Tuesday, May 31, 2022

El Rey Manasés: el Colmo de la Maldad

Texto: 2 Cr. 33.1-20  (2 R. 21.1-18)


Manasés era hijo malo de padre bueno – Ezequías. A los padres buenos y espirituales poco les duele más que un hijo incrédulo e infiel. Reciben todo el amor y cuidado, e instrucción en el buen camino, pero dan media vuelta y se van al mundo. No reconocen que son ingratos e infieles, solo piensan que son independientes. Así fue el caso de Manasés, hijo de Ezequías y Hepsiba (2 R. 21.1).
    Comenzó a reinar con solo doce años de edad, y aunque tenía padres piadosos, no honró su memoria ni guardó su instrucción. Proverbios 25.1 informa que los varones de Ezequías copiaron al libro algunos de los proverbios de Salomón. Pero Manasés no atesoró los sanos consejos y advertencias de Proverbios, sino escogió el camino de la maldad. Es muy posible que alguien o algunos en el palacio le aconsejaran malamente, pero Manasés tuvo que escoger entre esas voces y la instrucción piadosa de sus padres, y escogió mal. En lugar de proponer en su corazón el no contaminarse (Dn. 1.8), se propuso lo contrario.
    Toda la nación vio sus malas obras, pero lo más importante es que las hizo “ante los ojos de Jehová” (2 Cr. 33.2). Todo pecado es en primer lugar contra Dios. Las malas actitudes y palabras, los malos pensamientos y hechos, ofenden e insultan al Dios santo y justo. Manasés siguió al mundo, es decir, la filosofía, religión y cultura de las naciones alrededor de Israel, cosas abominables a Dios. Hoy los jóvenes como Manasés, que son criados en los caminos de Dios, cuando deciden desviarse y practicar el mal, no pueden excusarse apelando a la ignorancia.
    Los versos 3-7 presentan una lista detallada de los hechos de la “contrarreforma” de Manasés. Todo lo que su padre piadoso había quitado, lo volvió a poner, y más. En una sola generación deshizo todas las reformas de Ezequías, y dio rienda suelta a toda clase de maldad. Contaminó la tierra de Judá, la ciudad de Jerusalén y el templo de Jehová:


· reedificó los lugares altos
· levantó altares a los baales
· hizo imágenes de Asera
· adoró y rindió culto a todo el ejército de  los cielos (el zodíaco – la astrología)
· edificó altares en los dos atrios de la casa de Jehová
· edificó altares a todo el ejército del cielo
· pasó sus hijos por fuego en el valle del  hijo de Hinom
· observaba los tiempos · miraba en agüeros
· era dado a adivinaciones, y consultaba a adivinos y encantadores
· puso una imagen fundida en el templo
· derramó mucha sangre inocente y llenó a Jerusalén de sangre (2 R. 21.16) * según la tradición mató aserrado al profeta Isaías, que había sido amigo y consejero de su padre.
 

El verso 6 resume así las cuentas de Manasés: “se excedió en hacer lo malo ante los ojos de Jehová, hasta encender su ira”.
    Los versos 7-8 relatan la promesa de Dios que Manasés violó. “En esta casa... pondré mi nombre para siempre” (v. 7), “y nunca más quitaré el pie de Israel de la tierra que yo entregué a vuestros padres” (v. 8). Pero había una condición de bendición – la obediencia y fidelidad del pueblo: “a condición de que guarden y hagan todas las cosas que yo les he mandado, toda la ley, los estatutos y los preceptos, por medio de Moisés” (v. 8). Observa que no divide entre “doctrinas fundamentales” y “doctrinas secundarias” como escuchamos hoy en muchas iglesias. La obligación era guardar y hacer  “todas las cosas...toda la ley, los estatutos y los preceptos”. Y todavía hoy es así, según mandó el Señor Jesucristo: “que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mt. 28:20). Israel debía guardar todo. No había un “mínimo” aceptable. ¿Por qué piensa la iglesia hoy que es diferente? “Sed hacedores de la palabra” todavía es el mandamiento (Stg. 1.22), y no hay rebajas.
    Pero Manasés hizo extraviarse la nación, “para hacer más mal que las naciones que Jehová destruyó delante de los hijos de Israel” (v. 9). Dios, en Su paciencia y misericordia, habló a Manasés y al pueblo, por los profetas, “más ellos no escucharon” (v. 10). El problema no era ignorancia, sino rechazo. Y por eso vinieron las consecuencias. En 2 Reyes 21.12-15 leemos el anuncio divino del juicio venidero y la destrucción de Jerusalén. Por Manasés habían llegado al punto de no retorno. En nuestros tiempos pasa algo similar, pues hoy muchos no sufren la sana doctrina sino escogen otras enseñanzas que les permiten hacer lo que quieran  (2 Ti. 4.3-4).
    El verso 11 anuncia las consecuencias del desvío de Manasés: castigo y humillación a manos de los asirios. Pusieron a Manasés en grillos y cadenas como un animal, y lo llevaron así a Babilonia. Quizás pensaba que nadie podía tocarle porque era el rey. El poder y las riquezas corrompen a los hombres, y les hacen creer que pueden hacer casi cualquier cosa. Creen que no son como los demás hombres, y que deben tener preferencia. Pero Dios aborrece la soberbia y la altivez, y a Manasés le quitó del trono y lo abatió.
    Los versos 12-13 relatan que en sus angustias, oró a Jehová, “humillado grandemente en la presencia del Dios de sus padres” (v. 12). Lástima que no le buscaba antes. Pero cuando se humilló, Dios le oyó. Dios es misericordioso y responde a la oración. La puerta del perdón está abierta, pero solo entran los que se arrepientan, se humillen y así se acerquen a Dios. Restauró a Manasés a Jerusalén, a su reino (v. 13), “entonces reconoció Manases que Jehová era Dios”. Observa que no dice: “su Dios”, sino “Dios”. No está claro que realmente se convirtiera, sino más bien parece que tuvo temor de Dios por primera vez en su vida. Recuerda el caso del malvado rey Acab, que cuando Dios anunció su juicio, reaccionó así: “rasgó sus vestidos y puso cilicio sobre su carne, ayunó, y durmió en cilicio, y anduvo humillado” (1 R. 21.27). Dios respondió así: “Pues por cuanto se ha humillado delante de mí, no traeré el mal en sus días; en los días de su hijo traeré el mal sobre su casa” (1 R. 21.29). Acab no se convirtió, pero al humillarse experimentó una prolongación de la misericordia de Dios.
    El caso de Mansasés parece similar al de Acab. El libro de Reyes no menciona su oración y cambio posterior, sino solo su maldad. 2 Reyes 21.18 informa que fue sepultado en el huerto de Uza, no en los sepulcros de los reyes. Observamos en 2 Crónicas 33.15-17 que Manasés hizo reformas en Jerusalén, pero no en el resto de Judá, pues quedaron los lugares altos. Él había contaminado de tal manera la nación que pasó el punto de no returno, rumbo a la destrucción y el cautiverio. 2 Reyes 24.3-4 anuncia: “Ciertamente vino esto contra Judá por mandato de Jehová, para quitarla de su presencia, por los pecados de Manasés, y por todo lo que él hizo; asimismo por la sangre inocente que derramó, pues llenó a Jerusalén de sangre inocente; Jehová, por tanto, no quiso perdonar”.
    Aprendamos de todo eso una lección. Manasés fue un hijo desobediente, y su camino terminó en castigo, destrucción, angustia y llanto. Fueron escritas esas cosas para nosotros. Ninguno de nosotros, ni jóven ni viejo, debe andar en el camino de Manasés. 1 Pedro 1.14 enseña que Dios quiere hijos obedientes que no se conforman a los deseos que tenían antes en su ignorancia.

    “sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir;  porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo. Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación” (1 P. 1.15-17).

de un estudio dado por Lucas Batalla, el 8 de mayo, 2022

Las Pruebas y Oraciones del Rey Ezequías

Texto: 2 Reyes 18:1-16
 

 El rey Ezequías, hijo de Acaz, es mencionado en 2 Reyes, 2 Crónicas e Isaías. Tenía 25 años cuando comenzó a reinar, y reino 29 años, lo cual significa que murió a los 54 años de edad. Había vivido durante 25 años del reino de su malvado padre que desvió a la nación, contaminó al templo y al final cerró las puertas del templo. Pero Ezequías creyó de veras en Jehová, e hizo lo bueno delante de Sus ojos, lo cual siempre es la fórmula para una vida que agrada a Dios. Mediante su fe y obediencia Ezequías trajo un gran avivamiento al país.
    Pero desde su cuarto año (29 años de edad) hasta el sexto año (31 años de edad) los asirios sitiaron y destruyeron a Samaria. Como los profetas de Dios había advertido, Israel fue llevado en cautiverio (vv. 9-12). Por su larga desobediencia al Señor el reino del norte desapareció, y por su obediencia al Señor el reino de Judá prosperó.
    Pero ocho años después, en el año 14 de su reino (39 años de edad), los asirios invadieron a Judá (v. 13). Esto no fue un castigo sino una prueba, porque los versos 3-8 declaran su fe y obras. Pero Ezequías, aunque era creyente, se dejó intimidar y cometió un error ante la presión de esa invasión (vv. 14-16) y dio el oro del templo al rey asirio para aplacar su ira. Ese plan salió de su sabiduría humana, no de la fe, y no funcionó.
    Los versos 17-37 demuestran que no sirvió para librarle, y tuvo que soportar las amenazas y la propaganda arrogante de los asirios. Entonces hizo lo que tenía que haber hecho al principio, oró al Señor pidiendo Su intervención (19:1-4). Esto debe hacernos pensar. ¿A quién acudimos cuando hay problemas? Los hijos piden a sus padres. Otros piden a un pariente, a un vecino, o a un hermano con dinero y poder. Pero debemos acudir a nuestro Padre celestial, porque Él sabe qué es lo que realmente necesitamos (Mt. 6.32). Cuando Ezequías escuchó del profeta Isaías la respuesta divina (2 R. 19.6-7), se dio cuenta de que a Dios le afectan las cosas que afectan a Su pueblo. Siglos después, Saulo perseguía a la iglesia, pero en Hechos 9.4 el Señor le preguntó: “¿Por qué me persigues?” Lo que afecta a los hijos de Dios afecta también a Dios.
    Las dos oraciones de Ezequías (2 R. 19.1-4 y 19.14-19), y la respuesta de Dios, ilustran lo que Santiago 5 dice, que “la oración eficaz del justo puede mucho” (Stg. 5.16). Esto debe darnos gran ánimo a orar y presentar nuestras peticiones al Señor, y confiar en Él antes que en los hombres. Dios respondió a Ezequías, primero por mensajes a través de Isaías, y luego por el ángel de Jehová que salió y mató a todo el ejército de los asirios en una noche (v. 35), y cuando Senaquerib volvió a Nínive, sus propios hijos lo mataron en el templo de su dios (vv. 36-37). Dios cumplió poderosamente Su promesa, en respuesta a una sencilla oración de un humilde justo. No hizo falta organizar nada, ni pedir a otros su ayuda, sino esperar en Dios. Es muy serio confrontarse con Dios y blasfemar como los asirios. Aprendieron lo que dice Hebreos 10.31, “¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!” Senaquerib no tuvo temor porque miraba a los débiles judíos, y confió en su ejército superior y en sus dioses, sin conocer al Dios vivo y verdadero y su gran poder. Tenía muchas máquinas de guerra, y gran fuerza militar, pero Ezequías tenía la oración y la fe en Dios. La victoria sorprendente nos debe animar a orar y confiar en Dios.
    Poco después de todo esto surgió otro problema. Con 39 años de edad, Ezequías se enfermó gravemente, y el mensaje de Dios llegó por Isaías: “Jehová dice así: Ordena tu casa, porque morirás, y no vivirás” (20.1). Pero en lugar de aceptar esto, oró con lágrimas y pidió más vida. Esto fue otro error suyo, por miedo a la muerte, o porque esperaba vivir más años para consolidar el reino. Podemos identificarnos con él, porque es natural que el ser humano sienta ansiedad ante las enfermedades y la muerte, aunque como creyentes debemos vencer por la fe esos temores.
    Otra vez oró Ezequías, y es a la vez bonita y patética su oración. Entre sollozos pidió más vida, y recordó al Señor que había hecho bien (20.2-3). Oró con todo su corazón, alma y emoción, implorando al Señor. Sin embargo, pedir así en oración no significa que tengamos razón. Hubiera sido mejor aceptar el plan de Dios. No siempre sabemos pedir lo que conviene. Es mejor decir “no se haga mi voluntad, sino la tuya”, pero Ezequías no dijo eso. De todos modos, Dios le tuvo misericordia, y concedió su petición, porque es compasivo.
    Ahora bien, no todos podrían decir como Ezequías: “he hecho las cosas que te agradan” (v. 3), y eso quita poder y eficacia de sus oraciones. Cuando hay pereza o pecado en nuestra vida, esto impide que Dios nos conteste las oraciones. “Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado” (Sal. 66.18). Si pedimos con duda o doblez en el corazón, no recibiremos lo que pedimos (Stg. 1.6-7). Hermanos, debemos vivir para agradar a Dios, no a nosotros mismos, y uno de los beneficios de vivir así es confianza al acercarnos en oración. Dice 1 Juan 3.22, “y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él”.
    Es interesante notar que Dios respondió en misericordia a Ezequías (2 R. 20.4-6) y le concedió 15 años más de vida. Pero esos años eran una gran responsabilidad. ¿Para qué quería vivir más? ¿Y para qué queremos tú y yo vivir más? Esos años extra que Dios le concedió fueron una prueba para Ezequías (2 Cr. 32.31), y no los aprovechó bien. Se portó locamente recibiendo a los embajadores de Babilonia y enseñándoles todos sus tesoros – una gran indiscreción que sembró en Babilonia la idea de tomar los tesoros de Jerusalén (2 R. 20.12-19). Nos informa 2 Crónicas 32.25-26 que Ezequías no correspondió al bien que Dios le hizo, y hermanos, me temo que esas tristes palabras se podrían decir también de nosotros. Hemos recibido mucho bien y muchas misericordias de Dios, y vida que nos ha concedido, pero ¿qué hacemos para Él con lo que nos ha concedido? Luego Ezequías se humilló (v. 26), y eso es lo que debemos hacer.  Cuando estamos en apuros pensamos en Dios y oramos, pero cuando recibimos bendición, ¿qué hacemos, cómo vivimos? Dice 2 Crónicas 32.33 que Ezequías fue honrado en su muerte, pues lo sepultaron en el lugar más prominente, en reconocimiento del bien que había hecho.
    De la vida de este rey piadoso aprendemos que a veces vienen pruebas y dificultades, y puede que en un momento de poca fe o de temor fallemos, pero siempre debemos humillarnos y clamar a Dios. En las pruebas aprendemos que nosotros no tenemos sabiduría ni fuerza, sino dependemos de Dios. Siempre debemos acudir a Él en oración: confiar, orar, esperar y luego manifestar nuestra gratitud mediante vidas obedientes. La oración eficaz del justo puede mucho. Seamos personas de fe, de obediencia y de oración.

Lucas Batalla, de un estudio dado el 20 de marzo, 2022


“En el día que temo, yo en ti confío”
Salmo 56.3

El Asiento Vacío

Texto: 1 Samuel 20.1-4; 18-34

   Saúl, impulsado por envidia, había comenzado a perseguir a David, buscando matarlo. Por eso David se ausentó de la fiesta tradicional de la nueva luna. Saúl notó su asiento vació, y el príncipe Jonatán, su amigo, presentaba sus disculpas para ver cómo reaccionaría Saúl. Su reacción violenta dejó claro que sus intenciones eran malas, y así comenzó la huida de David.
    Tarde o temprano cada uno de nosotros tendrá que dejar el asiento vació. Notamos la ausencia de familia y amigos que ya no están con nosotros. Y no solo es por fallecimiento, pues en algunos casos es por enfermedad, o por un viaje o un traslado, y tristemente en otros es porque se apartaron, como por ejemplo en la historia del  hijo pródigo (Lc. 15). Pero aun los fieles creyentes dejarán un día su asiento vació, cuando partan para ir a la presencia del Señor. Lo peor no es el asiento vacío en el hogar o en la congregación, sino el asiento vació en el cielo, porque podía haber sido salvo pero no creyó. Cierto es que en el corazón de Dios hay lugar para todos, ya que Cristo gustó “la muerte por todos” (He. 2.9), pero solo los que creen estarán en el feliz hogar eterno en el cielo.
    En Lucas 13.25-28 el Señor advierte que algunos serán excluidos, no porque no fuesen elegidos, sino porque no se esforzaron para entrar por la puerta angosta. Su asiento estará vacío. Pero en el verso 29 vemos a otros, los creyentes que “se sentarán a la mesa en el reino de Dios”. Luego en Lucas 16. 22-29, Lázaro “fue llevado por los ángeles al seno de Abraham” (v. 22), pero el rico faltó ahí porque abrió sus ojos en el Hades, el lugar de los incrédulos muertos. Dios quiere que todos los hombres sean salvos (1 Ti. 2.4), quiere llenar Su casa (Lc. 14.23), pero faltarán los que rehúsan creer el evangelio.
    Pero mis hermanos, a veces vemos en los creyentes un concepto equivocado de la seguridad. Es cierto que todo creyente tiene seguridad eterna en las manos del Señor. Pero a veces parece que pensamos que siendo eso verdad, no pasa nada si faltamos, o que nuestra presencia en la asamblea no es importante ni necesaria. Pensar así es un error. Pablo escribió a la asamblea en Corinto: “Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular” (1 Co. 12.27). En ese cuerpo, si faltan miembros los demás se ven afectados – se nota el asiento vacío.
    Cuando fallece un hermano, notamos su ausencia entre nosotros. Con tristeza nos hemos despedido de varios hermanos así, tristes porque no los veremos más aquí. Su asiento entre nosotros está vació, y les echamos en falta, pero aun así nos gozamos por ellos porque están con el Señor y eso es mejor. Tienen lugar en la casa del Señor (Jn. 14.1-3). Un día cuando estemos ahí, nuestra tristeza se convertirá en gozo (Jn. 16.10).
     También notamos el asiento vacío del hermano que está enfermo, o de viaje. Entre nosotros, lastimosamente, sucede que algunos faltan en la reunión pero no sabemos por qué, porque no han tenido la consideración de comunicarse con los hermanos. Tales casos deben ser investigados por los ancianos, porque el Señor les manda velar por las almas de los hermanos (He. 13.17). Si faltas sin decir nada a nadie, causas preocupación, y no te debes extrañar si los hermanos llaman o visitan para ver qué pasa.
    Una de los privilegios de la comunión en la asamblea es la asistencia y participación en las reuniones, y el beneficio espiritual que esto nos da. Pero este privilegio también es una responsabilidad que debemos tomar en serio. No es correcta la práctica de andar entre varias asambleas. Debemos ser recibidos en comunión en una, y echar nuestra suerte con ella. Si por alguna razón no podemos ir, lo correcto es informar antes a los hermanos, para que al ver nuestro asiento vació sepan qué es lo que pasa. Así que, es importante reunirse con los hermanos pero todavía más importante es reunirse con el Señor, porque Él no falta en ninguna reunión. Él quiere vernos ahí, como dice el Salmo 50.5, “Juntadme mis santos”.  
    En Números 9.10-13 vemos un precepto importante acerca de la pascua. Solo era permisible faltar en la pascua por estar inmundo o estar de viaje (v. 10), y en tales casos la debía celebrar el siguiente mes (v. 11). Pero si estaba limpio y no estaba de viaje, y no celebraba la pascua, debía ser cortado del pueblo – pena de muerte, “por cuanto no ofreció a su tiempo la ofrenda de Jehová, el tal hombre llevará su pecado” (v. 13). Esto era para Israel, por supuesto. Pero recordemos que el Señor reemplazó la pascua con la cena del Señor, y el precepto es que debemos tomar muy en serio nuestra responsabilidad de acudir y hacer esto en memoria de Él. Las reuniones de la asamblea tienen prioridad para todos los que están en comunión en ella, y esto es una de las maneras de buscar primeramente el reino de Dios y Su justicia (Mt. 6.33). El domingo es día del Señor, no nuestro. No tenemos Su permiso para dar este día a la familia o los amigos, o para otras cosas. Si nos preguntan o dicen que quieren planificar algo para ese día, debemos responder: “Ya tengo compromiso con el Señor, pues los domingos son Suyos”. Es parte del testimonio que damos a ellos, y recuerda, el Señor honra a los que le honran.
    Cualquiera puede faltar alguna vez debido a una enfermedad, o porque tenga que trabajar o esté de viaje. Pero es preocupante cuando hermanos comienzan a faltar frecuentemente, de manera crónica, y la mitad del tiempo no están, y no se puede contar con ellos. Entonces, algo pasa en su corazón, en su vida espiritual, porque este comportamiento no es normal. La actitud buena y sana del creyente es como dijo David: “Yo me alegré con los que me decían: a la casa de Jehová iremos” (Sal. 122:1). Su corazón lo desea, como dice el Salmo 42.2, “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?”
    Curiosamente, hay un caso cuando el Señor faltó en cierto lugar. En Juan 11.21 y 32, Marta y María se quejaron de la ausencia del Señor, diciendo: “si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Por supuesto que esa ausencia fue con un bendito propósito: la resurrección de Lázaro y la gloria de Dios. Pero hermanos, podemos estar seguros de que el Señor no falta en ninguna reunión de los creyentes, porque cumple Su promesa. “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18.20). No le importa que sean pocos, Él se une a ellos. ¿Cómo sería, hermanos, si Cristo faltara, si no estuviera en la reunión? ¿Hemos pensado en esto? Pero algunos tratan la reunión como si Él no estuviera. Y hay quienes les importa el tamaño de la congregación, porque siempre preguntan: “¿cuántos sois?”. Parece que si no hay muchos, no les interesa ir. El tamaño significa muy poco. Los estadios, los cines, los restaurantes y las discotecas están llenos de muchedumbre de personas, y todas ellas están equivocadas y en mal camino.
    El que no quiere estar con el Señor en la vida (en comunión diaria y en la congregación), no estará con Él en el cielo. ¿En qué lugar estamos mejor que en la presencia del Señor, y con Él en la reunión de los santos donde Él es honrado? Por eso, el asiento vacío es cosa triste, pero todavía más triste es el asiento vacío en el cielo – el de los que no quieren oír Su Palabra, no quieren arrepentirse, y de los que quieren “creer” a su manera pero seguir en el mundo.
    Hermanos, debemos poner al Señor primero. Debemos manifestarle nuestro amor de manera práctica, y esto incluye la reunión. Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella. Si nosotros amamos al Señor y a la iglesia, se verá en nuestra conducta, en nuestras prioridades.
    En Juan 20 leemos acerca del asiento vacío de Tomás. El verso 19 relata que los discípulos estaban reunidos a puerta cerrada, y que el Señor vino y se puso en medio de ellos. Fue un encuentro maravilloso, porque Él se manifestó a ellos. Y el verso 24 dice: “Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino”. Tomás perdió el encuentro con el Señor y la comunión con los demás discípulos. Si hacemos como Tomás, también perderemos.
    Hebreos 10:25 manda claramente a todo creyente: “no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca”. Hechos 2.42 habla de perseverar en las reuniones de la asamblea. Perseverar no es algo esporádico, sino indica nuestro compromiso y devoción. Examinemos nuestro corazón e invitemos al Señor a examinarnos, para ver si hay en nosotros cualquier actitud incorrecta acerca de la iglesia, y dejemos que el Señor nos guíe en el camino eterno. En esta vida este camino conduce a las reuniones de la asamblea y la comunión de los santos. No dejemos vacía nuestro asiento.

Lucas Batalla y Carlos Knott, adaptación del estudio dado por Lucas el 24-4-22

Salmo 122: La Dicha y el Deber de Congregarse

Texto: Salmo 122
 

Este “cántico gradual” es uno de los Salmos compuestos para ser cantado al subir a Jerusalén para adorar.  Comienza así: “Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos” (Sal. 122.1). Así escribió David acerca de la dicha de reunirse con el pueblo de Dios. Pero hoy no todos comparten su sentir. El hijo de un predicador bien conocido en España dijo a su padre que si le amaba de verdad no iría a la reunión de la tarde para predicar, sino saldría al recreo con él. Así hizo, se ausentó del culto y no predicó. Esto es lo contrario de lo que dice el verso citado arriba. Dios quiere a Sus santos reunidos, y quiere ocupar primer lugar en la vida de todos. Ese predicador cometió varios errores. Primero, no iba a ganar así a su hijo. Segundo, puso mal ejemplo para los hermanos. Y tercero y lo más importante, desagradó a Dios, poniéndolo en segundo lugar.
El verso 1 expresa lo importante que es la casa de Dios. Obviamente, para los israelitas esa casa era el templo de Dios en Jerusalén, que es lo que especialmente destacaba esa ciudad elegida por Dios. Recibieron instrucciones detallando la distribución y construcción de esa magnífica casa. El templo era el centro de la vida espiritual de la nación, y como tal, de suma importancia. El salmista expresó su añoranza de estar ahí, en el Salmo 42.2 y 4.
     Pero hoy también Dios tiene casa. No es un edificio, sino la iglesia, como bien dice 1 Timoteo 3.15, “para que si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad”. Aclaramos que Israel, Jerusalén y el templo no son hoy la iglesia. Sin embargo, podemos hallar principios espirituales que son aplicables a la iglesia.
    La actitud de David debe ser la nuestra: “Yo me alegré”. El Salmo 84 expresa el deseo personal: “¡Cuán amables son tus moradas, o Jehová de los ejércitos! Anhela mi alma, y aun ardientemente desea los atrios de Dios” (vv. 1-2). Pero no siempre es así, pues en Malaquías 1.13 Dios acusa a Su pueblo: “Habéis además dicho: ¡Oh, qué fastidio es esto!”. Hoy también hay los que suspiran porque no desean ir a otra reunión, y es señal de malas prioridades o de malestar espiritual.
    David dijo: “con los que me decían…”, es decir, reunirse con el pueblo de Dios, en presencia de Dios. No cada uno en su casa, sino reunidos, congregados en el lugar donde el Señor ha puesto Su Nombre. Debemos alegrarnos en la reunión con los santos. La pregunta es: ¿Amo la casa de Dios—la iglesia? No podemos prescindir de la reunión del pueblo de Dios, ni debemos permitir que otras cosas se antepongan a las reuniones y la comunión en presencia del Señor.
    Los versos del 2 al 5 describen su experiencia en el pasado, cuando subían. En los versos 2 y 3 notamos que en aquel entonces Jerusalén era el lugar escogido por Dios. “Nuestros pies estuvieron dentro de tus puertas” indica la presencia física. ¿Dónde mejor? No estaban ahí solo en sus pensamientos, sino “cuerpo presente”. Es importante que recordemos esto hoy, porque el internet y los programas como Zoom y YouTube no deben reemplazar la reunión de los santos. No es una reunión la que se hace en pantallas y redes sociales. Sus pies están en su casa o donde sea, pero no “dentro” del local de reunión con los demás hermanos. 
    El verso 4 continúa: “allá subieron las tribus…”. No se quedaron cada uno en su lugar, sino había que subir a Jerusalén, a la casa de Dios, y reunirse para adorar. Observa que subieron “conforme al testimonio dado a Israel”, porque era Dios que mandó reunirse el pueblo. Y podemos afirmar que hemos sido salvados para vivir en comunión con Dios y los Suyos. El Salmo 22.25 afirma: “De ti será mi alabanza en la gran congregación; mis votos pagaré delante de los que le temen”. Hoy nos reunimos como iglesia porque así el Señor lo desea y lo ha mandado.
    El verso 5 enseña la importancia de aquella ciudad: “las sillas de juicio” y “los tronos de la casa de David”. El templo y el tribunal real estaban solamente en Jerusalén. Allí el israelita encontraba un ambiente sano, santo y edificante. Era mejor estar ahí que quedarse en casa. Vemos ilustrada la importancia de la reunión de la iglesia, porque el Señor mismo ha prometido estar en cada reunión. “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18.20). Ahora bien, “congregados” no es por email o videoconferencia, sino indica el compromiso, esfuerzo y sacrificio de alistarse e ir al lugar de reunión. Es curioso como algunos van al trabajo o reciben visitas, aunque tengan algún dolor o molestia, pero cualquier cosa de esas les vale de excusa para no congregarse. Hermanos, el sacrificio de alabanza incluye el sacrificio vivo de nuestro cuerpo (Ro. 12.1). Vemos la importancia de la familia espiritual sobre la familia física, porque la espiritual honra a Dios y es la que tendremos en el cielo. Nuestra familia es importante, pero no tiene preferencia.
    Lucas 4.16 enseña que el Señor daba prioridad siempre a la reunión del pueblo. En los días de reposo, Él estaba en la sinagoga “conforme a su costumbre”. Ya estaba decidido de antemano. No se levantaba con la decisión pendiente – voy o no voy. Se congregaba en los tiempos señalados. Si había reunión, Él estaba. En Mateo 13.54 le vemos en la sinagoga. Debemos seguir Su ejemplo y tener por costumbre fijo el reunirnos con la iglesia. Esto hacían los primeros cristianos, porque las cosas del Señor tomaban preferencia sobre lo demás. Hechos 2.46-47 enseña que “perseverando unánimes cada día” – no cada uno en su casa. En Hechos 13.14-15 observamos que en su viaje Pablo y Bernabé acudieron a la reunión de sinagoga. Hebreos 10.25 amonesta: “no dejando de congregarnos”, porque algunos ya habían comenzado a ausentarse, y eso no es bueno.
    Volviendo al Salmo 122, vemos en el verso 6 lo más destacado de Jerusalén: el templo – la casa de Dios. David desea para ese lugar prosperidad, paz y descanso (vv. 6-7). El verso 8 expresa su amor a sus hermanos y compañeros – porque se veían en el templo cuando se congregaban. Apliquemos estas verdades de la siguiente manera. Si amamos a los hermanos, nos congregaremos con ellos. ¿Quiénes son nuestros compañeros? ¿Son los que aman al Señor y la iglesia? ¿Son “los que de corazón limpio invocan al Señor”? (2 Ti. 2.22). “Buscaré tu bien”, declara, y hermanos, nosotros también debemos buscar el bien de la iglesia.  En el verso 9 el salmista expresa que ama a la casa del Señor. Así nosotros debemos amar a la iglesia, y congregarnos siempre con los hermanos en presencia del Señor.
    Pero no podemos buscar el bien de la casa de Dios si nos ausentamos, ni si nos juntamos con los que quieren cambiar a la iglesia usando la excusa: “el mundo cambia” o “los tiempos cambian”. La iglesia es obra del Señor, y no nos toca cambiarla, ni desestimarla. No demos prioridad a una visita de familia o amigos, ni a comidas especiales, cumpleaños y despedidas. Ya tenemos compromiso previo con el Señor, y no debemos dar a otros el tiempo que es para Él. Hagamos nuestras las palabras de David: “Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos”, y conoceremos Su aprobación y bendición.

 

De un estudio dado el 10 de abril, 2022

Salmo 116: Un Salmo de Amor y Gratitud

Este hermoso salmo fue escrito por un autor desconocido, en respuesta a un hecho puntual de liberación, una intervención divina a favor suyo. Los salmos están para más que empezar una alabanza. Contienen ejemplos y lecciones muy importantes para nosotros. En éste vemos qué hacer cuando sufrimos o estamos en algún  peligro: suplicar al Señor e invocar Su Nombre en oración. Y cuando responda, no olvidemos de expresar gratitud.
    Comienza diciendo: “Amo a Jehová” (v. 1), que es algo que decimos poco y deberíamos decir más. Es el amor sano y superior a todos los otros amores, y está contemplado en la Ley de Dios (Dt. 6.5).
    El resto del verso 1 y el verso 2 dan el motivo específico en este caso, pero no la única razón. “Pues ha oído mi voz y mis súplicas. Porque ha inclinado a mí su oído”. Por eso, resuelve invocarle durante toda la vida, no solamente en los apuros. No debemos acercarnos a Dios solo en tiempos malos, ni amarle solo porque contesta nuestras oraciones.
    Los versos 3-4 relatan cuál era su situación: “ligaduras de muerte”, “angustias del Seol”, “angustia y dolor”. Estaba en gran peligro y no veía la solución. Entonces no habló con los hombres, sino oró a Dios: “libra ahora mi alma”. En el Salmo 56:3 David declaró: “En el día que temo, yo en ti confío”. Lo primero y principal que debemos hacer en todo caso es confiar en Dios y orar a Él buscando Su ayuda.
    Los versos 5-8 hacen memoria de la respuesta divina. Dios es clemente, justo y misericordioso, y guarda a los sencillos. Estos atributos se manifiestan en los hechos, a favor de los sencillos. Sencillo quiere decir que sinceramente confían en el Señor, y Él es su esperanza. La clemencia y misericordia divina están en perfecta armonía con la justicia divina. No hay conflicto ni desequilibrio. En el verso 7 el salmista se habla: “Vuelve, oh alma mía, a tu reposo, porque Jehová te ha hecho bien”. Nosotros también debemos hablarnos así, pues no es marca de locos sin de los que están espiritualmente en sus cabales. Es bueno darse consejos sanos y vocalizar el bien que Dios nos hace. De esta manera encaminamos nuestra mente y nuestras emociones hacia lo bueno. En el verso 8 vuelve a hablar a Dios, confesando con gratitud que ha sido liberado de muerte, lágrimas y de resbalar.
    Resuelve en el verso 9 que andará delante de Él, y no está pensando en el cielo en el futuro, sino en su vida aquí y ahora – “en la tierra de los vivientes”. Dios dijo a Abraham: “Anda delante de mí y sé perfecto” (Gn. 17.1). Andamos delante del Señor cuando estamos conscientes de que Él nos ve, y procuramos agradarle en nuestros hechos. Así debemos vivir.
    En los versos 10 y 11 confiesa que cuando estaba afligido y apresurado se desconfió de todo. Es una reacción típica pero a veces equivocada: “Todo hombre es mentiroso” quiere decir que no se fiaba de nadie, quizás porque alguien le había fallado o engañado. Todos hemos pasado por experiencias así, pero no debemos amargarnos ni ceder a una desconfianza total. Efesios 4.15 nos llama a seguir la verdad en amor, y los creyentes debemos hablar la verdad, ser fieles, ayudarnos mutuamente y cumplir nuestras promesas.
    Los versos 12-19 dan su respuesta a Dios por Su bondad. “¿Qué pagaré?” (v. 12) no quiere decir que haya que comprar el favor divino, sino expresa la idea de responder y enseñar que apreciamos Su ayuda. Nuestra deuda es de gratitud, y la expresamos en los hechos. La salvación es gratis, no por obras, pero el que es salvo siente gratitud y obligación. “Tomaré la copa de la salvación, E invocaré el nombre de Jehová” (v. 13). Los salvos hacemos esto, pues otros no pueden. El Señor apuró la copa de maldición por nosotros en el Calvario, y nos dejó copa de salvación, y de bendición (1 Co. 10.16). El salmista promete pagar sus votos (v. 14). Números 30.2 enseña que hay que cumplir lo que prometemos a Dios. A veces le prometemos cosas cuando estamos en apuros, pero cuando Él responde, no cumplimos lo que habíamos dicho, y eso es feo y desagradable. Seamos fieles a nuestras promesas. Además de esto, el matrimonio es un voto, hecho delante de Dios y no se debe violar.  El verso 15 indica cómo Dios considera la muerte de los creyentes: es preciosa en Sus ojos, porque así ellos llegan a Su presencia, y eso es lo que Él quiere, que estemos con Él. Pero no es la muerte de todos, o de cualquiera, sino de “sus santos” – los creyentes. La muerte del creyente no es un desastre ni una desgracia, pues al abandonar el cuerpo se encuentra presente con el Señor. El Salmo 16.11 dice: “En tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre”. No es agradable la muerte, sino el resultado de ella. No debemos actuar como los del mundo que tienen tanto temor y pánico frente a la muerte.
    Expresa certeza en el verso 16, “Ciertamente yo soy tu siervo, siervo tuyo soy, hijo de tu sierva”. Reconoce a su madre, una mujer espiritual y servidora. Las hay buenas y malas, espirituales y mundanas, pero la del salmista era creyente. La expresión: “siervo tuyo soy” indica que puso el servicio a Dios antes que su madre, y así debe ser, que Dios tenga la preeminencia significa que viene antes que la familia. Cuando dice: “Has roto mis prisiones”, habla poéticamente de su enfermedad, sus apuros y el peligro en que estaba. Dios puede romper prisiones, y librarnos de vicios, y de situaciones en las que no vemos salida.
    Por esa libración, el salmista expresa nuevamente su intención de manifestar gratitud, primero con sacrificios de alabanza (v. 17). Hebreos 13.15 enseña que esto también es nuestro deber. Repite: “Pagaré ahora mis votos delante de todo su pueblo” (v. 18), esto es, en la congregación, como testimonio de gratitud. Todo esto lo hará “en los atrios de la casa de Jehová, en medio de ti, oh Jerusalén. Aleluya” (v. 19). Cuando escuchamos la gratitud y la alabanza de otros, esto nos estimula y anima.
    Debemos vivir en constante gratitud y confianza, y expresarlo a Dios. Debemos hacer memoria de todo el bien que nos hace. Debemos amarle, y expresar nuestro amor, pues Él quiere nuestro corazón. Él nos ha amado primero (1 Jn. 4.19), y sin nada en nosotros que mereciera Su amor. En cambio, Él merece todo nuestro amor, y espera escucharnos expresarlo, y también espera ver nuestro amor en hechos de obediencia a Su Palabra (Jn. 14.15). Respondamos, pues, el amor con amor se paga.

   Lucas Batalla, estudio dado en Sevilla, 27-2-22

3 Juan: Vivir La Verdad

Texto: 3 Juan 1:1-15
 

Después de apóstol Pablo, Juan fue el que más contribuyó al Nuevo Testamento: el Evangelio según Juan, tres epístolas y el libro de Apocalipsis. Cada libro tiene su tema o clave, y en esta epístola la clave es “la verdad”. Hay cuatro personas nombradas: Juan, Gayo, Diótrefes y Demetrio, y otras solo llamadas “hermanos”.
    Juan se describe como “el anciano” (v. 1), es decir, avanzado en años. Dirige su epístola a Gayo, diciendo: “a quien amo en la verdad”. La verdad es el ámbito del amor del apóstol, y aquí describe la comunión fraternal de los que creen, y la base de su relación es “la verdad”, no otra cosa.
    El verso 2 continúa el saludo, y afectuosamente llama a Gayo “amado”. Daniel también fue llamado “muy amado” (Dn. 9.23), por su lealtad y piedad práctica. Dios ama a todo creyente, pero hay una esfera especial del amor divino para los que se acercan a Él y viven piadosamente. ¿Conocemos este amor especial? Juan desea a Gayo prosperidad y salud, pero no de cualquier modo, sino de acuerdo al estado de su alma. Es una bendición para los que andan en comunión con el Señor, pero para los que no, resulta ser una maldición. Si tuviéramos todos la misma prosperidad y salud que tiene nuestra alma – si nuestra vida económica y física correspondiera a nuestra condición espiritual, ¿cómo estaríamos? Obviamente Juan consideraba la salud del alma más importante que otras cosas, pero hoy no muchos piensan como él. Pocos buscan la prosperidad espiritual. ¿Cómo podemos hacer esto? Hay que ejercitarnos para la piedad, dedicando tiempo diario a la oración, al estudio de la Palabra y en adoración a Dios. El médico puede decirnos cómo está nuestra salud física, pero con qué frecuencia analizamos nuestra salud espiritual?
    En el verso 3 Juan expresa el gozo que sentía cuando llegaron algunos hermanos que habían estado de visita donde Gayo, y dieron buen testimonio de él. Dice “de tu verdad”, porque esto enfatiza que ellos vieron la verdad en él, porque vivía conforme a ella. Para muchos hay una discrepancia entre la verdad que dicen que creen, y como viven, pero Gayo no era así. “Dieron testimonio...de cómo andas en la verdad”. Esto es qué hacer con la verdad, no solo saberla, hablar o cantar de ella. La verdad no se practica solo en unas reuniones, sino en la vida cotidiana, donde afecta nuestro carácter y conducta: “tu verdad”. Pablo enfatizó “el conocimiento de la verdad que es según la piedad” (Tit. 1.1). El Señor Jesucristo rogó al Padre: “santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Jn. 17.17). Juan valoraba grandemente la verdad, pues él estuvo exiliado en la isla de Patmos por seguir la verdad (Ap. 1.9).
    En el verso 4 Juan expresa el gran gozo de ver a sus hijos andando en la verdad (véanse 2 Jn. 4, 6). La palabra “hijos” indica a los creyentes que él había enseñado personalmente, como Pablo llamaba a Timoteo “hijo” en la fe. Que sean nuestros hijos físicos, o espirituales, el gozo verdadero no viene de verles adquirir títulos, fama y dinero en el mundo, sino de observar su progreso espiritual, andando en la verdad. “Ando en tu verdad” dijo el salmista (Sal. 26:3). Los hijos nuestros que no andan en la verdad, sino que nos tienen por locos, anticuados o estrictos, un día se darán cuenta de su error, porque la bendición de Dios es con los que andan en Su verdad.
    El verso cinco contiene su consejo a Gayo, animándole a seguir su fiel conducta de ayudar a los hermanos – esto es – los que llegan de visita, porque dice “especialmente a los desconocidos”, los que vienen de fuera. No olvidemos de brindar la hospitalidad y ayuda práctica a los hermanos que viajan para servir al Señor. Gálatas 6.10 da prioridad a “los de la familia de la fe”. 1 Juan 3.16-18 nos llama a enseñarles el amor práctico y ayudarles en su necesidad. Parte del buen testimonio de Gayo era que hacía esto. El verso 6 le anima a encaminarles como es digno “de su servicio a Dios”. Encaminar es proveer lo que necesitan en su viaje, incluso los gastos de viajar pero más que esto. Esos hermanos no se servían a sí mismos, sino a Dios, y a las iglesias del Señor. Dios aprecia su servicio y nosotros también debemos apreciarlo.
    ¿Qué es lo que motivó a esos hermanos a salir para servir a Dios? Sencillamente: “por amor del nombre de Él”. Nosotros nos congregamos en el nombre del Señor, oramos en Su nombre y hacemos buenas obras en Su nombre. Los que salen a la obra misionera, dejando atrás su patria, empleos, parientes y casas, lo hacen por amor a Cristo, deseando dar a conocer Su N ombre, porque según Hechos 4.12 no hay otro nombre por el cual podamos ser salvos. Por amor al nombre del Señor se sacrifican, y viven por fe, confiados en Él para su sostenimiento: “sin aceptar nada de los gentiles”. Esto quiere decir que no recibían apoyo económico de los que eran ajenos a la fe. En el verso 8 Juan afirma que es nuestro privilegio y deber ayudar a los siervos de Dios: “debemos acoger a tales personas, para que cooperemos con la verdad” . Ellos predican y enseñan la verdad, y si les damos ayuda, cooperamos con la verdad.
    En los versículos 9 y 10 Juan cambia y habla de un hombre que no coopera con la verdad: Diótrefes. Informa a Gayo: “Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes... no nos recibe” (v. 9). Quizás por eso escribía a Gayo, porque sus cartas a la iglesia habían sido rechazadas por Diótrefes. Es el peligro que corre cualquier iglesia cuando hay un solo hombre que ejerce autoridad y responsabilidad. Debe haber una pluralidad de ancianos, sin rango entre ellos, para administrar el cuidado espiritual y los asuntos de la iglesia. Pero de algún modo Diótrefes había conseguido tener las riendas en sus manos. Su problema era: “le gusta tener el primer lugar entre ellos” (v. 9). Ya que ocupaba ese lugar, no quería recibir instrucción ni corrección de otros como el apóstol, así que no los recibía. No quería que nadie señalara un error en su vida ni que se opusiera a sus prácticas, así que usó de la censura. No solo no recibía las cartas ni las propuestas visitas, sino: “y no contento con estas cosas, no recibe a los hermanos, y a los que quieren recibirlos se lo prohibe, y los expulsa de la iglesia” (v. 10). De este modo censuraba y controlaba todo contacto con los que podía causarle dificultades. Tristemente, consiguió controlar a los creyentes en esa iglesia. Quizás algunos eran empleados suyos, o él les sostenía económicamente, y por eso ellos temían contradecirlo. Pero Juan no temía, sino prometió confrontarlo: “Por esta causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace parloteando con palabras malignas contra nosotros” (v. 10). Diótrefes hablaba contra Juan y otros siervos del Señor, y trataba de poner a la asamblea en contra de ellos para así proteger su dominio. Tomemos nota, hermanos. Ningún hombre debe controlar así a una asamblea del Señor, pero hay quienes lo hacen. Los tales no cooperan con la verdad, sino más bien se oponen a ella. No digan que es necesario para que funcione bien la iglesia. El Señor ha dado claras instrucciones a través de los apóstoles, y juzgará a los que usurpan Su lugar o modifican Su plan (Stg. 3.1). ¡Ay de los como Diótrefes cuando se presenten ante el tribunal de Cristo!
    En los versos 11 y 12 Juan exhorta a Gayo: “Amado, no imites lo malo, sino lo bueno” (v. 11). Es decir, no seas como Diótrefes. Debemos imitar a los que dan buen ejemplo. Por ejemplo, Pablo dijo: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Co. 11.1; Fil. 3.17). Juan declara que “el que hace lo bueno es de Dios”. En cambio, los que hacen lo malo, como Diótrefes, aunque tengan control de una iglesia, no han visto a Dios (v. 11). El que conoce y ama al Señor no ocupa el primer lugar entre sus hermanos, sino es humilde.
    El buen ejemplo que Juan menciona es Demetrio (v. 12), que sería otro hermano en aquella asamblea. Había tres testimonios buenos a su favor: “todos” – es decir, los hermanos; “la verdad misma” – su vida concordaba con las Escrituras; “nosotros” – los apóstoles y sus colaboradores. En Juan 21.24 leemos, “nuestro testimonio es verdadero”.  Demetrio era conocido por fe y sus hechos, y ojalá que haya más hermanos como él en las iglesias. No podemos ser apóstoles como Juan, ni debemos ser  como Diótrefes, ni seguir a personas como él, pero todos podemos seguir la verdad, ser fieles, y ayudar a los hermanos, como hacían Gayo y Demetrio.
    En los versos 13-14 Juan intima que tiene más que decir a Gayo, pero prefiere decirlo cara a cara y no con tinta y pluma. Cuando sea posible, no hay nada como una vista y conversación personal, en la que podemos ver el rostro y notar el tono de voz del que habla con nosotros. Las cartas, los artículos y las revistas tienen gran valor. Pero la visitación personal debe ser parte de toda obra pastoral. El apóstol termina en el verso 15 deseándole “la paz”; un saludo hebreo (shalom) y ahora cristiano, porque en el Señor Jesucristo tenemos esta paz (Ro. 5.1; Col. 1:20), y la paz de Dios debe gobernar en nuestros corazones (Col. 3.15). La epístola finaliza con el intercambio de saludos fraternos. Que nos animemos a vivir y andar “en la verdad” y que nuestra conducta dé buen testimonio de ella, para la gloria de Dios.    

de un estudio dado por Lucas Batalla, 13-2-22