (20.1). Pero en lugar de aceptar esto, oró con lágrimas y pidió más vida. Esto fue otro error suyo, por miedo a la muerte, o porque esperaba vivir más años para consolidar el reino. Podemos identificarnos con él, porque es natural que el ser humano sienta ansiedad ante las enfermedades y la muerte, aunque como creyentes debemos vencer por la fe esos temores.
    Otra vez oró Ezequías, y es a la vez bonita y patética su oración. Entre sollozos pidió más vida, y recordó al Señor que había hecho bien (20.2-3). Oró con todo su corazón, alma y emoción, implorando al Señor. Sin embargo, pedir así en oración no significa que tengamos razón. Hubiera sido mejor aceptar el plan de Dios. No siempre sabemos pedir lo que conviene. Es mejor decir “no se haga mi voluntad, sino la tuya”, pero Ezequías no dijo eso. De todos modos, Dios le tuvo misericordia, y concedió su petición, porque es compasivo.
    Ahora bien, no todos podrían decir como Ezequías: “he hecho las cosas que te agradan” (v. 3), y eso quita poder y eficacia de sus oraciones. Cuando hay pereza o pecado en nuestra vida, esto impide que Dios nos conteste las oraciones. “Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado” (Sal. 66.18). Si pedimos con duda o doblez en el corazón, no recibiremos lo que pedimos (Stg. 1.6-7). Hermanos, debemos vivir para agradar a Dios, no a nosotros mismos, y uno de los beneficios de vivir así es confianza al acercarnos en oración. Dice 1 Juan 3.22, “y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él”.
    Es interesante notar que Dios respondió en misericordia a Ezequías (2 R. 20.4-6) y le concedió 15 años más de vida. Pero esos años eran una gran responsabilidad. ¿Para qué quería vivir más? ¿Y para qué queremos tú y yo vivir más? Esos años extra que Dios le concedió fueron una prueba para Ezequías (2 Cr. 32.31), y no los aprovechó bien. Se portó locamente recibiendo a los embajadores de Babilonia y enseñándoles todos sus tesoros – una gran indiscreción que sembró en Babilonia la idea de tomar los tesoros de Jerusalén (2 R. 20.12-19). Nos informa 2 Crónicas 32.25-26 que Ezequías no correspondió al bien que Dios le hizo, y hermanos, me temo que esas tristes palabras se podrían decir también de nosotros. Hemos recibido mucho bien y muchas misericordias de Dios, y vida que nos ha concedido, pero ¿qué hacemos para Él con lo que nos ha concedido? Luego Ezequías se humilló (v. 26), y eso es lo que debemos hacer.  Cuando estamos en apuros pensamos en Dios y oramos, pero cuando recibimos bendición, ¿qué hacemos, cómo vivimos? Dice 2 Crónicas 32.33 que Ezequías fue honrado en su muerte, pues lo sepultaron en el lugar más prominente, en reconocimiento del bien que había hecho.
    De la vida de este rey piadoso aprendemos que a veces vienen pruebas y dificultades, y puede que en un momento de poca fe o de temor fallemos, pero siempre debemos humillarnos y clamar a Dios. En las pruebas aprendemos que nosotros no tenemos sabiduría ni fuerza, sino dependemos de Dios. Siempre debemos acudir a Él en oración: confiar, orar, esperar y luego manifestar nuestra gratitud mediante vidas obedientes. La oración eficaz del justo puede mucho. Seamos personas de fe, de obediencia y de oración.

Lucas Batalla, de un estudio dado el 20 de marzo, 2022


“En el día que temo, yo en ti confío”
Salmo 56.3

El Asiento Vacío

Texto: 1 Samuel 20.1-4; 18-34

   Saúl, impulsado por envidia, había comenzado a perseguir a David, buscando matarlo. Por eso David se ausentó de la fiesta tradicional de la nueva luna. Saúl notó su asiento vació, y el príncipe Jonatán, su amigo, presentaba sus disculpas para ver cómo reaccionaría Saúl. Su reacción violenta dejó claro que sus intenciones eran malas, y así comenzó la huida de David.
    Tarde o temprano cada uno de nosotros tendrá que dejar el asiento vació. Notamos la ausencia de familia y amigos que ya no están con nosotros. Y no solo es por fallecimiento, pues en algunos casos es por enfermedad, o por un viaje o un traslado, y tristemente en otros es porque se apartaron, como por ejemplo en la historia del  hijo pródigo (Lc. 15). Pero aun los fieles creyentes dejarán un día su asiento vació, cuando partan para ir a la presencia del Señor. Lo peor no es el asiento vacío en el hogar o en la congregación, sino el asiento vació en el cielo, porque podía haber sido salvo pero no creyó. Cierto es que en el corazón de Dios hay lugar para todos, ya que Cristo gustó “la muerte por todos” (He. 2.9), pero solo los que creen estarán en el feliz hogar eterno en el cielo.
    En Lucas 13.25-28 el Señor advierte que algunos serán excluidos, no porque no fuesen elegidos, sino porque no se esforzaron para entrar por la puerta angosta. Su asiento estará vacío. Pero en el verso 29 vemos a otros, los creyentes que “se sentarán a la mesa en el reino de Dios”. Luego en Lucas 16. 22-29, Lázaro “fue llevado por los ángeles al seno de Abraham” (v. 22), pero el rico faltó ahí porque abrió sus ojos en el Hades, el lugar de los incrédulos muertos. Dios quiere que todos los hombres sean salvos (1 Ti. 2.4), quiere llenar Su casa (Lc. 14.23), pero faltarán los que rehúsan creer el evangelio.
    Pero mis hermanos, a veces vemos en los creyentes un concepto equivocado de la seguridad. Es cierto que todo creyente tiene seguridad eterna en las manos del Señor. Pero a veces parece que pensamos que siendo eso verdad, no pasa nada si faltamos, o que nuestra presencia en la asamblea no es importante ni necesaria. Pensar así es un error. Pablo escribió a la asamblea en Corinto: “Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular” (1 Co. 12.27). En ese cuerpo, si faltan miembros los demás se ven afectados – se nota el asiento vacío.
    Cuando fallece un hermano, notamos su ausencia entre nosotros. Con tristeza nos hemos despedido de varios hermanos así, tristes porque no los veremos más aquí. Su asiento entre nosotros está vació, y les echamos en falta, pero aun así nos gozamos por ellos porque están con el Señor y eso es mejor. Tienen lugar en la casa del Señor (Jn. 14.1-3). Un día cuando estemos ahí, nuestra tristeza se convertirá en gozo (Jn. 16.10).
     También notamos el asiento vacío del hermano que está enfermo, o de viaje. Entre nosotros, lastimosamente, sucede que algunos faltan en la reunión pero no sabemos por qué, porque no han tenido la consideración de comunicarse con los hermanos. Tales casos deben ser investigados por los ancianos, porque el Señor les manda velar por las almas de los hermanos (He. 13.17). Si faltas sin decir nada a nadie, causas preocupación, y no te debes extrañar si los hermanos llaman o visitan para ver qué pasa.
    Una de los privilegios de la comunión en la asamblea es la asistencia y participación en las reuniones, y el beneficio espiritual que esto nos da. Pero este privilegio también es una responsabilidad que debemos tomar en serio. No es correcta la práctica de andar entre varias asambleas. Debemos ser recibidos en comunión en una, y echar nuestra suerte con ella. Si por alguna razón no podemos ir, lo correcto es informar antes a los hermanos, para que al ver nuestro asiento vació sepan qué es lo que pasa. Así que, es importante reunirse con los hermanos pero todavía más importante es reunirse con el Señor, porque Él no falta en ninguna reunión. Él quiere vernos ahí, como dice el Salmo 50.5, “Juntadme mis santos”.  
    En Números 9.10-13 vemos un precepto importante acerca de la pascua. Solo era permisible faltar en la pascua por estar inmundo o estar de viaje (v. 10), y en tales casos la debía celebrar el siguiente mes (v. 11). Pero si estaba limpio y no estaba de viaje, y no celebraba la pascua, debía ser cortado del pueblo – pena de muerte, “por cuanto no ofreció a su tiempo la ofrenda de Jehová, el tal hombre llevará su pecado” (v. 13). Esto era para Israel, por supuesto. Pero recordemos que el Señor reemplazó la pascua con la cena del Señor, y el precepto es que debemos tomar muy en serio nuestra responsabilidad de acudir y hacer esto en memoria de Él. Las reuniones de la asamblea tienen prioridad para todos los que están en comunión en ella, y esto es una de las maneras de buscar primeramente el reino de Dios y Su justicia (Mt. 6.33). El domingo es día del Señor, no nuestro. No tenemos Su permiso para dar este día a la familia o los amigos, o para otras cosas. Si nos preguntan o dicen que quieren planificar algo para ese día, debemos responder: “Ya tengo compromiso con el Señor, pues los domingos son Suyos”. Es parte del testimonio que damos a ellos, y recuerda, el Señor honra a los que le honran.
    Cualquiera puede faltar alguna vez debido a una enfermedad, o porque tenga que trabajar o esté de viaje. Pero es preocupante cuando hermanos comienzan a faltar frecuentemente, de manera crónica, y la mitad del tiempo no están, y no se puede contar con ellos. Entonces, algo pasa en su corazón, en su vida espiritual, porque este comportamiento no es normal. La actitud buena y sana del creyente es como dijo David: “Yo me alegré con los que me decían: a la casa de Jehová iremos” (Sal. 122:1). Su corazón lo desea, como dice el Salmo 42.2, “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?”
    Curiosamente, hay un caso cuando el Señor faltó en cierto lugar. En Juan 11.21 y 32, Marta y María se quejaron de la ausencia del Señor, diciendo: “si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Por supuesto que esa ausencia fue con un bendito propósito: la resurrección de Lázaro y la gloria de Dios. Pero hermanos, podemos estar seguros de que el Señor no falta en ninguna reunión de los creyentes, porque cumple Su promesa. “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18.20). No le importa que sean pocos, Él se une a ellos. ¿Cómo sería, hermanos, si Cristo faltara, si no estuviera en la reunión? ¿Hemos pensado en esto? Pero algunos tratan la reunión como si Él no estuviera. Y hay quienes les importa el tamaño de la congregación, porque siempre preguntan: “¿cuántos sois?”. Parece que si no hay muchos, no les interesa ir. El tamaño significa muy poco. Los estadios, los cines, los restaurantes y las discotecas están llenos de muchedumbre de personas, y todas ellas están equivocadas y en mal camino.
    El que no quiere estar con el Señor en la vida (en comunión diaria y en la congregación), no estará con Él en el cielo. ¿En qué lugar estamos mejor que en la presencia del Señor, y con Él en la reunión de los santos donde Él es honrado? Por eso, el asiento vacío es cosa triste, pero todavía más triste es el asiento vacío en el cielo – el de los que no quieren oír Su Palabra, no quieren arrepentirse, y de los que quieren “creer” a su manera pero seguir en el mundo.
    Hermanos, debemos poner al Señor primero. Debemos manifestarle nuestro amor de manera práctica, y esto incluye la reunión. Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella. Si nosotros amamos al Señor y a la iglesia, se verá en nuestra conducta, en nuestras prioridades.
    En Juan 20 leemos acerca del asiento vacío de Tomás. El verso 19 relata que los discípulos estaban reunidos a puerta cerrada, y que el Señor vino y se puso en medio de ellos. Fue un encuentro maravilloso, porque Él se manifestó a ellos. Y el verso 24 dice: “Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino”. Tomás perdió el encuentro con el Señor y la comunión con los demás discípulos. Si hacemos como Tomás, también perderemos.
    Hebreos 10:25 manda claramente a todo creyente: “no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca”. Hechos 2.42 habla de perseverar en las reuniones de la asamblea. Perseverar no es algo esporádico, sino indica nuestro compromiso y devoción. Examinemos nuestro corazón e invitemos al Señor a examinarnos, para ver si hay en nosotros cualquier actitud incorrecta acerca de la iglesia, y dejemos que el Señor nos guíe en el camino eterno. En esta vida este camino conduce a las reuniones de la asamblea y la comunión de los santos. No dejemos vacía nuestro asiento.

Lucas Batalla y Carlos Knott, adaptación del estudio dado por Lucas el 24-4-22

Salmo 122: La Dicha y el Deber de Congregarse

Texto: Salmo 122
 

Este “cántico gradual” es uno de los Salmos compuestos para ser cantado al subir a Jerusalén para adorar.  Comienza así: “Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos” (Sal. 122.1). Así escribió David acerca de la dicha de reunirse con el pueblo de Dios. Pero hoy no todos comparten su sentir. El hijo de un predicador bien conocido en España dijo a su padre que si le amaba de verdad no iría a la reunión de la tarde para predicar, sino saldría al recreo con él. Así hizo, se ausentó del culto y no predicó. Esto es lo contrario de lo que dice el verso citado arriba. Dios quiere a Sus santos reunidos, y quiere ocupar primer lugar en la vida de todos. Ese predicador cometió varios errores. Primero, no iba a ganar así a su hijo. Segundo, puso mal ejemplo para los hermanos. Y tercero y lo más importante, desagradó a Dios, poniéndolo en segundo lugar.
El verso 1 expresa lo importante que es la casa de Dios. Obviamente, para los israelitas esa casa era el templo de Dios en Jerusalén, que es lo que especialmente destacaba esa ciudad elegida por Dios. Recibieron instrucciones detallando la distribución y construcción de esa magnífica casa. El templo era el centro de la vida espiritual de la nación, y como tal, de suma importancia. El salmista expresó su añoranza de estar ahí, en el Salmo 42.2 y 4.
     Pero hoy también Dios tiene casa. No es un edificio, sino la iglesia, como bien dice 1 Timoteo 3.15, “para que si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad”. Aclaramos que Israel, Jerusalén y el templo no son hoy la iglesia. Sin embargo, podemos hallar principios espirituales que son aplicables a la iglesia.
    La actitud de David debe ser la nuestra: “Yo me alegré”. El Salmo 84 expresa el deseo personal: “¡Cuán amables son tus moradas, o Jehová de los ejércitos! Anhela mi alma, y aun ardientemente desea los atrios de Dios” (vv. 1-2). Pero no siempre es así, pues en Malaquías 1.13 Dios acusa a Su pueblo: “Habéis además dicho: ¡Oh, qué fastidio es esto!”. Hoy también hay los que suspiran porque no desean ir a otra reunión, y es señal de malas prioridades o de malestar espiritual.
    David dijo: “con los que me decían…”, es decir, reunirse con el pueblo de Dios, en presencia de Dios. No cada uno en su casa, sino reunidos, congregados en el lugar donde el Señor ha puesto Su Nombre. Debemos alegrarnos en la reunión con los santos. La pregunta es: ¿Amo la casa de Dios—la iglesia? No podemos prescindir de la reunión del pueblo de Dios, ni debemos permitir que otras cosas se antepongan a las reuniones y la comunión en presencia del Señor.
    Los versos del 2 al 5 describen su experiencia en el pasado, cuando subían. En los versos 2 y 3 notamos que en aquel entonces Jerusalén era el lugar escogido por Dios. “Nuestros pies estuvieron dentro de tus puertas” indica la presencia física. ¿Dónde mejor? No estaban ahí solo en sus pensamientos, sino “cuerpo presente”. Es importante que recordemos esto hoy, porque el internet y los programas como Zoom y YouTube no deben reemplazar la reunión de los santos. No es una reunión la que se hace en pantallas y redes sociales. Sus pies están en su casa o donde sea, pero no “dentro” del local de reunión con los demás hermanos. 
    El verso 4 continúa: “allá subieron las tribus…”. No se quedaron cada uno en su lugar, sino había que subir a Jerusalén, a la casa de Dios, y reunirse para adorar. Observa que subieron “conforme al testimonio dado a Israel”, porque era Dios que mandó reunirse el pueblo. Y podemos afirmar que hemos sido salvados para vivir en comunión con Dios y los Suyos. El Salmo 22.25 afirma: “De ti será mi alabanza en la gran congregación; mis votos pagaré delante de los que le temen”. Hoy nos reunimos como iglesia porque así el Señor lo desea y lo ha mandado.
    El verso 5 enseña la importancia de aquella ciudad: “las sillas de juicio” y “los tronos de la casa de David”. El templo y el tribunal real estaban solamente en Jerusalén. Allí el israelita encontraba un ambiente sano, santo y edificante. Era mejor estar ahí que quedarse en casa. Vemos ilustrada la importancia de la reunión de la iglesia, porque el Señor mismo ha prometido estar en cada reunión. “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18.20). Ahora bien, “congregados” no es por email o videoconferencia, sino indica el compromiso, esfuerzo y sacrificio de alistarse e ir al lugar de reunión. Es curioso como algunos van al trabajo o reciben visitas, aunque tengan algún dolor o molestia, pero cualquier cosa de esas les vale de excusa para no congregarse. Hermanos, el sacrificio de alabanza incluye el sacrificio vivo de nuestro cuerpo (Ro. 12.1). Vemos la importancia de la familia espiritual sobre la familia física, porque la espiritual honra a Dios y es la que tendremos en el cielo. Nuestra familia es importante, pero no tiene preferencia.
    Lucas 4.16 enseña que el Señor daba prioridad siempre a la reunión del pueblo. En los días de reposo, Él estaba en la sinagoga “conforme a su costumbre”. Ya estaba decidido de antemano. No se levantaba con la decisión pendiente – voy o no voy. Se congregaba en los tiempos señalados. Si había reunión, Él estaba. En Mateo 13.54 le vemos en la sinagoga. Debemos seguir Su ejemplo y tener por costumbre fijo el reunirnos con la iglesia. Esto hacían los primeros cristianos, porque las cosas del Señor tomaban preferencia sobre lo demás. Hechos 2.46-47 enseña que “perseverando unánimes cada día” – no cada uno en su casa. En Hechos 13.14-15 observamos que en su viaje Pablo y Bernabé acudieron a la reunión de sinagoga. Hebreos 10.25 amonesta: “no dejando de congregarnos”, porque algunos ya habían comenzado a ausentarse, y eso no es bueno.
    Volviendo al Salmo 122, vemos en el verso 6 lo más destacado de Jerusalén: el templo – la casa de Dios. David desea para ese lugar prosperidad, paz y descanso (vv. 6-7). El verso 8 expresa su amor a sus hermanos y compañeros – porque se veían en el templo cuando se congregaban. Apliquemos estas verdades de la siguiente manera. Si amamos a los hermanos, nos congregaremos con ellos. ¿Quiénes son nuestros compañeros? ¿Son los que aman al Señor y la iglesia? ¿Son “los que de corazón limpio invocan al Señor”? (2 Ti. 2.22). “Buscaré tu bien”, declara, y hermanos, nosotros también debemos buscar el bien de la iglesia.  En el verso 9 el salmista expresa que ama a la casa del Señor. Así nosotros debemos amar a la iglesia, y congregarnos siempre con los hermanos en presencia del Señor.
    Pero no podemos buscar el bien de la casa de Dios si nos ausentamos, ni si nos juntamos con los que quieren cambiar a la iglesia usando la excusa: “el mundo cambia” o “los tiempos cambian”. La iglesia es obra del Señor, y no nos toca cambiarla, ni desestimarla. No demos prioridad a una visita de familia o amigos, ni a comidas especiales, cumpleaños y despedidas. Ya tenemos compromiso previo con el Señor, y no debemos dar a otros el tiempo que es para Él. Hagamos nuestras las palabras de David: “Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos”, y conoceremos Su aprobación y bendición.

 

De un estudio dado el 10 de abril, 2022

Salmo 116: Un Salmo de Amor y Gratitud

Este hermoso salmo fue escrito por un autor desconocido, en respuesta a un hecho puntual de liberación, una intervención divina a favor suyo. Los salmos están para más que empezar una alabanza. Contienen ejemplos y lecciones muy importantes para nosotros. En éste vemos qué hacer cuando sufrimos o estamos en algún  peligro: suplicar al Señor e invocar Su Nombre en oración. Y cuando responda, no olvidemos de expresar gratitud.
    Comienza diciendo: “Amo a Jehová” (v. 1), que es algo que decimos poco y deberíamos decir más. Es el amor sano y superior a todos los otros amores, y está contemplado en la Ley de Dios (Dt. 6.5).
    El resto del verso 1 y el verso 2 dan el motivo específico en este caso, pero no la única razón. “Pues ha oído mi voz y mis súplicas. Porque ha inclinado a mí su oído”. Por eso, resuelve invocarle durante toda la vida, no solamente en los apuros. No debemos acercarnos a Dios solo en tiempos malos, ni amarle solo porque contesta nuestras oraciones.
    Los versos 3-4 relatan cuál era su situación: “ligaduras de muerte”, “angustias del Seol”, “angustia y dolor”. Estaba en gran peligro y no veía la solución. Entonces no habló con los hombres, sino oró a Dios: “libra ahora mi alma”. En el Salmo 56:3 David declaró: “En el día que temo, yo en ti confío”. Lo primero y principal que debemos hacer en todo caso es confiar en Dios y orar a Él buscando Su ayuda.
    Los versos 5-8 hacen memoria de la respuesta divina. Dios es clemente, justo y misericordioso, y guarda a los sencillos. Estos atributos se manifiestan en los hechos, a favor de los sencillos. Sencillo quiere decir que sinceramente confían en el Señor, y Él es su esperanza. La clemencia y misericordia divina están en perfecta armonía con la justicia divina. No hay conflicto ni desequilibrio. En el verso 7 el salmista se habla: “Vuelve, oh alma mía, a tu reposo, porque Jehová te ha hecho bien”. Nosotros también debemos hablarnos así, pues no es marca de locos sin de los que están espiritualmente en sus cabales. Es bueno darse consejos sanos y vocalizar el bien que Dios nos hace. De esta manera encaminamos nuestra mente y nuestras emociones hacia lo bueno. En el verso 8 vuelve a hablar a Dios, confesando con gratitud que ha sido liberado de muerte, lágrimas y de resbalar.
    Resuelve en el verso 9 que andará delante de Él, y no está pensando en el cielo en el futuro, sino en su vida aquí y ahora – “en la tierra de los vivientes”. Dios dijo a Abraham: “Anda delante de mí y sé perfecto” (Gn. 17.1). Andamos delante del Señor cuando estamos conscientes de que Él nos ve, y procuramos agradarle en nuestros hechos. Así debemos vivir.
    En los versos 10 y 11 confiesa que cuando estaba afligido y apresurado se desconfió de todo. Es una reacción típica pero a veces equivocada: “Todo hombre es mentiroso” quiere decir que no se fiaba de nadie, quizás porque alguien le había fallado o engañado. Todos hemos pasado por experiencias así, pero no debemos amargarnos ni ceder a una desconfianza total. Efesios 4.15 nos llama a seguir la verdad en amor, y los creyentes debemos hablar la verdad, ser fieles, ayudarnos mutuamente y cumplir nuestras promesas.
    Los versos 12-19 dan su respuesta a Dios por Su bondad. “¿Qué pagaré?” (v. 12) no quiere decir que haya que comprar el favor divino, sino expresa la idea de responder y enseñar que apreciamos Su ayuda. Nuestra deuda es de gratitud, y la expresamos en los hechos. La salvación es gratis, no por obras, pero el que es salvo siente gratitud y obligación. “Tomaré la copa de la salvación, E invocaré el nombre de Jehová” (v. 13). Los salvos hacemos esto, pues otros no pueden. El Señor apuró la copa de maldición por nosotros en el Calvario, y nos dejó copa de salvación, y de bendición (1 Co. 10.16). El salmista promete pagar sus votos (v. 14). Números 30.2 enseña que hay que cumplir lo que prometemos a Dios. A veces le prometemos cosas cuando estamos en apuros, pero cuando Él responde, no cumplimos lo que habíamos dicho, y eso es feo y desagradable. Seamos fieles a nuestras promesas. Además de esto, el matrimonio es un voto, hecho delante de Dios y no se debe violar.  El verso 15 indica cómo Dios considera la muerte de los creyentes: es preciosa en Sus ojos, porque así ellos llegan a Su presencia, y eso es lo que Él quiere, que estemos con Él. Pero no es la muerte de todos, o de cualquiera, sino de “sus santos” – los creyentes. La muerte del creyente no es un desastre ni una desgracia, pues al abandonar el cuerpo se encuentra presente con el Señor. El Salmo 16.11 dice: “En tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre”. No es agradable la muerte, sino el resultado de ella. No debemos actuar como los del mundo que tienen tanto temor y pánico frente a la muerte.
    Expresa certeza en el verso 16, “Ciertamente yo soy tu siervo, siervo tuyo soy, hijo de tu sierva”. Reconoce a su madre, una mujer espiritual y servidora. Las hay buenas y malas, espirituales y mundanas, pero la del salmista era creyente. La expresión: “siervo tuyo soy” indica que puso el servicio a Dios antes que su madre, y así debe ser, que Dios tenga la preeminencia significa que viene antes que la familia. Cuando dice: “Has roto mis prisiones”, habla poéticamente de su enfermedad, sus apuros y el peligro en que estaba. Dios puede romper prisiones, y librarnos de vicios, y de situaciones en las que no vemos salida.
    Por esa libración, el salmista expresa nuevamente su intención de manifestar gratitud, primero con sacrificios de alabanza (v. 17). Hebreos 13.15 enseña que esto también es nuestro deber. Repite: “Pagaré ahora mis votos delante de todo su pueblo” (v. 18), esto es, en la congregación, como testimonio de gratitud. Todo esto lo hará “en los atrios de la casa de Jehová, en medio de ti, oh Jerusalén. Aleluya” (v. 19). Cuando escuchamos la gratitud y la alabanza de otros, esto nos estimula y anima.
    Debemos vivir en constante gratitud y confianza, y expresarlo a Dios. Debemos hacer memoria de todo el bien que nos hace. Debemos amarle, y expresar nuestro amor, pues Él quiere nuestro corazón. Él nos ha amado primero (1 Jn. 4.19), y sin nada en nosotros que mereciera Su amor. En cambio, Él merece todo nuestro amor, y espera escucharnos expresarlo, y también espera ver nuestro amor en hechos de obediencia a Su Palabra (Jn. 14.15). Respondamos, pues, el amor con amor se paga.

   Lucas Batalla, estudio dado en Sevilla, 27-2-22

3 Juan: Vivir La Verdad

Texto: 3 Juan 1:1-15
 

Después de apóstol Pablo, Juan fue el que más contribuyó al Nuevo Testamento: el Evangelio según Juan, tres epístolas y el libro de Apocalipsis. Cada libro tiene su tema o clave, y en esta epístola la clave es “la verdad”. Hay cuatro personas nombradas: Juan, Gayo, Diótrefes y Demetrio, y otras solo llamadas “hermanos”.
    Juan se describe como “el anciano” (v. 1), es decir, avanzado en años. Dirige su epístola a Gayo, diciendo: “a quien amo en la verdad”. La verdad es el ámbito del amor del apóstol, y aquí describe la comunión fraternal de los que creen, y la base de su relación es “la verdad”, no otra cosa.
    El verso 2 continúa el saludo, y afectuosamente llama a Gayo “amado”. Daniel también fue llamado “muy amado” (Dn. 9.23), por su lealtad y piedad práctica. Dios ama a todo creyente, pero hay una esfera especial del amor divino para los que se acercan a Él y viven piadosamente. ¿Conocemos este amor especial? Juan desea a Gayo prosperidad y salud, pero no de cualquier modo, sino de acuerdo al estado de su alma. Es una bendición para los que andan en comunión con el Señor, pero para los que no, resulta ser una maldición. Si tuviéramos todos la misma prosperidad y salud que tiene nuestra alma – si nuestra vida económica y física correspondiera a nuestra condición espiritual, ¿cómo estaríamos? Obviamente Juan consideraba la salud del alma más importante que otras cosas, pero hoy no muchos piensan como él. Pocos buscan la prosperidad espiritual. ¿Cómo podemos hacer esto? Hay que ejercitarnos para la piedad, dedicando tiempo diario a la oración, al estudio de la Palabra y en adoración a Dios. El médico puede decirnos cómo está nuestra salud física, pero con qué frecuencia analizamos nuestra salud espiritual?
    En el verso 3 Juan expresa el gozo que sentía cuando llegaron algunos hermanos que habían estado de visita donde Gayo, y dieron buen testimonio de él. Dice “de tu verdad”, porque esto enfatiza que ellos vieron la verdad en él, porque vivía conforme a ella. Para muchos hay una discrepancia entre la verdad que dicen que creen, y como viven, pero Gayo no era así. “Dieron testimonio...de cómo andas en la verdad”. Esto es qué hacer con la verdad, no solo saberla, hablar o cantar de ella. La verdad no se practica solo en unas reuniones, sino en la vida cotidiana, donde afecta nuestro carácter y conducta: “tu verdad”. Pablo enfatizó “el conocimiento de la verdad que es según la piedad” (Tit. 1.1). El Señor Jesucristo rogó al Padre: “santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Jn. 17.17). Juan valoraba grandemente la verdad, pues él estuvo exiliado en la isla de Patmos por seguir la verdad (Ap. 1.9).
    En el verso 4 Juan expresa el gran gozo de ver a sus hijos andando en la verdad (véanse 2 Jn. 4, 6). La palabra “hijos” indica a los creyentes que él había enseñado personalmente, como Pablo llamaba a Timoteo “hijo” en la fe. Que sean nuestros hijos físicos, o espirituales, el gozo verdadero no viene de verles adquirir títulos, fama y dinero en el mundo, sino de observar su progreso espiritual, andando en la verdad. “Ando en tu verdad” dijo el salmista (Sal. 26:3). Los hijos nuestros que no andan en la verdad, sino que nos tienen por locos, anticuados o estrictos, un día se darán cuenta de su error, porque la bendición de Dios es con los que andan en Su verdad.
    El verso cinco contiene su consejo a Gayo, animándole a seguir su fiel conducta de ayudar a los hermanos – esto es – los que llegan de visita, porque dice “especialmente a los desconocidos”, los que vienen de fuera. No olvidemos de brindar la hospitalidad y ayuda práctica a los hermanos que viajan para servir al Señor. Gálatas 6.10 da prioridad a “los de la familia de la fe”. 1 Juan 3.16-18 nos llama a enseñarles el amor práctico y ayudarles en su necesidad. Parte del buen testimonio de Gayo era que hacía esto. El verso 6 le anima a encaminarles como es digno “de su servicio a Dios”. Encaminar es proveer lo que necesitan en su viaje, incluso los gastos de viajar pero más que esto. Esos hermanos no se servían a sí mismos, sino a Dios, y a las iglesias del Señor. Dios aprecia su servicio y nosotros también debemos apreciarlo.
    ¿Qué es lo que motivó a esos hermanos a salir para servir a Dios? Sencillamente: “por amor del nombre de Él”. Nosotros nos congregamos en el nombre del Señor, oramos en Su nombre y hacemos buenas obras en Su nombre. Los que salen a la obra misionera, dejando atrás su patria, empleos, parientes y casas, lo hacen por amor a Cristo, deseando dar a conocer Su N ombre, porque según Hechos 4.12 no hay otro nombre por el cual podamos ser salvos. Por amor al nombre del Señor se sacrifican, y viven por fe, confiados en Él para su sostenimiento: “sin aceptar nada de los gentiles”. Esto quiere decir que no recibían apoyo económico de los que eran ajenos a la fe. En el verso 8 Juan afirma que es nuestro privilegio y deber ayudar a los siervos de Dios: “debemos acoger a tales personas, para que cooperemos con la verdad” . Ellos predican y enseñan la verdad, y si les damos ayuda, cooperamos con la verdad.
    En los versículos 9 y 10 Juan cambia y habla de un hombre que no coopera con la verdad: Diótrefes. Informa a Gayo: “Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes... no nos recibe” (v. 9). Quizás por eso escribía a Gayo, porque sus cartas a la iglesia habían sido rechazadas por Diótrefes. Es el peligro que corre cualquier iglesia cuando hay un solo hombre que ejerce autoridad y responsabilidad. Debe haber una pluralidad de ancianos, sin rango entre ellos, para administrar el cuidado espiritual y los asuntos de la iglesia. Pero de algún modo Diótrefes había conseguido tener las riendas en sus manos. Su problema era: “le gusta tener el primer lugar entre ellos” (v. 9). Ya que ocupaba ese lugar, no quería recibir instrucción ni corrección de otros como el apóstol, así que no los recibía. No quería que nadie señalara un error en su vida ni que se opusiera a sus prácticas, así que usó de la censura. No solo no recibía las cartas ni las propuestas visitas, sino: “y no contento con estas cosas, no recibe a los hermanos, y a los que quieren recibirlos se lo prohibe, y los expulsa de la iglesia” (v. 10). De este modo censuraba y controlaba todo contacto con los que podía causarle dificultades. Tristemente, consiguió controlar a los creyentes en esa iglesia. Quizás algunos eran empleados suyos, o él les sostenía económicamente, y por eso ellos temían contradecirlo. Pero Juan no temía, sino prometió confrontarlo: “Por esta causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace parloteando con palabras malignas contra nosotros” (v. 10). Diótrefes hablaba contra Juan y otros siervos del Señor, y trataba de poner a la asamblea en contra de ellos para así proteger su dominio. Tomemos nota, hermanos. Ningún hombre debe controlar así a una asamblea del Señor, pero hay quienes lo hacen. Los tales no cooperan con la verdad, sino más bien se oponen a ella. No digan que es necesario para que funcione bien la iglesia. El Señor ha dado claras instrucciones a través de los apóstoles, y juzgará a los que usurpan Su lugar o modifican Su plan (Stg. 3.1). ¡Ay de los como Diótrefes cuando se presenten ante el tribunal de Cristo!
    En los versos 11 y 12 Juan exhorta a Gayo: “Amado, no imites lo malo, sino lo bueno” (v. 11). Es decir, no seas como Diótrefes. Debemos imitar a los que dan buen ejemplo. Por ejemplo, Pablo dijo: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Co. 11.1; Fil. 3.17). Juan declara que “el que hace lo bueno es de Dios”. En cambio, los que hacen lo malo, como Diótrefes, aunque tengan control de una iglesia, no han visto a Dios (v. 11). El que conoce y ama al Señor no ocupa el primer lugar entre sus hermanos, sino es humilde.
    El buen ejemplo que Juan menciona es Demetrio (v. 12), que sería otro hermano en aquella asamblea. Había tres testimonios buenos a su favor: “todos” – es decir, los hermanos; “la verdad misma” – su vida concordaba con las Escrituras; “nosotros” – los apóstoles y sus colaboradores. En Juan 21.24 leemos, “nuestro testimonio es verdadero”.  Demetrio era conocido por fe y sus hechos, y ojalá que haya más hermanos como él en las iglesias. No podemos ser apóstoles como Juan, ni debemos ser  como Diótrefes, ni seguir a personas como él, pero todos podemos seguir la verdad, ser fieles, y ayudar a los hermanos, como hacían Gayo y Demetrio.
    En los versos 13-14 Juan intima que tiene más que decir a Gayo, pero prefiere decirlo cara a cara y no con tinta y pluma. Cuando sea posible, no hay nada como una vista y conversación personal, en la que podemos ver el rostro y notar el tono de voz del que habla con nosotros. Las cartas, los artículos y las revistas tienen gran valor. Pero la visitación personal debe ser parte de toda obra pastoral. El apóstol termina en el verso 15 deseándole “la paz”; un saludo hebreo (shalom) y ahora cristiano, porque en el Señor Jesucristo tenemos esta paz (Ro. 5.1; Col. 1:20), y la paz de Dios debe gobernar en nuestros corazones (Col. 3.15). La epístola finaliza con el intercambio de saludos fraternos. Que nos animemos a vivir y andar “en la verdad” y que nuestra conducta dé buen testimonio de ella, para la gloria de Dios.    

de un estudio dado por Lucas Batalla, 13-2-22