Wednesday, November 20, 2024

El Consuelo de Dios

Texto: 2 Corintios 1.1-10

Todos necesitamos consuelo en algún momento de la vida, y esto incluye a personas como el apóstol Pablo, como vemos en nuestro texto. El piadoso Job, cuando sufrió tanta pérdida y gran prueba, sufrió todavía más porque su esposa y sus amigos no le consolaron. “Consoladores molestos sois todos vosotros”, dijo (Job 16.2). Afirmó que, si ellos sufriesen, él les trataría mejor que lo que recibió de ellos: “yo os alentaría con mis palabras, y la consolación de mis labios apaciguaría vuestro dolor” (Job 16.5). Pero los más allegados a Job no le dieron consuelo. Es ciertamente un fallo cuando los creyentes, en lugar de consolar y ayudar, critican al que sufre.
    El Señor Jesucristo prometió a los creyentes: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación” (Mt. 5.4). Cuando Pablo escribió su segunda carta a los corintios, comenzó con este tema: la consolación.
    En el verso 1, se identifica: “Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios”. En la vida del creyente, todo debe ser por la voluntad de Dios. En todo ministerio cristiano es especialmente importante ser dirigido por Dios, y no por voluntad humana (2 P. 1.21). Dios es quien da los dones y coloca a cada creyente en el cuerpo de Cristo (Ef. 4.8, 11-12; 1 Co. 12.7, 11, 18). Pablo era apóstol, no porque lo anhelara, como algunos anhelan tener autoridad o ser reconocidos. El Señor había interrumpido su vida, para manifestarse y llamar a Pablo a la fe y para darle un ministerio. La voluntad de Dios motivaba y respaldaba todo lo que hacía. Dice aquí: “a la iglesia de Dios que está en Corinto”. En tiempos apostólicos los hombres todavía no habían inventado las denominaciones, y había una iglesia en Corinto, y otros creyentes en otras partes de Acaya – la zona cercana.
    El verso 2 expresa su deseo para ellos: “Gracia y paz”. Eran saludos típicos en griego (caris: gracia) y en hebreo (shalom: paz). La fuente común de esas cosas es: “Dios nuestro padre” y “el Señor Jesucristo”. No menciona a María porque la gracia no viene de ella.
    En el verso 3, bendice a Dios. Bendecir significa “hablar bien de”, y es lo que hace: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación”.  Menciona a Dios Padre como “Padre de nuestro Señor Jesucristo”, porque José era solo su padre adoptivo, y María era la madre de Su humanidad (no “la madre de Dios”), el vaso consagrado que Dios Padre utilizó para traer al mundo a Su Hijo. Dios Padre tiene dos más títulos descriptivos en este verso:

1)    “Padre de misericordias”
2)    “Dios de toda consolación”

Necesitamos Su misericordia, pero no la merecemos, y la consolación viene también por la gracia de Dios. Ambas cosas son provistas para los creyentes en el Señor. La misericordia es un atributo de Dios, y dos salmos se dedican a ella: el 107 y el 136.  En este verso Pablo expresa un sentido de gratitud que todos debemos tener continuamente.
    El verso 4 explica más sobre este consuelo – no viene de la psicología, ni de las amistades, ni del dinero, sino de Dios. Él “nos consuela en todas nuestras tribulaciones”. Es decir, en toda clase de tribulación, Dios da el consuelo adecuado. No habla del periodo llamando “la Tribulación”, sino de nuestras pruebas, aflicciones y sufrimientos corrientes. No ofrece consuelo mundano, sino espiritual, por el Espíritu Santo, que es el Consolador (Jn. 14.26), y por las promesas y verdades de la Palabra de Dios. El salmista dijo: “Mira, oh Jehová, que amo tus mandamientos; vivifícame conforme a tu misericordia” (Sal. 119.159). “Príncipes me han perseguido sin causa, pero mi corazón tuvo temor de tus palabras” (Sal. 119.161). A lo largo de la historia humana, Dios ha aconsejado y consolado así a los creyentes. Sus consolaciones tienen un propósito doble: ayudarnos a nosotros, y hacer posible que ayudemos a otros creyentes: “para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación” (2 Co. 1.4). “Cualquier tribulación”, dice, porque hay muchas clases de ella. El mundo rechaza a Cristo, y los que pertenecemos a Él sufrimos. “Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Ti. 3.12). Eso nada tiene que ver con los siete años de la Tribulación, sino es lo que les toca a los creyentes fieles en cualquier tiempo. Algunos predicadores dicen que si confías en Cristo ya no tendrás más problemas, pero eso está lejos de la verdad. Pablo hablaba frecuentemente en sus epístolas de tribulación, persecución y sufrimiento (por ej. Ro. 5.3; 2 Co. 4.7-10, 17; 6.4-5; 7.4-5; 8.2; 11.13, 28; 12.10; Fil. 1.29-30;1 Ts. 1.6; 2.14-15; 2 Ts. 1.4-7).
    El verso 5 enseña dos tipos de abundancia. Primero: “abundan en nosotros las aflicciones de Cristo”, es decir, sufrimos por serle fieles y no seguir el rumbo del mundo (1 P. 4.4). Cuando nos invitan a hacer algo que desagrada a Dios, y rehusamos, piensan que estamos locos. Cuando sufrimos como cristianos, nuestro recurso es el Señor, pues el verso 5 dice: “así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación”. No hay problema en la vida que Cristo no puede resolver. Tiene recursos para eso y para consolarnos. La palabra “abunda” nos recuerda otra abundancia, la de Romanos 5.20, “cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia”. No hay escasez de recursos divinos. Dios tiene todo lo necesario para ayudarnos, de modo que no es correcto decir que no podemos soportar lo que nos sobrevenga. Aun “de lo profundo” (Sal. 130.1), podemos clamar al Señor y recibir ayuda.
    El verso 6 habla de las tribulaciones y las aflicciones de los apóstoles, y también los creyentes en Corinto, y promete “consolación y salvación”. El cristianismo verdadero nunca ha sido popular ni fácil, porque el mundo es controlado por el diablo. Pero Dios consuela y salva a los Suyos.
    El verso 7 llama a los corintios “compañeros en las aflicciones”, y declara: “también lo sois en la consolación”. No se agotaron en los apóstoles las consolaciones de Dios, sino que provee para todos los creyentes, no solo los corintios sino también nosotros. Además, en el cielo seremos consolados eternamente (Lc. 16.25).

     Los versos 8 y 9, para darles un ejemplo, relata acerca de la tribulación que Pablo y compañía sufrían en Asia. “Fuimos abrumandos sobremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida”. El verso 9 añade: “tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte”. Pensaban que iban a morir. Pero hay una lección importante en una situación tan desesperada. Es bueno perder toda esperanza humana, si eso nos conduce a esperar en Dios: “para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos”. Así es que podemos aprender en la escuela de la experiencia, o como quien dice, a base de golpes. A veces Dios permite que seamos “afligidos en diversas pruebas” (1 P. 1.6), pero no nos abandona, sino nos sacará adelante (1 P. 5.10).
    El verso 10 testifica de la liberación de Dios, en tres tiempos: “nos libró”, “nos libra”, y “aun nos librará”. Alguien dijo que el creyente es inmortal hasta que termine de hacer la voluntad de Dios y cumplir Sus propósitos. Tendremos que morir, sí, si el Señor no viene antes, pero eso está en Sus manos, y debemos ocuparnos de vivir conforme a Su voluntad. “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Hch. 9.6), es una buena pregunta que hacerle a Dios en oración, y la mejor manera de vivir.
    El Señor no nos desamparará. Sus promesas son dignas de nuestra confianza, como Pablo afirma más adelante en el capítulo, en el verso 20. “Porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios”. Dios nos confirma (v. 21). Dios nos ha dado el sello y las arras del Espíritu, que son señales de seguridad. Estas verdades dan consuelo y ánimo en las tribulaciones. Pero para aprovechar lo que Dios provee, debemos acercarnos a Él, en la lectura de Su Palabra, la meditación en ella, y la oración. En la comunión con Él hay consolación para todo creyente.

Lucas Batalla, de un estudio dado el 17 de noviembre, 2024


   

Tuesday, November 19, 2024

El Rico Insensato

 


Texto: Lucas 12.13-21

Suelen titular este texto: "El Rico Insensato", pero aquel hombre es solo uno de muchos. Las riquezas suelen causar problemas, y en este caso, fue una herencia. La presencia de riquezas suele trastornor los pensamientos, o al menos, suele revelar un defecto en el corazón.

     Un hombre se acercó al Señor, pero no por razones espirituales, sino porque su hermano recibió una herencia y no la compartió (v. 13). Pero el Señor le reprendió (v. 14) y rehusó actuar como abogado o juez en el caso. Algunos solo se dirigen al Señor buscando bienes temporales. Santiago 4.3 dice: “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites”. El Señor usó esa ocasión para advertir a ese hombre, y también a nosotros acerca de un pecado común: “Mirad, y guardaos de toda avaricia” (v. 15). Dice “toda avaricia” porque se manifiesta de diferentes maneras – la herencia solo es un ejemplo. La avaricia no aflige solo a los ricos, pues también muchos pobres son avaros – que no están contentos, sino se afanan por tener más, tienen envidia de los que tienen más, y codician lo que esos tienen. Pero la vida no consiste en los bienes materiales, sino en una relación con Dios, y las verdaderas riquezas no son materiales sino espirituales.
    Para enseñar estas importantes verdades, el Señor usó una parábola en los versos 16-21, acerca de un hombre rico pero necio. En los versos 16-19 vemos a un hombre que tenía mucho, pero quería más. Su campo produjo mucho, y esa bendición era una prueba. Es así cuando aumenta el dinero o los bienes. La cuestión es: ¿cómo responde nuestro corazón? Los bienes no causaron el problema, sino sacaron a luz el problema que ese hombre ya tenía. Era egoísta.
    El verso 17 nos enseña su egoísmo, pues “pensaba dentro de sí” pero no consultó a Dios. Sin embargo, Dios conocía sus pensamientos y deseos, y conoce también todos los nuestros. Santiago 1.5 dice que cuando nos falta sabiduría, debemos pedirla a Dios. Pero ese hombre se preguntó a sí mismo: “¿Qué haré, porque no tengo donde guardar mis frutos?” No pensaba en compartirlos, sino en guardar todo para sí. “Mis frutos”, dijo, y siguió en el verso 18, diciendo: “mis graneros”, “mis frutos” y “mis bienes”. Como un niño tacaño, decía: “¡mío, mío, mío!” Lo tenía todo, y le sobraba mucho, solo pensaba en ahorrar para sí. Se hacía tesoros en la tierra – cosa que el Señor mandó no hacer (Mt. 6.19). El Salmo 62.10 nos aconseja: “Si se aumentan las riquezas; no pongáis el corazón en ellas”, y eso fue su error. Tener más no siempre es bueno, y el aumento de bienes es ciertamente una prueba para nuestro corazón.
    Aquel hombre seguía hablando egoístamente: “y diré a mi alma” (v. 19), y ahí se equivocó, pues Dios dice en Ezequiel 18.4, “todas las almas son mías”. Ahora bien, cada uno tiene un alma, y en este sentido es suyo, pero pertenece a Dios el Creador. El hombre pensaba en su futuro terrenal, pero no en el cielo. Se consolaba temporalmente pensando en sus “muchos bienes... guardados para muchos años”. En eso también se equivocó. Se sentía seguro porque tenía muchos bienes. Pensaba en los años de su jubilación – que sería prudente guardar mucho para vivir bien. No quería confiar en Dios para su futuro. Pero el Señor había dicho en el verso 15 que “la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”. Otro problema era su concepto del tiempo: “para muchos años” dijo, pero no sabía que no tenía ni un día más para vivir. Así que, locamente se aconsejó: “repósate, come, bebe, regocíjate” (v. 19). Se planificaba una buena jubilación, sin pensar en la eternidad. Muchos que dicen que creen en Dios cometen este mismo error.
    Entonces, habló Dios. Declaró Su análisis del proceder de ese hombre, y le puso todo en la perspectiva correcta. Nada de reposo y regocijo iba a tener. Las decisiones tienen consecuencias.
    “Necio”, Dios le dijo (v. 20), porque su actitud hacia los bienes, y su autoconfianza, no eran de sabios, sino de necios. “Esta noche vienen a pedirte tu alma”. Le quedaban horas, no años. Entonces, le hizo una pregunta, para reprenderle, y para que reflexionemos nosotros los que leemos la parábola. “Y lo que has provisto, ¿de quién será?” En el momento de morir, ya no sería suyo, pues al morir, uno deja todo. Preguntan a veces: “¿Cuánto dejó?”, y la respuesta es: “Todo”. 1 Timoteo 6.7 declara: “porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar”. Los coches fúnebres no tienen remolque para llevar los bienes del difunto al cementerio.  Santiago 5.2-3 denuncia a los ricos por acumular bienes como ese hombre en Lucas 12. “Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas están comidas de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días postreros”. Pero cuesta aprender esta lección, porque las riquezas tienen gran atracción. Pocos están contentos con lo que tienen. 2 Timoteo 3.1-2 advierte que en los postreros tiempos habrá avaros en las iglesias.
    Al hombre de la parábola Dios lo bendijo, y lo dejó decidir qué hacer con el aumento de bienes. Tristemente, el hombre se condenó por las riquezas, pues sacaron a luz su amor y sus prioridades egoístas. Entonces, Cristo resume en el verso 21, “Así es” – es una comparación, una aplicación para todo persona “que hace para sí tesoro”. ¿Por qué? Porque “no es rico para con Dios”. Hace tesoros en la tierra, donde no debería, y no los hace en el cielo donde debería (Mt. 6.19-21). La idea no es hacer tesoros en los dos lugares, sino escoger un lugar: “en el cielo”. Es aplicable a todos, aun a los más pobres, pues aun un vaso de agua será recompensado en el cielo. Pero la parábola habla especialmente a los que reciben alguna abundancia – más de lo que necesitan – en esta vida. Deben usarla para Dios, no para sí. Leemos en 1 Timoteo 6.17-19, que la manera de usarlas no es guardarlas, sino gastarlas. En lugar de ser altivos y decir: “mío, mío”, o poner la esperanza en las riquezas, deben usarlas para hacer bien a otros: “Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna” (vv. 18-19). En esos 3 versos vemos el error del hombre rico en Lucas 12. Puso su esperanza en las riquezas y las guardó para sí. 


    El Salmo 39 enseña lo que aquel hombre debía haber hecho. El salmista se presenta ante Dios en oración, diciendo: “mis caminos... mi lengua... mi boca... mi corazón... mi meditación...” y ruega: “Hazme saber, Jehová, mi fin, y cuánta sea la medida de mis días; sepa yo cuán frágil soy” (v. 4). El hombre en Lucas 12 no sabía la medida de sus días – ¡que iba a morir aquella misma noche! El salmista dice en el verso 6, “Ciertamente en vano se afana; amontona riquezas, y no sabe quién las recogerá”. Muchas personas son como él. Afanarse y amontonar riquezas es de necios.
    Santiago 1.10-11 advierte que el rico pasará como la flor del campo. “Se marchitará el rico en todas sus empresas”. Así murió el rico de Lucas 12, mientras planificaba la construcción de graneros nuevos. Las riquezas terrenales son frágiles y pasajeras. Pero las riquezas espirituales son eternas. Proverbios 23.4-5 manda: “No te afanes por hacerte rico; sé prudente, y desiste. ¿Has de poner tus ojos en las riquezas, siendo ningunas? Porque se harán alas como alas de águila, y volarán al cielo”. Hay que ser prudentes y desistir, es decir, dejar de afanarse por tener más o por guardar lo que tienes. Santiago 4.13-15 aconseja a los que hacen planes para enriquecerse. Deberían decir: “Si el Señor quiere, viviremos, y haremos esto o aquello”.
    Recordemos la instrucción de la parábola, porque la verdad divina dura para siempre, pero las riquezas no. Aquel rico pensaba en reposar, comer, beber y alegrarse, pero no pensaba en la Palabra de Dios. Si hubiera dicho: “si el Señor quiere”, si hubiera consultado a Dios, se podría haber librado del juicio. Pero fue rico para sí, no para Dios. Cometió el error de Israel, que describió así el profeta Oseas: “Israel es una frondosa viña, que da abundante fruto para sí mismo (Os. 10.1). Seamos ricos o pobres, todos debemos vivir por fe, no por confianza en los bienes, y debemos glorificar a Dios en toda nuestra conducta.

 Lucas Batalla, de un estudio dado el 3 de noviembre, 2024

Monday, May 13, 2024

Caleb: Ejemplo de Fe

 

 Texto: Números 13.26-33
 

Caleb era príncipe en Judá, y este pasaje destaca el contraste entre él, Josué y los otros diez hombres encargados con la responsabilidad de espiar la tierra prometida. Todos vieron lo mismo, pero unos sin fe, y otros con fe. Como siempre, los que vieron con fe eran la menoría.
    Dios había dado promesas a Israel. Se acordó de Su pacto con Abraham, Isaac y Jacob, y sacó al pueblo de la tierra de Egipto. Los israelitas habían pasado el Mar Rojo,  atravesado el desierto, y estaban a punto de entrar en la tierra. La idea de enviar espías salió de ellos, no de Dios (Dt. 1.22-23), pero Él lo permitió, y cuando los envió, entraron en un compromiso. El resultado no fue bueno, porque Caleb tenía fe, confiaba en Dios, pero diez de sus compañeros no creían. Una lección de esta historia es lo importante que es en la iglesia actuar con fe, y no echarnos atrás de nuestros compromisos y las promesas de Dios. En palabras de Hebreos 6.12, “... no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas”. Sigamos el ejemplo de Caleb. La palabra “perezosos” es traducida “tardos” en Hebreos 5.12. No oír diligentemente (He. 2.1) es causa de muchos males.
    Caleb esperó hasta los 85 años de edad para heredar la tierra. Pero sus compañeros no llegaron (excepto Josué), debido a su incredulidad y desobediencia (He. 3.18-19). Dios les había prometido la tierra, pero no le creyeron. Sacaron pegas y críticas. Miraron con solo ojos humanos, no con fe, y no vieron nada más que dificultades y dudas. Como resultado, miles de personas, toda esa generación, murieron en el desierto, durante cuarenta años, y de ellos solo sobrevivieron Caleb y Josué.
    Hoy vivimos un cristianismo muy liberal, y muchos dicen que creen en Dios, pero no creen lo que Él dice en la Biblia. Por eso, hay tanta diferencia entre las iglesias del Nuevo Testamento y las de hoy.  Es tan peligroso no creer a Dios hoy como fue en tiempos de Caleb. Estas cosas están escritas “para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (1 Co. 10.11).
    Diez de los espías, la mayoría, hablaron mal (Nm. 13.32), y dijeron que no se podía entrar en la tierra. Solo veían las dificultades, y no confiaban en Dios. En efecto, su veredicto era que Dios se había equivocado en llevarlos hasta ahí. Tenían miedo de los gigantes, y otras cosas.
   v. 28 ciudades grandes y fortificadas
  vv. 28, 32-33 los hijos de Anac, de grande estatura, raza de gigantes
   v. 29 Amalec, los heteos, los jebuseos, los amorreos y los cananeos ya moraban ahí
    v. 31 “No podremos... porque es más fuerte que nosotros”
    vv. 32-33 la tierra “traga a sus moradores”
    

Esos eran temores lógicos, humanamente hablando, pero no cuando pensamos en todo lo que Dios había hecho por ellos.  Ya había humillado a Egipto, la superpotencia de aquel entonces, y había librado a Israel de Faraón y el gran ejército de los egipcios. Israel pasó el Mar Rojo en seco, y desde la otra orilla vio la destrucción de los egipcios. Aceptaron gozosos la liberación, pero no confiaban en Jehová. Sin embargo, cuarenta años después, Caleb tomó la ciudad de Hebrón. Años más tarde, el muchacho David mató a Goliat, descendiente de los gigantes, simplemente porque confiaba en Dios. Es cierto el dicho: “Quien tiene Dios pequeño, tiene grandes problemas, y quien tiene Dios grande, tiene pequeños problemas”. Pues para Caleb, Dios era grande.
    Nosotros también vemos las dificultades y los enemigos, pues son reales, pero a veces nos fijamos demasiado en ellos. Hay que tomar las decisiones por fe en el Señor y Su Palabra, personalmente y también como iglesia. Pero hoy, hay muchas iglesias grandes y llenas, con mucha actividad y bulla, pero no hacen conforme a la Palabra de Dios. ¿Son la mayoría? También lo era la multitud de Israel que murió en el desierto.
    En Números 14 leemos que cuando oyeron el mal informe de los diez, “todo la congregación gritó, y dio voces, y el pueblo lloró aquella noche” (v. 1). Hablaron como locos, queriendo morir en Egipto, o en el desierto (vv. 2-4). Vemos qué poco vale la democracia, la voz del pueblo, en las cosas de Dios. Los únicos fieles eran Moisés, Aarón, Josué y Caleb (vv. 5-6). El pueblo, siendo incrédulo, tenía la mala costumbre de desconfiar y murmurar. En el capítulo 11 se quejaron, y fueron castigados, pero en el capítulo 13 volvieron a ofender. Parte del problema era la gente extranjera en medio de la congregación, personas que no pertenecían al pueblo de Dios, pero querían otro menú, y pensaba que tenían voz y voto. Lo mismo pasa hoy en algunas iglesias. En Números 11.4-5, lloraron y dijeron que habían comido de balde en Egipto. ¡No se acordaron del látigo y la dura servidumbre, sino pensaron con el estómago, en carne, pescado, pepinos, melones, puerros, cebollas y ajos! Y despreciaron el maná, la provisión milagrosa (v. 6).
    Entonces, vemos en el capítulo 14 que no habían cambiado. Los israelitas querían a Egipto, porque eran incrédulos. Si no hay conversión, pueden controlar la carne por un tiempo, haciendo un esfuerzo, pero es inevitable que salga otra vez. Dudaban de Dios, porque no vivían por fe, sino por vista, y pensaban en las cosas de la carne. Irritaron a Dios (v. 11), pues así responde a la falta de fe. Les llamó: “esta depravada multitud” (v. 27), y “esta multitud perversa” (v. 35). Les mandó: “Volveos mañana y salid al desierto” (v. 25). Habían despreciado la tierra (v. 31). Llevaron sus iniquidades (v. 34), y murieron todos, sin Dios, sin esperanza, porque es la consecuencia de la incredulidad. Pasaron el punto de no retorno, y no había perdón para ellos. En seguida murieron los diez espías infieles (vv. 36-37), por su parte en incitar la desobediencia. Aprendamos una lección importante: la fe agrada a Dios, pero la incredulidad le desagrada y ofende.
    Hoy también hay gigantes que amenazan a Israel, y son fuertes: Hamás, Irán, Rusia, Hezbolá y otros. Tienen muchos enemigos, y ha resurgido el odio y el antisemitismo. Pero la promesa hecha a Abraham en Génesis 12.3 todavía está en vigor.  ¿Israel confiará en su propio poder, o en Dios? Todavía no ha aprendido.
    También está en auge el sentimiento anticristiano, y pueden venir tiempos difíciles para los creyentes. Pero el Señor nos ha dado promesas y mandamientos – Su Palabra está llena de ellos. ¿Cuál es nuestra actitud frente a Su Palabra? Ante las presiones y órdenes de los incrédulos, debemos mantenernos firmes y decir como los apóstoles: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch. 5.29). Recordemos el ejemplo de Caleb, y las lecciones en Números 13 y 14. “Sin fe es imposible agradar a Dios” (He. 11.6).
    

de un estudio dado por Lucas Batalla, 21-4-24



“Fe es confianza inquebrantable en Dios y en Su Palabra”.
William MacDonald

Sunday, April 28, 2024

El Rico y Lázaro

Texto: Lucas 16.19-31

El rico y lázaro, Fyodor Bronnikov, 1886
Primero, este relato no es una parábola, sino una historia verídica, que nombra a Lázaro y también a Abraham. El Señor puso al conocimiento lo que les sucedió a dos hombres cuando murieron: un pobre llamado Lázaro, y un rico cuyo nombre no menciona. Se contrastan el rico que vivía muy bien, y comía como rey todos los días, con el pobre que no tenía nada, y estaba lleno de llagas (vv. 19-20). Lázaro pasaba hambre, y ansiaba comer las migajas que caían de la mesa del rico. Solo los perros le atendieron, pues lamieron sus llagas (v. 21). Era tan pobre que ni siquiera tenía atención médica.
    Siempre hay esos contrastes en el mundo, unos con más, otros con menos. Muchas personas creen que un político o un científico puede cambiar la vida de las personas, pero no funciona porque como mucho cuidan de lo temporal, no lo eterno. Entonces, al morir, ¿qué pasará? Dicen cuando uno muera: “Ya no sufre, ya está mejor”, pero ¿es cierto eso?
    En el verso 22 llegó la muerte, pues es inevitable. Eclesiastés 3.19 avisa: “un mismo suceso es: como mueren los unos, así mueren los otros”.  Cuando uno muera, el cuerpo físico cesa de vivir, pero no el alma ni el espíritu. Tenemos un cuerpo, pero somos más que un cuerpo. Ahora, Lázaro, cuando murió, fue llevado arriba por los ángeles, y al rico le sepultaron el cuerpo, pero abrió sus ojos en el Hades (v. 23), un lugar de sufrimiento. Hay que entender esto correctamente. Lázaro no fue para arriba porque era pobre, ni el rico fue abajo porque era rico. El mendigo tenía fe, pero el rico no, y ésa es la cuestión. Pareciera que el rico era bendecido porque tenía mucho, y que el pobre no tenía fe y por eso no tenía bendición. Eso es lo que las iglesias pentecostales enseñan, que si uno tiene fe, tendrá dinero y bienes, y no se enfermará. Pero no es así, como se ve en el caso de Lázaro. Aunque era pobre y estaba enfermo, creía, tenía fe, y por eso fue bendito, pero tuvo que esperar para recibir la bendición, en el cielo, no en esta vida.
    Hemos aprendido que el Hades no es lo mismo que el Infierno, sino es como la antesala del Infierno, donde están detenidos y castigados los que se pierden, hasta el día del gran juicio. Ya están condenados, porque no han creído (Jn. 3.18). El rico estaba “en tormentos”, que es un contraste grande con cómo vivía antes. Podía ver y sentir, y vio a Abraham y Lázaros “de lejos” (v. 23). Entonces, comenzó a dar voces: “Padre Abraham”, y le pedía alivio, diciendo: “estoy atormentado en esta llama”. No es una llama simbólica, sino según el atormentado, es literal, y también el sufrimiento. ¡No preguntes a los teólogos, sino a ese rico que sufría! Su cuerpo había sido sepultado, pero él mismo estaba sufriendo en el Hades, sin esperanza de salir (v. 24).
    En los versos 25-26 Abraham le responde: “Hijo, acuérdate...” porque es lo que hacen los que están allá, se acuerdan de oportunidades perdidas y de sus malos hechos. Ese hombre había recibido bendiciones de Dios, pero no fue piadoso, ni creyente, ni agradecido, ni compasivo, sino egoísta y tacaño. De nada le había servido. Muchos quieren enriquecerse, pero Cristo pregunta: “¿Qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Marcos 8.36-37). ¡He aquí un hombre que tuvo muchos bienes y perdió el alma!  Además, Abraham le informa que nadie pasa de un lugar a otro después de la muerte. Los perdidos estarán conscientes de su sufrimiento, y sabrán que hay un lugar de bendición pero que no podrán ir allá.
    En los versos 27-28 el rico perdido ruega por sus hermanos. Quizás hasta entonces no se había preocupado por nadie más, pero ahora sí. No quería que sus hermanos fuesen “a este lugar de tormento”, pues eso no es una parábola ni una leyendo, sino un lugar que realmente existe y sufren los que están allí.
    Abraham responde en el verso 29, “A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos”. Esto quiere decir: “Que lean y hagan caso de la Palabra de Dios”. Cada sábado en las sinagogas leen las Escrituras. Pero ¿quién hace caso de lo que oye? Eso pasa hoy en muchas iglesias, pues Biblias hay, y lecturas, y predicaciones, pero ¿quién oye provechosamente? Es curioso que Abraham vivía antes de Moisés y los profetas, nunca vio las Escrituras, pero las conocía, pues en el cielo todos saben estas cosas.
    En el verso 30 el rico muerto insiste que si alguien fuese de los muertos, sus hermanos lo harían caso, pero se equivocó. Los muertos no vuelven. No hay fantasmas ni espíritus de muertos ni nada así en la tierra. La muerte de la persona inconversa es un callejón sin salida, y sin marcha atrás. “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y despúes de esto, el juicio” (Hebreos 9.23).
    Por eso, Abraham responde con firmeza: “Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos” (v. 31). Hay que “oír” la Palabra de Dios, pues en ella está el mensaje de salvación. Nada de milagros y espectáculos y emociones. El tiempo para oír la Palabra y hacer caso es ahora, en esta vida. Un segundo después de la muerte, será demasiado tarde.

    El perdón de tus pecados, la salvación de tu alma, y la vida eterna están en base la fe en Dios y Su Palabra, el Evangelio. Solo el que cree (confía) en el Hijo, será salvo. Si no oyes (haces caso) a Cristo y el evangelio, te perderás, y no habrá remedio. Ahora es tu oportunidad. No demores, porque la muerte a ti también te alcanzará, y entonces, ¿dónde estarás?

Lucas Batalla
25 febrero 2024


Saturday, February 3, 2024

Salmo 91 y el Hijo Pródigo

 


Textos: Salmo 91; Lucas 15.11-24

El Salmo 91 es hermoso, pero ha sido torcido o mal aplicado por muchos, que piensan que al creyente no le puede pasar nada malo. En algunos países los hospitalizados ponen al lado de su cama una Biblia abierta a ese Salmo, esperando que eso le proteja de males. Algunos lo invocaban durante la pandemia diciendo que el que confía en el Señor no necesita vacunarse ni llevar mascarilla porque Dios le dará salud y le protegerá de todo mal. El diablo también lo citó mal para incitar al Señor a actuar imprudentemente. Es triste y desafortunada la mala interpretación de la Escritura. Job confió en Dios y sin embargo sufrió mucho. El Salmo 34 declara: “Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará Jehová” (v. 19).
      No obstante, es un Salmo precioso que tiene una lección vital para nosotros: la dicha de la comunión íntima con Dios. “El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente. Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré. Él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora. Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro”. La parábola del hijo pródigo ilustra lo inverso, lo que pasa cuando uno se rebela y se aleja.
      Como sabemos por experiencia, hay hijos que son rebeldes a sus padres y el evangelio, pero presentan otra cara al mundo. En el mundo son considerados buenas personas, y buenos trabajadores, sin embargo, son pródigos. ¿Por qué ese hijo se fue así de la casa de su padre donde tenía todo lo necesario? Quería emanciparse; no quería ser obligado; resentía la autoridad paterna. Hoy dicen a los jóvenes: “Es tu vida y tienes que vivirla como veas mejor”, queriendo decir: “que no te obliguen otros”. Es un mal consejo, y contrario a la Palabra de Dios, pero es muy popular, porque es lo que la carne quiere oír.
      El joven pródigo no sabía lo que había fuera de la casa de su padre, pero aprendió por dura experiencia que no era nada bueno. El Salmo 91 admira la dicha de estar cerca de Dios. El mundo está fuera de la casa del Padre. En Éxodo 33, Dios dijo a Moisés: “Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro” (v. 19), pues  Él es bueno y hace bien. No hay cosa mala en Su casa, cerca de Él.
      Pero el hijo pródigo salió del buen ambiente y el cuidado paterno, para buscar su fortuna en el mundo. Vemos su rebelión y error en los versos 13-16 de Lucas 15, la necedad y sus consecuencias. Desperdició todo en su manera desenfrenada de vivir (v. 13). Gastó todo y se quedó sin recursos (v. 14), y sin amigos. Entonces “vino una gran hambre” y “comenzó a faltarle”. No había conocido hambre y necesidad en la casa del padre. Pero observamos que no se humilló, ni quiso volver y admitir su error. Buscó ayuda pero no la halló. Tuvo que trabajar. Pero no había trabajos buenos para él. A nadie le importaba quién era su padre. No había querido trabajar en la casa de su padre, entonces tuvo que humillarse y apacentar cerdos.  Recuerda que para los judíos el cerdo es un animal inmundo, pero ese joven desviado tuvo que cuidarlos.
      Tenía hambre – otra cosa que no había experimentado en la casa de su padre – y además, nadie le ayudaba. Lo abandonaron los que lo habían acompañado cuando tenía dinero. Había querido vivir su vida a su manera, y vemos las consecuencias. Sin amigos, sin buen trabajo, sin comida, sin ayuda, y mirando con deseo las algarrobas que comían los cerdos. ¡Aun los cerdos lo pasaban mejor que él!
      En los versos 17-19 leemos de su reflexión. Muchos actúan sin reflexionar antes, y sufren las consecuencias, como ese joven. Lo que debía hacer antes de abandonar la casa de su padre era reflexionar bien, pero no lo hizo. Entonces, allá en la soledad del campo, frente a los cerdos malolientes y sucios, volvió en sí (v. 17), y reconoció que aun los criados en la casa de su padre estaban mejor que él. Decidió levantarse y volver arrepentido a su padre. La única manera de volver es así, humilde y arrepentido. Lo que se propuso decir en el verso 18, lo llevó a cabo en el verso 21 frente a su padre: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti”. Tomemos nota, que pecar contra los padres es pecar contra Dios, porque Dios manda en el Antiguo y Nuevo Testamento: “Honra a tu padre y a tu madre” (Éx. 20.12; Mt. 19.19; Ef. 6.2). Eso incluye la actitud, las palabras y los hechos. Al hijo pródigo le costó aprender que su proceder para con su padre ofendió a Dios. No solo se alejó de su padre de malas maneras, sino por eso no habitó al abrigo del Altísimo, y como vemos en la parábola, eso le trajo muchas penas.
      El padre no fue a buscarlo, ni le mandaba ayuda. En compañía de cerdos y algarrobas se arrepintió y se fue de vuelta a casa. Cuando uno ha salido de la voluntad de Dios, no debe pedir bendición en su situación alejada, sino volverse. En la comunión hay bendición. Los versos 20-24 describen la recepción. El padre quiso recibirlo, pero solo podía ser así cuando estaba arrepentido, humilde y reconociendo el mal que había hecho. Hasta ese momento, “era muerto” y “se había perdido” (vv. 24, 32), porque se apartó de su padre, no quiso someterse, y le había deshonrado. De no haberse vuelto arrepentido, todavía estaría muerto y perdido, porque no hay otra manera de solucionar eso. Los que ayudan o sostienen a los pródigos no les hacen ningún favor, sino son accesorios suyos en la deshonra que hacen.
    ¡Qué bien está el que mora al abrigo de Dios! Hay una aplicación para la nación de Israel. El Salmo 91 y la parábola del hijo pródigo enseñan a Israel el error de alejarse de Dios y buscar otra vida en el mundo. Israel sin motivo fue ingrata para con Dios que la formó y dio todo. Grandes bendiciones físicas y espirituales recibió la nación (Sal. 34.8-10), pero se rebeló (véase Dt. 32.9-18). El verso 15 resume: “engordó Jesurún, y tiró coces (Engordaste, te cubriste de grasa); entonces abandonó al Dios que lo hizo, y menospreció la Roca de su salvación”. Se convirtió en hijo pródigo, y todavía no se ha vuelto arrepentido.
    En el evangelio la aplicación es que Dios hizo y bendijo al hombre, pero la raza entera se apartó de Dios, buscando su propio camino. Los seres humanos andan lejos de Dios y sufren en este mundo que no puede ayudarles espiritualmente. Si uno no se arrepiente para acercarse humildemente al Señor, reconociendo su maldad, no puede ser salvo. “Arrepentíos, y creed en el evangelio” dijo Cristo (Mr. 1.15). Eso no quiere decir que todo le irá bien y será próspero si cree en el Señor, pero tendrá la gran dicha de la salvación, la comunión con Dios y una herencia eterna en el cielo (Sal. 23.6).
    La aplicación para los creyentes es que no debemos alejarnos ni momentáneamente del abrigo del Altísimo y la sombra del Omnipotente. Necesitamos la comunión diaria con el Señor, y en ella seremos protegidos de muchos males. A Israel Dios le prometía bendiciones físicas en la tierra. No es así en tiempos de la iglesia. A nosotros nos ha bendecido con toda bendición espiritual en lugares celestiales en Cristo (Ef. 1.3). En el mundo seremos aborrecidos (Jn. 15.18-19), y tendremos aflicción (Jn. 16.33), si somos fieles al Señor y vivimos piadosamente (2 Ti. 3.12). Pero aunque tengamos que sufrir en esta vida, el Señor nos acompañará, nos dará fuerzas, esperanza, y nos bendecirá. Habitemos y andemos siempre al abrigo de Dios, y Él nos cuidará, librará y bendecirá. Todo eso tenía el hijo pródigo en la casa de su padre, pero como algunos de nosotros, tuvo que aprender por la dura experiencia que no hay ningún lugar como el dulce hogar. 

Lucas Batalla, de un estudio dado el 24 de diciembre, 2023