Saturday, January 9, 2016

UN HIMNO DE GRATITUD

Texto: Salmo 30
Este salmo es un himno de David expresando gratitud y alabanza por haber sido librado de la muerte. Los salmos están llenos de ejemplos de cómo hablar con Dios y cómo cantarle, en casi toda variedad de circunstancia en la vida. Expresan las situaciones por las que pasaban los creyentes, en lenguaje de oración a Dios y testimonio a los demás.
    Veamos las circunstancias de David que ocasionaron este salmo. En el versículo 1, estaba en peligro de enemigos. Los que aman a Dios tienen enemigos, porque hay muchos que no le aman. Cuando uno ama al Señor y vive en piedad y justicia, esto trae conflicto con el mundo rebelde. La vida de piedad no es una vida de paz con todos. Ojalá fuera de otra manera, pero la realidad no es así. Los enemigos de David querían triunfar sobre él y alegrarse en su derrota y muerte. Pero Dios no lo permitió.
    En el versículo 2 vemos que además, David estaba gravemente enfermo. Esto nos presenta otro punto importante. Los piadosos no son exentos de las enfermedades. Hay iglesias hoy que enseñan que si tienes fe y agradas a Dios no te enfermerás porque la enfermedad viene por falta de fe y por pecado. Pero David estaba viviendo en piedad cuando se enfermó, y en su enfermedad clamó al Señor y fue sanado.
    En el versículo 3 vemos que había peligro de muerte. Los creyentes pasan por esos peligros. Desde los tiempos de Adán y Eva la muerte alcanza a los seres humanos. Los cementerios se expanden porque cada año hay más muertos. Y los creyentes también mueren, con excepción a aquellos que estén vivos cuando el Señor venga para arrebatar a la Iglesia (1 Ts. 4:13-18). Pero el creyente es en un sentido inmortal hasta que haya cumplido los propósitos de Dios para su vida. David pasó por peligro de muerte tanto por los enemigos así como por la enfermedad, pero Dios le libró.
    Y como Dios le libró de esos peligros, compone un salmo de gratitud y dice: “Te glorificaré”. Dios había cambiado su situación adversa y había dado salvación. Los creyentes debemos orar y clamar al Señor en nuestros apuros, y también debemos cantarle con gratitud cuando nos conteste.
    Así que en el versículo 4 David exhorta a todos a cantar al Señor – no cantar como diversión – sino cantar realmente al Señor. Es algo que muchos cantantes evangélicos no hacen, porque cantan por dinero, como profesionales, por protagonismo para destacar, por diversión, por fama y para agradar a su público como en conciertos. ¿Dónde en la Biblia hay un concierto? No los hay. Aunque hubo varones levitas cantantes en el templo, no hay en todo el Nuevo Testamento ningún grupo de cantantes, ningún conjunto, ninguna vocalista, ni nada parecido. Los apóstoles al ir predicando el evangelio no llevaron instrumentos musicales ni dieron conciertos. El énfasis que hoy hay sobre la música es algo totalmente ajeno al Nuevo Testamento, e innecesario para el progreso del evangelio.  ¿Quién le puede cantar? “Vosotros sus santos” y la palabra “santos” elimina a muchos cantantes evangélicos. Los creyentes sí podemos y debemos cantar, pero al Señor como David dice aquí. Cantamos celebrando Su santidad.
    En los versículos 5-11 David repasa los temas nombrados en los primeros tres versículos, y llega a la conclusión de que hay que cantarle y agradecerle a Dios con cánticos.
    El versículo 5 asegura que las pruebas y los castigos son de corto plazo. El presente puede ser negativo, pero para el creyente no es permanente. Pronto vendrá el gozo. Nuestra vida, por difícil y penosa que sea, siempre terminará con gozo, gracias a Dios. Por eso es importante no perder la esperanza ni el ánimo.
    En los versículos 6-7 vemos una verdad que no siempre es apreciada. La prosperidad en sí es un peligro y una prueba. Muchos oran deseando la prosperidad pero no saben lo que piden, porque la historia sagrada demuestra que muchas veces en la prosperidad han venido tentaciones y caídas en pecado. En tiempos prósperos solemos tener problemas de actitud, porque dejamos de ser humildes y de confiar constantemente en el Señor. Aunque reconocemos que es el Señor quién nos lo dio (v. 7), todavía peligramos. El dinero trae poder, y con él podemos hacer cosas que a lo mejor no son la voluntad de Dios. La prosperidad puede alimentar sentidos de independencia y autonomía. Empezamos a mandar porque tenemos dinero, y otros nos hacen caso por la misma razón. Pero el Señor nos corrige con circunstancias adversas, y nos deja ver que apartados de Él no somos gran cosa. Nos humilla y nos rebaja con cosas que nos turban y nos hace volver a Sus pies, dependientes de Él.
    Pero el creyente sabe qué hacer cuando vienen dificultades por cualquiera razón: clamar al Señor y suplicar.  “A ti, oh Jehová, clamaré, y al Señor suplicaré” (v. 8). Suplicar es una actividad de los humildes que imploran ayuda, no de grandes, poderosos y autónomos. Los creyentes no suplican a santos ni ángeles sino directamente al Señor. Tenemos en la oración un gran recurso para nosotros y también a favor de los demás. El creyente no dice como los del mundo: “Tendré un buen pensamiento por ti”. ¿Qué es eso? No es nada – el recurso liviano y vano de los que no conocen a Dios. ¡Cuanto mejor orar y decir: “Jehová, ten misericordia de mí”! Oramos porque sabemos a quién acudir. Los del mundo no saben qué hacer. Entonces no intentemos ser independientes, sino siempre estemos pegados al Señor. A Él le gusta siempre tenernos en esa actitud de súplica, y cualquier cosa que impida o apague esa actitud es un peligro.
    El versículo 9 contiene tres preguntas dirigidas al Señor en oración. David sabe que su vida debe ser provechosa para Dios, y pregunta cómo puede ser así si él muere. Podemos decir que pide vida para que sirva al Señor, para ser provechoso para Él. ¿Cuántos hoy tenemos este concepto, que nuestra vida debe ser provechosa para el Señor? Pablo dijo: “Para mí el vivir es Cristo”. ¿Podemos decir lo mismo?
    En el versículo 10 David pide misericordia y clama: “Sé tú mi ayudador”, y Dios lo es para los Suyos. Le agrada oirnos confesar nuestra necesidad de Su ayuda, y se goza en ayudarnos. Hebreos 4:16 dice: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”. Hebreos 13:6 afirma: “El Señor es mi ayudador; no temeré Lo que me pueda hacer el hombre”. Proverbios 3:34 dice: “a los humildes dará gracia”. Leemos en Jeremías 31:14 la promesa de Dios respecto al futuro de Israel: “mi pueblo será saciado de mi bien”, pero Su promesa es aplicable a todos los que en Él esperan.
    Entonces, las cosas cambiarán, tarde o temprano. Dios cambió el lamento de David en alegría expresada en baile (v. 11), porque cambió las circunstancias que ocasionaron su tristeza. No es un baile de diversión, carnal, sugestivo, amoroso ni nada como se ve en el mundo. Es la reacción sencilla de un corazón alegre. Pero recordemos que el Señor puede darnos gozo aun en medio de circunstancias adversas, sin cambiarlas, y las circunstancias no son excusa para alejarnos de Dios ni estar deprimidos. En Lucas 6:22-23 vemos que podemos tener gozo y alegría aun cuando sufrimos rechazo y persecución. El Señor dice que si a Él le persiguieron, a nosotros también lo harán. Nuestro gozo está en Él, no en las circunstancias.
    Vivimos en un mundo contaminado con el mal. La justicia está pervertida. El mundo está dirigido por el maligno y en un mundo así no podemos esperar sino lo negativo. Pero el Señor nos ayudará, y en esa ayuda misericordiosa tenemos motivos de alabanza y testimonio.   
    En el versículo 12 tenemos la conclusión: “por tanto a ti cantaré”. David canta, como dice en el versículo 4, y canta al Señor reconociendo Su ayuda. “Gloria mía” le llama, y qué bueno cuando tengamos esta actitud de que nuestra gloria no está en nosotros ni nada en este mundo, sino en Dios. A muchos Dios les ha tenido que despojar de su gloria, de las cosas en las que se glorían los seres humanos, para que aprendan a decirle: “Gloria mía”. “No estaré callado” dice, porque cuando Dios nos responde y nos hace bien, hay que ser tan prontos para alabar como lo éramos para clamar y suplicar. No sean más cortas nuestras alabanzas que nuestras súplicas. Todo creyente tiene motivos de alabanza, si recuerda lo que el Señor hizo para socorrerle en el Calvario, lo que padeció, lo que soportó por su causa, llevando sus pecados en Su santo cuerpo sobre el madero, y cómo derramó Su sangre por él, responderá: “No estaré callado. Jehová Dios mío, te alabaré para siempre”.

Lucas Batalla, de un estudio dado el 24 de octubre, 2013

El PODER DEL EJEMPLO PATERNO

Texto: Proverbios 20:7

Nuestro texto dice: “Camina en su integridad el justo; sus hijos son dichosos después de él”. Hace poco que hablaba con una muchacha que me decía algo así: “Qué mal está ahora la juventud en todos los sentidos. Pocos quieren estudiar, pocos tienen trabajo, hay mucho vicio de alcohol, drogas, etc., mucho robo, males actitudes, hacen cosas malas y si alguien se le dice algo, se molesta, pone mala cara o hace algo peor, y responde con dureza y palabrotas. Los padres también ponen mal ejemplo y consienten lo malo. Los matrimonios no funcionan como matrimonios, y la familia ya no funciona como familia”. Me sorprendió un poco escuchar esas quejas de una persona no creyente. Esto es así en el mundo, pero con creyentes no debe ser así. Tenemos una vida diferente.
    Los padres creyentes deben educar a sus hijos, y simplemente si andan en integridad, como dice nuestro texto, eso es ejemplo que dan y eso afecta a los hijos. Por lo menos han tenido el ejemplo delante suyo y no podrán decir que no sabían como vivir. El buen ejemplo tiene poder. Esto no se va a perder. Se siembra una planta y necesita tiempo para crecer, pero crecerá. Al ejemplo debemos suplementar con sano consejo de la Palabra de Dios, y con la oración.
    En cambio, qué diferente es el futuro de la persona que maldice a su padre o a su madre: Dios le castigará en esta vida, y también después. Se ponen de modo que sólo se puede orar por ellos y esperar que Dios haga algo, porque rechazan toda reprensión e instrucción.
    Pero en todo caso los padres deben vivir en su integridad. Es el mejor regalo que pueden dar a los hijos. Este ejemplo quedará en su memoria siempre, y Dios lo puede usar para bien. No es así cuando dicen pero no hacen, cuando la vida cotidiana no muestra integridad, los hijos observan esto y aprenden la doblez, y desprecian los valores espirituales de los que dicen pero no hacen.
    Consideremos algunos textos que nos animan a vivir en integridad.
    Salmo 37:26 Hablando del justo, dice: “En todo tiempo tiene misericordia, y presta; y su descendencia es para bendición”. Las palabras “en todo tiempo” se refieren a toda la vida. No se puede limitar el buen comportamiento a un horario de reuniones. Nuestros hijos, nuestra descendencia, nos observa “en todo tiempo”.
    Salmo 112:1-2 dice: “Bienaventurado el hombre que teme a Jehová, y en sus mandamientos se deleita en gran manera. Su descendencia será poderosa en la tierra; La generación de los rectos será bendita”. La descendencia del hombre o la mujer que teme a Jehová es afectada por el ejemplo de su vida.
    En 2 Timoteo 1:5 leemos de los ejemplos piadosos que tuvo Timoteo en su hogar cuando era joven:  “trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también”. Algunos han sido disgustados por una fe fingida que vieron en sus padres. Pero la integridad espiritual y devoción de esas mujeres le afectó a Timoteo para bien.
    En 2 Timoteo 3:14 leemos: “Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido”. En su relación con Pablo, Timoteo tuvo delante suyo el ejemplo de un hombre espiritual, que le enseñaba tanto con la vida como con la boca.
    Es mejor darles este ejemplo de piedad e integridad que dinero, fincas y otros bienes materiales. Muchos jóvenes en casas afluentes han recibido esas cosas y sin embargo se han arruinado. En algunos casos parece que sólo se quedan en la casa o en la iglesia porque están cómodos, bien alimentados y divertidos. Aprovechan a los padres para obtener las cosas que quieren, pero no se acercan realmente al Señor con mucho interés.
    Si no damos a Dios lo que debemos, si no hay amor, integridad y devoción en la vida del padre y de la madre, afectaremos para mal a los hijos e irán a la deriva. Para que sean dichosos después de nosotros, tenemos que asentar las bases – aún en la vejez – seguir firmes y fieles y no aflojar ni amargarnos. Debemos ser fieles y confiar que el Señor usará nuestra integridad en la vida de nuestros hijos.  Ellos por supuesto tienen que decidir, y son responsables por sus decisiones, pero miremos bien cuál es nuestra parte.
    También hay hijos de creyentes que son fieles ahora, y esto da gloria a Dios y gozo y aliento a los padres. Si queremos que nuestros hijos sean así, tenemos que hacer más que llevarles a los cultos o leerles algo de la Palabra. Hay que vivir realmente la vida cristiana, la vida espiritual, con integridad y constancia en el hogar, delante de ellos. Esto les impactará.


de un estudio dado por Lucas Batalla, el 20 de febrero, 2014