Wednesday, November 20, 2024

El Consuelo de Dios

Texto: 2 Corintios 1.1-10

Todos necesitamos consuelo en algún momento de la vida, y esto incluye a personas como el apóstol Pablo, como vemos en nuestro texto. El piadoso Job, cuando sufrió tanta pérdida y gran prueba, sufrió todavía más porque su esposa y sus amigos no le consolaron. “Consoladores molestos sois todos vosotros”, dijo (Job 16.2). Afirmó que, si ellos sufriesen, él les trataría mejor que lo que recibió de ellos: “yo os alentaría con mis palabras, y la consolación de mis labios apaciguaría vuestro dolor” (Job 16.5). Pero los más allegados a Job no le dieron consuelo. Es ciertamente un fallo cuando los creyentes, en lugar de consolar y ayudar, critican al que sufre.
    El Señor Jesucristo prometió a los creyentes: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación” (Mt. 5.4). Cuando Pablo escribió su segunda carta a los corintios, comenzó con este tema: la consolación.
    En el verso 1, se identifica: “Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios”. En la vida del creyente, todo debe ser por la voluntad de Dios. En todo ministerio cristiano es especialmente importante ser dirigido por Dios, y no por voluntad humana (2 P. 1.21). Dios es quien da los dones y coloca a cada creyente en el cuerpo de Cristo (Ef. 4.8, 11-12; 1 Co. 12.7, 11, 18). Pablo era apóstol, no porque lo anhelara, como algunos anhelan tener autoridad o ser reconocidos. El Señor había interrumpido su vida, para manifestarse y llamar a Pablo a la fe y para darle un ministerio. La voluntad de Dios motivaba y respaldaba todo lo que hacía. Dice aquí: “a la iglesia de Dios que está en Corinto”. En tiempos apostólicos los hombres todavía no habían inventado las denominaciones, y había una iglesia en Corinto, y otros creyentes en otras partes de Acaya – la zona cercana.
    El verso 2 expresa su deseo para ellos: “Gracia y paz”. Eran saludos típicos en griego (caris: gracia) y en hebreo (shalom: paz). La fuente común de esas cosas es: “Dios nuestro padre” y “el Señor Jesucristo”. No menciona a María porque la gracia no viene de ella.
    En el verso 3, bendice a Dios. Bendecir significa “hablar bien de”, y es lo que hace: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación”.  Menciona a Dios Padre como “Padre de nuestro Señor Jesucristo”, porque José era solo su padre adoptivo, y María era la madre de Su humanidad (no “la madre de Dios”), el vaso consagrado que Dios Padre utilizó para traer al mundo a Su Hijo. Dios Padre tiene dos más títulos descriptivos en este verso:

1)    “Padre de misericordias”
2)    “Dios de toda consolación”

Necesitamos Su misericordia, pero no la merecemos, y la consolación viene también por la gracia de Dios. Ambas cosas son provistas para los creyentes en el Señor. La misericordia es un atributo de Dios, y dos salmos se dedican a ella: el 107 y el 136.  En este verso Pablo expresa un sentido de gratitud que todos debemos tener continuamente.
    El verso 4 explica más sobre este consuelo – no viene de la psicología, ni de las amistades, ni del dinero, sino de Dios. Él “nos consuela en todas nuestras tribulaciones”. Es decir, en toda clase de tribulación, Dios da el consuelo adecuado. No habla del periodo llamando “la Tribulación”, sino de nuestras pruebas, aflicciones y sufrimientos corrientes. No ofrece consuelo mundano, sino espiritual, por el Espíritu Santo, que es el Consolador (Jn. 14.26), y por las promesas y verdades de la Palabra de Dios. El salmista dijo: “Mira, oh Jehová, que amo tus mandamientos; vivifícame conforme a tu misericordia” (Sal. 119.159). “Príncipes me han perseguido sin causa, pero mi corazón tuvo temor de tus palabras” (Sal. 119.161). A lo largo de la historia humana, Dios ha aconsejado y consolado así a los creyentes. Sus consolaciones tienen un propósito doble: ayudarnos a nosotros, y hacer posible que ayudemos a otros creyentes: “para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación” (2 Co. 1.4). “Cualquier tribulación”, dice, porque hay muchas clases de ella. El mundo rechaza a Cristo, y los que pertenecemos a Él sufrimos. “Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Ti. 3.12). Eso nada tiene que ver con los siete años de la Tribulación, sino es lo que les toca a los creyentes fieles en cualquier tiempo. Algunos predicadores dicen que si confías en Cristo ya no tendrás más problemas, pero eso está lejos de la verdad. Pablo hablaba frecuentemente en sus epístolas de tribulación, persecución y sufrimiento (por ej. Ro. 5.3; 2 Co. 4.7-10, 17; 6.4-5; 7.4-5; 8.2; 11.13, 28; 12.10; Fil. 1.29-30;1 Ts. 1.6; 2.14-15; 2 Ts. 1.4-7).
    El verso 5 enseña dos tipos de abundancia. Primero: “abundan en nosotros las aflicciones de Cristo”, es decir, sufrimos por serle fieles y no seguir el rumbo del mundo (1 P. 4.4). Cuando nos invitan a hacer algo que desagrada a Dios, y rehusamos, piensan que estamos locos. Cuando sufrimos como cristianos, nuestro recurso es el Señor, pues el verso 5 dice: “así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación”. No hay problema en la vida que Cristo no puede resolver. Tiene recursos para eso y para consolarnos. La palabra “abunda” nos recuerda otra abundancia, la de Romanos 5.20, “cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia”. No hay escasez de recursos divinos. Dios tiene todo lo necesario para ayudarnos, de modo que no es correcto decir que no podemos soportar lo que nos sobrevenga. Aun “de lo profundo” (Sal. 130.1), podemos clamar al Señor y recibir ayuda.
    El verso 6 habla de las tribulaciones y las aflicciones de los apóstoles, y también los creyentes en Corinto, y promete “consolación y salvación”. El cristianismo verdadero nunca ha sido popular ni fácil, porque el mundo es controlado por el diablo. Pero Dios consuela y salva a los Suyos.
    El verso 7 llama a los corintios “compañeros en las aflicciones”, y declara: “también lo sois en la consolación”. No se agotaron en los apóstoles las consolaciones de Dios, sino que provee para todos los creyentes, no solo los corintios sino también nosotros. Además, en el cielo seremos consolados eternamente (Lc. 16.25).

     Los versos 8 y 9, para darles un ejemplo, relata acerca de la tribulación que Pablo y compañía sufrían en Asia. “Fuimos abrumandos sobremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida”. El verso 9 añade: “tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte”. Pensaban que iban a morir. Pero hay una lección importante en una situación tan desesperada. Es bueno perder toda esperanza humana, si eso nos conduce a esperar en Dios: “para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos”. Así es que podemos aprender en la escuela de la experiencia, o como quien dice, a base de golpes. A veces Dios permite que seamos “afligidos en diversas pruebas” (1 P. 1.6), pero no nos abandona, sino nos sacará adelante (1 P. 5.10).
    El verso 10 testifica de la liberación de Dios, en tres tiempos: “nos libró”, “nos libra”, y “aun nos librará”. Alguien dijo que el creyente es inmortal hasta que termine de hacer la voluntad de Dios y cumplir Sus propósitos. Tendremos que morir, sí, si el Señor no viene antes, pero eso está en Sus manos, y debemos ocuparnos de vivir conforme a Su voluntad. “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Hch. 9.6), es una buena pregunta que hacerle a Dios en oración, y la mejor manera de vivir.
    El Señor no nos desamparará. Sus promesas son dignas de nuestra confianza, como Pablo afirma más adelante en el capítulo, en el verso 20. “Porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios”. Dios nos confirma (v. 21). Dios nos ha dado el sello y las arras del Espíritu, que son señales de seguridad. Estas verdades dan consuelo y ánimo en las tribulaciones. Pero para aprovechar lo que Dios provee, debemos acercarnos a Él, en la lectura de Su Palabra, la meditación en ella, y la oración. En la comunión con Él hay consolación para todo creyente.

Lucas Batalla, de un estudio dado el 17 de noviembre, 2024


   

Tuesday, November 19, 2024

El Rico Insensato

 


Texto: Lucas 12.13-21

Suelen titular este texto: "El Rico Insensato", pero aquel hombre es solo uno de muchos. Las riquezas suelen causar problemas, y en este caso, fue una herencia. La presencia de riquezas suele trastornor los pensamientos, o al menos, suele revelar un defecto en el corazón.

     Un hombre se acercó al Señor, pero no por razones espirituales, sino porque su hermano recibió una herencia y no la compartió (v. 13). Pero el Señor le reprendió (v. 14) y rehusó actuar como abogado o juez en el caso. Algunos solo se dirigen al Señor buscando bienes temporales. Santiago 4.3 dice: “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites”. El Señor usó esa ocasión para advertir a ese hombre, y también a nosotros acerca de un pecado común: “Mirad, y guardaos de toda avaricia” (v. 15). Dice “toda avaricia” porque se manifiesta de diferentes maneras – la herencia solo es un ejemplo. La avaricia no aflige solo a los ricos, pues también muchos pobres son avaros – que no están contentos, sino se afanan por tener más, tienen envidia de los que tienen más, y codician lo que esos tienen. Pero la vida no consiste en los bienes materiales, sino en una relación con Dios, y las verdaderas riquezas no son materiales sino espirituales.
    Para enseñar estas importantes verdades, el Señor usó una parábola en los versos 16-21, acerca de un hombre rico pero necio. En los versos 16-19 vemos a un hombre que tenía mucho, pero quería más. Su campo produjo mucho, y esa bendición era una prueba. Es así cuando aumenta el dinero o los bienes. La cuestión es: ¿cómo responde nuestro corazón? Los bienes no causaron el problema, sino sacaron a luz el problema que ese hombre ya tenía. Era egoísta.
    El verso 17 nos enseña su egoísmo, pues “pensaba dentro de sí” pero no consultó a Dios. Sin embargo, Dios conocía sus pensamientos y deseos, y conoce también todos los nuestros. Santiago 1.5 dice que cuando nos falta sabiduría, debemos pedirla a Dios. Pero ese hombre se preguntó a sí mismo: “¿Qué haré, porque no tengo donde guardar mis frutos?” No pensaba en compartirlos, sino en guardar todo para sí. “Mis frutos”, dijo, y siguió en el verso 18, diciendo: “mis graneros”, “mis frutos” y “mis bienes”. Como un niño tacaño, decía: “¡mío, mío, mío!” Lo tenía todo, y le sobraba mucho, solo pensaba en ahorrar para sí. Se hacía tesoros en la tierra – cosa que el Señor mandó no hacer (Mt. 6.19). El Salmo 62.10 nos aconseja: “Si se aumentan las riquezas; no pongáis el corazón en ellas”, y eso fue su error. Tener más no siempre es bueno, y el aumento de bienes es ciertamente una prueba para nuestro corazón.
    Aquel hombre seguía hablando egoístamente: “y diré a mi alma” (v. 19), y ahí se equivocó, pues Dios dice en Ezequiel 18.4, “todas las almas son mías”. Ahora bien, cada uno tiene un alma, y en este sentido es suyo, pero pertenece a Dios el Creador. El hombre pensaba en su futuro terrenal, pero no en el cielo. Se consolaba temporalmente pensando en sus “muchos bienes... guardados para muchos años”. En eso también se equivocó. Se sentía seguro porque tenía muchos bienes. Pensaba en los años de su jubilación – que sería prudente guardar mucho para vivir bien. No quería confiar en Dios para su futuro. Pero el Señor había dicho en el verso 15 que “la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”. Otro problema era su concepto del tiempo: “para muchos años” dijo, pero no sabía que no tenía ni un día más para vivir. Así que, locamente se aconsejó: “repósate, come, bebe, regocíjate” (v. 19). Se planificaba una buena jubilación, sin pensar en la eternidad. Muchos que dicen que creen en Dios cometen este mismo error.
    Entonces, habló Dios. Declaró Su análisis del proceder de ese hombre, y le puso todo en la perspectiva correcta. Nada de reposo y regocijo iba a tener. Las decisiones tienen consecuencias.
    “Necio”, Dios le dijo (v. 20), porque su actitud hacia los bienes, y su autoconfianza, no eran de sabios, sino de necios. “Esta noche vienen a pedirte tu alma”. Le quedaban horas, no años. Entonces, le hizo una pregunta, para reprenderle, y para que reflexionemos nosotros los que leemos la parábola. “Y lo que has provisto, ¿de quién será?” En el momento de morir, ya no sería suyo, pues al morir, uno deja todo. Preguntan a veces: “¿Cuánto dejó?”, y la respuesta es: “Todo”. 1 Timoteo 6.7 declara: “porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar”. Los coches fúnebres no tienen remolque para llevar los bienes del difunto al cementerio.  Santiago 5.2-3 denuncia a los ricos por acumular bienes como ese hombre en Lucas 12. “Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas están comidas de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días postreros”. Pero cuesta aprender esta lección, porque las riquezas tienen gran atracción. Pocos están contentos con lo que tienen. 2 Timoteo 3.1-2 advierte que en los postreros tiempos habrá avaros en las iglesias.
    Al hombre de la parábola Dios lo bendijo, y lo dejó decidir qué hacer con el aumento de bienes. Tristemente, el hombre se condenó por las riquezas, pues sacaron a luz su amor y sus prioridades egoístas. Entonces, Cristo resume en el verso 21, “Así es” – es una comparación, una aplicación para todo persona “que hace para sí tesoro”. ¿Por qué? Porque “no es rico para con Dios”. Hace tesoros en la tierra, donde no debería, y no los hace en el cielo donde debería (Mt. 6.19-21). La idea no es hacer tesoros en los dos lugares, sino escoger un lugar: “en el cielo”. Es aplicable a todos, aun a los más pobres, pues aun un vaso de agua será recompensado en el cielo. Pero la parábola habla especialmente a los que reciben alguna abundancia – más de lo que necesitan – en esta vida. Deben usarla para Dios, no para sí. Leemos en 1 Timoteo 6.17-19, que la manera de usarlas no es guardarlas, sino gastarlas. En lugar de ser altivos y decir: “mío, mío”, o poner la esperanza en las riquezas, deben usarlas para hacer bien a otros: “Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna” (vv. 18-19). En esos 3 versos vemos el error del hombre rico en Lucas 12. Puso su esperanza en las riquezas y las guardó para sí. 


    El Salmo 39 enseña lo que aquel hombre debía haber hecho. El salmista se presenta ante Dios en oración, diciendo: “mis caminos... mi lengua... mi boca... mi corazón... mi meditación...” y ruega: “Hazme saber, Jehová, mi fin, y cuánta sea la medida de mis días; sepa yo cuán frágil soy” (v. 4). El hombre en Lucas 12 no sabía la medida de sus días – ¡que iba a morir aquella misma noche! El salmista dice en el verso 6, “Ciertamente en vano se afana; amontona riquezas, y no sabe quién las recogerá”. Muchas personas son como él. Afanarse y amontonar riquezas es de necios.
    Santiago 1.10-11 advierte que el rico pasará como la flor del campo. “Se marchitará el rico en todas sus empresas”. Así murió el rico de Lucas 12, mientras planificaba la construcción de graneros nuevos. Las riquezas terrenales son frágiles y pasajeras. Pero las riquezas espirituales son eternas. Proverbios 23.4-5 manda: “No te afanes por hacerte rico; sé prudente, y desiste. ¿Has de poner tus ojos en las riquezas, siendo ningunas? Porque se harán alas como alas de águila, y volarán al cielo”. Hay que ser prudentes y desistir, es decir, dejar de afanarse por tener más o por guardar lo que tienes. Santiago 4.13-15 aconseja a los que hacen planes para enriquecerse. Deberían decir: “Si el Señor quiere, viviremos, y haremos esto o aquello”.
    Recordemos la instrucción de la parábola, porque la verdad divina dura para siempre, pero las riquezas no. Aquel rico pensaba en reposar, comer, beber y alegrarse, pero no pensaba en la Palabra de Dios. Si hubiera dicho: “si el Señor quiere”, si hubiera consultado a Dios, se podría haber librado del juicio. Pero fue rico para sí, no para Dios. Cometió el error de Israel, que describió así el profeta Oseas: “Israel es una frondosa viña, que da abundante fruto para sí mismo (Os. 10.1). Seamos ricos o pobres, todos debemos vivir por fe, no por confianza en los bienes, y debemos glorificar a Dios en toda nuestra conducta.

 Lucas Batalla, de un estudio dado el 3 de noviembre, 2024