Saturday, August 12, 2017

David y Otros Creyentes Desalentados


Texto: Números 21:4-9

Hermanos, ¿quién entre nosotros no se ha encontrado alguna vez desalentado? El diccionario define el desaliento como falta de ánimo, falta de vigor, descorazonamiento, miedo, aislamiento y falta de confianza. “Desaliento” y “desánimo” son términos bíblicos; no digamos “depresión” porque es un término que los psicólogos usan, popularizan y sacan provecho económico.
    En nuestro texto el pueblo de Israel se desanimó. Los varones de Dios también se desaniman a veces, como Elías, David, Jonás y Pablo. Los misioneros, ancianos y obreros pueden estar desanimados, y en la obra del Señor, hay que decir, no faltan motivos de desánimo, pero hay que superarlos. El desaliento afecta la vida espiritual, el servicio, y puede afectar la salud física. ¿Qué provoca el desaliento? Varias cosas, como hemos de ver.
    Luego en el caso de David en lo tocante a su hijo Absalón, era porque sembró pecado y le vino una cosecha amarga como castigo del Señor. Todos los problemas,  conflictos y pérdidas que luego sucedieron en la vida de David le causaron tristeza y desánimo. Varios de sus salmos expresan los dolores y tribulaciones de su alma.¡En esos salmos podemos aprender cómo expresar nuestras quejas!
    Cuando las cosas no salen como queremos, podemos ser desalentados. Esto le pasó al pueblo de Israel. Tenía que estar en el desierto para aprender los caminos de Dios, y como no quería esto, y se cansaba del maná celestial que Dios le daba, se desalentó y se volvió quejoso y difícil de gobernar.
    En el Salmo 73 vemos que Asaf el salmista se desanimó viendo la prosperidad de los malos. Cuando vemos que a los que no creen en Dios les van bien las cosas, y aparentemente están felices y tienen éxito, nos puede molestar y desanimar, especialmente cuando a nosotros no nos van tan bien las cosas. “¿Para qué vivo así?” uno puede preguntarse. Pero hay que leer todo el Salmo y saber cómo salió de estos pensamientos amargos y desalentadores. En el Salmo 37:1-7 tenemos los consejos aplicables a tales casos: “No te impacientes a causa de los malignos, ni tengas envidia...”  El Señor nos aconseja acerca de nuestra actitud. “Confía en Jehová” (v. 3). “Deléitate asimismo en Jehová” (v. 4). “Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él” (v. 5). “Guarda silencio ante Jehová [quiere decir: “no te quejes”], y espera en él. No te alteres con motivo del que prospera en su camino...” (v. 7). A todo puerco le llega su sanmartín, y a todo malo le llegará su juicio. No entretengamos pensamientos amargos, quejosos, ni nos alteremos cuando a éstos les van bien las cosas, porque al final tendremos dicha eterna y ellos, castigo eterno.
    Puede venir el desaliento en el retraso de las oraciones, cuando no vemos la respuesta que buscamos, cuando pasa tiempo y parece que no hay respuesta. “La esperanza que se demora es tormento del corazón” (Pr. 13:12). Pero Dios sabe mejor que nosotros cómo y cuándo responder a las peticiones. Si fuéramos Dios, haríamos lo mismo que Él. Moisés tuvo que esperar en el desierto cuarenta años hasta que llegara el tiempo de Dios para enviarle a sacar a Su pueblo.
    El pecado no confesado también puede traernos desánimo, porque nos aflige la conciencia, el Espíritu Santo nos convence de pecado, y andamos fuera de comunión con el Señor y con los Suyos. Esta situación es la del Salmo 32 cuando David describe cómo vivía atormentado y desanimado hasta que confesó su pecado. Dios puso Su mano sobre él día y noche. Hebreos 12:5 nos recuerda que no debemos desmayar cuando somos reprendidos por Él, y lo dice precisamente porque es la reacción natural que tenemos, la autocompasión y el desánimo. A veces tomamos decisiones por nuestra cuenta y actuamos fuera de la voluntad del Señor. Luego cuando vienen problemas, los resultados o consecuencias de nuestros hechos, nos quejamos como si el Señor nos hubiese hecho mal, ¡pero Él no tiene la culpa! Dios permite que cosechemos esos frutos amargos para que aprendamos y para que nos arrepintamos. Pero el camino de los transgresores es duro (Pr. 13:15).
    Una enfermedad mala, o prolongada, quita la fuerza y el vigor, y agota la paciencia. Job aguantó bien al principio pero al pasar tiempo perdía resistencia, se quedó desanimado y deseaba morirse.
    Cuando nos critican y hablan mal de nosotros o murmuran de nosotros, esto también puede afectar nuestro estado de ánimo. Consideremos algunos textos que demuestran esto. El Salmo 35:11-12 dice: “Se levantan testigos malvados; de lo que no sé me preguntan; me devuelven mal por bien, para afligir a mi alma”.  El Salmo 31:12-13 dice: “He venido a ser como un vaso quebrado, porque oigo la calumnia de muchos”. El Salmo 109:22-25 dice: “Porque yo estoy afligido y necesitado, y mi corazón está herido dentro de mí. Me voy como la sombra cuando declina; soy sacudido como langosta. Mis rodillas están debilitadas a causa del ayuno, y mi carne desfallece por falta de gordura. Yo he sido para ellos objeto de oprobio; me miraban, y burlándose meneaban su cabeza”.
    Cuando uno sufre oposición en el ministerio, y es malentendido y criticado por el pueblo, esto también puede causar desaliento. En Jeremías 20:7-10 vemos que el profeta llegó a decir que no hablaría más del Señor, que es lo que el diablo y el pueblo desobediente querían. Pero gracias a Dios, no pudo guardar silencio, porque la Palabra de Dios ardía en su corazón. Estos son problemas que padecen los que desean ser fieles ministros del Señor en tiempos de dejadez y mundanalidad.
    La muerte de un ser querido también trae tristeza y puede tentarnos a ceder al desaliento. En 2 Samuel 18:33-19:4 vemos la extrema tristeza y el desánimo del rey David sobre la muerte de su hijo rebelde Absalón. En Juan 11 vemos la tristeza natural de Marta y María después de la muerte de Lázaro. 1 Tesalonicenses 4:13 nos recuerda que aunque haya tristeza, en el caso de los creyentes no es como la tristeza de los que no tienen esperanza, porque habrá feliz reunión en la casa del Padre. Lamentamos, lloramos, y sentimos la ausencia de nuestro ser querido, pero tenemos que seguir adelante en la vida que el Señor nos concede.
    En el desaliento siempre quiere obrar y aprovecharse el diablo. Él provoca malas reacciones y busca quitarnos el gozo, la eficacia de nuestro testimonio y hacernos inútiles al Señor, nuestros hermanos y la iglesia. Te puede tentar a tirar la toalla, o a pensar mal de todos y sospechar de todos. En el Salmo 116:10-11 leemos: “...Estando afligido en gran manera. Y dije en mi apresuramiento: Todo hombre es mentiroso”. Hay que tener cuidado con los juicios y las decisiones cuando uno está desanimado. Un anciano en una iglesia, después de un disgusto por una traición, dijo que no se iba a fiar de nadie en la iglesia fuera de los de su propia casa. El desaliento puede convertirte en quejoso, criticón y murmurador. Puede afectar tu comunión con el Señor, si dejas de leer Su Palabra, meditar en ella, orar, asistir a las reuniones y participar en ellas. Parte de la definición del desaliento es la pérdida de confianza y el aislamiento. Cuando uno deja de reunirse, anda en peligro espiritual, y por esto tenemos la exhortación en Hebreos 10:25. También podemos sentir miedo, desgana, molestia, o ira y enojo. Son reacciones naturales o carnales, pero hay que remediarlos.
    1. Busca a Dios y clama a Él con todo el alma (Sal. 34:4; 42:1-2). El Señor escucha nuestro clamor y se acerca a los que se acercan a Él.
    2. Humíllate, quebrántate y confiesa el pecado (Sal. 32; Pr. 28:13; 1 Jn. 1:9; 2:1). El Señor es nuestro abogado para ayudarnos cuando pequemos. Pero no hay que hablar justificándonos ni hablando de lo que los demás nos han hecho. No hay que arrastrar ni implicar a nadie más, sino sólo confesar lo nuestro. Es el camino corto a la restauración de la comunión y la bendición, pero muchos por orgullo no quieren tomarlo.
    3. Espera en el Señor (Is. 40:30-31). Cuando sentimos agotadas nuestras fuerzas, recordemos que el Señor tiene poder inagotable y Él puede rejuvenecernos y fortalecernos. “No puedo más” es lo que dice el que confía en sí mismo, no el que confía en el Señor.
    4. Recuerda Sus promesas. “No te desampararé, ni te dejaré” (He. 13:5). “El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre” (He. 13:6). “En el día que temo, yo en ti confío” (Sal. 56:3). “No os afanéis...vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas” (Mt. 6:31-32). “Bástate mi gracia” (2 Co. 12:9).
    5. Recuerda todo el bien que te ha hecho, como hizo el salmista Asaf cuando estaba desconsolado. “Traeré, pues, a la memoria los años de la diestra del Altísimo. Me acordaré de las obras de JAH; sí, haré yo memoria de tus maravillas antiguas. Meditaré en todas tus obras, y hablaré de tus hechos” (Sal. 77:10-12).
    6. Entra en el santuario [en la presencia de Dios a través de Su Palabra y en meditación y oración] y contempla el fin de los incrédulos, el juicio de los malignos, para que no les tengas más envidia (Sal. 73:17-24).
    7. Eleva la mira al Señor en gloria (Col. 3:1-4). Si nos ocupamos de toda la maldad que hay en el mundo, las malas noticias, los problemas, la maldad que siempre aumenta y la falta de juicio, podemos amargarnos. Siempre hay que poner los ojos en el Señor en gloria y esperar en Él. Los hombres pueden fallar, pero Cristo nunca. Él no ha abandonado el trono ni lo hará. Contemplarle a la diestra del Padre nos ayuda a poner las cosas en perspectiva y renovar la esperanza. Nuestro Dios es “Padre de misericordias y Dios de toda consolación” (2 Co. 1:3).
    8. Toma fuerza y aliento de la gracia del Señor. “Bástate mi gracia” (2 Co. 12:9), significa que si estamos andando en comunión con el Señor, podemos gloriarnos en nuestras debilidades, para que repose sobre nosotros el poder de Cristo. Pablo dijo: “Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Co. 12:10).
    9. Busca la comunión de los santos; no te aísles ni te retires de tus hermanos, de la iglesia (He. 10:25). Dios consoló a Pablo y otros con la venida de Tito (2 Co. 7:6). La comunión nos anima y nos fortalece.
    Que el Señor nos ayude a no tirar la toalla, ni volvernos amargos, sino reaccionar bien ante las adversidades y los problemas de nuestros tiempos.

Friday, August 11, 2017

"Si el Señor Quiere"


Texto: Santiago 4:14-17

Nuestro texto nos enseña qué importante es planificar nuestras vidas en la voluntad de Dios. El cristiano verdadero cuenta con la guía y ayuda de Dios, y busca (se supone) Su voluntad. Si no hace esto, no le van a salir nada bien las cosas.
    Una ilustración bíblica de estas verdades está en Números 32, en el caso de Rubén, Gad y la media tribu de Manasés. El versículo 1 nombra dos veces el ganado de ellos. Eran ganaderos y pensaban en sus intereses. Como Lot miró el valle del Jordán pensando en su ganado, y se fue de la voluntad de Dios. Viendo buena la tierra al otro lado del Jordán, las dos tribus y media querían quedarse. Pensemos en esto un momento. Es como si no confiasen que en la tierra prometida Dios pudiera darles buenas tierras. Entonces en los versículos 6-15 Moisés les responde recordando el mal ejemplo de sus padres cuarenta años antes cuando no quisieron entrar en la tierra prometida. En los versículos 14-15 dice que ellos han sucedido en lugar de sus padres, y les advierte que están en peligro de destruir al pueblo. En todo esto no escuchamos a las dos tribus y media decir ni una vez: “hágase la voluntad del Señor”, porque la gente llena de sus ideas y planes no busca sino la suya.
    Pero responden y hablan a Moisés en los versículos 16-19 y luego del versículo 20 en adelante dando sus explicaciones y promesas. Entonces Moisés se ablandó y les dejó apañarse para salirse con la suya. No tenía que haber hecho esto. Estaba cediendo a la voluntad de ellos. A veces para evitar un mal se causa otro. No queremos una confrontación o conflicto, así que cedemos a los deseos de los que buscan salirse con la suya, y al final la cosa acaba mal.
    Volvamos a Números 13 para considerar lo que pasó en la generación anterior. Moisés permitió al pueblo enviar espías (Dt. 1:22 dice que ellos lo habían pedido) Se había ablandado ante ellos y su sugerencia en lugar de insistir en que se metieran en la tierra, porque para esto habían venido guiados por Dios. Entonces fueron los espías, reconocieron la tierra, y volvieron con un informe negativo (vv. 28-29) – los gigantes, Amalec que les había hecho daño antes, etc. – y entonces en el capítulo 14 el pueblo gritaba y daba voces, llorando y quejándose de Moisés. Se les olvidó todo el milagroso cuidado de Dios en el camino, se volvieron ingratos y desconfiados.
    En Números 14:20-25 Dios contestó con ira y castigo, y los mandó al desierto a morir. En el versículo 34 Dios les mandó un año de castigo por cada día que pasaron espiando la tierra. No quisieron entrar ni recibir lo que Dios les daba. Dios les daba la tierra prometida pasando el Jordán, y había planificado todo para bien, pero ellos iban haciendo las cosas a su manera.
    En Números 26:52-56 Dios manifestó cómo quería repartirles la tierra. Él ya tenía un plan. Pero Rubén, Gad y la media tribu de Manasés querían escoger para sí, a su gusto, en lugar de dejar a Dios escoger. Mucha gente vive así hoy, quiere escoger la vida que le parece, el novio que le parece, y muchas cosas así en lugar de recibir agradecidos lo que Dios escoge. En Números 33:54-55 vemos otra vez lo que Dios quería – repartir la tierra y tenerles adentro para echar a los cananeos, y tanto entonces como ahora, al no hacer las cosas que Dios quiere y como Dios quiere, salen mal y perjudiciales.
    Hoy la gente hace también sus planes sin contar con Dios: los estudios, el trabajo, el noviazgo y matrimonio, y sin la voluntad de Dios proceden a arreglar su vida como les parece. Por esto el matrimonio hoy dura menos que un caramelo en la puerta de un colegio. La sociedad hoy se desintegra delante de nuestros ojos, y en algunos casos las iglesias también, como hemos oído de iglesias que cierran las puertas y dejan de existir, o que siguen existiendo pero de una manera que ya no son iglesias sino más bien teatros o ludotecas. Y todo esto es por no vivir diciendo: “Si el Señor quiere”.
    Las dos tribus y media tenían un ejército grande, como vemos en Números 2. Allí al principio de Números vemos cómo Dios planificaba el orden y el proceder de Su pueblo. Rubén está en los versículos 10 al 13, y su ejército tenía 59.300 hombres. Gad sale en los versículos 14 y 15, y su ejército numeraba 45.650 hombres. En los versículos 20 y 21 está Manasés con sus 32.200 soldados. Sumando los ejércitos de estas tribus  vemos que tenía 138.150 soldados, y prometieron ir delante de sus hermanos y ayudar con la conquista de la tierra. Pero, ¿qué pasó luego? En Josué 4:12-13 leemos que las tribus de Rubén, Gad y la media tribu de Manasés pasaron adelante, pero eran sólo cuarenta mil hombres armados en total. ¡Menos de la mitad de sus soldados fueron a ayudar! No cumplieron su promesa. Números 30:2 dice que hay que cumplir las promesas, pero no fueron íntegros ni con Dios ni con sus hermanos. Así es la gente que hace lo que quiere y no lo que el Señor quiere. En el Nuevo Testamento Ananías y Safira intentaron dar parte a Dios haciendo ver que era todo, pero por su engaño cayeron muertos. Meditemos en esto.
    Debemos primero hacer lo que el Señor quiere. El hecho de que tienes deseo fuerte de hacer algo no equivale a la voluntad de Dios. Su Palabra debe dirigirnos, no la lógica, las emociones, y otras cosas así. "Dios me guió" - dicen para justificarse, cuando realmente ellos mismo se guiaron. En nuestros tiempos, a veces queremos estar en la iglesia y en el mundo, como Rubén, Gad y Manasés querían estar en Israel y en el otro lado del Jordán. No queremos lo que el Señor quiere, sino estar con el Señor a nuestra manera y en la iglesia a nuestra manera. Muchos se han bautizado pero luego salieron y hacen lo que les da la gana. No quieren lo que Dios da, lo que Dios ordena, lo que Dios reparte, lo que Dios quiere. Ponen sus ojos y afectos e intereses en cosas que están fuera, y arriesgan y arruinan todo por salirse con la suya. Es pura locura pero así es la voluntad de la carne, parece una forma de demencia. Sabían mejor, habían aprendido mejor, habían sido encaminados, pero luego se les metió en la cabeza una idea de gustos propios, y desecharon lo que el Señor quiere para tener lo que ellos quieren. ¡Y lo pagarán caro!
    Las dos tribus y medio, alejadas así, fueron las primeras que se apartaron de Dios y que salieron al cautiverio, conquistadas por Asiria. Lee el triste comentario en 1 Crónicas 5:25-26. Dios quería ver a Su pueblo junto, unido, no dividido y separado unos en un lado y otros en otro lado. En el desierto, desde Sinaí en adelante, Israel estuvo repartido en torno al tabernáculo, todos juntos. Presentaba una vista bonita que ilustra cómo la iglesia debe estar alrededor del Señor, todos cerca del Señor y guiados por Él. Pero más adelante Israel empezaba a mirar con los ojos de la carne, deseando lo que Dios no daba, y de ahí la triste historia de las tribus que pensando en ventajas personales se apartaron del resto del pueblo. Ahí está la historia para que aprendamos de ella, pero ¿quién quiere humillarse hoy y confesar que ha buscado lo que quiere en lugar de lo que el Señor quiere?  Sería mejor confesarlo y arrepentirse hoy, que luego en el juicio cuando sea tarde. Que el Señor nos ayude a hacer una verdadera aplicación de esta gran verdad, y siempre decir: “Si el Señor quiere” acerca de todo aspecto de nuestra vida. No lo que queramos nosotros, sino lo que el Señor quiere. Así debe vivir el pueblo redimido, el pueblo que ya no es suyo sino que ha sido comprado por precio. Empieza cuando nos quebrantamos, abandonamos el amor propio y nuestra propia sabiduría, y decimos al Señor en oración: “No lo que quiero, sino lo que tú”.