Texto: 2 Corintios 1.1-10
Todos necesitamos consuelo en algún momento de la vida, y esto incluye a personas como el apóstol Pablo, como vemos en nuestro texto. El piadoso Job, cuando sufrió tanta pérdida y gran prueba, sufrió todavía más porque su esposa y sus amigos no le consolaron. “Consoladores molestos sois todos vosotros”, dijo (Job 16.2). Afirmó que, si ellos sufriesen, él les trataría mejor que lo que recibió de ellos: “yo os alentaría con mis palabras, y la consolación de mis labios apaciguaría vuestro dolor” (Job 16.5). Pero los más allegados a Job no le dieron consuelo. Es ciertamente un fallo cuando los creyentes, en lugar de consolar y ayudar, critican al que sufre.
El Señor Jesucristo prometió a los creyentes: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación” (Mt. 5.4). Cuando Pablo escribió su segunda carta a los corintios, comenzó con este tema: la consolación.
En el verso 1, se identifica: “Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios”. En la vida del creyente, todo debe ser por la voluntad de Dios. En todo ministerio cristiano es especialmente importante ser dirigido por Dios, y no por voluntad humana (2 P. 1.21). Dios es quien da los dones y coloca a cada creyente en el cuerpo de Cristo (Ef. 4.8, 11-12; 1 Co. 12.7, 11, 18). Pablo era apóstol, no porque lo anhelara, como algunos anhelan tener autoridad o ser reconocidos. El Señor había interrumpido su vida, para manifestarse y llamar a Pablo a la fe y para darle un ministerio. La voluntad de Dios motivaba y respaldaba todo lo que hacía. Dice aquí: “a la iglesia de Dios que está en Corinto”. En tiempos apostólicos los hombres todavía no habían inventado las denominaciones, y había una iglesia en Corinto, y otros creyentes en otras partes de Acaya – la zona cercana.
El verso 2 expresa su deseo para ellos: “Gracia y paz”. Eran saludos típicos en griego (caris: gracia) y en hebreo (shalom: paz). La fuente común de esas cosas es: “Dios nuestro padre” y “el Señor Jesucristo”. No menciona a María porque la gracia no viene de ella.
En el verso 3, bendice a Dios. Bendecir significa “hablar bien de”, y es lo que hace: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación”. Menciona a Dios Padre como “Padre de nuestro Señor Jesucristo”, porque José era solo su padre adoptivo, y María era la madre de Su humanidad (no “la madre de Dios”), el vaso consagrado que Dios Padre utilizó para traer al mundo a Su Hijo. Dios Padre tiene dos más títulos descriptivos en este verso:
1) “Padre de misericordias”
2) “Dios de toda consolación”
Necesitamos Su misericordia, pero no la merecemos, y la consolación viene también por la gracia de Dios. Ambas cosas son provistas para los creyentes en el Señor. La misericordia es un atributo de Dios, y dos salmos se dedican a ella: el 107 y el 136. En este verso Pablo expresa un sentido de gratitud que todos debemos tener continuamente.
El verso 4 explica más sobre este consuelo – no viene de la psicología, ni de las amistades, ni del dinero, sino de Dios. Él “nos consuela en todas nuestras tribulaciones”. Es decir, en toda clase de tribulación, Dios da el consuelo adecuado. No habla del periodo llamando “la Tribulación”, sino de nuestras pruebas, aflicciones y sufrimientos corrientes. No ofrece consuelo mundano, sino espiritual, por el Espíritu Santo, que es el Consolador (Jn. 14.26), y por las promesas y verdades de la Palabra de Dios. El salmista dijo: “Mira, oh Jehová, que amo tus mandamientos; vivifícame conforme a tu misericordia” (Sal. 119.159). “Príncipes me han perseguido sin causa, pero mi corazón tuvo temor de tus palabras” (Sal. 119.161). A lo largo de la historia humana, Dios ha aconsejado y consolado así a los creyentes. Sus consolaciones tienen un propósito doble: ayudarnos a nosotros, y hacer posible que ayudemos a otros creyentes: “para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación” (2 Co. 1.4). “Cualquier tribulación”, dice, porque hay muchas clases de ella. El mundo rechaza a Cristo, y los que pertenecemos a Él sufrimos. “Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Ti. 3.12). Eso nada tiene que ver con los siete años de la Tribulación, sino es lo que les toca a los creyentes fieles en cualquier tiempo. Algunos predicadores dicen que si confías en Cristo ya no tendrás más problemas, pero eso está lejos de la verdad. Pablo hablaba frecuentemente en sus epístolas de tribulación, persecución y sufrimiento (por ej. Ro. 5.3; 2 Co. 4.7-10, 17; 6.4-5; 7.4-5; 8.2; 11.13, 28; 12.10; Fil. 1.29-30;1 Ts. 1.6; 2.14-15; 2 Ts. 1.4-7).
El verso 5 enseña dos tipos de abundancia. Primero: “abundan en nosotros las aflicciones de Cristo”, es decir, sufrimos por serle fieles y no seguir el rumbo del mundo (1 P. 4.4). Cuando nos invitan a hacer algo que desagrada a Dios, y rehusamos, piensan que estamos locos. Cuando sufrimos como cristianos, nuestro recurso es el Señor, pues el verso 5 dice: “así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación”. No hay problema en la vida que Cristo no puede resolver. Tiene recursos para eso y para consolarnos. La palabra “abunda” nos recuerda otra abundancia, la de Romanos 5.20, “cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia”. No hay escasez de recursos divinos. Dios tiene todo lo necesario para ayudarnos, de modo que no es correcto decir que no podemos soportar lo que nos sobrevenga. Aun “de lo profundo” (Sal. 130.1), podemos clamar al Señor y recibir ayuda.
El verso 6 habla de las tribulaciones y las aflicciones de los apóstoles, y también los creyentes en Corinto, y promete “consolación y salvación”. El cristianismo verdadero nunca ha sido popular ni fácil, porque el mundo es controlado por el diablo. Pero Dios consuela y salva a los Suyos.
El verso 7 llama a los corintios “compañeros en las aflicciones”, y declara: “también lo sois en la consolación”. No se agotaron en los apóstoles las consolaciones de Dios, sino que provee para todos los creyentes, no solo los corintios sino también nosotros. Además, en el cielo seremos consolados eternamente (Lc. 16.25).
Los versos 8 y 9, para darles un ejemplo, relata acerca de la tribulación que Pablo y compañía sufrían en Asia. “Fuimos abrumandos sobremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida”. El verso 9 añade: “tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte”. Pensaban que iban a morir. Pero hay una lección importante en una situación tan desesperada. Es bueno perder toda esperanza humana, si eso nos conduce a esperar en Dios: “para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos”. Así es que podemos aprender en la escuela de la experiencia, o como quien dice, a base de golpes. A veces Dios permite que seamos “afligidos en diversas pruebas” (1 P. 1.6), pero no nos abandona, sino nos sacará adelante (1 P. 5.10).
El verso 10 testifica de la liberación de Dios, en tres tiempos: “nos libró”, “nos libra”, y “aun nos librará”. Alguien dijo que el creyente es inmortal hasta que termine de hacer la voluntad de Dios y cumplir Sus propósitos. Tendremos que morir, sí, si el Señor no viene antes, pero eso está en Sus manos, y debemos ocuparnos de vivir conforme a Su voluntad. “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Hch. 9.6), es una buena pregunta que hacerle a Dios en oración, y la mejor manera de vivir.
El Señor no nos desamparará. Sus promesas son dignas de nuestra confianza, como Pablo afirma más adelante en el capítulo, en el verso 20. “Porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios”. Dios nos confirma (v. 21). Dios nos ha dado el sello y las arras del Espíritu, que son señales de seguridad. Estas verdades dan consuelo y ánimo en las tribulaciones. Pero para aprovechar lo que Dios provee, debemos acercarnos a Él, en la lectura de Su Palabra, la meditación en ella, y la oración. En la comunión con Él hay consolación para todo creyente.
Lucas Batalla, de un estudio dado el 17 de noviembre, 2024
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