Monday, May 13, 2024

Caleb: Ejemplo de Fe

 

 Texto: Números 13.26-33
 

Caleb era príncipe en Judá, y este pasaje destaca el contraste entre él, Josué y los otros diez hombres encargados con la responsabilidad de espiar la tierra prometida. Todos vieron lo mismo, pero unos sin fe, y otros con fe. Como siempre, los que vieron con fe eran la menoría.
    Dios había dado promesas a Israel. Se acordó de Su pacto con Abraham, Isaac y Jacob, y sacó al pueblo de la tierra de Egipto. Los israelitas habían pasado el Mar Rojo,  atravesado el desierto, y estaban a punto de entrar en la tierra. La idea de enviar espías salió de ellos, no de Dios (Dt. 1.22-23), pero Él lo permitió, y cuando los envió, entraron en un compromiso. El resultado no fue bueno, porque Caleb tenía fe, confiaba en Dios, pero diez de sus compañeros no creían. Una lección de esta historia es lo importante que es en la iglesia actuar con fe, y no echarnos atrás de nuestros compromisos y las promesas de Dios. En palabras de Hebreos 6.12, “... no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas”. Sigamos el ejemplo de Caleb. La palabra “perezosos” es traducida “tardos” en Hebreos 5.12. No oír diligentemente (He. 2.1) es causa de muchos males.
    Caleb esperó hasta los 85 años de edad para heredar la tierra. Pero sus compañeros no llegaron (excepto Josué), debido a su incredulidad y desobediencia (He. 3.18-19). Dios les había prometido la tierra, pero no le creyeron. Sacaron pegas y críticas. Miraron con solo ojos humanos, no con fe, y no vieron nada más que dificultades y dudas. Como resultado, miles de personas, toda esa generación, murieron en el desierto, durante cuarenta años, y de ellos solo sobrevivieron Caleb y Josué.
    Hoy vivimos un cristianismo muy liberal, y muchos dicen que creen en Dios, pero no creen lo que Él dice en la Biblia. Por eso, hay tanta diferencia entre las iglesias del Nuevo Testamento y las de hoy.  Es tan peligroso no creer a Dios hoy como fue en tiempos de Caleb. Estas cosas están escritas “para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (1 Co. 10.11).
    Diez de los espías, la mayoría, hablaron mal (Nm. 13.32), y dijeron que no se podía entrar en la tierra. Solo veían las dificultades, y no confiaban en Dios. En efecto, su veredicto era que Dios se había equivocado en llevarlos hasta ahí. Tenían miedo de los gigantes, y otras cosas.
   v. 28 ciudades grandes y fortificadas
  vv. 28, 32-33 los hijos de Anac, de grande estatura, raza de gigantes
   v. 29 Amalec, los heteos, los jebuseos, los amorreos y los cananeos ya moraban ahí
    v. 31 “No podremos... porque es más fuerte que nosotros”
    vv. 32-33 la tierra “traga a sus moradores”
    

Esos eran temores lógicos, humanamente hablando, pero no cuando pensamos en todo lo que Dios había hecho por ellos.  Ya había humillado a Egipto, la superpotencia de aquel entonces, y había librado a Israel de Faraón y el gran ejército de los egipcios. Israel pasó el Mar Rojo en seco, y desde la otra orilla vio la destrucción de los egipcios. Aceptaron gozosos la liberación, pero no confiaban en Jehová. Sin embargo, cuarenta años después, Caleb tomó la ciudad de Hebrón. Años más tarde, el muchacho David mató a Goliat, descendiente de los gigantes, simplemente porque confiaba en Dios. Es cierto el dicho: “Quien tiene Dios pequeño, tiene grandes problemas, y quien tiene Dios grande, tiene pequeños problemas”. Pues para Caleb, Dios era grande.
    Nosotros también vemos las dificultades y los enemigos, pues son reales, pero a veces nos fijamos demasiado en ellos. Hay que tomar las decisiones por fe en el Señor y Su Palabra, personalmente y también como iglesia. Pero hoy, hay muchas iglesias grandes y llenas, con mucha actividad y bulla, pero no hacen conforme a la Palabra de Dios. ¿Son la mayoría? También lo era la multitud de Israel que murió en el desierto.
    En Números 14 leemos que cuando oyeron el mal informe de los diez, “todo la congregación gritó, y dio voces, y el pueblo lloró aquella noche” (v. 1). Hablaron como locos, queriendo morir en Egipto, o en el desierto (vv. 2-4). Vemos qué poco vale la democracia, la voz del pueblo, en las cosas de Dios. Los únicos fieles eran Moisés, Aarón, Josué y Caleb (vv. 5-6). El pueblo, siendo incrédulo, tenía la mala costumbre de desconfiar y murmurar. En el capítulo 11 se quejaron, y fueron castigados, pero en el capítulo 13 volvieron a ofender. Parte del problema era la gente extranjera en medio de la congregación, personas que no pertenecían al pueblo de Dios, pero querían otro menú, y pensaba que tenían voz y voto. Lo mismo pasa hoy en algunas iglesias. En Números 11.4-5, lloraron y dijeron que habían comido de balde en Egipto. ¡No se acordaron del látigo y la dura servidumbre, sino pensaron con el estómago, en carne, pescado, pepinos, melones, puerros, cebollas y ajos! Y despreciaron el maná, la provisión milagrosa (v. 6).
    Entonces, vemos en el capítulo 14 que no habían cambiado. Los israelitas querían a Egipto, porque eran incrédulos. Si no hay conversión, pueden controlar la carne por un tiempo, haciendo un esfuerzo, pero es inevitable que salga otra vez. Dudaban de Dios, porque no vivían por fe, sino por vista, y pensaban en las cosas de la carne. Irritaron a Dios (v. 11), pues así responde a la falta de fe. Les llamó: “esta depravada multitud” (v. 27), y “esta multitud perversa” (v. 35). Les mandó: “Volveos mañana y salid al desierto” (v. 25). Habían despreciado la tierra (v. 31). Llevaron sus iniquidades (v. 34), y murieron todos, sin Dios, sin esperanza, porque es la consecuencia de la incredulidad. Pasaron el punto de no retorno, y no había perdón para ellos. En seguida murieron los diez espías infieles (vv. 36-37), por su parte en incitar la desobediencia. Aprendamos una lección importante: la fe agrada a Dios, pero la incredulidad le desagrada y ofende.
    Hoy también hay gigantes que amenazan a Israel, y son fuertes: Hamás, Irán, Rusia, Hezbolá y otros. Tienen muchos enemigos, y ha resurgido el odio y el antisemitismo. Pero la promesa hecha a Abraham en Génesis 12.3 todavía está en vigor.  ¿Israel confiará en su propio poder, o en Dios? Todavía no ha aprendido.
    También está en auge el sentimiento anticristiano, y pueden venir tiempos difíciles para los creyentes. Pero el Señor nos ha dado promesas y mandamientos – Su Palabra está llena de ellos. ¿Cuál es nuestra actitud frente a Su Palabra? Ante las presiones y órdenes de los incrédulos, debemos mantenernos firmes y decir como los apóstoles: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch. 5.29). Recordemos el ejemplo de Caleb, y las lecciones en Números 13 y 14. “Sin fe es imposible agradar a Dios” (He. 11.6).
    

de un estudio dado por Lucas Batalla, 21-4-24



“Fe es confianza inquebrantable en Dios y en Su Palabra”.
William MacDonald

Sunday, April 28, 2024

El Rico y Lázaro

Texto: Lucas 16.19-31

El rico y lázaro, Fyodor Bronnikov, 1886
Primero, este relato no es una parábola, sino una historia verídica, que nombra a Lázaro y también a Abraham. El Señor puso al conocimiento lo que les sucedió a dos hombres cuando murieron: un pobre llamado Lázaro, y un rico cuyo nombre no menciona. Se contrastan el rico que vivía muy bien, y comía como rey todos los días, con el pobre que no tenía nada, y estaba lleno de llagas (vv. 19-20). Lázaro pasaba hambre, y ansiaba comer las migajas que caían de la mesa del rico. Solo los perros le atendieron, pues lamieron sus llagas (v. 21). Era tan pobre que ni siquiera tenía atención médica.
    Siempre hay esos contrastes en el mundo, unos con más, otros con menos. Muchas personas creen que un político o un científico puede cambiar la vida de las personas, pero no funciona porque como mucho cuidan de lo temporal, no lo eterno. Entonces, al morir, ¿qué pasará? Dicen cuando uno muera: “Ya no sufre, ya está mejor”, pero ¿es cierto eso?
    En el verso 22 llegó la muerte, pues es inevitable. Eclesiastés 3.19 avisa: “un mismo suceso es: como mueren los unos, así mueren los otros”.  Cuando uno muera, el cuerpo físico cesa de vivir, pero no el alma ni el espíritu. Tenemos un cuerpo, pero somos más que un cuerpo. Ahora, Lázaro, cuando murió, fue llevado arriba por los ángeles, y al rico le sepultaron el cuerpo, pero abrió sus ojos en el Hades (v. 23), un lugar de sufrimiento. Hay que entender esto correctamente. Lázaro no fue para arriba porque era pobre, ni el rico fue abajo porque era rico. El mendigo tenía fe, pero el rico no, y ésa es la cuestión. Pareciera que el rico era bendecido porque tenía mucho, y que el pobre no tenía fe y por eso no tenía bendición. Eso es lo que las iglesias pentecostales enseñan, que si uno tiene fe, tendrá dinero y bienes, y no se enfermará. Pero no es así, como se ve en el caso de Lázaro. Aunque era pobre y estaba enfermo, creía, tenía fe, y por eso fue bendito, pero tuvo que esperar para recibir la bendición, en el cielo, no en esta vida.
    Hemos aprendido que el Hades no es lo mismo que el Infierno, sino es como la antesala del Infierno, donde están detenidos y castigados los que se pierden, hasta el día del gran juicio. Ya están condenados, porque no han creído (Jn. 3.18). El rico estaba “en tormentos”, que es un contraste grande con cómo vivía antes. Podía ver y sentir, y vio a Abraham y Lázaros “de lejos” (v. 23). Entonces, comenzó a dar voces: “Padre Abraham”, y le pedía alivio, diciendo: “estoy atormentado en esta llama”. No es una llama simbólica, sino según el atormentado, es literal, y también el sufrimiento. ¡No preguntes a los teólogos, sino a ese rico que sufría! Su cuerpo había sido sepultado, pero él mismo estaba sufriendo en el Hades, sin esperanza de salir (v. 24).
    En los versos 25-26 Abraham le responde: “Hijo, acuérdate...” porque es lo que hacen los que están allá, se acuerdan de oportunidades perdidas y de sus malos hechos. Ese hombre había recibido bendiciones de Dios, pero no fue piadoso, ni creyente, ni agradecido, ni compasivo, sino egoísta y tacaño. De nada le había servido. Muchos quieren enriquecerse, pero Cristo pregunta: “¿Qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Marcos 8.36-37). ¡He aquí un hombre que tuvo muchos bienes y perdió el alma!  Además, Abraham le informa que nadie pasa de un lugar a otro después de la muerte. Los perdidos estarán conscientes de su sufrimiento, y sabrán que hay un lugar de bendición pero que no podrán ir allá.
    En los versos 27-28 el rico perdido ruega por sus hermanos. Quizás hasta entonces no se había preocupado por nadie más, pero ahora sí. No quería que sus hermanos fuesen “a este lugar de tormento”, pues eso no es una parábola ni una leyendo, sino un lugar que realmente existe y sufren los que están allí.
    Abraham responde en el verso 29, “A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos”. Esto quiere decir: “Que lean y hagan caso de la Palabra de Dios”. Cada sábado en las sinagogas leen las Escrituras. Pero ¿quién hace caso de lo que oye? Eso pasa hoy en muchas iglesias, pues Biblias hay, y lecturas, y predicaciones, pero ¿quién oye provechosamente? Es curioso que Abraham vivía antes de Moisés y los profetas, nunca vio las Escrituras, pero las conocía, pues en el cielo todos saben estas cosas.
    En el verso 30 el rico muerto insiste que si alguien fuese de los muertos, sus hermanos lo harían caso, pero se equivocó. Los muertos no vuelven. No hay fantasmas ni espíritus de muertos ni nada así en la tierra. La muerte de la persona inconversa es un callejón sin salida, y sin marcha atrás. “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y despúes de esto, el juicio” (Hebreos 9.23).
    Por eso, Abraham responde con firmeza: “Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos” (v. 31). Hay que “oír” la Palabra de Dios, pues en ella está el mensaje de salvación. Nada de milagros y espectáculos y emociones. El tiempo para oír la Palabra y hacer caso es ahora, en esta vida. Un segundo después de la muerte, será demasiado tarde.

    El perdón de tus pecados, la salvación de tu alma, y la vida eterna están en base la fe en Dios y Su Palabra, el Evangelio. Solo el que cree (confía) en el Hijo, será salvo. Si no oyes (haces caso) a Cristo y el evangelio, te perderás, y no habrá remedio. Ahora es tu oportunidad. No demores, porque la muerte a ti también te alcanzará, y entonces, ¿dónde estarás?

Lucas Batalla
25 febrero 2024


Saturday, February 3, 2024

Salmo 91 y el Hijo Pródigo

 


Textos: Salmo 91; Lucas 15.11-24

El Salmo 91 es hermoso, pero ha sido torcido o mal aplicado por muchos, que piensan que al creyente no le puede pasar nada malo. En algunos países los hospitalizados ponen al lado de su cama una Biblia abierta a ese Salmo, esperando que eso le proteja de males. Algunos lo invocaban durante la pandemia diciendo que el que confía en el Señor no necesita vacunarse ni llevar mascarilla porque Dios le dará salud y le protegerá de todo mal. El diablo también lo citó mal para incitar al Señor a actuar imprudentemente. Es triste y desafortunada la mala interpretación de la Escritura. Job confió en Dios y sin embargo sufrió mucho. El Salmo 34 declara: “Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará Jehová” (v. 19).
      No obstante, es un Salmo precioso que tiene una lección vital para nosotros: la dicha de la comunión íntima con Dios. “El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente. Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré. Él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora. Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro”. La parábola del hijo pródigo ilustra lo inverso, lo que pasa cuando uno se rebela y se aleja.
      Como sabemos por experiencia, hay hijos que son rebeldes a sus padres y el evangelio, pero presentan otra cara al mundo. En el mundo son considerados buenas personas, y buenos trabajadores, sin embargo, son pródigos. ¿Por qué ese hijo se fue así de la casa de su padre donde tenía todo lo necesario? Quería emanciparse; no quería ser obligado; resentía la autoridad paterna. Hoy dicen a los jóvenes: “Es tu vida y tienes que vivirla como veas mejor”, queriendo decir: “que no te obliguen otros”. Es un mal consejo, y contrario a la Palabra de Dios, pero es muy popular, porque es lo que la carne quiere oír.
      El joven pródigo no sabía lo que había fuera de la casa de su padre, pero aprendió por dura experiencia que no era nada bueno. El Salmo 91 admira la dicha de estar cerca de Dios. El mundo está fuera de la casa del Padre. En Éxodo 33, Dios dijo a Moisés: “Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro” (v. 19), pues  Él es bueno y hace bien. No hay cosa mala en Su casa, cerca de Él.
      Pero el hijo pródigo salió del buen ambiente y el cuidado paterno, para buscar su fortuna en el mundo. Vemos su rebelión y error en los versos 13-16 de Lucas 15, la necedad y sus consecuencias. Desperdició todo en su manera desenfrenada de vivir (v. 13). Gastó todo y se quedó sin recursos (v. 14), y sin amigos. Entonces “vino una gran hambre” y “comenzó a faltarle”. No había conocido hambre y necesidad en la casa del padre. Pero observamos que no se humilló, ni quiso volver y admitir su error. Buscó ayuda pero no la halló. Tuvo que trabajar. Pero no había trabajos buenos para él. A nadie le importaba quién era su padre. No había querido trabajar en la casa de su padre, entonces tuvo que humillarse y apacentar cerdos.  Recuerda que para los judíos el cerdo es un animal inmundo, pero ese joven desviado tuvo que cuidarlos.
      Tenía hambre – otra cosa que no había experimentado en la casa de su padre – y además, nadie le ayudaba. Lo abandonaron los que lo habían acompañado cuando tenía dinero. Había querido vivir su vida a su manera, y vemos las consecuencias. Sin amigos, sin buen trabajo, sin comida, sin ayuda, y mirando con deseo las algarrobas que comían los cerdos. ¡Aun los cerdos lo pasaban mejor que él!
      En los versos 17-19 leemos de su reflexión. Muchos actúan sin reflexionar antes, y sufren las consecuencias, como ese joven. Lo que debía hacer antes de abandonar la casa de su padre era reflexionar bien, pero no lo hizo. Entonces, allá en la soledad del campo, frente a los cerdos malolientes y sucios, volvió en sí (v. 17), y reconoció que aun los criados en la casa de su padre estaban mejor que él. Decidió levantarse y volver arrepentido a su padre. La única manera de volver es así, humilde y arrepentido. Lo que se propuso decir en el verso 18, lo llevó a cabo en el verso 21 frente a su padre: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti”. Tomemos nota, que pecar contra los padres es pecar contra Dios, porque Dios manda en el Antiguo y Nuevo Testamento: “Honra a tu padre y a tu madre” (Éx. 20.12; Mt. 19.19; Ef. 6.2). Eso incluye la actitud, las palabras y los hechos. Al hijo pródigo le costó aprender que su proceder para con su padre ofendió a Dios. No solo se alejó de su padre de malas maneras, sino por eso no habitó al abrigo del Altísimo, y como vemos en la parábola, eso le trajo muchas penas.
      El padre no fue a buscarlo, ni le mandaba ayuda. En compañía de cerdos y algarrobas se arrepintió y se fue de vuelta a casa. Cuando uno ha salido de la voluntad de Dios, no debe pedir bendición en su situación alejada, sino volverse. En la comunión hay bendición. Los versos 20-24 describen la recepción. El padre quiso recibirlo, pero solo podía ser así cuando estaba arrepentido, humilde y reconociendo el mal que había hecho. Hasta ese momento, “era muerto” y “se había perdido” (vv. 24, 32), porque se apartó de su padre, no quiso someterse, y le había deshonrado. De no haberse vuelto arrepentido, todavía estaría muerto y perdido, porque no hay otra manera de solucionar eso. Los que ayudan o sostienen a los pródigos no les hacen ningún favor, sino son accesorios suyos en la deshonra que hacen.
    ¡Qué bien está el que mora al abrigo de Dios! Hay una aplicación para la nación de Israel. El Salmo 91 y la parábola del hijo pródigo enseñan a Israel el error de alejarse de Dios y buscar otra vida en el mundo. Israel sin motivo fue ingrata para con Dios que la formó y dio todo. Grandes bendiciones físicas y espirituales recibió la nación (Sal. 34.8-10), pero se rebeló (véase Dt. 32.9-18). El verso 15 resume: “engordó Jesurún, y tiró coces (Engordaste, te cubriste de grasa); entonces abandonó al Dios que lo hizo, y menospreció la Roca de su salvación”. Se convirtió en hijo pródigo, y todavía no se ha vuelto arrepentido.
    En el evangelio la aplicación es que Dios hizo y bendijo al hombre, pero la raza entera se apartó de Dios, buscando su propio camino. Los seres humanos andan lejos de Dios y sufren en este mundo que no puede ayudarles espiritualmente. Si uno no se arrepiente para acercarse humildemente al Señor, reconociendo su maldad, no puede ser salvo. “Arrepentíos, y creed en el evangelio” dijo Cristo (Mr. 1.15). Eso no quiere decir que todo le irá bien y será próspero si cree en el Señor, pero tendrá la gran dicha de la salvación, la comunión con Dios y una herencia eterna en el cielo (Sal. 23.6).
    La aplicación para los creyentes es que no debemos alejarnos ni momentáneamente del abrigo del Altísimo y la sombra del Omnipotente. Necesitamos la comunión diaria con el Señor, y en ella seremos protegidos de muchos males. A Israel Dios le prometía bendiciones físicas en la tierra. No es así en tiempos de la iglesia. A nosotros nos ha bendecido con toda bendición espiritual en lugares celestiales en Cristo (Ef. 1.3). En el mundo seremos aborrecidos (Jn. 15.18-19), y tendremos aflicción (Jn. 16.33), si somos fieles al Señor y vivimos piadosamente (2 Ti. 3.12). Pero aunque tengamos que sufrir en esta vida, el Señor nos acompañará, nos dará fuerzas, esperanza, y nos bendecirá. Habitemos y andemos siempre al abrigo de Dios, y Él nos cuidará, librará y bendecirá. Todo eso tenía el hijo pródigo en la casa de su padre, pero como algunos de nosotros, tuvo que aprender por la dura experiencia que no hay ningún lugar como el dulce hogar. 

Lucas Batalla, de un estudio dado el 24 de diciembre, 2023


Saturday, December 30, 2023

Filemón


La corta epístola de Pablo a Filemón tiene mucha instrucción para nosotros. En ella, el apóstol intercede por el esclavo Onésimo que, tras huir de su amo, acabó en la cárcel con Pablo. En eso vemos la providencia de Dios, que arregló las circunstancias para favorecer la conversión del esclavo errado. El verso 18 parece indicar que éste había hurtado de su amo Filemón: “si en algo te dañó, o te debe...”. No escribe para discursar en contra de la esclavitud, ni en defensa de los derechos humanos, sino para apelar espiritualmente a Filemón, un creyente activo en la asamblea.
    vv. 1-2  En el verso 1 Pablo se presenta como prisionero, no de Roma sino “de Jesucristo”, y así reconoce Su señorío aun en esa situación. Llama “amado” a Filemón y le describe como “nuestro colaborador”. Qué bueno es cuando los creyentes colaboran, en lugar de simplemente oír el ministerio.  Luego nombra a su amada esposa Apia, y su hijo Arquipo “nuestro compañero de milicia”, que es una descripción excelente que todo joven creyente debe ganar para sí con su conducta. Por último, menciona a “la iglesia que está en tu casa”, pues en los primeros siglos las iglesias no se reunían en edificios especiales, sino en las casas de los creyentes. Era otra manera de practicar la hospitalidad.
    v. 3 El saludo, “gracia y paz” era común entre los creyentes, y la fuente de esas dos cosas es el Padre y Su Hijo nuestro Señor. María nunca es nombrada como fuente de gracia en la Biblia.
    vv. 4-7 Expresa gratitud, y le recuerda que siempre ora por él. El apóstol debía pasar mucho tiempo orando, porque en sus epístolas menciona que ora por los hermanos en diferentes lugares, y hoy debemos dar más importancia a ese ministerio. En 2 Corintios 11.28 menciona que diariamente sentía “la preocupación por todas las iglesias”. ¿Pensamos y oramos diariamente por otros creyentes, o solo por nosotros mismos?
    Dice: “oigo del amor y de la fe que tienes...”, porque su amor y fe eran cosas practicas que se veían en los hechos. Parte del crecimiento cristiano es aprender a servir y hacer bien a otros, y no siempre estar “para ser servido” (Mr. 10.45) El amor no piensa en recibir, sino en dar, y el Señor lo declara bienaventurado (Hch. 20.35). Algunos se prestan para ser servidos y atendidos, pero es índice de su niñez o inmadurez espiritual. Necesitamos más personas como Filemón y su familia. ¿Quién se ofrece?
    vv. 8-11 Ahora entra en el tema que le atenía. En los versos 8 y 9 ruega por amor, en lugar de hacer uso de su autoridad apostólica para mandar. El amor es una motivación más fuerte (1 Co. 16.14). En lugar de decir: “Tienes que hacer esto...”, comienza así: “Te ruego por mi hijo Onésimo, a quien engendré en mis prisiones” (v. 10). A Onésimo le llama hijo, porque fue usado por el Señor para su salvación. Esta expresión: “hijo”, que indica la conversión es usado en otros lugares por Pablo y por Juan (1 Co. 4.14-15; 1 Ti. 1.2; Tit. 1.4; 3 Jn. 4). Por medio del evangelio Pablo engendraba hijos espirituales en muchos lugares. Nosotros también debemos ser ganadores de almas, y contribuir así al crecimiento de la iglesia. Así que, Onésimo fue convertido en la cárcel. Pablo predicaba a tiempo y fuera de tiempo (2 Ti. 4.2). El resultado era un hombre cambiado. “En otro tiempo... inútil, pero ahora... útil” (v. 11). Si alguien comete un crimen y acaba en la cárcel, suele ser desestimado de ahí en adelante, pero con Pablo no fue así. Sabía por su propia vida que el Señor puede cambiar a los inútiles. Es un buen término para describir al creyente: “útil”, porque indica que sirve para algo, no solo para asistir a las reuniones (2 Ti. 2.21; 4.11). Es útil ocuparse en buenas obras (Tit. 3.8). La cuestión no es ¿qué hacen los demás por nosotros?, sino ¿qué hacemos nosotros para ellos? La vida del cristiano debe ser útil en la práctica.
    vv. 12-17 Pablo repite con énfasis su petición o súplica, deseando que Onésimo sea recibido. Volvió a enviarlo a su amo (v. 12), y es hermoso como lo expresa en los versos 13-14, “Yo quisiera retenerle conmigo, para que en lugar tuyo me sirviese... pero nada quise hacer sin tu consentimiento, para que tu favor no fuese como de necesidad, sino voluntario”. Respetaba que Onésimo debía estar con su amo, y rehusó imponer su propia voluntad, aunque hubiera sido para algo bueno. Es importante no reclutar a personas para servir, o animarles a unirse a la obra, comprometerse o colaborar de alguna manera sin el consentimiento de los responsables de ellas. Por ejemplo, los hijos pertenecen a sus padres, los siervos o empleados a sus amos o jefes, y los hermanos en una asamblea están bajo la dirección y el cuidado pastoral de los ancianos. No es correcto actuar independientemente de ellos. Ni el apóstol Pablo debía hacerlo, ni tampoco Onésimo, pues él debía aprender a sujetarse y cumplir sus obligaciones, en lugar de moverse por capricho o impulso. Hoy también debemos aprender esta lección. Hay quienes visitan a unas asambleas con el deseo de reclutar a otros para la obra del Señor. Eso NO es su responsabilidad ni prerrogativa. En cuanto a la obra misionera, es el Espíritu Santo que llama y envía (Hch. 13-2-4).
    “Nada quise hacer sin tu consentimiento” es una expresión que debe gobernar nuestra vida cristiana, respecto a la voluntad de Dios. Santiago 4.13-15 instruye a los creyentes a decir: “si el Señor quiere...”. Evidentemente esto queda por aprender, pues los creyentes se cambian de iglesias, ciudades y países buscando dinero y mejores condiciones, suponiendo que lo que tanto desean es también la voluntad de Dios. El hecho de que queremos hacer algo no lo convierte en la voluntad de Dios. Si hiciesen lo que el Señor quiere, no irían a lugares donde no se pueden congregar. No anunciarían su salida, sino antes de decidir, comprometerse o hacer planes, pedirían las oraciones y los consejos de los ancianos, para tampoco hacer nada sin su consentimiento.
    En los versos 15-16 vemos como la relación cambia por la salvación, de lo temporal a lo eterno, de esclavo a “hermano amado” – una familia espiritual, y de inútil a útil. Ahora a Onésimo se le aplica 1 Timoteo 6.2, la instrucción a los siervos que tienen amos creyentes: “no los tengan en menos por ser hermanos, sino sírvanles mejor, por cuanto  son creyentes y amados los que se benefician de su buen servicio”.  Luego a Filemón le exhorta: “recíbele como a mí mismo” (v. 17), que es bonito, porque es exactamente como el Padre nos recibe cuando creemos en Su Hijo: “aceptos en el Amado” (Ef. 1.6).
    vv. 18-21 En cuanto a los posibles daños y perjuicios sufridos por Filemón, que podrían impedir su deseo de recibir a Onésimo, leemos esta hermosa promesa: “Y si en algo te dañó, o te debe, ponlo a mi cuenta. Yo Pablo lo escribo de mi mano, yo lo pagaré” (vv. 18-19). ¿No es eso lo que el Señor Jesucristo hizo ante el Padre a favor nuestro? Pagó por nosotros (Sal. 69.4). Luego cuando Pablo escribe “tú mismo te me debes también”, probablemente es su manera cortés de recordarle que oyó el evangelio y recibió instrucción cristiana de Pablo, y que deberían hacerle caso. Pero vuelve a rogar en el verso 20: “conforta mi corazón en el Señor”. En su asamblea Filemón confortó los corazones de los santos (v. 7), y Pablo desea esto mismo de él.
    Es impactante leer en el verso 21 que confiaba en su obediencia, y más: “Harás aun más de lo que te digo”. ¡En nuestros tiempos qué pocos son así! Se suele hacer lo mínimo, y a veces ni siquiera esto, pues no quieren sentirse obligados ni por el amor.
    vv. 22-25 son la conclusión. Confiado en la buena reacción de Filemón, y deseando verle a él, su familia, la iglesia, y entre ellos Onésimo, pide alojamiento (v. 22). Se quedaba con los santos, no en un hotel. Comunica los saludos de Epafras su compañero de prisiones, y de sus cuatro colaboradores: Marcos, Aristarco, Demas y Lucas el evangelista. Qué triste que luego Demas se apartó (2 Ti. 4.10), y después de tanta instrucción, ejemplo y servicio, se volvió inútil, amando al mundo. Pablo desea que el Señor esté con el espíritu de Filemón y los hermanos, guiando en su vida espiritual y en ese caso, la recepción de Onésimo. Un día les conoceremos en el cielo, donde el Señor nos ha preparado alojamiento (Jn. 14.1-3). Que el Señor nos ayude a ser creyentes fieles y útiles hasta que Él venga. Amén.


Isaías y el Rebelde Pueblo de Dios

Texto: Isaías 1.1-20
En el verso 1 vemos que Isaías no era profeta porque él anhelaba serlo, sino solo porque Dios le habló. Por eso él hablaba a Israel, no en su propio nombre sino en Nombre de Jehová. Servía en los tiempos de cuatro reyes de Judá, y el tema de su mensaje es dado aquí: “acerca de Judá y Jerusalén”.
    El verso 2 llama a cielos y tierra a oír, y publica el pleito y la queja de Dios contra Su pueblo. “Habla Jehová”, y cuando hable, debemos oír bien. Su queja es la de padre fiel con hijos infieles. Él engendró a Israel y lo cuidó bien, pero dice: “ellos se rebelaron contra mí”. Dios era buen padre, y no faltaba nada a Su pueblo. Su rebelión no tenía sentido, pues no hallaron maldad en Jehová (Jer. 2.5). La rebelión de los hijos no siempre implica a los padres – a veces solo es como en el caso de Israel, porque ellos son malos e ingratos.
    Sigue la queja divina en el verso 3. Israel es peor que los bueyes y los asnos que conocen a sus dueños, porque “Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento”. Es decir, son inconversos, porque no conocer a Dios es no ser creyente (Tit. 1.16; 1 Jn. 2.3). Según Jeremías 2.8 esto incluía a los sacerdotes, profetas y pastores, que eran más culpables porque tenían la Palabra de Dios. Personalmente tengo dudas de las personas que dicen que creen pero no leen la Biblia. Otro me relató el caso de un misionero en otro país que cuando estaba en el púlpito siempre tenía la Biblia cerrada y hablaba de otras cosas. ¡Que triste, para él y para los que le escucharon! La Biblia es el mejor espejo, porque nos enseña cómo somos realmente, pero pasan su tiempo ante otro espejo, arreglándose el pelo y el rostro. Les importa más la fachada que presentan que su condición espiritual. Israel fue llamado para ser el pueblo santo de Dios – “mi pueblo” – pero se rebeló. La elección de la nación no garantizó la salvación de los individuos.
    El verso 4 comienza a describir la condición espiritual de la nación. Les retrata así:  

“gente pecadora”

“pueblo cargado de maldad”

“generación de malignos”

“hijos depravados”

“dejaron a Jehová”

“provocaron a ira al Santo de Israel"

“se volvieron atrás”

Y no es una parodia, sino un análisis divino y perfecto, expresado así a propósito para chocar y llamar la atención. Si queremos ser fieles a Dios no podemos esquivar el tema del pecado ni usar términos disimulados para tratarlo. Al pan, pan y al vino, vino. Y también hoy, al final de la edad de la gracia, son aplicables esas expresiones a muchas iglesias y profesados cristianos. Pero no invitan a los que predican así.
    En el verso 5 utiliza dos preguntas para causar reflexión. “¿Por qué querréis ser castigados aún? ¿Todavía os rebelaréis?”  Debemos responder cuando Dios pregunta. Entonces, en el resto del verso 5 y también el verso 6, describe en términos médicos la grave condición de la nación. “Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite”. Eso es porque rehusaron el ministerio de los verdaderos profetas. Los sacerdotes, profetas y reyes eran impíos egoístas que contribuyeron al malestar espiritual. La nación  se quedó en la parte ceremonial, y no la práctica, como veremos más adelante.
    Los versos 7-8 declaran que la rebeldía trajo los resultados desastrosos: la tierra destruida, ciudades quemadas, y los campos tomados por extranjeros. La hija de Sion (Jerusalén) estaba en una condición penosa. Dios no puede bendecir a los que no le honran ni le obedecen. Quisieron ser como las naciones, perdieron su identidad como nación santa, y perdieron la bendición. Hoy muchas iglesias quieren ser contemporáneas y tener la aprobación del mundo. Por eso no sufren la sana doctrina (2 Ti. 4.3) ni desean la santidad. La separación les es como una palabrota. Las iglesias apostatan, rehúsan oír la Palabra de Dios, y como con Israel, el juicio viene.
    En el verso 9 Isaías declaró que solo por la gracia de Dios había un remanente. Solo eso detenía el fuego divino que calcinó a Sodoma y Gomorra, “reduciéndolas a ceniza” (2 P. 2.6). Pero el fuego iba a llegar (Am. 2.5). De ahí procede en el verso 10 a llamar a los líderes en Jerusalén: “Príncipes de Sodoma”, y a los habitantes de Jerusalén: “pueblo de Gomorra”. El que habla de parte de Dios no puede ser un candidato político, porque la verdad ofende. Pero Isaías no dijo eso porque tenía genio o ganas de ofender, sino porque así Jehová le mandó hablar, y fue mensajero fiel.
    Los versos 11-15 dan uno de las más fuertes reprensiones en el Antiguo Testamento, y expresan el rechazo divino de los ritos, ofrendas y alabanzas que presentaban en el templo. Esa fachada de religión molestaba a Dios: “hastiado estoy... no quiero” (v. 11), es decir que le daba asco. Cuando acudían al templo Jehová decía que hollaban sus atrios (v. 12). Sus ofrendas eran vanas, el incienso era abominable, e insoportables sus convocaciones, y sus fiestas eran iniquidad (v. 13). “Las tiene aborrecidas mi alma” (v. 14). Algunos piensan solo en que Dios es amor, y no reflexionan en lo que Dios aborrece (Sal. 45.7). Cuando oran Dios cerrará Sus ojos y oídos (v. 15), porque el pueblo tenía manos inmundas, no santas (1 Ti. 2.8). ¿Acaso no podemos ver el paralelo entre la condición de Israel y la condición de las iglesias en los postreros tiempos, que son los días que vivimos? El Señor está harto de soportar las reuniones, conferencias, oraciones y alabanzas de iglesias que no viven en la verdad, sino como Israel, guardan un vano ritual de domingo en domingo. ¿Dirá Dios de nosotros lo que dijo de Israel?  “Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado” (Is. 29.13).

    Los versos 16-18 presentan un fuerte llamado al arrepentimiento. “Lavaos... limpiaos... quitad...” (v. 16) son responsabilidades humanas, no divinas. “Aprended... buscad... restituid... haced justicia... amparad” (v. 17). He aquí ocho frutos del arrepentimiento, prácticos y medibles. No antes, sino solo cuando actuasen así, podrían responder a la invitación del verso 18, “Venid luego y estemos a cuenta”. Dios quería perdonar y limpiar, pero nunca hace esto a los no se muestran arrepentidos. Siglos después, Juan el Bautista rehusó bautizar a los líderes religiosos y les dijo: “Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento” (Mt. 3.8). Este mensaje es válido también hoy en el mundo de los evangélicos.
    Los versos 19-20 las exhortó a responder, y presenta las opciones. “Si quisiereis y oyereis” (hacer caso), vendría la bendición (v. 19). Si no, si siguiesen rebeldes sin cambiar de rumbo, vendría maldición y juicio (v. 20). Todavía hoy la clave no es tanto la voluntad de Dios, pues Él quiere hacernos bien, pero si no respondemos, si no hacemos caso de Su Palabra, si no hay frutos de arrepentimiento – cambios prácticos, no habrá bendición. “Seréis consumidos” (v. 20).
    Israel no quiso arrepentirse, y así es la actitud y postura hoy en muchas iglesias, y entre todos esos están algunos de nuestros propios hijos rebeldes y contumaces, que se desviaron y no quieren volverse. Espero no estar aquí para ver esos terribles juicios. Isaías no vio la destrucción de Jerusalén, pero Jeremías sí. Dio el último aviso de Dios, pero la nación había apostatado y pasó el punto de no retorno. Jeremías lloró y lamentó la dureza del pueblo y la severidad del juicio divino. No nos confundamos hermanos, porque con Dios no hay medias tintas. O nos arrepentimos, hagamos caso de la Palabra de Dios y andamos humildemente con el Señor, o seremos juzgados. Pedro declaró: “Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios” (1 P. 4.17).
 

Friday, August 19, 2022

Abraham Ofrece a Isaac

Texto: Génesis 22.1-18

“E iban juntos”  v. 8
La historia de Abraham tiene muchas buenas lecciones para nosotros. Dios lo llamó a ser peregrino y patriarca, y le matriculó en la escuela de la fe. Como todos nosotros, Abraham tenía que aprender, y a veces cometió errores, pero Dios le corregía y llevaba adelante. Lo que destacaba Abraham era que creía a Dios. En cambió, su sobrino Lot valoraba lo material. Cuando se le dejó escoger, fue a Sodoma. Nunca hizo un altar, y no es mencionado como hombre de fe. Trató de ser peregrino sin ser llamado. Dios no le dio promesas ni de la tierra ni de herederos. No es patriarca ni ejemplo que seguir, pues termina triste, despojado y olvidado. Pero Abraham era un hombre espiritual. Hizo altares a Dios; le adoraba e invocaba, y era conocido como príncipe de Dios (Gn. 23.6) y amigo de Dios (2 Cr. 20.7; Is. 41.8; Stg. 2.23).
    Nosotros, como Abraham, tenemos un altar (He. 13.10) para acercarnos a Dios – la Persona y obra redentora de Jesucristo. No es para sacrificar, sino para recordar y adorar al que se dio por nosotros. Recordamos esto de manera especial al celebrar la cena del Señor, cuando hacemos memoria y anunciamos Su muerte hasta que Él venga. Él es nuestra piedra de toque en todo.
    Estas historias en el Antiguo Testamento tienen valor práctico para nosotros. El Señor usaba esas Escrituras para enseñar, y los apóstoles hacían lo mismo (Ro. 15.4; 1 Co. 10.6, 11), incluso en iglesias compuestas de gentiles convertidos. De modo que, el que ignora el Antiguo Testamento se priva de verdades muy importantes y necesarias. Espero que todos leamos y estudiemos todas las Escrituras.
    Llegamos a Génesis 22, y recordamos que antes de eso había la prueba de la promesa del nacimiento de Isaac, y la larga espera. En Génesis 15 y 16 Abraham y Sara, por la impaciencia y la lógica humana, trataron de ayudar a Dios, e hicieron mal. Abraham aceptó la sugerencia de Sara. No esperó ni confío en Dios, sino procedió como si necesitara ayuda. Nosotros también fallamos cuando intentamos hacer la obra de Dios por lógica o a la fuerza. En el caso del patriarca, el resultado fue Ismael, un hijo en la carne, cuyos descendientes todavía causan problemas en el medio oriente. Agar e Ismael fueron echados de casa, y esa vez Dios le dijo que oyera la voz de Sara, porque en eso tenía razón. Ismael era hijo de Abraham, pero no de Sara, y no de la promesa. “No te parezca grave... oye su voz” (Gn. 21.12), porque la descendencia de Abraham sería llamada en Isaac, no en Ismael. “Echa a esta sierva y a su hijo, porque el hijo de esta sierva no ha de heredar con Isaac mi hijo” (Gn. 21.10). Gálatas 4.30 cita esto para enseñar que no hay lugar para la ley en la justificación por la fe.
    Así que Abraham obedeció y despidió a Agar e Ismael, que fue para él un sacrificio, pero necesario. Y entonces, cuando solo quedaba Isaac, Dios le probó otra vez (Gn. 22.1), no para tirarle de las orejas, sino para enseñarle y hacerle bien. En la escuela de fe Dios sujeta a pruebas a los creyentes, y es una manera de ayudarnos a crecer (Stg. 1.2-4). Mucho depende de nuestra reacción. Le dio un mandamiento sorprendente: “Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré”. Probablemente ésta fue la prueba más difícil de su vida. Varias de las lecciones que Dios enseñó a Abraham tenían que ver con la familia y el principio de poner a Dios en primer lugar. Tuvo que salir de su tierra y parentela (Gn. 12.1). Tuvo que rectificar y separarse de Lot (Gn. 13.9). Tuvo que despedir a Agar e Ismael (Gn. 21.12). Y ahora debía ofrecer a Isaac, el único que quedaba.
    Al leer las palabras de Génesis 22.2, recordamos que Dios también tiene un Hijo unigénito, a quien ama, y que siglos después de ese tiempo, el Hijo de Dios sería sacrificado sobre el monte Moriah. Abraham debía ir al lugar que Dios indicaría  – Moriah, y ofrecer lo que Él mando: no un cordero sino su hijo Isaac. Le llamó a sacrificar al objeto de su amor y esperanza, pues no había otro heredero. Esa gran lección en la escuela de la fe nos enseña el principio: Dios primero, y Dios antes que la familia. No que la familia no sea importante, pero Dios siempre tiene que venir antes. Abraham ya había aprendido que obedecer a Dios puede alejarnos de nuestros parientes. Pero ahora la lección venía con más fuerza, porque Isaac no era un hermano o primo o sobrino, sino su hijo nacido en su vejez. Los viejos, los abuelos, a menudo malcrían a los niños con mimos y permisividad, pero Dios demandó de Abraham el máximo sacrificio.
    En el verso 3 vemos su reacción. No cuestionó, ni rehusó, no lo postergó, ni siquiera consultó a su esposa para ver si estaba de acuerdo. No necesitaba su permiso o acuerdo. Posiblemente le diría algo parecido a lo que dijo a los siervos en el verso 5, pero no lo sabemos. Lo cierto es que simplemente obedeció a Dios – la obediencia de la fe. Se levantó muy de mañana, preparó el asno, tomó dos siervos e Isaac, cortó la leña, y se fue. No se fue a un lugar cercano, ni al lugar que le pareciera, sino al lugar que Dios le dijo. Luego Dios ensenaría a Israel la importancia de congregarse en el lugar que Dios escogiere (Dt. 12.5, 11, 18, 26). Esta verdad debe aplicarse también a la iglesia, pues muchos se congregan a un hombre o un nombre, pero no bíblicamente, no al Señor en el lugar que Él escogiere.
    En los versos 4-5, cuando vio el lugar, hizo esperar a los siervos, y diciendo así: “iremos...adoraremos y volveremos”. Esto es fe, porque como Hebreos 11.19 informa, realmente iba a degollar a Isaac y ofrecerlo, porque pensaba que Dios es poderoso para levantarlo. Su lenguaje a los siervos indica que Abraham anticipaba volver con Isaac vivo después de sacrificarlo.  El verso 6 dice: “y fueron ambos juntos”. Hermosa y conmovedora escena – padre e hijo subiendo juntos el monte Moría para el sacrificio. Entonces Isaac preguntó (v. 7), porque muchas veces había visto sacrificios, y esa vez se dio cuenta de que faltaba el animal. “¿Dónde está el cordero?”, que es una de las grandes preguntas en la Biblia. Abraham respondió sagazmente, por fe: “Dios se proveerá de cordero”, y no dio más detalles. Esto fue suficiente para Isaac. “E iban juntos” (v. 8). No había discusión ni más preguntas ni protesta. Abraham confiaba en Dios, e Isaac confiaba en su padre Abraham. Ojalá que viéramos más confianza así hoy, de los padres en Dios, sin vacilar, y de los hijos en sus padres, sin protestas.
    Entonces, llegaron a la cumbre (vv. 9-10), y Abraham procedió sin demora a hacer lo que Dios le había dicho. Puso a Dios antes que a su hijo, e notamos que Isaac se sometió a eso, pues seguramente tenía más fuerza física que Abraham, pero no hubo lucha. Cuando llegó el momento y alzó el cuchillo sobre Isaac, Dios intervino y paró al patriarca (vv. 11-12). “No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único”. Dios vio cómo reaccionó Abraham en la prueba, y le bendijo. También con nosotros, hermanos, el Señor quiere más que escuchar palabras bonitas, como himnos y oraciones, pues desea ver nuestra fe en nuestras obras. Cuando estamos en pruebas, sabemos que Dios puede intervenir para dar alivio, pero todo tiene su tiempo. Son hermosas las palabras: “No me rehusaste tu hijo, tu único”, porque en Romanos 8.32 leemos que Dios “no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros”. ¡Y nadie intervino, pues Cristo realmente dio Su vida por nosotros, y Dios vio morir a Su Hijo en el monte Moriah.
    Pero aquel día no iba a morir Isaac. Dios proveyó un carnero – no un cordero, para sustituir a Isaac (v. 13). Luego el Cordero de Dios nos sustituyó a toda la humanidad. Lástima que el mundo todavía quiere un carnero, no el Cordero. Abraham dio un nombre profético a ese lugar: “Jehová proveerá”. En ese monte fue puesto el templo (2 Cr. 3.1), y en otra parte del mismo monte, fuera de Jerusalén, estaba Gólgota, el lugar de la Calavera (Mt. 27.33), donde murió el Cordero que Dios proveyó.
    Los versos 15-18 terminan esta sección, enfatizando la bendición que viene por la obediencia. Dios conoce nuestra fe por nuestro corazón y también por nuestras obras, pues la fe sin obras está muerta. El Señor bendice a los que confían en Él, creen a Su Palabra y le obedecen. Declaró a Abraham: “por mi mismo he jurado” (v. 16), que es lo más seguro. Le prometió una descendencia innumerable (v. 17). Nos agrada saber que la bendición es para todas las naciones (v. 18) porque eso nos incluye. Cuán lejos llegan las bendiciones de la obediencia, y pensad en el bien que podemos hacer si obedecemos por fe.
    Qué grande es el Señor y maravillosas Sus obras y bendiciones. Él desea bendecir, pero nosotros muchas veces le impedimos por nuestras dudas y desobediencias. La obediencia de fe es la clave para la bendición. Obedecer es creer el evangelio, arrepentirse y confiar en el Señor Jesucristo para ser salvo. Y después de salvo, obedecer es creer a Dios y hacer lo que Él nos manda. Esto es vivir por fe, como Abraham, el amigo de Dios.

Lucas Batalla, de un estudio dado el 15 de agosto, 2022

Thursday, August 18, 2022

Abraham y Lot Después de Separarse

 


Texto: Génesis 14, 18-19

    Proverbios 4.18-19 puede describir los caminos de Abraham y Lot. “La senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto. El camino de los impíos es como la oscuridad; no saben en qué tropiezan”.
    En nuestros estudios sobre la vida de Abraham, hemos visto que el Dios de gloria le apareció cuando vivía en Mesopotamia, en Ur de los caldeos (Gn. 12.1; Hch. 7.2). En ese primer encuentro, cuando Dios se dio a conocer,  le mandó algo que le puso en compromiso: dejar su tierra y sus parientes. Ahí vemos la primera muestra de la fe del patriarca, que “por la fe... obedeció para salir... sin saber a dónde iba” (He. 11.8). Si se dice esto hoy a cualquier persona, no sería buena su reacción. Dios quiso hacer de él una nación especial y bendecida, el pueblo de Dios, y le dio las promesas de Génesis 12.2-3. Vimos también  los primeros errores de Abraham, causados por la prioridad que dio a su familia. Primero, salió de su tierra, pero con sus parientes en lugar de dejarlos ahí (Gn. 11.31-32), Por eso el capítulo 12 comienza así: “Pero Jehová había dicho...”. El verso 4 apunta otra obediencia parcial, cuando fue con él su sobrino Lot. Tardó años en rectificar esto, pero vimos en el capítulo 13 que se separó de Lot.
    Cuando se separaron (Gn. 13.10-18), se fueron cada vez más lejos el uno del otro. Abraham se quedó arriba, cerca del altar que edificó, pero Lot descendió e iba acercándose a Sodoma, y al final entró en esa perversa ciudad. Las decisiones tienen consecuencias, y Lot no decidió por fe, sino por lo que agradó a sus ojos, y tal vez a los de su esposa, y escogieron lo que Dios condenaba (v. 13). Después de separarse de Lot, Abraham recibió otra palabra de Dios en la que le prometió la tierra. Edificó otro altar en Hebrón (v. 18), pero que sepamos, Lot nunca hizo un altar. Abraham seguía a Dios, pero Lot seguía al mundo. Por su manera de vivir, Lot perdió la santidad, la comunión, el testimonio, los bienes, la casa, la esposa, y acabó viviendo en una cueva.
    En Génesis 14 leemos del tiempo después de la separación de Abraham y Lot. En Sodoma las cosas iban de mal en peor, y surgieron conflictos políticos y militares. Los versos 1-12 relatan como Sodoma se rebeló y se metió en una guerra que perdió. Lot fue llevado cautivo también, porque estaba en medio de Sodoma e identificado con ellos. “Lot... y sus bienes” (v. 12) fueron tomados, por estar donde no debía. Es un efecto secundario de integrarse en el mundo.
    En los versos 13-15 Abraham, al recibir las noticias, armó a sus siervos y fue a liberar a su pariente. Tuvo que viajar al norte de Damasco (v. 15), y cuando los halló, atacó de noche, usando la táctica de la sorpresa. Recobró todos los bienes, y su sobrino, y con todo eso regresó a Sodoma.
    Los versos 17-24 relatan que salieron a su encuentro dos reyes, uno bueno y otro malo. El rey de Sodoma buscaba a sus súbditos (v. 17). El rey de Salem, Melquisedec, también era sacerdote del Dios Altísimo, un verdadero creyente y adorador, de los pocos que quedaban. Trajo pan y vino, para recibir y dar refrigerio al libertador (vv. 18-20). Melquisedec bendijo a Abraham, y éste le dio los diezmos de todo. Hebreos 7 da el significado espiritual de ese encuentro. En cambio, el rey de Sodoma no bendijo a Dios, sino solo quería a las personas (v. 21), y ofreció a Abraham todos los bienes a cambio de ellas. Pero Abraham sabiamente rehusó los bienes de Sodoma, pues todo lo de Sodoma estaba contaminado. Había jurado a Dios que no tomaría nada de ese rey de sodomitas y perversos. (vv. 22-24). No quería que ese rey luego pudiera decir que había enriquecido a Abraham. La limpieza e integridad son más importantes que los bienes materiales, y debemos tener cuidado de con quiénes nos asociamos.
    Parece extraño que después de todo lo acontecido, Lot se quedara todavía en Sodoma. No había aprendido nada. Del capítulo 19 sabemos que su esposa e hijas tampoco querían salir de ahí. Pero Abraham volvió a su lugar en Mamre. Posiblemente después de esto Abraham esperaba un contraataque de los que había vencido, o temía la enemistad del rey de Sodoma a quién había rechazado. Pero en Génesis 15.1 Dios le apareció nuevamente a Abraham para confirmar la promesa: “No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande”. Dios es “galardonador de los que le buscan” (He. 11.6). Pero pesad, ¿Cuándo buscó Lot a Dios? No dicen las Escrituras que lo hiciera. Debemos poner nuestro corazón y mente en Él, y vivir para agradarle. Él se encarga del cuidado de los que le son fieles.
    Los capítulos 15 y 16 relatan la promesa divina acerca de su descendencia. El capítulo 17 nos informa del origen de la circuncisión – la señal del pacto que Dios estableció con Abraham y toda su descendencia.
    Pasamos al capítulo 18, y nuevamente Dios le apareció, esta vez en una visita personal (v. 1). Los versos 2-8 destacan la hospitalidad de Abraham, y Hebreos 13.2 nos manda ser hospitalarios, porque “algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles”.  Después de comer, Dios confirmó la promesa de que Sara daría a luz un hijo (vv. 9-15), y salido al camino, avisó a Abraham de la destrucción de Sodoma y sus alrededores (vv. 16-33). Sodoma estaba entonces como hoy está mucho del mundo: “...el pecado de ellos se ha agravado en extremo” (v. 20). Hoy no han inventado nada nuevo, y Dios todavía abomina todos esos pecados. Dos veces el Nuevo Testamento declara que Dios puso a Sodoma y Gomorra como ejemplo a los impíos, es decir, si vives así, eso es lo que te espera.
    En los versos 23-33 apreciamos la intercesión de Abraham, aparentemente preocupado por su sobrino. Sabe que Dios es “Juez de toda la tierra”, y hoy a muchos se les ha olvidado esto. Dios tiene derecho y obligación de juzgar la maldad en todo el mundo. El libro de Apocalipsis relata cómo hará esto. La oración no es pedir solo por nosotros, sino interceder por otros, y las Escrituras afirman que la oración eficaz del justo puede mucho. Dios prometió no destruir la ciudad si hallara a diez justos, pero no los hubo.
    Pasamos al capítulo 19, y en los versos 1-3 los dos ángeles llegaron a Sodoma. Parecían como hombres, es decir, en cuerpos humanos, y podían comer y beber (v. 3). Lot los recibió y hospedó, y por única vez en su vida tenía a dos ángeles en su casa. Cuando Abraham recibió a esos huéspedes, todo fue pacífico y sin problemas, pero no así con Lot. En los versos 4-11 leemos del conflicto con los perversos de la ciudad que quisieron violar a esos huéspedes celestiales, “todo el pueblo junto”, desde el más viejo hasta el más joven – así que no había inocentes en Sodoma. Los ángeles intervinieron para proteger a Lot y su familia, pero les costó trabajo porque no querían salir. Los tuvieron que apurar y repetir la advertencia para que saliesen de la ciudad (vv. 12-23), “porque vamos a destruir este lugar” (v. 13). Lot avisó a sus yernos (v. 14) pero se lo tomaron a broma, porque evidentemente Lot había perdido su testimonio y credibilidad, porque vivía como uno más en Sodoma. Los ángeles tuvieron que apurar a Lot y su familia para que saliesen. “Escapa por tu vida, no mires tras ti” (v.  17); “Date prisa, escápate” (v. 22). Nunca tuvieron que hablar así a Abraham, porque él vivía en piedad, cerca del altar, no en lugares como Sodoma.
    En los versos 24-29 leemos de la destrucción de esas ciudades, que no fue por causas naturales sino por la mano de Dios. Fue un acto soberano de juicio y limpieza por fuego. También murió la mujer de Lot por mirar atrás a la ciudad (v. 26), pues parece que sus afectos estaban ahí, y desobedeció el mandato del ángel (v. 17). Ella es figura de los que aman al mundo (1 Jn. 2.15-17). Cristo advirtió: “Acordaos de la mujer de Lot” (Lc. 17.32). Hay mujeres que son esposas de hombres piadosos, pero ellas son mundanas, y el juicio de Dios les alcanzará. Hermanos, no miremos las cosas de abajo, sino las de arriba (Col. 3.1-4). Miremos adelante y arriba (He. 12.3), pues en este mundo somos peregrinos, no ciudadanos.
    Los versos 30-38 relatan cómo Lot vino a ser un “hombre de la cueva”, debido al temor. No buscó a Abraham, sino se quedó en su cueva con sus hijas. Ellas, quizás contaminadas moralmente por lo que habían visto y aprendido en Sodoma, se convencieron de que el incesto era necesario para dar descendencia a su padre. Esto es la inmoralidad por lógica humana. Dieron a beber a su padre y cuando estaba ebrio se aprovecharon de él y quedaron encintas (vv. 32-35). De eso no vino nada bueno – los moabitas y los amonitas (vv. 37-38). Abraham recibió de Dios el hijo de la promesa, Isaac, concebido milagrosamente. Pero Lot recibió de sus hijas dos hijos malditos, concebidos del incesto cuando estaba ebrio. ¡Consideremos, hermanos, el camino de Abraham – por la fe – y el camino de Lot – por la carne, y decidamos de una vez ser fieles y devotos al Señor!

 Lucas Batalla   del estudio dado el 17 de julio 2022