Friday, October 19, 2018

CLAMA A MÍ


Texto: Jeremías 33:1-8

El mundo está fatal, hermanos, y no verá mejora. Asimismo, en el tiempo de este texto, Jerusalén estaba fatal y venían todavía más juicios. Dios tenía a Jeremías en la ciudad advirtiéndola, pero no lo aceptaron. Además de eso, le hacían sufrir, probablemente queriendo hacerle callar. En este capítulo Jeremías está en el patio de la cárcel porque había predicado fielmente la Palabra de Dios. El pueblo de Israel rechazó a Dios y a Sus mensajeros, en este caso era Jeremías, pero otros profetas vieron las mismas actitudes (2 R. 17:14-15; Jer. 7:25-26). Hoy también es lo que uno puede esperar si es fiel en proclamar lo que Dios dice – el mismo “pueblo de Dios” le ignorará o intentará hacerle callar.   
    Así que, Jeremías se encuentra en una situación de desaliento, pero Dios le alienta. En el versículo 2 le recuerda que Él hizo todo, tiene gran poder y sabiduría. Le recuerda Su Nombre. Es como si le dijera: “¿Te acuerdas de quién soy yo?”  En Él tenemos que meditar cuando suframos. Jeremías sufrió por ser fiel a Dios, pero no había que dudar ni echarse atrás. Pedro en su primera epístola nos dice: “si alguno padece como cristiano, no se avergüence...” (1 P. 4:16).
    Dios invita a Jeremías a clamar a Él (v. 3) y promete responder – es una gran promesa alentadora que le vino en tiempo de sufrimiento. Los versículos 4 y 5 recuerdan la situación de sufrimiento y pérdida para toda la ciudad, y en el versículo 6 Dios promete: “yo les traeré sanidad y medicina; y los curaré”. Primero los castigó por su comportamiento impío, y luego los sanó. En esto encontramos una aplicación para nosotros. Hebreos 12 dice que Dios también tiene que castigarnos por nuestro comportamiento, y el que esté sin castigo no es hijo. Pero nos castiga para nuestro bien, no nos desecha, nos educa. Entonces no hay que desmayar, sino aceptar y aprender las lecciones que Él nos quiere enseñar.
    Los versículos 12-18 también hablan de bendiciones futuras para Jerusalén, cuando venga Él que tiene que gobernar. Como Israel, nosotros también debemos cultivar la vista larga, no corta, y recordar los propósitos y las promesas de Dios. Cuando hay rechazo, cuando sufrimos, recordemos que Él tiene grandes planes para bien. Y así en tiempos difíciles o malos no nos olvidaremos ni nos apartaremos de Él, ni daremos lugar a la amargura.
    Volvamos al versículo 3, donde Dios da a Jeremías (y a nosotros) la receta: “Clama a mí”. Lo que solemos hacer, si somos honestos, es clamar a los hombres buscando su ayuda, antes que clamar a Dios. Y tristemente, a algunos les gusta que clamen a ellos, porque así se sienten importantes o poderosos, como filántropos. Pero dice: “Clama a , no a ellos. Cualquier problema que tengas: “Clama a mí” es el consejo. El Señor quiere que acudamos y esperemos en Él. Promete: “Y yo te responderé”. No clamaremos a Dios en vano. Él responde con sabiduría, poder y amor. A veces la respuesta puede ser “no”, o “espera”, o “sí” u otra cosa. Sigue y dice: “y te enseñaré”. Hay cosas que todavía no sabemos, cosas que nos alentarán, darán gozo, nos aclararán los valores, nos ayudarán a orientarnos. Hay esperanza para el pueblo de Dios.
    Entonces, Jeremías clamó, y el Señor le sacó vivo del terrible castigo de Jerusalén. El testimonio de Jeremías bien podría expresarse con las palabras de David en el Salmo 34.
    “Me libró de todos mis temores” (v. 4).
    “Este pobre clamó, y le oyó Jehová y lo libró” (v. 6).
    “Claman los justos, y Jehová oye, y los libra de todas sus angustias” (v. 17).
    Este testimonio y esta promesa nos animan a resolver nuestros problemas por medio de la oración – clamando al Todopoderoso. Hermano, hermana, Él te escuchó para salvarte, y te escuchará para ayudarte. Clama a Él.

Lucas Batalla, de un estudio dado el 23 de septiembre, 2018

Thursday, October 18, 2018

Ezequías y el Avivamiento


Texto: 2 Crónicas 29

Ezequías fue hijo bueno de padre malo. Pero puso a Dios antes que la familia, porque no imitó lo malo sino lo bueno (3 Jn. 11). Nosotros los creyentes que somos padres debemos dar ejemplo bueno a nuestros hijos, pero Acáz no era creyente. Era malísimo como vemos en 2 Crónicas 28:19-28. Usaba el poder y la autoridad del rey para hacer mal, y acabó mal. El versículo 27 dice que no lo metieron en los sepulcros de los reyes, eso es, que le dieron una sepultura inferior porque ni muerto era digno de estar al lado de otros reyes.
    Entonces su hijo Ezequías, de veinticinco años de edad, subió al trono y se dio a conocer como rey bueno y piadoso. El versículo 2 dice que hizo lo recto, no ante los judíos, sino ante Jehová. Al decir “conforme a su padre David” eso es porque usaban “padre” para referirse también al abuelo y otros antepasados. Ezequías escogió el buen ejemplo del pasado, de David, y lo siguió. No fue contemporáneo como había sido su padre Acaz (véase Jer. 6:16). Hoy también hay muchos como Acaz en las iglesias, que quieren ser contemporáneos y cambiar todo, y no siguen el patrón fiel de antaño. No los imitemos, hermanos, sino seamos fieles al Señor y al patrón que Su Palabra da. En el primer año de su reino, Ezequías deshizo lo malo de su padre – no siguió la mala tradición. Abrió las puertas del templo y las reparó (v. 3). Hizo venir los sacerdotes y levitas, porque estaban lejos, apartados, ya que bajo Acaz no se les había permitido celebrar el culto a Jehová. Sus problemas empezaron cuando Acaz envió el diseño del altar en Damasco y el sumo sacerdote, en lugar de oponerle y pararle, se sometió e hizo lo que el rey mandó, en lugar de seguir lo que Dios mandó. No podemos ceder así a cambios sin que vengan malas consecuencias. Al final Acaz había cerrado el templo. Pero su hijo Ezequías lo abrió. En el versículo 5 mandó a los sacerdotes tres cosas: (1) santificarse, (2) santificar la casa de Jehová, (3) sacar del santuario la inmundicia. Esto último nos recuerda como nuestro Señor Jesucristo purificó el templo, sacando a todos los vendedores.
    Entonces, en los versículos 6 y 7 Ezequías declara por qué el cambio. Reconoce la maldad de los padres. “Nuestros padres se han rebelado”: hicieron lo malo, dejaron al Señor, apartaron sus rostros, le volvieron las espaldas, aun cerraron las puertas del templo, apagaron las lámparas, no quemaron el incienso ni sacrificaron holocausto. Como venimos diciendo, todo eso comenzó cuando el sumo sacerdote Urías fue infiel a Jehová y cedió al capricho de Acaz e hizo el altar pagano (2 R. 16:10-20). Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.
    Por tanto, en los versículos 8 y 9 vemos las consecuencias: la ira de Dios, turbación, execración y escarnio. ¡Tanta mortandad, pérdida y tristeza! Es triste cuando los padres son infieles y traen juicio y pérdida sobre sus hijos.
    En el versículo 10 Ezequías anuncia lo que va a hacer: “yo he determinado hacer pacto con Jehová”. Vemos que escogió lo bueno, y usó su voluntad para bien. Cada uno de nosotros debe dejar de pensar y actuar como víctima, y determinar como Ezequías hacer lo bueno. No hizo referendum, ni esperó saber la opinión de la mayoría, sino decidió hacer lo recto. Usó su influencia y responsabilidad para apartar la ira. Hermanos, no hay avivamiento sin arrepentimiento, sin santificación, sin sacar la inmundicia, sin comprometerse con Dios. El avivamiento no viene por poner música marchosa, ni por cambiar la hora del culto, ni por imitar al mundo – dejando a las mujeres hablar – poniendo juegos para los jóvenes – metiendo la psicología – guardando fiesta de San Valentín o Navidad – ni por conseguir un local nuevo ni nada así. Tiene que haber reconocimiento de pecado, arrepentimiento, clamor al Señor y limpieza que quita lo que está mal. Hagamos un cambio, una marcha atrás, volviendo a lo bueno. No pidamos permiso de los demás para obedecer a Dios. No hagamos un sondeo buscando mayoría ni popularidad. Seamos fieles a Dios y marcamos pauta con nuestra vida.
    En el versículo 11 advierte a los sacerdotes y levitas: “Hijos míos, no os engañéis ahora”. No hay que postergar la acción, les dice, porque eran los escogidos de Jehová para el ministerio y debían ponerse en marcha sin demora. En los versículos 12-19 actúan y entonces dan informe a Ezequías. Y nosotros, ¿cómo hacemos limpieza? Arrepintiéndonos, confesando y apartándonos del pecado (Pr. 28:13), y haciendo pacto con el Señor en el sentido de decir: “lo que hice no lo voy a hacer más”. Entonces, los sacerdotes y levitas dan a Dios Su parte (vv. 20-29), eso es, los sacrificios y las ofrendas, la alabanza y la adoración. Eso es importante, pero observa que viene después de la confesión, la limpieza y la santificación. Las cosas en su orden.
    En los versículos 30-36 hay alegría: “se alegró” (v. 36). Primero hay contrición por el pecado, y luego viene el gozo. Los avivamientos vienen cuando los hombres siguen ese ejemplo. Fuera con el orgullo, fuera el pecado y las excusas. El arrepentimiento, la limpieza y la consagración traen bendición y alegría. Así se alegró Ezequías y con él todo el pueblo. Fue un gozo contagioso y compartido. Vemos en esto el camino de vuelta a Dios, el del avivamiento y la bendición. Nosotros también podemos tener bendición y gozo, si seguimos el ejemplo puesto delante nuestro. Que así sea para la gloria del Señor.

del estudio dado por Lucas Batalla el 16 de octubre, 2018

 Avívanos, Señor.
Sintamos el poder
del Santo Espíritu de Dios
en todo nuestro ser.

Coro:
Avívanos, Señor,
con nueva bendición;
inflama el fuego de tu amor
en cada corazón.


Avívanos, Señor,
tenemos sed de Ti.
La lluvia de tu bendición
derrama ahora aquí.

Avívanos, Señor;
despierta más amor,
más celo y fe en tu pueblo aquí
en bien del pecador.