Texto: 2 Cr. 33.1-20 (2 R. 21.1-18)
Manasés era hijo malo de padre bueno – Ezequías. A los padres buenos y espirituales poco les duele más que un hijo incrédulo e infiel. Reciben todo el amor y cuidado, e instrucción en el buen camino, pero dan media vuelta y se van al mundo. No reconocen que son ingratos e infieles, solo piensan que son independientes. Así fue el caso de Manasés, hijo de Ezequías y Hepsiba (2 R. 21.1).
Comenzó a reinar con solo doce años de edad, y aunque tenía padres piadosos, no honró su memoria ni guardó su instrucción. Proverbios 25.1 informa que los varones de Ezequías copiaron al libro algunos de los proverbios de Salomón. Pero Manasés no atesoró los sanos consejos y advertencias de Proverbios, sino escogió el camino de la maldad. Es muy posible que alguien o algunos en el palacio le aconsejaran malamente, pero Manasés tuvo que escoger entre esas voces y la instrucción piadosa de sus padres, y escogió mal. En lugar de proponer en su corazón el no contaminarse (Dn. 1.8), se propuso lo contrario.
Toda la nación vio sus malas obras, pero lo más importante es que las hizo “ante los ojos de Jehová” (2 Cr. 33.2). Todo pecado es en primer lugar contra Dios. Las malas actitudes y palabras, los malos pensamientos y hechos, ofenden e insultan al Dios santo y justo. Manasés siguió al mundo, es decir, la filosofía, religión y cultura de las naciones alrededor de Israel, cosas abominables a Dios. Hoy los jóvenes como Manasés, que son criados en los caminos de Dios, cuando deciden desviarse y practicar el mal, no pueden excusarse apelando a la ignorancia.
Los versos 3-7 presentan una lista detallada de los hechos de la “contrarreforma” de Manasés. Todo lo que su padre piadoso había quitado, lo volvió a poner, y más. En una sola generación deshizo todas las reformas de Ezequías, y dio rienda suelta a toda clase de maldad. Contaminó la tierra de Judá, la ciudad de Jerusalén y el templo de Jehová:
· reedificó los lugares altos
· levantó altares a los baales
· hizo imágenes de Asera
· adoró y rindió culto a todo el ejército de los cielos (el zodíaco – la astrología)
· edificó altares en los dos atrios de la casa de Jehová
· edificó altares a todo el ejército del cielo
· pasó sus hijos por fuego en el valle del hijo de Hinom
· observaba los tiempos· miraba en agüeros
· era dado a adivinaciones, y consultaba a adivinos y encantadores
· puso una imagen fundida en el templo
· derramó mucha sangre inocente y llenó a Jerusalén de sangre (2 R. 21.16) * según la tradición mató aserrado al profeta Isaías, que había sido amigo y consejero de su padre.
El verso 6 resume así las cuentas de Manasés: “se excedió en hacer lo malo ante los ojos de Jehová, hasta encender su ira”.
Los versos 7-8 relatan la promesa de Dios que Manasés violó. “En esta casa... pondré mi nombre para siempre” (v. 7), “y nunca más quitaré el pie de Israel de la tierra que yo entregué a vuestros padres” (v. 8). Pero había una condición de bendición – la obediencia y fidelidad del pueblo: “a condición de que guarden y hagan todas las cosas que yo les he mandado, toda la ley, los estatutos y los preceptos, por medio de Moisés” (v. 8). Observa que no divide entre “doctrinas fundamentales” y “doctrinas secundarias” como escuchamos hoy en muchas iglesias. La obligación era guardar y hacer “todas las cosas...toda la ley, los estatutos y los preceptos”. Y todavía hoy es así, según mandó el Señor Jesucristo: “que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mt. 28:20). Israel debía guardar todo. No había un “mínimo” aceptable. ¿Por qué piensa la iglesia hoy que es diferente? “Sed hacedores de la palabra” todavía es el mandamiento (Stg. 1.22), y no hay rebajas.
Pero Manasés hizo extraviarse la nación, “para hacer más mal que las naciones que Jehová destruyó delante de los hijos de Israel” (v. 9). Dios, en Su paciencia y misericordia, habló a Manasés y al pueblo, por los profetas, “más ellos no escucharon” (v. 10). El problema no era ignorancia, sino rechazo. Y por eso vinieron las consecuencias. En 2 Reyes 21.12-15 leemos el anuncio divino del juicio venidero y la destrucción de Jerusalén. Por Manasés habían llegado al punto de no retorno. En nuestros tiempos pasa algo similar, pues hoy muchos no sufren la sana doctrina sino escogen otras enseñanzas que les permiten hacer lo que quieran (2 Ti. 4.3-4).
El verso 11 anuncia las consecuencias del desvío de Manasés: castigo y humillación a manos de los asirios. Pusieron a Manasés en grillos y cadenas como un animal, y lo llevaron así a Babilonia. Quizás pensaba que nadie podía tocarle porque era el rey. El poder y las riquezas corrompen a los hombres, y les hacen creer que pueden hacer casi cualquier cosa. Creen que no son como los demás hombres, y que deben tener preferencia. Pero Dios aborrece la soberbia y la altivez, y a Manasés le quitó del trono y lo abatió.
Los versos 12-13 relatan que en sus angustias, oró a Jehová, “humillado grandemente en la presencia del Dios de sus padres” (v. 12). Lástima que no le buscaba antes. Pero cuando se humilló, Dios le oyó. Dios es misericordioso y responde a la oración. La puerta del perdón está abierta, pero solo entran los que se arrepientan, se humillen y así se acerquen a Dios. Restauró a Manasés a Jerusalén, a su reino (v. 13), “entonces reconoció Manases que Jehová era Dios”. Observa que no dice: “su Dios”, sino “Dios”. No está claro que realmente se convirtiera, sino más bien parece que tuvo temor de Dios por primera vez en su vida. Recuerda el caso del malvado rey Acab, que cuando Dios anunció su juicio, reaccionó así: “rasgó sus vestidos y puso cilicio sobre su carne, ayunó, y durmió en cilicio, y anduvo humillado” (1 R. 21.27). Dios respondió así: “Pues por cuanto se ha humillado delante de mí, no traeré el mal en sus días; en los días de su hijo traeré el mal sobre su casa” (1 R. 21.29). Acab no se convirtió, pero al humillarse experimentó una prolongación de la misericordia de Dios.
El caso de Mansasés parece similar al de Acab. El libro de Reyes no menciona su oración y cambio posterior, sino solo su maldad. 2 Reyes 21.18 informa que fue sepultado en el huerto de Uza, no en los sepulcros de los reyes. Observamos en 2 Crónicas 33.15-17 que Manasés hizo reformas en Jerusalén, pero no en el resto de Judá, pues quedaron los lugares altos. Él había contaminado de tal manera la nación que pasó el punto de no returno, rumbo a la destrucción y el cautiverio. 2 Reyes 24.3-4 anuncia: “Ciertamente vino esto contra Judá por mandato de Jehová, para quitarla de su presencia, por los pecados de Manasés, y por todo lo que él hizo; asimismo por la sangre inocente que derramó, pues llenó a Jerusalén de sangre inocente; Jehová, por tanto, no quiso perdonar”.
Aprendamos de todo eso una lección. Manasés fue un hijo desobediente, y su camino terminó en castigo, destrucción, angustia y llanto. Fueron escritas esas cosas para nosotros. Ninguno de nosotros, ni jóven ni viejo, debe andar en el camino de Manasés. 1 Pedro 1.14 enseña que Dios quiere hijos obedientes que no se conforman a los deseos que tenían antes en su ignorancia.
“sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo. Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación” (1 P. 1.15-17).
de un estudio dado por Lucas Batalla, el 8 de mayo, 2022