Tuesday, June 25, 2019

Ana, la madre de Samuel

Texto: 1 Samuel 1:1-28

Samuel fue juez y profeta en Israel, y ungió a los primeros dos reyes. Fue traído al mundo como respuesta a las oraciones de Ana, su madre. Fue consagrado al Señor desde antes de su concepción. Pero luego en la vida tuvo hijos malos, no por culpa suya, sino porque la vida es así. Aun en familias de creyentes los hijos pueden escoger otro camino y ser pródigos. Samuel tuvo de sus padres una herencia espiritual, no material, y la dejó a sus dos hijos, pero ellos, como muchos hijos de creyentes, no la apreciaron.
    En este capítulo vemos la gran influencia de la madre, Ana, en la vida de Samuel. Era una mujer sufrida, temerosa de Dios, que estaba en una situación matrimonial no ideal, ya que su marido Elcana practicaba la poligamia (vv. 1-2). Dios durante un tiempo toleraba esa práctica incorrecta en el Antiguo Testamento, pero no la aprobaba. Había surgido primero de parte de Lamec, descendiente del maldito Caín (Gn. 4:19). Los hombres solían hacer esto para multiplilcar su descendencia y tener linaje. Pero esa idea no venía de Dios. Dios no dio dos esposas a Adán, sino una. El Nuevo Testamento enseña así: “marido de una sola mujer” (1 Ti. 3:2, 12; Tit. 1:6).
    Elcana no obstante adoraba como Dios mandó (vv. 3-4). Fue generoso con su familia. Pero en los versículos 5-7 vemos en el hogar el resultado de la poligamia – Penina afligía a Ana porque era estéril. Había contienda, rivalidad, tensión y tristeza. Penina era la antagonista, y Ana la que sufría, lloraba y no comía. Elcana mostró compasión y cariño a Ana (v. 8), pero parece que no intervino para controlar a Penina.
    En los versículos 9-13 vemos algo muy importante. Ana, sufriendo, fue al tabernáculo – lugar de reunión – y oró. Presentó a Dios su queja y petición, y su ejemplo es bueno para todos nosotros. Observa con cuidado cómo ella oró. Dice que oró en silencio, en su corazón, y sus labios se movían pero no salió sonido. Elí malinterpretó eso como una borrachera. Él no podía oirla, pero Dios sí. No es necesario que las mujeres oren en voz alta para que Dios las escuche, y además, en el Nuevo Testamento esta práctica está prohibida en la congregación (1 Ti. 2:11-12; 1 Co. 14:34). Notamos que su oración fue específica. Pidió un hijo varón, porque son los varones que dirigen en las cosas de Dios, y ella quería dedicarlo a servir así. Hizo voto y prometió dedicarlo a Jehová “todos los días de su vida” (v. 11). Le prometió el voto del nazareo, que no pasaría navaja sobre su cabeza, porque en Números 6 el voto del nazareo, de consagración a Dios, incluía eso. Samuel fue prometido a Dios antes de su concepción. ¡Ojalá que haya más madres dispuestas a criar a sus hijos para Dios!
    Los versículos del 14 al 18 relatan su conversación con Elí. Él pensaba que estaría ebria, y la exhortó a digerir su vino. Pero Ana, siempre mansa, respondió como dice Proverbios 15:1, “la blanda respuesta”. Explicó que estaba atribulada y que derramaba su alma delante de Dios. Es ejemplo de qué hacer cuando estamos atribulados. No necesitamos a psicólogos ni pastillas tranquilizantes – acerquémonos a Dios en oración para decirle todo. Entonces Elí (v. 17) la despidió con bendición: “Ve en paz, y el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho”. Ana se fue, “y no estuvo más triste” (v. 18), porque echó toda su ansiedad sobre el Señor (1 P. 5:7).
    Vemos su vida en el hogar en los versículos 19-20. Se fue a casa con su marido, y Dios se acordó de ella. Él no olvida nuestras oraciones. Cuando nació el hijo conforme a su petición, le puso el nombre “Samuel” (pedido a Dios) en memoria del voto que había hecho. En esto también Ana es ejemplo, porque a diferencia de muchos, se acordó de su voto y lo cumplió. Los votos son cosas serias que no se dicen a la ligera, y hay que cumplirlas. Números 30:2 manda: “Cuando alguno hiciere voto a Jehová, o hiciere juramento ligando su alma con obligación, no quebrantará su palabra; hará conforme a todo lo que salió de su boca”. Pero la gente promete muchas cosas a Dios en oración: “Señor dame...Señor ayúdame...Señor líbrame... y haré esto o lo otro”, pero cuando reciban la respuesta se olvidan de su promesa. Pero Ana mostró su integridad espiritual.
    Cuando consideramos la vida de Samuel como juez y profeta, siervo de Dios, vemos el efecto de una madre consagrada a Dios, y cómo Dios utiliza a tales personas. Para que ella pidiera así un hijo, haciendo voto, tuvo que ir primero por camino de angustia y lágrimas, pero después vemos el fruto apacible de justicia. Dios honra a los que le honren.
    Samuel desde su niñez fue fiel a Dios y permaneció así durante toda la vida. El diablo no consiguió hacerle caer, pero se metió con sus hijos. No eran perversos e inmorales como los dos hijos de Elí, pero no era piadosos como su padre. La Palabra de Dios los describe como avaros (1 S. 8:3), que tomaron el soborno y pervirtieron la justicia. El amor al dinero y el uso de posiciones de influencia para conseguirlo es un mal en todas las edades. ¡Cuán distinto el Hijo de Dios cuando anduvo en este mundo, obediente y que honraba a Su Padre (He. 5:8). Conviene que recordemos Hebreos 5:9 que declara que Él provee “eterna salvación para todos los que le obedecen”. La obediencia es una marca de verdaderos creyentes, y sobre eso no hay rebajas.
    Hoy la gente no quiere oir de obediencia, pero es marca del Hijo de Dios y de todos los que verdaderamente creen en Él. Dios no es un fetiche o una imagen. Es el Creador y Sustentador de todo. Vive y quiere salvar y guiar nuestras vidas, y a los que le conocen esto les parece bien. Le debemos nuestras vidas, nuestra obediencia y todo lo que somos y tenemos. Nada es nuestro – todo es de Él – pero a veces le escamoteamos cosas que le pertenecen. Ana no fue así, como hemos de ver, sino que cumplió totalmente lo que había prometido.
    En los versículos 21-23 vemos los años que intervinieron entre en nacimiento de Samuel y su presentación para servir al Señor. Fue criado y educado en casa por su madre, y podemos estar seguros de que con todo el cariño materno le cuidaba y preparaba para su futuro. En el versículo 23 notamos como Elcana también recordó a Ana su voto, y en esto le animaba y la apoyaba.
    Después llegó el tiempo de cumplir el voto (vv. 24-28). Es una escena conmovedora porque el niño todavía era pequeño (v. 24). Pero Ana le trajo voluntariamente, no arrastrando los pies ni llorando y protestando por todo el camino. Elcana y Ana trajeron becerros para holocausto (v. 25). 
    El holocausto era un sacrificio voluntario, enteramente para Dios, y es figura de la vida de Samuel, un sacrificio vivo (Ro. 12:1), totalmente para Dios. Ana trajo al niño delante de Elí y habló – al sacerdote – no estaba predicando, sino explicando que cumplía su voto.  Reconoció que Dios le había contestado la oración (v. 27), “por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí”. Proclamó: “Yo, pues, lo dedico también a Jehová; todos los días que viva, será de Jehová” (v. 28). Eso sí es una vida consagrada. Y termina diciendo: “Y adoró allí a Jehová”. No gritaba ni lloraba amargamente ni se echaba atrás. 1 Samuel 2:1-11 nos da las palabras de la oración de Ana que engrandecía a Dios cuando le presentó su hijo. En el lugar de ese altar había varios sacrificios: el del becerro ofrecido en holocausto, el de Ana que dio su hijo a Dios para servir, y el del niño Samuel también en sacrificio vivo. Gracias a Dios por el ejemplo piadoso de una madre como Ana.
    Hermanos, oremos por nuestros hijos, y no los tengamos solo para nosotros ni para el mundo, sino para el Señor. Sí, la mayoría de ellos tendrán sus trabajos en el mundo, y esto es bueno, siempre y cuando todo lo hagan para el Señor y para Su honor y gloria. La consagración es importante. Cristo en su oración en Juan 17 pidió por la consagración de Sus discípulos. Es todavía el deseo y propósito de Dios en nuestra vida.
    Como Ana, debemos: (1) Orar y derramar nuestra alma delante de Dios. (2) Cumplir nuestros votos sin echarnos atras. (3) Criar a nuestros hijos para Dios. Elí tuvo dos hijos malos, y Samuel luego tuvo dos hijos infieles, pero entre estos está la piadosa Ana con su hijo consagrado. Además, en 1 Samuel 2:18-21 vemos que Dios la bendijo con cinco hijos más. Pidió uno y tuvo seis. Dios puede darnos mucho más de lo que pedimos o pensamos (Ef. 3:20). Acerquémonos a Él en oración en toda circunstancia de la vida, y Él nos dará de Su abundante gracia. A Él la gloria para siempre. 

de un estudio dado el 12 de mayo, 2019

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