Monday, July 7, 2014

EL CORDÓN DE AZUL


Texto: Números 15:37-41


   Muchas veces al hablar de cosas como doctrinas y prácticas de otras personas, surge la coletilla: “no juzgues”, pero el Señor nos manda a juzgar con justo juicio, a discernir entre el bien y el mal, y hacer las cosas bien. Cuando aquel hombre recogió leña en el día de reposo, en los versículos 32 al 36 de este mismo capítulo, cometió infracción. Se supone que antes la había cortado, y eso y recogerla era trabajo. Lo pusieron en detención hasta que consultaran al Señor para no hacer las cosas a la ligera. El Señor dijo que había que sacarlo y apedrearlo (v. 35), y así lo hicieron (v. 36). Hay que hacer las cosas bien, y bien no es como siento o como me parece, sino como Dios dice, por lo que hay que conocer y recordar Su Palabra y no dirigirnos por los sentimientos ni por sugerencias u opiniones de otros.
Al hablar de otros creyentes e iglesias, hay que tener respeto, pero también hay que discernir si algo está bien o no. Todos necesitamos la misericordia de Dios. Pero hoy en cuanto a las iglesias, la gente hace lo que siente en lugar de lo que Dios dice. En cuanto a qué creemos y cómo nos congregamos hay que seguir lo que Dios dice, y nos ha dado instrucciones amplias y específicas. No hay lugar para improvisar o variar cuando Dios ha hablado sobre un asunto. No los gustos ni la moda ni lo que más nos parece, sino lo que Dios dice, y hacer esto es hacer bien. Se cree que se puede ir a cualquier iglesia de cualquier manera, que lo importante es estar cómodo, que es cuestión de gustos, etc. Pero no es así, y sí, hay que juzgar este comportamiento con justo juicio, conforme a la Palabra. Por ejemplo, 1 Corintios 14:34 dice: “vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar”. Es doctrina apostólica, y un mandamiento del Señor. Congregadas – calladas. No les es permitido hablar (no dice cantar con los demás, sino hablar). Pero la iglesia que practica esto, que se prepare para ser pequeña.
Después de la muerte de aquel que recogía leña, Dios mandó a Israel a poner un cordón de azul en la franja de sus vestidos, para recordar los mandamientos de Jehová. Y les advirtió a no mirar en pos de su corazón ni sus ojos, porque eso es prostituirse, lo cual ya estaban haciendo. Tenían que recordar (Nm. 15:40) y hacer lo que manda Dios; para ser santo es necesario obedecer, y tanto entonces como ahora es una parte muy importante de nuestro testimonio.
La gente nos mira y observa nuestra conducta. Cada domingo en la cena del Señor, con los símbolos delante, anunciamos la muerte del Señor y Su venida. ¿Hay algo más importante? El Señor nos dio los símbolos para la cena: el pan y la copa, no panecillos y copitas. A las mujeres creyentes les ha dado el velo como símbolo de autoridad divina. ¿Podemos desvirtuar la mesa y cambiar o quitar los símbolos que Él nos dio para que la gente quede más a gusto? No. Y los que lo hacen se prostituyen espiritualmente. 
Dios mandó la franja azul, y no había que quitarla, pues dijo: “por sus generaciones” (v. 38). No es cosa de viejos, ni de antaño, ni de cultura. Es un mandamiento perdurable. Todo judío tenía que ponerlo, como un símbolo, de acuerdo al mandato divino. No dijo: “si os parece” o “si no es pedir demasiado” ni nada así. El mandamiento era para su propio bien, y “por sus generaciones”. Ante esa instrucción no se podía apelar a la excusa que hasta el día de hoy oímos usar: “es que los tiempos han cambiado”. 
Y nosotros tenemos que recordar también a quién pertenecemos. No tenemos un cordón de azul entretejido en nuestra ropa, pero tenemos la Biblia entera, cosa que ellos no, para recordar siempre lo que Dios nos ha dicho. Nuestra forma de ser, vivir, hablar – todo debe marcarnos como creyentes. Nuestra “franja  con cordón de azul” no se quita, ni con tiempo. Toda la vida había que llevarla, de generación en generación. Las palabras: “para que os acordéis, y hagáis...” indican la voluntad de Dios. Israel tenía que recordarla y hacerla, y nosotros tenemos que recordar y guardar el orden, los símbolos y distintivos que el Señor nos ha mandado. Tanto entonces como ahora, el olvido y el descuido en las cosas de Dios nos caracteriza.
La franja azul le recordaba su posición privilegiada, que pertenecía a Dios, no a sí mismo. Y nosotros, ¿a quién pertenecemos? ¡Al mismo Dios! Él nos ha redimido y nos ha hecho miembros de la familia de Dios. Al judío la franja azul le recordaba que debía gratitud y obediencia a su Dios y Redentor que le sacó de Egipto. Él los había redimido y hecho una nación. Cuando recordaban y guardaban Sus mandamientos, esto le agradaba y glorificaba.
Por eso, hermanos míos, recordemos siempre que hemos sido comprados por precio, no con oro y plata, sino con la sangre preciosa de Cristo. Nada de la salvación y el perdón puede ser comprado ni ganado por mérito. Todo lo debemos al Señor. Esta redención nos compromete igual como la de Israel. Quiero recordar “las sendas antiguas” (Jer. 6:16) que en nuestro caso incluye la doctrina apostólica. Nada de doctrinas y prácticas modernas, de novedades, de anular lo viejo e inventar algo nuevo. Me quedo con lo que Dios nos dio, con lo que el Señor indicó en Su Palabra, y estoy satisfecho con esto. No quiero nada más. ¡Ojalá que cada uno de nosotros puede decir lo mismo!

“No traspases los linderos antiguos que pusieron tus padres” (Pr. 22:28) nos recuerda lo importante que es respetar lo que Dios ha establecido de generación en generación. El paso de tiempo y los cambios en la sociedad no deben afectar la herencia espirtual y doctrinal.
Es triste ver a hermanos que cambian lo que Dios ha enseñado en Su Palabra, para ir a un lugar y congregarse con los que hacen otra cosa, que no guardan ni respetan las sendas antiguas. Miran en pos de su corazón y sus ojos, y se prostituyen en lugar de guardar fielmente los mandamientos del Señor para los creyentes. Miran a lo contemporáneo, lo popular, lo que agrada los ojos, y no se acuerdan de la Palabra de Dios. Hacen lo cómodo, lo que quieren ciertas personas en sus familias, o sus amigos. Hay una palabra en Colosenses 1:10 que conviene recordar. Pablo oraba así por los colosenses: “para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo”. No tenemos que agradar al mundo, a los carnales, ni a nosotros mismos, sino a Dios. Crecer en conocimiento de Dios es un salvoconducto en la vida cristiana. Que el Señor nos ayude a conocer, recordar y guardar su Palabra, para Su honor y gloria. Amén.

de un estudio dado por Lucas Batalla el 26 de junio, 2014