Wednesday, August 22, 2018

¡Calor Eterno!



Texto: Lucas 16:19-31

He aquí un pasaje donde el Señor habla de cosas que muchos rechazan. No es una parábola, pues da nombres de personas. Habla de dos hombres en vida y en muerte – un contraste grande. Ahora en Europa estamos pasando una ola de calor impresionante y dicen que varias personas han muerto. La gente se queja del calor ahora, pero hay más calor que vendrá después de esta vida. El mundo vive a espaldas de Dios e ignora la realidad de su condición y de lo que viene. En este sentido, aunque no sean ricos, son como ese hombre rico que se ocupaba de su vida cotidiana sin pensar en su condición espiritual o en Dios y la eternidad. Ese rico “hacía cada día banquete con esplendidez” (v. 19); vivía cómodo, bien vestido y aseado, atendido por criados, bien comido y acompañado de sus amigos. Pero sólo vivía para el momento. Se divertía, pero no se convirtió. Así son muchos, que viven para ahora y su mayor preocupación es su comida o su comodidad.
    En cambio, el pobre de Lázaro no tenía nada (vv. 20-21). Pero cuidado, eso no le hacía santo, pues los pobres también son pecadores como dice la Biblia: “por cuanto todos pecaron” (Ro. 3:23). Pero el punto es que él era un caso de necesidad cerca del rico. Su farmacia era que los perros le lamían las llagas. Tenía dolor físico, y debido al hambre, también del estómago. El pobre ansiaba comer las migas que caían de la mesa de aquel rico. Estaba arruinado y desamparado. Así Dios describe también a los seres humanos. Por un lado somos como el rico – pensamos en comida y ropa y cosas materiales – por otro lado somos como el pobre Lázaro, en mal estado y sin esperanza. Muchos no quieren leer la Biblia porque les dice cómo son: llenos de llagas, como dice Isaías 1:5-6. La gente quiere hablar de la supuesta “dignidad” del ser humano, sin reconocer su verdadera condición mala y desesperada. El pecado ha arruinado toda la raza humana, sin excepciones.  El pobre Lázaro – con ansias de comer, sin ayuda de nadie, yaciendo en el suelo, rodeado de perros, es un retrato de la desesperación.
    Pero luego en el versículo 22 vino el igualatorio de Dios: la muerte. Murió Lázaro primero, quizás porque estaba mal y no tenía asistencia médica. Pero al morirse, tenía a ángeles esperándole – no por ser pobre – sino por ser creyente. Los ángeles lo llevaron. Ellos no tienen escrúpulos de llevarse a un pobre lleno de llagas, si es creyente. Lo llevaron al seno de Abraham, no a su lado o a sus espaldas sino a su seno  – el lugar de los afectos. Describe el lugar de los salvos por la fe – como Romanos 4:3-5 y Gálatas 3:6 nos enseñan: “creyó a Dios, y le fue contado por justicia”. La única manera de ir a donde Abraham es creer como él. Curiosamente Abraham había sido rico en la vida – y Lázaro pobre – pero los dos están unidos en la eternidad por la fe en el Señor.
    Después de esto murió también el rico – porque aunque podía comer bien, descansar bien y pagar médicos y medicinas, la muerte le llegó porque “está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (He. 9:27). Su casa se convirtió en casa de luto. El Señor no lo dice en Lucas, pero es de suponer que su familia o sus criados o amigos le llevaron a la sepultura, con plañideras y todo, pero en la ultratumba no le esperó nadie. Termina el versículo 22 así: “y fue sepultado”.
 
   Entonces el Señor enseña lo que Él ve pero nosotros no, que ese rico después de muerto, “en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos”. Hermanos y amigos, no todos los tormentos son de cuerpo. No sabemos si en su funeral dijeron cosas como “está mejor” o “ahora descansa” como se suele oír, pero no fue mejor sino peor. Después de la muerte el ser humano es consciente de su situación y dónde está. El Hades es un lugar, no una leyenda, y muchos están allí. Aquel rico nunca alzó sus ojos al Señor durante la vida, pero luego, en tormentos los alzó, cuando era demasiado tarde. Job preguntó: “Perecerá el hombre, ¿y dónde estará él?” (Job 14:10). El Señor da la respuesta. No descansaba. Estaba en tormentos. Sin comida. Sin agua. Sin música. Sin cama. Sin amigos. Sin siervos. Sin familia. Había sido un israelita religioso pero sin Dios, que iba al templo, a la sinagoga, cumplía los ritos, pero no era creyente. Dios no estaba en todos sus pensamientos. Muchos hay como él, y la mayoría no son israelitas, sino simplemente religiosos pero viviendo para sí. Aquel rico vio de lejos a Abraham y Lázaro en el lugar más recóndito, reservado para solo creyentes. ¿Qué clase de creyentes? Los verdaderos, que se describen así: “El justo por la fe vivirá” (Hab. 2:4; Ro. 1:17; He. 10:38).
    En el versículo 24 empezaba a dar voces a Abraham. Pero él no puede salvar a nadie. El rico pidió ser atendido, buscaba alivio. Se quejó de estar atormentado en la llama. Como decíamos al principio, la gente ahora se queja de un poco de calor – ¡qué dirá entonces! Ese hombre dio voces tarde. Tenía que haberlo hecho en vida. Muchos viven equivocados y satisfechos, y van rumbo a la muerte y el dolor de la llama del Hades y luego del lago de fuego – el juicio eterno – el calor eterno. Algunos predicadores hacen ver que tal vez el fuego no sea literal sino una figura. ¿Preguntamos al rico si es literal o no? ¡Él veía y sentía el fuego, y todavía sufre!
    Responde Abraham (v. 25): “Hijo, acuérdate”. Los muertos infieles no tendrán agua ni otras cosas, pero tendrán memoria. “Recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males”. Pero había llegado el igualatorio divino – la muerte – y todo cambió. Ahora le recuerda su vida, tenía bienes, y tenía cerca a un hombre necesitado pero no le ayudó. ¡Qué tacaño y cruel! No tenía compasión. No le daba comida. No le curaba sus llagas. No le hacía nada, y ahora, era tarde, sólo le quedaba esa terrible palabra: “acuérdate”. Era egoísta, recibía y lo gastaba en sí y quizás en su círculo de amigos y familia. No necesitaba todo lo que tenía, pero no hizo lo que Dios quiere de los ricos: “Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna” (1 Ti. 6:18-19). La pobreza es una prueba para los que la sufren, y hay más pobres que ricos en el mundo, pero la riqueza es una gran prueba para los que la tienen, y darán cuenta a Dios, como administradores, no dueños. Abraham le dijo a ese rico: “y tú atormentado”. No porque había sido rico – pues Abraham también era rico. Era porque se olvidó de Dios.
    Abraham sigue (v. 26) y le explica que además de atormentado, no puede salir: “Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá”. No es purgatorio. Son finales, eternos, los resultados de la fe o la falta de ella en la vida. 
     Después de la muerte no hay otra oportunidad. El purgatorio sólo existe en la imaginación y superstición de la religión falsa. ¡Cuánto daño han hecho con esto, y cuánto dinero han recaudado!
    En los versículos 27 y 28 el rico responde y sigue pidiendo y dando voces. Es muy chillón. Ahora se acuerda de su familia, y se preocupa. En el Hades se acuerda de sus cinco hermanos. Bien, pero tarde. Después de la muerte no hay comunicación, intervención, ni rezos que ayuden a nadie. Pero fijémonos cómo se le esclarecen las cosas – y sabe que necesitan que alguien les testifique para que se salven. Ya no piensa en banquetes, comidas, ropas ni nada así, sino en las almas y la eternidad. ¡Lo triste es que no pensó en esto durante su vida! Sería una vergüenza que ese rico muerto en el Hades tuviera más preocupación por las almas que nosotros, ¿verdad? Ahora, en vida, podemos testificar a la gente para que no vaya a ese lugar.
    Pero Abraham les remite a la Biblia (v. 29), “A Moisés y a los profetas tienen; oíganlos”. El mensaje de salvación está en la Biblia, y hay que leerla, o escucharla atentamente. Tenían sinagogas, y reuniones de lectura de la Biblia, y la gente iba pero no hacía caso, igual como hoy. El rico discute (v. 30): “No, padre Abraham” e insiste que sería mejor enviar a alguien de entre los muertos. ¡Él, perdido, dando consejos! Pero Abraham responde (v. 31) y aclara que si no oyen la Palabra de Dios, tampoco se persuadirán aunque fuera alguien de entre los muertos a hablarles. Hoy es igual. Si no oyen la Biblia, nada más les ayudará. Por eso hay que predicar la Biblia y citarla cuando testificamos, porque la gente no necesita filosofía ni religión comparativa ni psicología, sino la Palabra de Dios. “Escudriñad las Escrituras” dijo Cristo en Juan 5:39, pero hoy como entonces, es más fácil seguir el rumbo de la muchedumbre, aunque al final habrá gran calor y dolor. El Señor Jesucristo vino de la gloria para salvar a los pecadores, y en la Biblia tenemos la historia sagrada, el evangelio que es el poder de Dios para salvarnos. Seamos ricos o pobres, debemos hacer caso de la Palabra de Dios, porque sólo así podemos ser salvos.
 

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