Sunday, April 28, 2024

El Rico y Lázaro

Texto: Lucas 16.19-31

El rico y lázaro, Fyodor Bronnikov, 1886
Primero, este relato no es una parábola, sino una historia verídica, que nombra a Lázaro y también a Abraham. El Señor puso al conocimiento lo que les sucedió a dos hombres cuando murieron: un pobre llamado Lázaro, y un rico cuyo nombre no menciona. Se contrastan el rico que vivía muy bien, y comía como rey todos los días, con el pobre que no tenía nada, y estaba lleno de llagas (vv. 19-20). Lázaro pasaba hambre, y ansiaba comer las migajas que caían de la mesa del rico. Solo los perros le atendieron, pues lamieron sus llagas (v. 21). Era tan pobre que ni siquiera tenía atención médica.
    Siempre hay esos contrastes en el mundo, unos con más, otros con menos. Muchas personas creen que un político o un científico puede cambiar la vida de las personas, pero no funciona porque como mucho cuidan de lo temporal, no lo eterno. Entonces, al morir, ¿qué pasará? Dicen cuando uno muera: “Ya no sufre, ya está mejor”, pero ¿es cierto eso?
    En el verso 22 llegó la muerte, pues es inevitable. Eclesiastés 3.19 avisa: “un mismo suceso es: como mueren los unos, así mueren los otros”.  Cuando uno muera, el cuerpo físico cesa de vivir, pero no el alma ni el espíritu. Tenemos un cuerpo, pero somos más que un cuerpo. Ahora, Lázaro, cuando murió, fue llevado arriba por los ángeles, y al rico le sepultaron el cuerpo, pero abrió sus ojos en el Hades (v. 23), un lugar de sufrimiento. Hay que entender esto correctamente. Lázaro no fue para arriba porque era pobre, ni el rico fue abajo porque era rico. El mendigo tenía fe, pero el rico no, y ésa es la cuestión. Pareciera que el rico era bendecido porque tenía mucho, y que el pobre no tenía fe y por eso no tenía bendición. Eso es lo que las iglesias pentecostales enseñan, que si uno tiene fe, tendrá dinero y bienes, y no se enfermará. Pero no es así, como se ve en el caso de Lázaro. Aunque era pobre y estaba enfermo, creía, tenía fe, y por eso fue bendito, pero tuvo que esperar para recibir la bendición, en el cielo, no en esta vida.
    Hemos aprendido que el Hades no es lo mismo que el Infierno, sino es como la antesala del Infierno, donde están detenidos y castigados los que se pierden, hasta el día del gran juicio. Ya están condenados, porque no han creído (Jn. 3.18). El rico estaba “en tormentos”, que es un contraste grande con cómo vivía antes. Podía ver y sentir, y vio a Abraham y Lázaros “de lejos” (v. 23). Entonces, comenzó a dar voces: “Padre Abraham”, y le pedía alivio, diciendo: “estoy atormentado en esta llama”. No es una llama simbólica, sino según el atormentado, es literal, y también el sufrimiento. ¡No preguntes a los teólogos, sino a ese rico que sufría! Su cuerpo había sido sepultado, pero él mismo estaba sufriendo en el Hades, sin esperanza de salir (v. 24).
    En los versos 25-26 Abraham le responde: “Hijo, acuérdate...” porque es lo que hacen los que están allá, se acuerdan de oportunidades perdidas y de sus malos hechos. Ese hombre había recibido bendiciones de Dios, pero no fue piadoso, ni creyente, ni agradecido, ni compasivo, sino egoísta y tacaño. De nada le había servido. Muchos quieren enriquecerse, pero Cristo pregunta: “¿Qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Marcos 8.36-37). ¡He aquí un hombre que tuvo muchos bienes y perdió el alma!  Además, Abraham le informa que nadie pasa de un lugar a otro después de la muerte. Los perdidos estarán conscientes de su sufrimiento, y sabrán que hay un lugar de bendición pero que no podrán ir allá.
    En los versos 27-28 el rico perdido ruega por sus hermanos. Quizás hasta entonces no se había preocupado por nadie más, pero ahora sí. No quería que sus hermanos fuesen “a este lugar de tormento”, pues eso no es una parábola ni una leyendo, sino un lugar que realmente existe y sufren los que están allí.
    Abraham responde en el verso 29, “A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos”. Esto quiere decir: “Que lean y hagan caso de la Palabra de Dios”. Cada sábado en las sinagogas leen las Escrituras. Pero ¿quién hace caso de lo que oye? Eso pasa hoy en muchas iglesias, pues Biblias hay, y lecturas, y predicaciones, pero ¿quién oye provechosamente? Es curioso que Abraham vivía antes de Moisés y los profetas, nunca vio las Escrituras, pero las conocía, pues en el cielo todos saben estas cosas.
    En el verso 30 el rico muerto insiste que si alguien fuese de los muertos, sus hermanos lo harían caso, pero se equivocó. Los muertos no vuelven. No hay fantasmas ni espíritus de muertos ni nada así en la tierra. La muerte de la persona inconversa es un callejón sin salida, y sin marcha atrás. “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y despúes de esto, el juicio” (Hebreos 9.23).
    Por eso, Abraham responde con firmeza: “Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos” (v. 31). Hay que “oír” la Palabra de Dios, pues en ella está el mensaje de salvación. Nada de milagros y espectáculos y emociones. El tiempo para oír la Palabra y hacer caso es ahora, en esta vida. Un segundo después de la muerte, será demasiado tarde.

    El perdón de tus pecados, la salvación de tu alma, y la vida eterna están en base la fe en Dios y Su Palabra, el Evangelio. Solo el que cree (confía) en el Hijo, será salvo. Si no oyes (haces caso) a Cristo y el evangelio, te perderás, y no habrá remedio. Ahora es tu oportunidad. No demores, porque la muerte a ti también te alcanzará, y entonces, ¿dónde estarás?

Lucas Batalla
25 febrero 2024