Sunday, November 10, 2013

ABRAHAM: IDA Y VUELTA

Textos: Hebreos 11:8-19; Génesis 12:1-9; 13:1-4



  Abraham pasó por muchas pruebas y dificultades en la vida. Génesis nos habla de los fracasos de los hombres, y hubo muchos, hasta que el libro que empezó en Edén terminó en un ataúd en Egipto. En Génesis 12:1 Dios le llamó a salir de Ur de los caldeos. En el comienzo de su relación con Dios tuvo que hacer cosas difíciles: salir de su tierra y de su parentela. Pero Dios prometió que le guiaría a una tierra. Seguimos leyendo y vemos en el versículo 3 que más era la bendición de Dios que la negación que Dios le demandó. Dios prometió bendecirle en gran manera y protegerle. En el versículo 7, cuando llegó a la tierra de Canaán, Dios la prometió a Abraham y a su descendencia.
    Pero Abraham, después de ser llamado, también fue probado, por hambre, por enemigos, por temores – y la prueba más grande fue en Génesis 22 cuando Dios le mandó salir y sacrificar a su hijo Isaac.
Abraham fue a vivir en medio de un lugar, una tierra, donde Satanás estaba reinando. Sólo hay que leer un poco la historia secular para saber cuán perversa era la cultura de los cananeos. Pero el Señor que le había guiado a este lugar no le iba a abandonar, sino que cumpliría Su promesa de guardarle y bendecirle. Nosotros también vivimos en un mundo hostil, un mundo donde Satanás está reinando como el príncipe de este mundo. Pero mayor es el que está en nosotros que el que está en el mundo. Observemos cómo Abraham vivió en esta tierra a donde le guió.
    En primer lugar, Abraham plantó su tienda, no una casa, sino una tienda, que es una morada temporal (12:8). Esto nos recuerda que Abraham se consideraba un peregrino, como vemos en la descripción de él en Hebreos 11. Su forma de vivir le recordaba de que era peregrino. Debemos recordar esto también. Y como nosotros somos peregrinos, no tenemos que meternos en el nacionalismo ni la política. El cristiano tiene que darse cuenta que no es de aquí, que ante todo, su patria está en el cielo. El cristiano que conoce a Cristo tiene que vivir como peregrino y forastero, cerca de “Bet-el” y apartado de los conflictos del mundo. Abraham era forastero en un lugar donde no tenía raíces.
    En segundo lugar, Abraham edificó un altar. Esto demostraba que su vida dependía de Dios, y que era un adorador de Dios. En Juan 4 el Señor habla de los verdaderos adoradores; son los que el Padre busca. No todos los adoradores y comulgantes son creyentes en verdad ni adoran en verdad. Pero Abraham adoraba y confiaba en el Dios vivo. El altar era un símbolo de esto, visible a los demás, parte de su testimonio, y significaba que él no adoraba como ellos ni con ellos en sus templos y lugares altos. Él tenía la mirada puesta en los cielos (ver Col. 3:1-2 y el Salmo 73). El que pone la mirada en el cielo confiesa que en el mundo no tiene nada. “¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? y fuera de ti nada deseo en la tierra” (Sal. 73:25).
El altar es un lugar de oración, revelación, sacrificio, consagración y comunión. Allí se reunía con Dios. Allí se sujetaba a Dios. Entre otras cosas el altar muestra que el camino de Abraham era el de dependencia en Dios, y obediencia a Dios. Aunque como hemos de ver, él era imperfecto, y necesitaba el perdón y la gracia de Dios como los demás, a diferencia de ellos, Abraham tenía dónde acercarse a Dios: el altar. En el 12:4 y el 13:1 vemos que Abraham se equivocó y no siguió bien las instrucciones que Dios le había dado, porque permitió que Lot le acompañara. Leemos esta frase: “y Lot con él”. Dios le mandó dejar su parentela, pero se llevó a Lot, y ¿qué le hizo Lot? Nada más que darle problemas y conflictos. La parentela tira mucho de las cuerdas de nuestro corazón, pero Dios tiene que ocupar primer lugar. La familia no puede guiarnos y bendecirnos como Dios. En el 12:10-20 vemos como Abraham se equivocó descendiendo a Egipto porque hubo hambre en la tierra. El hambre nos motiva a veces, pero es mal consejero. Todos sufrimos pérdida de fe a veces. Aquí Abraham perdió un poco el norte, y fue a Egipto no por fe sino por lógica. Bueno, así fue, porque era un ser humano, y nosotros seguramente hemos fallado más veces que él. A veces queremos más de lo que necesitamos, y esto nos trae problemas. No queremos vivir por fe y confiar en Dios en cuanto al futuro, sino queremos administrarlo todo nosotros mismos. Hermanos míos, vale mucho más sufrir en el camino que Dios nos da que vivir en Egipto y tener más, pero sin la aprobación de Dios. En los versículos 14-20, estas experiencias las tuvo que pasar Abraham porque abandonó el altar. El altar no le dejó a él sino él al altar. Es malo dejar el altar. Es peligroso y dañino. Se llenó de los bienes de Egipto, del poder de la carne y no del Espíritu, y después todo esto le trajo problemas.
Pero en el capítulo 13 Abraham hizo lo que todo creyente debe hacer cuando se da cuenta de que ha salido del buen camino y ha abandonado el altar. ¿Qué es esto? Se ve la respuesta en tres palabras claves.
Primero: “Subió, pues, Abram de Egipto” (v. 1). Esto es lo que hay que hacer, si has descendido a Egipto, al mundo: ¡subir! Dios no te va a subir, porque Dios no te bajó allí. Si has descendido al mundo, y allí has mentido y engañado, actuando como si no fueras creyente, tienes que subir. Esto es el arrepentimiento. Es el primer paso. Sube. Sí, aun los hombres piadosos como Abraham se equivocan a veces, y deben arrepentirse. Algunos se creen impecables y nunca admiten un fallo ni piden perdón, pero no son como Abraham. Estos siempre están recordando los pecados de los demás, pero no los suyos. En cuanto a sí mismos quieren que Dios perdone y olvide, y que nadie nunca nombre sus pecados. Pero en cuanto a los demás, no quieren perdonar ni olvidar, ni dejan de nombrar los pecados de otros. ¡Desaniman a los que subirían y volverían, y cuán triste y malo es esto! 
    Pero Abraham subió de Egipto, y los versículos 3 y 4 dicen: “Y volvió por sus jornadas desde el Neguev hacia Bet-el, hasta el lugar donde había hecho allí antes; e invocó allí Abram el nombre de Jehová”. Es la segunda palabra importante: “volvió”. Subió, y volvió. Volvió al lugar del altar que había hecho antes, símbolo de consagración y comunión con Dios. Si has salido de la comunión con el Señor, eres tú quien tienes que volver. Dios está allí, en el lugar del altar, esperándote como ha estado esperando desde que saliste. No va a traerte el altar; tienes que volver tú. “Acercaos a Dios, y Él se acercará a vosotros” es la promesa. ¿Hay una promesa mejor? Entonces, ¿qué esperas? ¡Vuélvete!
    Y cuando llegó: “invocó allí Abram el nombre de Jehová”. Es la tercera palabra importante: “invocó” el nombre del Señor, oró, buscando la presencia, el perdón, la comunión y la guía del Señor en su vida. Así de sencillo es el retorno a la comunión para el creyente. Hay quienes dicen que no puedes. Hay quienes no quieren perdonar ni olvidar, sino que sacan ventaja personal de tenerte abajo, pero el Señor no es así. Subir, volver, invocar. Tengamos la valentía y humildad de hacer lo que hizo Abraham, y tendremos el gozo y la dicha de recibir perdón y limpieza (1 Jn. 1:9) de andar en comunión con Dios, y Él nos guiará y nos cuidará. ¡En Él hay perdón!

de un estudio dado en abril del 2007

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