Thursday, July 28, 2011

EL DECLIVE GENERACIONAL

Texto: Josué 24:14-28


¿Qué significa “declive”? Es una palabra que no se oye cada día en la calle en Andalucía, así que tuve que mirar en el diccionario para estar seguro de su sentido. Aprendí que significa: “Pendiente, cuesta o inclinación del terreno o de la superficie de otra cosa. 2. Decadencia.” La segunda definición, decadencia, es la indicada para lo que escuchaba en la radio, cuando hablaba del “declive generacional”. La frase me recordaba a lo del libro de Josué y el cambio entre la generación que entró en la tierra prometida y la siguiente que sale en el libro de Jueces. El cambio entre estas dos generaciones es marcado como un declive, porque hay una degeneración, una decadencia espiritual.
Josué era el hombre indicado para hablar de esto, no sólo porque era el líder de Israel que los introdujo en la tierra, sino también porque él era uno de los dos únicos hombres de la generación que murió en el desierto. De toda esa generación que salió de Egipto, sólo él y Caleb entraron en la tierra prometida. Así que, ¿quién como él para hablar de problemas de generaciones?
Antes de entrar en la tierra, Dios les había advertido que entraban en una tierra donde otros habían habitado, y que tendrían que limpiarla y cuidarse de no aprender ni asimilar las costumbres de esas naciones, porque esto sería la forma de apartarse del Señor. Había que tener mucho cuidado. Dios tiene que decirnos lo mismo hoy en día: “tened mucho cuidado”.
En nuestro texto Josué, ya viejo, reúne a la nación por última vez en su vida. Es una reunión importantísima porque en ella él llama a la nación a tomar una decisión respecto a su vida espiritual. Les llama a limpiarse de los dioses que todavía estaban entre ellos. Parece mentira que hubiera ídolos entre el pueblo de Israel tantos años después de salir de Egipto, y después de haber sufrido tantos castigos del Señor, pero así fue. La generación anterior había muerto en el desierto porque desagradó a Dios, y ésta no andaba mucho mejor. Sí, habían entrado en la tierra y había conquistado a muchas naciones, pero las semillas de su destrucción estaban sembradas en medio de ellos. La baja condición espiritual, indicada por la presencia de estos “dioses” entre ellos, indicaba que estaban en declive y que la siguiente generación iba a estar todavía peor. Fue por esto que Josué reunió a la nación, para enfrentar este problema, para darles una serie de advertencias en los versículos 14 y 15, y llamarles a decidirse de una vez.
Esta generación que había sido media purificada en el desierto, andaba en peligro porque no se consagraba y no se purificaba. Josué nombra claramente en el versículo 14, diciendo así: “los dioses a los cuales sirvieron vuestros padres al otro lado del río, y en Egipto”. Israel en Egipto no fue fiel a Dios, sino que se volvió una nación idólatra que asimiló la cultura y la religión pagana. Abraham había dejado atrás a Ur de los caldeos y toda la idolatría de su tierra. José, su bisnieto, había sido fiel a Dios en medio de Egipto. Pero con el paso de tiempo y el cambio de las generaciones, las cosas habían cambiado, y ahora los dioses de las naciones tenían cobijo en el seno del pueblo escogido por Dios. Así que, cuando el pueblo de Israel salió de Egipto, la mayoría de ellos fueron salvados físicamente de Egipto y de la servidumbre allí, pero espiritualmente estaban en una condición decadente. “A los cuales sirvieron vuestros padres”, repite en ambos versículos. Eran idólatras que habían sucumbido espiritualmente a la mitología egipcia con su panorama de dioses y diosas, y todo el sistema era una abominación. Su triste condición espiritual explica el porqué de tantas quejas y rebeliones por el camino, y los castigos de Dios que al final eliminaron a toda aquella generación menos a Josué y a Caleb. Además, el en versículo 15 Josué añade “los dioses de los amorreos”, tal vez porque éstos ya habían infiltrado, aunque eran terribles. Entre los dioses de los amorreos había algunos muy crueles como Moloc, a quien los padres sacrificaban sus infantes, calentando la imagen del ídolo al rojo vivo y metiendo el niño en sus brazos ardientes para morir allí para agradar a Moloc. Los tambores ocultaban el ruido del grito de los pobres infantes sacrificados al “dios de éxito”. También para los dioses de los amorreos se practicaba la más perversa prostitución en sus templos y lugares altos, usando la fornicación y sodomía como acto de rendir culto a los dioses. Parece increíble que el pueblo llegara a tal decadencia como para servir a los dioses de los amorreos. Pero cuando se permite el declive generacional, desgraciadamente, todo es posible.
Hoy en día también hay un gran declive generacional en el llamado pueblo de Dios, porque el matrimonio está fraccionado. El padre trabaja, por supuesto, como debe, y la madre también trabaja fuera de casa, por necesidad se supone, y ¿quién cuida y educa a los hijos? Una educadora profesional que no tiene la fe ni las convicciones de los padres, ni tampoco es su responsabilidad educar a hijos que no son suyos. Dios los da a los padres, y los padres los dan al mundo. Así que, desde muy temprano ya comienzan a tener mucho roce con el mundo y aprenden sus costumbres y forma de pensar. Hay mucho desenfreno e inseguridad. ¿Dónde está el fallo principal? Como en los tiempos de Josué, los padres se han olvidado de Dios, y descuidan la vida espiritual. Esto produce el declive generacional. Hoy en día el matrimonio está roto, y si todavía existe, está en una condición disfuncional. Parece como una familia porque están los padres y los hijos, pero no funciona como una familia. No es un hogar, sino más bien una pensión donde varias personas se alojan, duermen, se asean, toman ciertas comidas, y tal vez comparten un poco de tiempo en la sala del televisor. Los padres no quieren compromiso con los hijos. No toman tiempo para enseñarles, para corregirles, para formar su carácter y encaminar bien su vida. No nace perfecto ningún hijo. Todos necesitan ser enseñados y corregidos. 
Sin embargo, hoy en día los padres, ante la desobediencia o el mal comportamiento de sus hijos, hincan los hombros y dicen: “así han salido”, como si hubiera que aceptarlo así. Tienen miedo de corregir a sus hijos, porque temen más las leyes de los hombres que las leyes de Dios. Es una situación que va de mal en peor y está produciendo una generación entera de personas malcriadas y espiritualmente deformadas. Los hijos se crían en el mundo casi totalmente, y un par de horas en cultos los domingos no puede arreglar este problema. La solución es que los padres actúen como Dios manda, pero hoy en día no quieren ni saben cómo, porque ellos mismos ignoran las Escrituras.
Cuando Josué llamó la atención a Israel en su día, ¿cómo respondió el pueblo? Más adelante en el capítulo 24, el versículo 31 dice: “Y sirvió Israel a Jehová todo el tiempo de Josué, y todo el tiempo de los ancianos que sobrevivieron a Josué y que sabían todas las obras que Jehová había hecho por Israel”. Hasta cierto punto la reunión con Josué aquel día tuvo buen efecto. Pero la historia demuestra que le sirvieron en parte por respeto a él, en parte por tradición y sólo en parte por convicción. Le sirvieron en parte y lo que les convenía, como vemos más adelante en Jueces 2:10. 
En Deuteronomio Moisés había hablado larga y claramente al pueblo, advirtiendo acerca del peligro de hacer alianzas con los cananeos, de aprender de las naciones en Canaán y asimilar sus costumbres (ver Dt. 7:1-5). Dios quería mantenerles como nación Suya. Quería una nación santa, consagrada, apartada, y los mandó claramente acerca de los pueblos, sus dioses y costumbres (Dt. 7:23- 26). No había que guardar nada ni siquiera en museos, ni mucho menos en sus casas, sino destruirlo todo. Pero el descuido, la inatención y la desobediencia a las instrucciones divinas produjo el declive generacional. El declive se produjo también por la actitud de los padres hacia sus hijos, al no enseñarles bien y no mantenerlos separados. Si los padres tuvieron pocas convicciones buenas, los hijos tuvieron todavía menos. En el cambio de generaciones se perdió la poca fuerza y vigor espiritual que había, y de ahí los problemas que prevalecen en el libro de Jueces. 
Es un libro que describe las condiciones que vemos hoy en día, cuando también cada uno hace lo que le parece. El declive viene cuando los padres descuidan sus responsabilidades y remiten a los niños al cuidado del mundo. Descuidan y fallan en su responsabilidad de Deuteronomio 6, donde Dios manda a los padres enseñar a sus hijos, precepto que se repite en Efesios 6:4, “criadlos en disciplina y amonestación del Señor”.
Los padres cristianos deben enseñar a sus hijos los caminos del Señor, desde pequeños y constantemente. Deben enseñarles acerca del mundo para que no sean engañados ni se vayan con el mundo. Deben enseñarles que está bien ser distinto, ser diferente, y que no está bien ser como los del mundo. Y si no lo enseñan, se perderá esta generación también. Irá al mundo, como tantas veces ha pasado en la historia. ¡Y vaya mundo! En los colegios de niños chicos ya hay agresividad. ¡No hablo de los adultos sino de niños pequeños! Los jóvenes más mayores, de edad de instituto y universidad, tienen su botellona, y los vemos borrachos en la calle. Los jóvenes y los adultos también se quedan en las discotecas y otros lugares de juerga toda la noche y hasta la mañana siguiente, y salen cansados, borrachos y algunos drogados también, para enfrentarse con el día y sus responsabilidades. Digo otra vez, ¡vaya mundo! En la calle hay violencia, rudeza y descortesía, enfados, robos, peleas y más, y el gobierno parece cada vez más impotente para parar o controlar todo esto.
La gente vieja ya no quiere salir a la calle, porque tiene miedo. Ni siquiera en su propia casa está uno seguro, porque el otro día entraron en la casa de uno, le golpearon y le robaron 300 euros. Estaba el pobre hombre lleno de moraduras grandes y muy feas. Pero el que roba o mata, aunque lo detengan y lo encarcelen, luego saldrá. El psicólogo le ve, tiene unas sesiones y charlas con él, todo pagado por el estado, por nuestros impuestos, y luego dice que está listo para volver a la sociedad, y sale y lo hace otra vez. El mundo no tiene la respuesta, y ¿cómo vamos a dejar a un mundo así educar y absorber a nuestros hijos? Si tienen que aprender cosas académicas como matemática y lengua en el mundo, hasta allí pero nada más. El mundo no tiene por qué enseñar nada más a nuestros hijos, y los padres deben vigilar mucho esta cuestión y ser diligentes ellos mismos en enseñar a sus hijos todo lo que necesitan para formar su carácter y encaminarles a vivir como Dios manda.

Debemos tener una influencia, la máxima posible, en las vidas de nuestros hijos mientras haya tiempo. Para algunos de nosotros ya es tarde porque nuestros hijos son adultos, y los que nos hemos equivocado en su educación tenemos que lamentarlo. Pero los que han sido educados en casa según los caminos del Señor, y se han desviado, siempre tendrán en su corazón lo que sus padres pusieron allí cuando eran pequeños, y siempre está la esperanza de que se vuelvan. Trabajemos con nuestros hijos para que echen raíces profundas que aguanten las tormentas y las pruebas que vendrán en la vida. Aprovechemos su juventud para prepararles para el futuro, no sólo para divertirles. La niñez puede ser hermosa sin ser desaprovechada y desperdiciada. Preparémosles, no sea que vayan al infierno por nuestra culpa, por nuestro egoísmo y el buscar más nuestra comodidad. Por dar prioridad a estas cosas y no a lo más importante, lo eterno, se echan a perder los hijos en el declive generacional. Tenemos que darles a nuestros hijos lo que Dios dice. Por ejemplo, leamos el libro de Proverbios y veremos cuánta enseñanza Dios quiere que los padres den a sus hijos. Proverbios 20:7 dice: “camina en su integridad el justo; sus hijos son dichosos después de él”. Si queremos que nuestros hijos sean dichosos, tenemos que caminar en integridad delante del Señor y hacer lo que Él nos manda. Proverbios 22:6 nos recuerda que es nuestra responsabilidad enseñar a nuestros hijos desde su niñez. Que el Señor nos ayude por Su gracia a no contribuir al declive generacional. Que eduquemos y formemos a nuestros hijos para que sean dichosos después de nosotros, para la gloria de Dios. Amén.
de un estudio dado por Lucas Batalla, el 12 de noviembre, 2006

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