Este hermoso salmo fue escrito por un autor desconocido, en respuesta a un hecho puntual de liberación, una intervención divina a favor suyo. Los salmos están para más que empezar una alabanza. Contienen ejemplos y lecciones muy importantes para nosotros. En éste vemos qué hacer cuando sufrimos o estamos en algún peligro: suplicar al Señor e invocar Su Nombre en oración. Y cuando responda, no olvidemos de expresar gratitud.
Comienza diciendo: “Amo a Jehová” (v. 1), que es algo que decimos poco y deberíamos decir más. Es el amor sano y superior a todos los otros amores, y está contemplado en la Ley de Dios (Dt. 6.5).
El resto del verso 1 y el verso 2 dan el motivo específico en este caso, pero no la única razón. “Pues ha oído mi voz y mis súplicas. Porque ha inclinado a mí su oído”. Por eso, resuelve invocarle durante toda la vida, no solamente en los apuros. No debemos acercarnos a Dios solo en tiempos malos, ni amarle solo porque contesta nuestras oraciones.
Los versos 3-4 relatan cuál era su situación: “ligaduras de muerte”, “angustias del Seol”, “angustia y dolor”. Estaba en gran peligro y no veía la solución. Entonces no habló con los hombres, sino oró a Dios: “libra ahora mi alma”. En el Salmo 56:3 David declaró: “En el día que temo, yo en ti confío”. Lo primero y principal que debemos hacer en todo caso es confiar en Dios y orar a Él buscando Su ayuda.
Los versos 5-8 hacen memoria de la respuesta divina. Dios es clemente, justo y misericordioso, y guarda a los sencillos. Estos atributos se manifiestan en los hechos, a favor de los sencillos. Sencillo quiere decir que sinceramente confían en el Señor, y Él es su esperanza. La clemencia y misericordia divina están en perfecta armonía con la justicia divina. No hay conflicto ni desequilibrio. En el verso 7 el salmista se habla: “Vuelve, oh alma mía, a tu reposo, porque Jehová te ha hecho bien”. Nosotros también debemos hablarnos así, pues no es marca de locos sin de los que están espiritualmente en sus cabales. Es bueno darse consejos sanos y vocalizar el bien que Dios nos hace. De esta manera encaminamos nuestra mente y nuestras emociones hacia lo bueno. En el verso 8 vuelve a hablar a Dios, confesando con gratitud que ha sido liberado de muerte, lágrimas y de resbalar.
Resuelve en el verso 9 que andará delante de Él, y no está pensando en el cielo en el futuro, sino en su vida aquí y ahora – “en la tierra de los vivientes”. Dios dijo a Abraham: “Anda delante de mí y sé perfecto” (Gn. 17.1). Andamos delante del Señor cuando estamos conscientes de que Él nos ve, y procuramos agradarle en nuestros hechos. Así debemos vivir.
En los versos 10 y 11 confiesa que cuando estaba afligido y apresurado se desconfió de todo. Es una reacción típica pero a veces equivocada: “Todo hombre es mentiroso” quiere decir que no se fiaba de nadie, quizás porque alguien le había fallado o engañado. Todos hemos pasado por experiencias así, pero no debemos amargarnos ni ceder a una desconfianza total. Efesios 4.15 nos llama a seguir la verdad en amor, y los creyentes debemos hablar la verdad, ser fieles, ayudarnos mutuamente y cumplir nuestras promesas.
Los versos 12-19 dan su respuesta a Dios por Su bondad. “¿Qué pagaré?” (v. 12) no quiere decir que haya que comprar el favor divino, sino expresa la idea de responder y enseñar que apreciamos Su ayuda. Nuestra deuda es de gratitud, y la expresamos en los hechos. La salvación es gratis, no por obras, pero el que es salvo siente gratitud y obligación. “Tomaré la copa de la salvación, E invocaré el nombre de Jehová” (v. 13). Los salvos hacemos esto, pues otros no pueden. El Señor apuró la copa de maldición por nosotros en el Calvario, y nos dejó copa de salvación, y de bendición (1 Co. 10.16). El salmista promete pagar sus votos (v. 14). Números 30.2 enseña que hay que cumplir lo que prometemos a Dios. A veces le prometemos cosas cuando estamos en apuros, pero cuando Él responde, no cumplimos lo que habíamos dicho, y eso es feo y desagradable. Seamos fieles a nuestras promesas. Además de esto, el matrimonio es un voto, hecho delante de Dios y no se debe violar. El verso 15 indica cómo Dios considera la muerte de los creyentes: es preciosa en Sus ojos, porque así ellos llegan a Su presencia, y eso es lo que Él quiere, que estemos con Él. Pero no es la muerte de todos, o de cualquiera, sino de “sus santos” – los creyentes. La muerte del creyente no es un desastre ni una desgracia, pues al abandonar el cuerpo se encuentra presente con el Señor. El Salmo 16.11 dice: “En tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre”. No es agradable la muerte, sino el resultado de ella. No debemos actuar como los del mundo que tienen tanto temor y pánico frente a la muerte.
Expresa certeza en el verso 16, “Ciertamente yo soy tu siervo, siervo tuyo soy, hijo de tu sierva”. Reconoce a su madre, una mujer espiritual y servidora. Las hay buenas y malas, espirituales y mundanas, pero la del salmista era creyente. La expresión: “siervo tuyo soy” indica que puso el servicio a Dios antes que su madre, y así debe ser, que Dios tenga la preeminencia significa que viene antes que la familia. Cuando dice: “Has roto mis prisiones”, habla poéticamente de su enfermedad, sus apuros y el peligro en que estaba. Dios puede romper prisiones, y librarnos de vicios, y de situaciones en las que no vemos salida.
Por esa libración, el salmista expresa nuevamente su intención de manifestar gratitud, primero con sacrificios de alabanza (v. 17). Hebreos 13.15 enseña que esto también es nuestro deber. Repite: “Pagaré ahora mis votos delante de todo su pueblo” (v. 18), esto es, en la congregación, como testimonio de gratitud. Todo esto lo hará “en los atrios de la casa de Jehová, en medio de ti, oh Jerusalén. Aleluya” (v. 19). Cuando escuchamos la gratitud y la alabanza de otros, esto nos estimula y anima.
Debemos vivir en constante gratitud y confianza, y expresarlo a Dios. Debemos hacer memoria de todo el bien que nos hace. Debemos amarle, y expresar nuestro amor, pues Él quiere nuestro corazón. Él nos ha amado primero (1 Jn. 4.19), y sin nada en nosotros que mereciera Su amor. En cambio, Él merece todo nuestro amor, y espera escucharnos expresarlo, y también espera ver nuestro amor en hechos de obediencia a Su Palabra (Jn. 14.15). Respondamos, pues, el amor con amor se paga.
Lucas Batalla, estudio dado en Sevilla, 27-2-22
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