Saturday, September 16, 2017

EL RICO INSENSATO

Texto: Lucas 12:13-21
   Aquí vemos a un hombre que se acercó a Cristo con un problema jurídico y familiar, de los que se suele ver mucho, los conflictos sobre la herencia. Pero el Señor rehusó meterse porque no había venido para meterse en cuestiones de herencias. Aprovechó el momento para enseñar una gran lección a través de la parábola del rico insensato.
    Hoy toda la gente habla de sus planes y casi nunca dice “si Dios quiere”. A Dios, Su voluntad y Sus juicios los tienen lejos de sus pensamientos (Sal. 10:4). No cuentan con Dios, como el hombre en esta parábola que vivía envuelto en lo suyo.
    El versículo 16 dice que era “un hombre rico”, y que además, su heredad produjo mucho. Este comentario despertó la atención de la gente. Se pensaba entonces como hoy que las riquezas eran señal de piedad y bendición. Por eso en Mateo 19:23-25 los discípulos se asombraron cuando el Señor dijo “que dificilmente entrará un rico en el reino de los cielos” (v. 23).
    En el versículo 17 vemos cómo pensaba ese hombre rico. No en Dios, sino en sí mismo y sus posesiones: “mis frutos...mis graneros...” etc. Cuando habla usa el término posesivo: “mís” muchísimo. Sufría de una sobredosis de egoísmo. 1 Corintios 4:7 advierte: “Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?”
    Ese rico me recuerda cómo el pueblo de Israel en 1 Samuel 4 salió a la batalla contra los filisteos con el arca pero sin Dios. No consultaron a Dios ni acerca de la batalla ni acerca del arca. “Si Dios quiere” no estaba en sus pensamientos. Luego dijeron: “¿Por qué nos ha herido hoy Jehová delante de los filisteos?” (1 S. 4:3). Porque no contaron con Él.
    A veces Dios nos da bienes esperando la gratitud y el uso desinteresado para Sus intereses, pero qué ingratos somos. El rico se preguntó: “¿Qué haré?”, pero no preguntó a Dios. A veces vienen cosas buenas a nuestra vida, pero no reaccionamos espiritualmente. El Salmo 62:10 advierte: “Si se aumentan las riquezas, no pongáis el corazón en ellas”, pero son pocos los que caen en ese error. Dios acusó así al príncipe de Tiro: “Con tu sabiduría y con tu prudencia has acumulado riquezas, y has adquirido oro y plata en tus tesoros. Con la grandeza de tu sabiduría en tus contrataciones has multiplicado tus riquezas; y a causa de tus riquezas se ha enaltecido tu corazón” (Ez. 28:4-5). Como el rico en Lucas 12, la gente piensa en sí y se consulta a sí misma, pero ya está. No busca el consejo de Dios ni está dispuesta a desprenderse de los bienes que Dios le permitió recibir. El aconsejarse a sí mismo es un problema general – los jóvenes no buscan el consejo de Dios mediante sus padres, los hermanos en las iglesias no buscan el consejo de Dios a través de los ancianos. Cada uno dirige y gobierna su propia vida, y como con el rico en nuestra parábola, el resultado no es nada bueno.
    No sólo se pregunta a sí mismo, sino que en el versículo 18 él mismo se contesta, se aconseja y decide qué va a hacer. Era rico, y Dios le había permitido tener bendiciones materiales, pero no era un hombre espiritual. Sus bienes eran una prueba, y salió desaprobado, porque hizo para sí tesoro (v. 21). No dejó a Dios guiarle. Nada más habla de sí mismo: sus graneros, sus frutos, sus bienes – super egoísta, y hay muchos como él que cuando reciben algún bien, no piensan que sería para ayudar a otros, sino para quedarselo y edificar casas y granjas más grandes. Creen que son como son y tienen lo que tienen porque se lo merecen. No lo ven como regalo de Dios u oportunidad para servir, o mayordomía de que tendrán que dar cuenta. En lugar de eso, piensan en mejorar su vida, comprar y edificar más, acomodarse más. Ya vimos en el versículo 16 que ese hombre era rico para comenzar, y tenía una heredad. Realmente no necesitaba más y mejores cosas, pero las riquezas tienen ese mal efecto en la mente humana. Son pocos los ricos que viven humildemente. Sus casas son más grandes de lo que necesita una persona normal, pero ya no se consideran normales, sino especiales, como ese rico insensato. Él es el retrato de la persona que no tiene en cuenta a Dios, que se cree dueño y no siervo.
    Escuchemos cómo habla en el versículo 19, porque es escandaloso. “Y diré a mi alma...” ¡¿Qué?! Dios dice que todas las almas son Suyas (Ez. 18:4). Pero éste se creía dueño de todo, hasta de su alma. Es una actitud demasiado parecida a la del ateo William Ernest Henley en su poema “Invictus” en que termina declarando: “Yo soy el amo de mi destino: Soy el capitán de mi alma”.
    El rico se dice: “tienes guardados” – y eso indica que hizo lo prohibido: “No os hagáis tesoros en la tierra” (Mt. 6:19). Hizo tesoro en la tierra para el futuro. En vez de vivir humilde y repartir todo lo demás, guardó lo que no necesitaba. No pensó en nadie más. Tenía “muchos bienes... guardados para muchos años”. No necesitaba orar pidiendo: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”, porque él tenía mucho más de lo que necesitaba y no vivía dependiente de Dios. No fue el único caso así, porque eso se repite diariamente en nuestros días en todas partes del mundo. 2 Corintios 8:13-15 enseña que Dios permite a algunos tener más para que lo compartan con los que tienen menos, y que “haya igualdad”. Pero lo que suelen hacer los ricos es dar un poco a los demás y quedarse con la mayor parte. Ellos siguen ricos y los pobres siguen pobres. Podían haber hecho más, pero no quisieron.
    El rico dijo: “para muchos años”, pero se equivocó porque el futuro está en manos de Dios, no en las nuestras ni en nuestros ahorros. Egoístamente se aconsejó: “repósate, come, bebe, regocíjate”. Lo que tenía era para guardar para él mismo, no para Dios ni para los demás. Vivía en un nivel por encima de los demás. Tenía que haber pensado: ¿De dónde sale lo que comemos? De la tierra. ¿Quién la hizo? Dios. ¿Quién me pemitió tener esa heredad, y quién me dio fuerzas para labrar la tierra? Dios. Dios es quien da la vida y todo lo que tenemos. Dios no estaba entronizado en su vida, ni en las de muchas personas. No lo reconocen, excepto cuando se ven en apuros. No le tienen en cuenta, ni le consultan, ni desean saber Su voluntad.
    El versículo 20 presenta un cambio brusco, porque comienza con la palabra “pero”. El Señor cambia de lo que el rico se decía a lo que Dios le decía. La frase: “Dios le dijo”, marca el momento de la intervención divina. No le llama al rico por su nombre, sino por un término que describe su actitud y hechos: “Necio”, que significa insensato, engreído, fatuo. Es el análisis divino. La gente podía ver al rico como bendecido y como alguien con quien cultivar amistad – por la cuenta que le traería. Pero Dios no se arrima a los ricos así ni los admira. Están bajo prueba con los bienes que tienen, y muchos yerran, pecan y salen desaprobados: “Necio” le dijo. Un pobre también puede ser necio, y bastantes hay, porque hay más pobres que ricos en el mundo, pero el  error necio del rico es creerse dueño, ser tacaño, vivir mejor que los demás y no tener en cuenta a Dios. Un hombre sin Dios es un desastre y una desgracia.
    “Esta noche” le anuncia, y eso en contraste con los “muchos años” (v. 19) que él pensaba que le quedaban. “Vienen a pedirte tu alma” – porque Dios envía esos mensajeros de muerte. No nos vamos cuando nos parezca, sino cuando Dios diga. “Está establecido para los hombres que mueran...” (He. 9:27), y el día establecido para ese rico necio era justo cuando él creía que no. ¡Qué necio guardar los bienes y no repartirlos antes de morirse, pero muchos hacen esto. No sueltan sus bienes hasta la muerte, y después quieren crédito por cómo son repartidos en la última voluntad, pero eso no es así. Cuando mueras, tus bienes dejan de ser tuyos y lo que no hiciste con ellos será así por toda la eternidad. Dios le pregunta: “lo que has provisto, ¿de quién será?”  Podía haberlos compartido con mochos pero no lo hizo.
    Entonces en el versículo 21 viene la aplicación: “Así es el que hace para sí tesoro”. Nadie debe hacer tesoros para sí, porque  Mateo 6:19-21 lo prohibe. Si los hace, debe ser para repartir, no para sí. No necesitamos tesoros, sino como 1 Timoteo 6:8 enseña: “teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto”. Otro pecado del rico era: no era “rico para con Dios”. Debía usar lo que tenía para hacer la voluntad de Dios, no para acomodarse a sí mismo. Dios tiene una serie de mandamientos para los ricos, en 1 Timoteo 6:17-19,
    “A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna”.
    Aquel hombre no era culpable de ser rico, sino de quedarse con sus riquezas. Fue altivo. Puso esperanza para “muchos años” en sus riquezas. Dios le mostró que eran inciertas. ¿Cómo disfrutar de las riquezas en la voluntad de Dios? No edificando casas grandes, más graneros, guardando cosas, comprando más heredades, más cosas que no necesita, viviendo más y más comodamente, sino siendo humilde y manifestando fe en Dios respecto al futuro – eso es – no guardando tesoros sino repartiéndolos y quedándose dependiente de Dios. “Que hagan bien” – pero el rico no hizo bien, porque se quedó con lo que tenía. Hacer bien tampoco es dar una ofrendita o lo que te sobra o lo que no necesitas para seguir viviendo comodamente, sino que “sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos”. ¿Dios le bendice con mucho? Da mucho, sé rico en lo que das, no en lo que te queda, no un porcentaje, sino mucho, para que haya igualdad. Sé tan generoso que tienes que vivir como los demás, no un nivel por encima de ellos.  Así atesorarás, y Dios quiere que hagamos tesoros, sí, pero no en la tierra, sino sólo en el cielo. “Bienaventurado el que piensa en el pobre” (Sal. 41:1), pero ese rico no pensó en el pobre, sino en sí mismo y sus bienes y deseos de vivir comodamente.   
    Santiago 4:13-15 recalca ese problema de los ricos que piensan en viajar, negociar y ganar dinero sin tener en cuenta a Dios. No dicen: “si el Señor quiere”. Sólo piensan en lo que ganarán (v. 13). Hermanos, es muy importante no adueñarnos de nuestra vida, porque somos siervos, no dueños. Aprendamos a poner como prefacio y control a todas nuestras ideas y planes: “si el Señor quiere”, porque sólo Su voluntad es buena, perfecta y agradable (Ro. 12:2). Que el Señor nos ayude, tengamos lo que tengamos, a no cometer los errores fatales del rico necio.