Saturday, September 26, 2020

¿Creces o Languideces?

 


     Dice la Palabra de Dios en 2 Pedro 3:18, “Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén”. En este texto vemos que el Señor nos manda crecer, y este crecimiento es asociado aquí con la gloria del Señor. Cuando crecemos, le glorificamos. No debería considerarse una mera opción personal, sino un deber cristiano y una necesidad.
     Es bueno que el creyente tenga interés en crecer y siga creciendo espiritualmente. Debemos reconocer que el desarrollo espiritual es el más importante. Nuestros padres eran responsables de nuestro crecimiento cuando éramos pequeños. Pero ya es nuestra responsabilidad, porque somos mayores. En cuanto a la vida espiritual, hermanos, tenemos que preocuparnos más por este crecimiento. Tenemos la Palabra de Dios, tenemos las reuniones de la iglesia y la comunión de los hermanos y tenemos acceso al Señor en oración. El Señor ha provisto para nuestro crecimiento, de modo que si no crecemos, no es culpa de Dios sino de nosotros.
     Pero hermanos, si vamos a crecer para la gloria de Dios, esto requiere que cambiemos muchas cosas en nuestra vida, y francamente, muchos de nosotros no estamos dispuestos a hacerlo, porque hay que dejar cosas, y hay que buscar otras cosas. Hoy en día hay muchas cosas y comodidades que antes la gente no tenía, y evidentemente cuesta desprenderse de ellas porque llegan a ejercer cierto control sobre nuestra tiene valor eterno, pues en 1 y 2 Pedro nos explica que el mundo y sus obras se quemarán. Este pensamiento debería ayudarnos a ordenar mejor nuestras prioridades.
     Hay muchos impedimentos, porque vivimos en un mundo hostil que no quiere que crezcamos ni glorifiquemos al Señor. El mundo no le glorifica. La carne tampoco, y ellos no nos van a animar ni ayudar a glorificar a Dios. Dios quiere que crezcamos y le glorifiquemos. En Mateo 5:16 nos exhorta a obrar para la gloria de Dios delante de los hombres. Pero esto no pasará sin nuestra cooperación. Tiene que haber en nosotros este deseo de hacerlo, de rendirnos al Señor, de aprovechar los medios de crecimiento que Él nos da, de conocerle más y mejor y de vivir para Su gloria. Nuestro deseo y nuestro compromiso personal son claves, y ¿dónde están?
     En 1 Corintios 6:20 leemos: “...glorificad, pues, a Dios en vuestrocuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”. Se escribe esto a todos los cristianos, no a unos pocos. ¿Cómo respondemos? Hay muchas maneras de glorificar a Dios. Por ejemplo, glorificamos a Dios cuando crecemos en fe, en amor, en la gracia y en el conocimiento del Señor. Para glorificarle, hay que promocionar a Dios, no a nosotros mismos. Muchos hoy en día glorifican a los hombres, alaban a los hombres, y ponen a los hombres en un pedestal y los rinden homenaje. Sus nombres y fotos están en en la publicidad, junto a sus títulos y logros, para que tengamos una buena impresión y seamos atraídos a ellos. Pero esto es glorificar al hombre, no al Señor. El apóstol Pablo dijo que los hombres como él y otros no deberían ser tenidos como servidores. Recordemos que el siervo, el criado, vive en la trastienda y sirve a su señor. Pero hoy hay muchos llamados “siervos de Dios” que se han vuelto señores, en las iglesias y en el campo misionero. Seamos humildes y busquemos servir a Dios. No busquemos para nosotros grandezas (Jer. 45:5).
     Leyendo y meditando sobre Juan 17, conocemos el deseo del Señor. Él era un apasionado de la gloria de Dios (vv. 1, 5, 5-6, 10, 22, 24). Si el Señor estaba tan interesado en la gloria de Dios y en que el Padre fuera glorificado en Él y en los Suyos, esto también debería preocuparnos a nosotros. Pero hoy en día en la iglesia estamos dando una pobre imagen, y esto debe cambiar. En 1 Corintios 6:19-20 somos llamados a glorificar a Dios en nuestro cuerpo y en nuestro espíritu. Muchos adornan su cuerpo para glorificase a sí mismos, para llamar la atención a sí mismos o lucirse.
     Otra vez podemos ver en Juan 15 la asociación entre el crecimiento y la gloria de Dios. El Señor es la vid verdadera, y nosotros somos los pámpanos. Él siempre será la vid y nosotros siempre seremos nada más que pámpanos. Nunca nos independizaremos de Él. Además, para crecer necesitamos esta comunión íntima con Él, estos lazos por medio de los cuales recibimos diariamente de Él todo lo necesario para la vida espiritual. En el versículo 15 se nos dice que el Señor quiere que crezcamos y llevemos mucho fruto, porque en esto el Padre es glorificado.
     Pero encontramos impedimentos y dificultades en esta vida, y en nosotros mismos. En lugar de estar ocupados con el Señor, nos preocupa demasiado la opinión de los demás. Como los de Juan 12:42-43, muchas veces miramos a los hombres y no damos gloria al Señor; no le confesamos.
     Nos callamos en el trabajo, en la familia, entre los de nuestro barrio, etc., cuando podríamos confesar al Señor y así glorificarle. Glorificar al Señor es un privilegio y nuestra mayor responsabilidad. Pablo en 1 Corintios 10:31 nos instruye a hacer “todo para la gloria de Dios”.
     Observad conmigo que el crecimiento espiritual aumenta nuestra capacidad de glorificar a Dios. Nos ayuda a congregarnos con los hermanos y disfrutar más de la Palabra y la comunión, y las reuniones nos ayudan a crecer y glorificar al Señor. Si uno va a la playa o a pasearse o se queda en casa cuando hay una reunión de la iglesia, no glorifica a Dios y no crece. Pierde testimonio ante los del mundo, y el diablo se ríe. Demuestra que en su escala de valores la iglesia y el Señor y Su Palabra no son muy importantes.

     Una de las cosas que destaca la iglesia primitiva es su crecimiento
(Hch. 2:41-42, 46-47). En aquel entonces se reunían cada día. Pero ahora las iglesias quitan cultos, con la excusa de los niños, los estudios, el trabajo, el cansancio, el tráfico, las responsabilidades en casa, etc. Pero son excusas, no razones. No me refiero a los que no pueden acudir porque están enfermos o porque se les obliga a trabajar este día y no lo pueden cambiar, o por razones similares, sino a los que podrían acudir pero no lo hacen porque no quieren. Muchos hoy son de domingo por la mañana, nada más, y no crecen porque no se alimentan de las cosas del Señor.
     Queridos hermanos, la iglesia no necesita sólo al predicador, sino a todos los hermanos. Juntos podemos ser fortalecidos y animados, y crecer.

     En Efesios 2:19 vemos que somos miembros de la familia, y que así la iglesia va creciendo (v. 21). Lo he dicho en otras ocasiones pero lo repito, que cuando un hermano se esfuerza preparando un estudio para la edificación de la iglesia, le desanima que luego algunos hermanos no vengan, no porque no pueden, no hablo de ellos, sino de los que no vienen porque no quieren. Su ausencia dice que no tienen interés, que no lo consideran importante, que les da igual, que no quieren recibir la Palabra, o algo así. Si todos hiciéramos como los que se ausentan, ¿cómo estaría la iglesia? En las reuniones de la iglesia la comunión con los hermanos nos fortalece. El ejercicio espiritual de alabar y adorar al Señor nos favorece y fortalece, porque es la ocupación más elevada del ser humano. La exposición de la Palabra de Dios es para nuestra edificación, exhortación y consuelo. Pero si no estamos para escucharla, ¿qué edificación, exhortación o consuelo recibimos? Ninguno.
     También es necesario mantener la vida devocional, el ejercicio de piedad en casa, si queremos crecer y glorificar a Dios. Cada día necesitamos tomar alimento espiritual de Su Palabra, y hablar con Él en oración. Necesitamos encomendarnos al Señor y esperar que Él nos guíe durante el día y que nos libre del mal, porque hay muchos males en el mundo. ¿Cómo esperas crecer si no das prioridad a la lectura de la Palabra de Dios cada día, y si no pasas tiempo en oración cada día? Si queremos crecer, tenemos que ejercitarnos para la piedad, como Pablo dijo a Timoteo (1 Ti. 4:7). Si no crecemos, languidecemos. ¿Cuál de los dos te describe? ¿Creces o languideces? El Señor quiere que crezcamos y que le glorifiquemos. Que así sea para Su honor y gloria.

de un estudio dado por Lucas Batalla en 2007


LA ORACIÓN - MÁS QUE UN RITUAL

 Texto: Isaías 58


Isaías es un libro maravilloso en el cual aprendemos mucho acerca de Dios, del profeta Isaías y del pueblo Israel. Isaías vivía durante los reinos de reyes buenos y malos, y al final la tradición dice que fue aserrado por mandato del rey Manasés, y murió como mártir por su fidelidad a Dios. El capítulo que nos atiene hoy se ha de entender a la luz del capítulo anterior, el 57, donde Dios condena los pecados de la nación de Israel. En el capítulo 58 les habla del verdadero culto a Dios y de cómo agradarle, que no es por rituales religiosos como el ayuno. Daban mucha importancia a eso, parecido a como la Iglesia Católica Romana la da a sus sacramentos, especialmente la misa. La gente va por lo menos una vez al año, se confiesa, se comulga, y luego cada uno vive como quiere, a espaldas de Dios. Pues así ayunaba Israel, pero fuera del ritual, como vemos en el capítulo 57, la nación vivía en pecado. Sus ayunos y oraciones entonces no llegaron al cielo porque Dios no es agradado por rituales sino por justicia. Y es triste decirlo pero hoy hay esta disparidad en muchas iglesias evangélicas, que también celebran sus cultos y rituales pero luego la gente no vive conforme a la Palabra de Dios.
    Así que, mirando el comportamiento de Israel, Dios manda al profeta Isaías: “Clama a voz en cuello, no te detengas, alza tu voz como trompeta, y anuncia a mi pueblo su rebelión” (v. 1). Vivir en rebelión contra Dios es lo peor que el ser humano puede hacer. No trae felicidad ni bien a nadie. Y es todavía peor cuando los que así hacen profesan ser de Dios. Isaías fue enviado cual portavoz de Dios para decirles su rebelión y su pecado. Pero, ¿dónde están hoy estos predicadores fieles a Dios y valientes? Si hoy en muchas iglesias evangélicas hicieran esto, quedarían pequeñas como nosotros. Isaías tenía que predicar así por fe, confiado en Dios, porque cierto era que a Israel no le iba a gustar. Hoy también es cierto que los profesados cristianos, incluso sus líderes, no quisieran oir de su superficialidad, rebelión y pecado. Quieren oir cosas positivas – que todo va bien y que Dios les bendice. Pero hay que hablar como Dios manda, no como el pueblo quiere.
    En el versículo 2 Dios dice: “que me buscan cada día y quieren saber mis caminos” – pero todo eso es insincero. Israel practicaba sus rituales (véanse 1:13-15), pero Dios estaba disgustado con la nación. Hay que decir que las iglesias evangélicas hoy tienen un relajo vergonzoso. Van a la cena del Señor, o al culto que haya el domingo, cantan, oran, echan su ofrenda, escuchan un sermón, y luego se van y viven como los del mundo. A penas leen la Biblia u oran, ni testifican, ni practican la separación de las actividades del mundo. Pero mis hermanos, el cristianismo verdadero es de todos los días, no de un culto o ritual. Y Dios indica en el versículo 2 que los de Israel habían dejado la ley. Su religión era rebelde y pecaminosa.
    Para el colmo, en los versículos 3 y 4 acusan a Dios de no atenderles en sus rituales de ayunar y orar. “No hiciste caso” y “no te diste por entendido”. Querían manipularlo y que Él les atendiera de cualquier modo. Es verdad que Él no les respondía, pero la razón tenía que ver con los pecados de ellos. Sin embargo, ninguno decía: “Examíname oh Dios” (Sal. 139:23). Sólo se quejaban de que Él no les contestaba. Si Dios no contesta nuestras oraciones debíamos examinarnos y preguntarnos ¿por qué? En el caso de Israel en los días de Isaías, este capítulo explica por qué. No agradaban a Dios, ni tenían convicción de pecado. Podían practicar el ritualismo y a la vez el pecado. “Buscáis vuestro propio gusto” (v. 3) dijo Dios. Israel tenía como norma ese ayuno, el ritual, no la justicia. Hasta el día de hoy ayunan los judíos en Yom Kippur – el día de expiación, y en Tisha b’Av por la destrucción de Jerusalén. Y he conocido a católicos que me han dicho: “hoy estoy ayunando”, tal vez en cuaresma o por otra cosa. Hay evangélicos que ayunan porque su iglesia lo manda. Y luego están los musulmanes que ayunan de día durante Ramadán pero pasan la noche comiendo, ¡y en ese mes ganan peso! Toda esa gente guarda un ritual, pero sin sentido espiritual, buscando su propio gusto y provecho, sin que les interese de verdad la voluntad de Dios. A eso lo llamamos hipocresía. Israel acusó a Dios de no responderles, pero no entendió por qué. Dios es más generoso que nosotros y quiere bendecir y guiarnos. Pero entonces y ahora Él quiere ver más que una participación en un ritual – o una asistencia a una reunión. Quiere ver la práctica de la justicia. El cristianismo se vive diariamente – “el justo vivirá por fe” (He. 10:38).
    Por el uso de preguntas en el versículo 5 Dios les hace ver que Él no escogió ni tenía interés en ese ritual de ellos. Lo que Dios quería de ellos iba a afectar toda su manera de vivir, como hemos de ver en los versículos 6 y 7. Debían dejar de esclavizar a los hijos de personas que les debían dinero, y perdonar las deudas, por ejemplo como Él mandó para el año de la remisión (véase Dt. 15). Pero les importaba más el dinero que la vida de sus hermanos. En el versículo 7 les llama a tener compasión y ayudar, y dice: “no te escondas de tu hermano”. Eso me recuerda 1 Juan 3:17 porque menciona el mismo problema en los tiempos de la iglesia, el que cierra contra su hermano su corazón, es decir, se desentiende de él o se endurece para no darle lo que podría. También hay ricos que dan un poco a los pobres pero ellos se quedan ricos y los pobres se quedan pobres. No quieren desprenderse de sus riquezas, sus bienes o su comodidad para ser una verdadera ayuda. Solo quieren dar una limosna de lo que les sobra. Dios nos llama a practicar la justicia y agradarle hasta en el uso de nuestros bienes. Debemos meditar en esto.
    En los versículos 8 y 9a promete bendiciones. En los versículos 9b y 10a vuelve a recordarles su responsabilidad de hacer obras de justicia. En los versículos 10b al 12 les promete más bendiciones, y después en el versículo 13 insiste en la obediencia y limpieza, y les advierte de tres pecados comunes que también nos afligen a nosotros y a las iglesias en nuestros días: “tus propios caminos”, “tu propia voluntad” y “tus propias palabras”. Hay quienes dicen que si la Biblia no prohibe expresamente algo, ellos están libres a hacerlo. Pero eso es buscar su propio camino y su propia voluntad, y luego justificarlo con sus propias palabras. Dios quiere que vivamos por Su Palabra (véase Mt. 4:4).  Y el versículo 14 termina el capítulo diciendo: “entonces te deleitarás en Jehová, y yo te haré subir...”  Así es en Deuteronomio 28 donde Dios prometió bendiciones a los obedientes (vv. 1-14) y maldición y castigo sobre los desobedientes (vv. 15-68).
    Cuando oramos a Dios, hagámoslo desde una vida de obediencia. Israel tenía que asimilar esto, y nosotros también si no queremos caer en el mismo error. Por eso 1 Juan 3:22 aconseja así a nosotros los creyentes: “y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él”. Dios tiene promesas y bendiciones para los que andan así.  Como dicen las estrofas 2 y 3 del himno: “Obedecer y Confiar en Jesús”:

"Cuando vamos así, como brilla la luz
En la senda al andar con Jesús,
Su promesa de estar, con los suyos es fiel
Si obedecen y esperan en él.

Mas sus dones de amor, nunca habréis de alcanzar
Si rendidos no vais a su altar.
Pues su paz y su amor, solo son para aquel,
Que a sus leyes divinas es fiel.

Obedecer, y confiar en Jesús,
Es la senda marcada para andar en la luz".


de un estudio dado por Lucas Batalla en 2018


Friday, September 25, 2020

Bernabé - "hijo de consolación"

Berrnabé ayudando a Pablo cuando fue apedreado

Texto: Hechos 11:19-30

Me llama poderosamente la atención la conversión y vida de Bernabé, un hombre que llegó a ser útil en las manos del Señor, hacedor de bien e influyente en la iglesia primitiva. Era de la tribu de Leví, pero nacido en Chipre. Su nombre de pila era José (Hch. 4:36), y era uno de los muchos nuevos creyentes en Hechos 2 y 3. No sabemos si había venido de Chipre sólo para estar durante las fiestas de la pascua, los panes sin levadura y luego pentecostés, o si tal vez había vuelto para vivir en o cerca de Jerusalén, porque ahí tenía una heredad (v. 37).  A ese José levita, creyente, los apóstoles le pusieron por sobrenombre “Bernabé”, que significa “hijo de consolación”. Cuando primero aparece entre creyentes en Hechos 4, es a raíz de un sacrificio que hizo: vendió su heredad y trajo el dinero y lo puso a los pies de los apóstoles, una ofrenda (v. 34) como otros hacían en aquel entonces. Para muchos las riquezas son un lastre (Mr. 10:21-25). Las acumulan pero no quieren deshacerse de ellas. No así con Bernabé.
    Bernabé hizo honor a su nombre cuando Saulo, después de convertido, quiso juntarse a los discípulos en Jerusalén pero le tenían miedo (Hch. 9:26). Su miedo era lógico, y siempre es bueno tener precaución en la recepción a la comunión. Cuántas veces se ha precipitado a recibir a alguien porque dijo que era cristiano bautizado, y luego esa decisión ha traido problemas. “El simple todo lo cree” dice Proverbios 14:15, pero los discípulos no eran simples ni tenían prisa para tener a uno más en la iglesia. Seguro que Pablo les decía que era creyente, pero no se lo creyeron hasta que Bernabé lo tomó (Hch. 9:27) y dio testimonio de él delante de los apóstoles. Entonces, por su testimonio de hechos concretos de Pablo, los discípulos le recibieron. Por eso todavía hoy son importantes las cartas de recomendación y faltando ellas el testimonio de un hermano de confianza.
    Luego Bernabé aparece en Antioquía, como hemos visto en Hechos 11. El evangelio fue predicado a los gentiles. Había fiel testimonio de parte de hermanos motivados a evangelizar, pese a la persecución. Necesitamos hoy ser tan fieles testigos como ellos, porque francamente parece que nos falta ese fervor y devoción.  Ellos predicaron, y “gran numero creyó y se convirtió al Señor” (v. 21). La iglesia hoy adolece también de eso – esa fe que trae conversión y cambios. Antioquía era ciudad importante de la provincia romana de Asia, un lugar cosmopolitano, importante para la predicación del evangelio, y de ahí saldría hacia muchos otros lugares. La primera persona nombrada de ahí era Nicolás (Hch. 6:5), que fue uno de los primeros diáconos, hombre lleno de fe y buen testimonio. Quizás por él u otros como él las primeras notas del evangelio llegaron a la ciudad.
    En Hechos 11:22 vemos a Bernabé enviado de parte de la iglesia en Jerusalén para conocer más la situación en Antioquía tras la conversión de algunos gentiles. Seguramente fue escogido para esa misión por lo que dice el versículo 24, “porque era varón bueno, y lleno del Espíritu Santo”, no de otras cosas, “y de fe” – suena como los diáconos en Hechos 6. No se puede enviar a uno cualquiera para conocer la condición espiritual de otros, porque le faltaría discernimiento y se equivocaría, pero los hermanos en Jerusalén confiaban en Bernabé. El versículo 23 dice que “vio la gracia de Dios, se regocijó, y exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor”. Él primero observó cuidadosamente, y pudo ver evidencias de la gracia de Dios, porque hace una diferencia en la vida, el carácter y comportamiento, como Tito 2:11-14 indica. Al ver eso, se regocijó. Compartió el gozo de la salvación de esos nuevos hermanos. Y les exhortó, señalando la importancia de tener propósito de corazón y fidelidad al Señor. Hermanos, hoy necesitamos a más personas como Bernabé. Ésa es la clase de consolación y ayuda que la iglesia precisa.
    Viendo la necesidad de ayuda e instrucción para esos nuevos creyentes, Bernabé, en lugar de ponerse como “pastor”, pensó en traer a otros para ayudar, y buscó a Pablo (11:25). Así hubo un grupo de hermanos compartiendo las responsabilidades del pastoreo en Antioquía, y así debe ser en toda iglesia neotestamentaria. Fue en ese tiempo que salió el nombre “cristiano” por primera vez (11:26). Sólo aparece dos veces más en la Biblia, en Hechos 26:28 y 1 Pedro 4:16.  Ellos no lo tomaron como título suyo ni nombre de la iglesia, sino que fue dado por otros, por los de afuera. Pero es bueno llamarse cristiano, y no evangélico, pentecostal, bautista, adventista, etc. Más frecuentemente en el Nuevo Testamento somos llamados hermanos, creyentes, discípulos y santos, y cada término está lleno de sentido. La iglesia de ahí envió a Pablo y Bernabé a Jerusalén con la ofrenda para los hermanos necesitados (11:30). Así que Bernabé llevó consolación también a los santos en Jerusalén.
    Andando el tiempo, vemos a Bernabé en el capítulo 13, señalado junto con Pablo por el Espíritu Santo para salir a la obra misionera, llevando el evangelio más allá. “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado” (v. 2). ¿Quién envía a los misioneros? No la iglesia, sino Dios. No fueron comisionados por la iglesia, sino señalados por el Espíritu Santo.  Así que, el texto dice: “los despidieron” (v. 3), y “enviados por el Espíritu Santo” (v. 4). Pero observa que Dios no envió a nuevas reclutas sino a hombres experimentados y diestros que ya estaban ocupados en el ministerio. Eran hombres que tenían la confianza de la iglesia, y sobre todo a quienes no cabía duda que Dios los había llamado. En la primera linea de combate hacen falta veteranos, no creyentes verdes que tienen más entusiasmo que otra cosa. Solemos hablar del primer viaje misionero de Pablo, pero hay que recordar que era de Bernabé y Pablo.
    En ese primer viaje misionero, ¡cuántas cosas padeció Bernabé junto con Pablo! Los dos vieron la oposición de Barjesús, Elimas el mago, en Chipre (13:6-11) y la conversión del proconsul (v. 12). Juan Marcos abandonó a los dos, y se volvió a Jerusalén (v. 13). Bernabé con Pablo trabajó anunciando la Palabra de Dios en Antioquía de Pisidia, y cuando surgió la persecución los dos fueron echados de ahí (13:14-51), y fueron a Iconio.
    Allí también surgió conflicto armado por los judaizantes, y los misioneros fueron a Listra y Derbe (14:6-22). Bernabé fue llamado Jupiter por el pueblo pagano (v. 12), estando él al lado de Pablo cuando sanó al hombre cojo (vv. 8-10). No fue apedreado, pero vio a Pablo apedreado y dejado por muerto, y sólo podemos imaginar cómo eso le impactó. La obra misionera de hoy es muy cómoda y relajada comparada con lo que aquellos primeros misioneros hicieron.
    En la última fase de ese viaje histórico, Bernabé y Pablo “constituyeron ancianos en cada iglesia” (14:23). No se quedaron como pastores sino que señalaron a otros como responsables y los encomendaron al Señor. Bernabé sabía que la obra es del Señor, y que no dependía de la presencia constante de él y Pablo. En eso también vemos su fe y la gúia del Espíritu Santo. Hoy muchos admiran el ejemplo de hombres como ellos, pero otra cosa es seguir el patrón.
    En Hechos 15:1 surgió el evangelio falso de los judaizantes: “Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés no podéis ser salvos”. Es un mensaje maldito (Gá. 1:8-9), que todavía circula en manos de católicos, adventistas y otros que predican la ley y las obras para la salvación. Pero observa conmigo, hermanos, quiénes se pusieron en la brecha para parar ese ataque del diablo. “Pablo y Bernabé tuvieron una discusión y contienda no pequeña con ellos” (v. 2). El ser hijo de consolación no impidió a Bernabé a la hora de contender ardientemente por la fe (Jud. 3). Gálatas 2:1-5 indica que él con Pablo resistió firmemente a los judaizantes y no cedió ni por un momento. El consuelo no es para los que llevan falsa doctrina, ni debemos tolerar cosas así bajo una bandera falsa de “amor”, porque hay que amar a Dios, Su Palabra, la verdad, lo bueno y a los hermanos. En Hechos 15: 12 Pablo y Bernabé hablaron públicamente de los que Dios había hecho entre los gentiles. No hablaron de sí mismos, sino de Dios, porque sólo eran siervos, no dueños de la obra. En Gálatas 2:11-21 vemos a Bernabé arrastado por la hipocresía momentánea de Pedro y otros judíos cuando en una ocasión, por temor a los judíos de Jerusalén (Pr. 29:25) se apartaron de los hermanos gentiles. Esto demuestra como hombres buenos pueden equivocarse y tener un patinazo, pero se dejan corregir, como evidentemente pasó cuando Pablo le reprendió a Pedro los demás por esa simulación, “porque era de condenar” (Gá. 2:11). Si somos mansos y aceptamos correción, eso también obra para bendición. Bernabé no dijo: “¿quién eres tu para corregir a Pedro y a mí? ¡Soy el hermano mayor, pues me convertí antes que tú y ya estaba en la iglesia cuando tú llegaste!” Era manso. No tenía ese genio, esa altivez, auto importancia y protagonismo que tantas veces han dañado la obra del Señor.
    Sabemos que en Hechos 15:36-41 hubo un desacuerdo entre Pablo y Bernabé respecto a Juan Marcos. Pero debemos recordar que no fue una cuestión doctrinal. Predicaban la misma fe. No fue una pelea, ni causó una división en la iglesia. No perdieron la comunión, simplemente fueron a diferentes campos de trabajo. Bernabé seguía trabajando en el servicio del Señor, y volvió a Chipre, donde había nacido, para predicar (Hch. 15:39). Pablo también seguía predicando, y el Espíritu Santo se ocupa de ahí en adelante con él. Pablo nombra favorablemente a Bernabé en 1 Corintios 9:6 como siervo de Cristo, y eso nos indica que era digno de confianza en la obra del Señor.
    Así es el fruto de su vida de fe y entrega al Señor. Que el Señor nos ayude a ser como Bernabé, que no solo creyó sino vivió su fe, se desprendió de lo suyo y aun de sí mismo para servir a Cristo y ayudar a sus hermanos. La iglesia hoy necesita más personas como Bernabé.

de un estudio dado por Lucas Batalla en 2017



Salmo 34 - Dios Nos Libra De Temor

David se finge loco ante Abimelec

Texto: Salmo 34

Tenemos delante un salmo escrito cuando David estaba en una situación peligrosa. Había huido de Saúl y se había metido en el palacio de Abimelec rey de Filistea – la capital de los enemigos de Israel. Este salmo recuerda su rescate del palacio en Gat. No tenía que haber huido hasta allá, pero lo hizo. Estaba bajo mucha presión. Pero al leer el salmo vemos que siempre tenía su esperanza puesta en el Señor. Relata cómo clamó al Señor y qué requisitos tiene el Señor para ayudarnos.
    En los versículos 1-3 David bendice al Señor y declara: “su alabanza estará de continuo en mi boca” (v. 1). Los mansos oirán la alabanza y se alegrarán, porque también confían en el Señor y les anima saber cómo Él ayuda a los que le buscan. En el versículo 3 nos invita a unir nuestras voces a la suya para alabar y exaltar a nuestro Dios.
    En los versículos 4-8 testifica de la ayuda divina, y su testimonio puede y debe animarnos. “Busqué a Jehová, y él me oyó, y me libró de todos mis temores” (v. 4). Así debemos hacer ante los temores porque el Señor puede librarnos de ellos. David pasó por muchas penas y peligros huyendo de Saúl, privado, hambriento, atemorizado, etc., pero el Señor le respondió. Nosotros también pasamos pruebas, apuros y tensiones. ¿Cuántas veces te has despertado después de medianoche y han venido pensamientos negativos que te preocupan y te quitan el sueño? El testimonio de David es para instruirnos, para que clamemos al Señor y confiemos en Él.  El versículo 6 dice que le oyó y le libró de todas sus angustias. Entre las angustias de David estaba la falta de ayuda o consuelo de parte de otras personas. Puede que los amigos y aun la familia se quiten del medio cuando tenemos problemas, y no nos hablen. Pero al Señor siempre podemos hablar, porque Él no se aparta. No nos deja. Está siempre cerca. “El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los defiende” (v. 7). Así que, “Dichoso el hombre que confía en él” (v. 8), no en los hombres. El Señor es digno de nuestra confianza. David confiaba en Él, clamaba a Él, esperaba en Él, y el Señor intervino y sigue interviniendo a favor de los tales para ayudarles. Como creyentes, debemos aprender a confiar en el Señor siempre, porque Él es el único que puede solucionar los problemas. Tiene poder y sabiduría, y es benigno. Confiemos en Él antes que en los hombres. Busquemos Su ayuda primero y esperemos en Él.
    Del versículo 9 al 14 nos aconseja. “Temed a Jehová, vosotros sus santos, pues nada falta a los que le temen” (v. 9). Esto nos recuerda lo importante que es el temor de Dios en nuestra vida. Es el principio de la sabiduría (Pr. 1:7). Al Señor le agrada proveer para los que le temen, pues promete que nada les falta. Pensemos en el Salmo 23:1, “Jehová es mi pastor, nada me faltará”. Entonces procede a enseñarnos el temor de Jehová en los versículos 11 al 14.
    Luego en los versículos 15-22 hallamos muchas expresiones de confianza. El versículo 15 nos recuerda que “Los ojos de Jehová están sobre los justos, y atentos sus oídos al clamor de ellos”. (véase 33:18). Él vela siempre por nuestro bien. Esa es Su parte. La nuestra es temerle (v. 9), buscarle (v. 10) y clamar a Él. La misericordia es compasión activa, y las Suyas son nuevas cada manaña (Lam. 3:22). Por eso cuando nos acercamos al Señor en oración, confesando nuestra necesidad, humillándonos, buscando Su ayuda y echando nuestras ansiedades sobre Él, Él promete: “no tendrán falta de ningún bien”. Esto es para animarnos a no ensimismarnos, hundirnos, desanimarnos, apartarnos ni tirar la toalla, sino acercarnos, clamar (v. 17) y esperar en Él.
    El versículo 19 afirma que aun los justos tienen muchas aflicciones. La vida de fe no nos libra de problemas, pero nos da la soluciona a ellos, la que los incrédulos no tienen: la ayuda divina. Hermanos, como creyentes tenemos que sufrir en esta vida. Vivimos en un mundo arruinado por el pecado, el diablo es el príncipe del mundo, y dentro de todo ser humano está la carne, la naturaleza caída. Así que, hay mucha aflicción. La conversión no nos quita todos los problemas, pero entonces hay socorro: “de todas ellas le librará Jehová”. Consideremos cuán largos y duros eran las pruebas y las aflicciones de Job, pero el Señor bendijo el postrer estado de Job más que su primero. Santiago 5:11 dice: “He aquí, tenemos por bienaventurados a los que sufren. Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el fin del Señor, que el Señor es muy misericordioso y compasivo”.
    Al final del salmo, el versículo 22 promete: “no serán condenados cuantos en él confían”.  El ángel de Jehová acampa alrededor de nosotros y nos defiende (v. 7). No le vemos, pero Él está allí, siempre a nuestro lado. Así que, cobremos ánimo, confiemos en la ayuda fiel de Dios, y que Él nos ayude y bendiga. Amén.

                                                                      de un estudio dado por Lucas Batalla 

 

Fuertes enemigos siempre cerca están:
Cristo está más cerca; guárdame del mal.
“Ten valor”, me dice: “Soy tu guardador”.
“No te dejo nunca; siempre contigo estoy”.

El que guarda mi alma nunca dormirá.
Si mi pie resbala, Él me sostendrá.
En mi vida diaria es mi guardador;
Fiel es Su palabra: “Siempre contigo estoy”.


                        del himno “No Tengo Temor”