Texto: Salmo 122
Este “cántico gradual” es uno de los Salmos compuestos para ser cantado al subir a Jerusalén para adorar. Comienza así: “Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos” (Sal. 122.1). Así escribió David acerca de la dicha de reunirse con el pueblo de Dios. Pero hoy no todos comparten su sentir. El hijo de un predicador bien conocido en España dijo a su padre que si le amaba de verdad no iría a la reunión de la tarde para predicar, sino saldría al recreo con él. Así hizo, se ausentó del culto y no predicó. Esto es lo contrario de lo que dice el verso citado arriba. Dios quiere a Sus santos reunidos, y quiere ocupar primer lugar en la vida de todos. Ese predicador cometió varios errores. Primero, no iba a ganar así a su hijo. Segundo, puso mal ejemplo para los hermanos. Y tercero y lo más importante, desagradó a Dios, poniéndolo en segundo lugar.
El verso 1 expresa lo importante que es la casa de Dios. Obviamente, para los israelitas esa casa era el templo de Dios en Jerusalén, que es lo que especialmente destacaba esa ciudad elegida por Dios. Recibieron instrucciones detallando la distribución y construcción de esa magnífica casa. El templo era el centro de la vida espiritual de la nación, y como tal, de suma importancia. El salmista expresó su añoranza de estar ahí, en el Salmo 42.2 y 4.
Pero hoy también Dios tiene casa. No es un edificio, sino la iglesia, como bien dice 1 Timoteo 3.15, “para que si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad”. Aclaramos que Israel, Jerusalén y el templo no son hoy la iglesia. Sin embargo, podemos hallar principios espirituales que son aplicables a la iglesia.
La actitud de David debe ser la nuestra: “Yo me alegré”. El Salmo 84 expresa el deseo personal: “¡Cuán amables son tus moradas, o Jehová de los ejércitos! Anhela mi alma, y aun ardientemente desea los atrios de Dios” (vv. 1-2). Pero no siempre es así, pues en Malaquías 1.13 Dios acusa a Su pueblo: “Habéis además dicho: ¡Oh, qué fastidio es esto!”. Hoy también hay los que suspiran porque no desean ir a otra reunión, y es señal de malas prioridades o de malestar espiritual.
David dijo: “con los que me decían…”, es decir, reunirse con el pueblo de Dios, en presencia de Dios. No cada uno en su casa, sino reunidos, congregados en el lugar donde el Señor ha puesto Su Nombre. Debemos alegrarnos en la reunión con los santos. La pregunta es: ¿Amo la casa de Dios—la iglesia? No podemos prescindir de la reunión del pueblo de Dios, ni debemos permitir que otras cosas se antepongan a las reuniones y la comunión en presencia del Señor.
Los versos del 2 al 5 describen su experiencia en el pasado, cuando subían. En los versos 2 y 3 notamos que en aquel entonces Jerusalén era el lugar escogido por Dios. “Nuestros pies estuvieron dentro de tus puertas” indica la presencia física. ¿Dónde mejor? No estaban ahí solo en sus pensamientos, sino “cuerpo presente”. Es importante que recordemos esto hoy, porque el internet y los programas como Zoom y YouTube no deben reemplazar la reunión de los santos. No es una reunión la que se hace en pantallas y redes sociales. Sus pies están en su casa o donde sea, pero no “dentro” del local de reunión con los demás hermanos.
El verso 4 continúa: “allá subieron las tribus…”. No se quedaron cada uno en su lugar, sino había que subir a Jerusalén, a la casa de Dios, y reunirse para adorar. Observa que subieron “conforme al testimonio dado a Israel”, porque era Dios que mandó reunirse el pueblo. Y podemos afirmar que hemos sido salvados para vivir en comunión con Dios y los Suyos. El Salmo 22.25 afirma: “De ti será mi alabanza en la gran congregación; mis votos pagaré delante de los que le temen”. Hoy nos reunimos como iglesia porque así el Señor lo desea y lo ha mandado.
El verso 5 enseña la importancia de aquella ciudad: “las sillas de juicio” y “los tronos de la casa de David”. El templo y el tribunal real estaban solamente en Jerusalén. Allí el israelita encontraba un ambiente sano, santo y edificante. Era mejor estar ahí que quedarse en casa. Vemos ilustrada la importancia de la reunión de la iglesia, porque el Señor mismo ha prometido estar en cada reunión. “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18.20). Ahora bien, “congregados” no es por email o videoconferencia, sino indica el compromiso, esfuerzo y sacrificio de alistarse e ir al lugar de reunión. Es curioso como algunos van al trabajo o reciben visitas, aunque tengan algún dolor o molestia, pero cualquier cosa de esas les vale de excusa para no congregarse. Hermanos, el sacrificio de alabanza incluye el sacrificio vivo de nuestro cuerpo (Ro. 12.1). Vemos la importancia de la familia espiritual sobre la familia física, porque la espiritual honra a Dios y es la que tendremos en el cielo. Nuestra familia es importante, pero no tiene preferencia.
Lucas 4.16 enseña que el Señor daba prioridad siempre a la reunión del pueblo. En los días de reposo, Él estaba en la sinagoga “conforme a su costumbre”. Ya estaba decidido de antemano. No se levantaba con la decisión pendiente – voy o no voy. Se congregaba en los tiempos señalados. Si había reunión, Él estaba. En Mateo 13.54 le vemos en la sinagoga. Debemos seguir Su ejemplo y tener por costumbre fijo el reunirnos con la iglesia. Esto hacían los primeros cristianos, porque las cosas del Señor tomaban preferencia sobre lo demás. Hechos 2.46-47 enseña que “perseverando unánimes cada día” – no cada uno en su casa. En Hechos 13.14-15 observamos que en su viaje Pablo y Bernabé acudieron a la reunión de sinagoga. Hebreos 10.25 amonesta: “no dejando de congregarnos”, porque algunos ya habían comenzado a ausentarse, y eso no es bueno.
Volviendo al Salmo 122, vemos en el verso 6 lo más destacado de Jerusalén: el templo – la casa de Dios. David desea para ese lugar prosperidad, paz y descanso (vv. 6-7). El verso 8 expresa su amor a sus hermanos y compañeros – porque se veían en el templo cuando se congregaban. Apliquemos estas verdades de la siguiente manera. Si amamos a los hermanos, nos congregaremos con ellos. ¿Quiénes son nuestros compañeros? ¿Son los que aman al Señor y la iglesia? ¿Son “los que de corazón limpio invocan al Señor”? (2 Ti. 2.22). “Buscaré tu bien”, declara, y hermanos, nosotros también debemos buscar el bien de la iglesia. En el verso 9 el salmista expresa que ama a la casa del Señor. Así nosotros debemos amar a la iglesia, y congregarnos siempre con los hermanos en presencia del Señor.
Pero no podemos buscar el bien de la casa de Dios si nos ausentamos, ni si nos juntamos con los que quieren cambiar a la iglesia usando la excusa: “el mundo cambia” o “los tiempos cambian”. La iglesia es obra del Señor, y no nos toca cambiarla, ni desestimarla. No demos prioridad a una visita de familia o amigos, ni a comidas especiales, cumpleaños y despedidas. Ya tenemos compromiso previo con el Señor, y no debemos dar a otros el tiempo que es para Él. Hagamos nuestras las palabras de David: “Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos”, y conoceremos Su aprobación y bendición.
De un estudio dado el 10 de abril, 2022
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