Dice la Palabra de Dios en 2 Pedro 3:18, “Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén”. En este texto vemos que el Señor nos manda crecer, y este crecimiento es asociado aquí con la gloria del Señor. Cuando crecemos, le glorificamos. No debería considerarse una mera opción personal, sino un deber cristiano y una necesidad.
Es bueno que el creyente tenga interés en crecer y siga creciendo espiritualmente. Debemos reconocer que el desarrollo espiritual es el más importante. Nuestros padres eran responsables de nuestro crecimiento cuando éramos pequeños. Pero ya es nuestra responsabilidad, porque somos mayores. En cuanto a la vida espiritual, hermanos, tenemos que preocuparnos más por este crecimiento. Tenemos la Palabra de Dios, tenemos las reuniones de la iglesia y la comunión de los hermanos y tenemos acceso al Señor en oración. El Señor ha provisto para nuestro crecimiento, de modo que si no crecemos, no es culpa de Dios sino de nosotros.
Pero hermanos, si vamos a crecer para la gloria de Dios, esto requiere que cambiemos muchas cosas en nuestra vida, y francamente, muchos de nosotros no estamos dispuestos a hacerlo, porque hay que dejar cosas, y hay que buscar otras cosas. Hoy en día hay muchas cosas y comodidades que antes la gente no tenía, y evidentemente cuesta desprenderse de ellas porque llegan a ejercer cierto control sobre nuestra tiene valor eterno, pues en 1 y 2 Pedro nos explica que el mundo y sus obras se quemarán. Este pensamiento debería ayudarnos a ordenar mejor nuestras prioridades.
Hay muchos impedimentos, porque vivimos en un mundo hostil que no quiere que crezcamos ni glorifiquemos al Señor. El mundo no le glorifica. La carne tampoco, y ellos no nos van a animar ni ayudar a glorificar a Dios. Dios quiere que crezcamos y le glorifiquemos. En Mateo 5:16 nos exhorta a obrar para la gloria de Dios delante de los hombres. Pero esto no pasará sin nuestra cooperación. Tiene que haber en nosotros este deseo de hacerlo, de rendirnos al Señor, de aprovechar los medios de crecimiento que Él nos da, de conocerle más y mejor y de vivir para Su gloria. Nuestro deseo y nuestro compromiso personal son claves, y ¿dónde están?
En 1 Corintios 6:20 leemos: “...glorificad, pues, a Dios en vuestrocuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”. Se escribe esto a todos los cristianos, no a unos pocos. ¿Cómo respondemos? Hay muchas maneras de glorificar a Dios. Por ejemplo, glorificamos a Dios cuando crecemos en fe, en amor, en la gracia y en el conocimiento del Señor. Para glorificarle, hay que promocionar a Dios, no a nosotros mismos. Muchos hoy en día glorifican a los hombres, alaban a los hombres, y ponen a los hombres en un pedestal y los rinden homenaje. Sus nombres y fotos están en en la publicidad, junto a sus títulos y logros, para que tengamos una buena impresión y seamos atraídos a ellos. Pero esto es glorificar al hombre, no al Señor. El apóstol Pablo dijo que los hombres como él y otros no deberían ser tenidos como servidores. Recordemos que el siervo, el criado, vive en la trastienda y sirve a su señor. Pero hoy hay muchos llamados “siervos de Dios” que se han vuelto señores, en las iglesias y en el campo misionero. Seamos humildes y busquemos servir a Dios. No busquemos para nosotros grandezas (Jer. 45:5).
Leyendo y meditando sobre Juan 17, conocemos el deseo del Señor. Él era un apasionado de la gloria de Dios (vv. 1, 5, 5-6, 10, 22, 24). Si el Señor estaba tan interesado en la gloria de Dios y en que el Padre fuera glorificado en Él y en los Suyos, esto también debería preocuparnos a nosotros. Pero hoy en día en la iglesia estamos dando una pobre imagen, y esto debe cambiar. En 1 Corintios 6:19-20 somos llamados a glorificar a Dios en nuestro cuerpo y en nuestro espíritu. Muchos adornan su cuerpo para glorificase a sí mismos, para llamar la atención a sí mismos o lucirse.
Otra vez podemos ver en Juan 15 la asociación entre el crecimiento y la gloria de Dios. El Señor es la vid verdadera, y nosotros somos los pámpanos. Él siempre será la vid y nosotros siempre seremos nada más que pámpanos. Nunca nos independizaremos de Él. Además, para crecer necesitamos esta comunión íntima con Él, estos lazos por medio de los cuales recibimos diariamente de Él todo lo necesario para la vida espiritual. En el versículo 15 se nos dice que el Señor quiere que crezcamos y llevemos mucho fruto, porque en esto el Padre es glorificado.
Pero encontramos impedimentos y dificultades en esta vida, y en nosotros mismos. En lugar de estar ocupados con el Señor, nos preocupa demasiado la opinión de los demás. Como los de Juan 12:42-43, muchas veces miramos a los hombres y no damos gloria al Señor; no le confesamos.
Nos callamos en el trabajo, en la familia, entre los de nuestro barrio, etc., cuando podríamos confesar al Señor y así glorificarle. Glorificar al Señor es un privilegio y nuestra mayor responsabilidad. Pablo en 1 Corintios 10:31 nos instruye a hacer “todo para la gloria de Dios”.
Observad conmigo que el crecimiento espiritual aumenta nuestra capacidad de glorificar a Dios. Nos ayuda a congregarnos con los hermanos y disfrutar más de la Palabra y la comunión, y las reuniones nos ayudan a crecer y glorificar al Señor. Si uno va a la playa o a pasearse o se queda en casa cuando hay una reunión de la iglesia, no glorifica a Dios y no crece. Pierde testimonio ante los del mundo, y el diablo se ríe. Demuestra que en su escala de valores la iglesia y el Señor y Su Palabra no son muy importantes.
Una de las cosas que destaca la iglesia primitiva es su crecimiento
(Hch. 2:41-42, 46-47). En aquel entonces se reunían cada día. Pero ahora las iglesias quitan cultos, con la excusa de los niños, los estudios, el trabajo, el cansancio, el tráfico, las responsabilidades en casa, etc. Pero son excusas, no razones. No me refiero a los que no pueden acudir porque están enfermos o porque se les obliga a trabajar este día y no lo pueden cambiar, o por razones similares, sino a los que podrían acudir pero no lo hacen porque no quieren. Muchos hoy son de domingo por la mañana, nada más, y no crecen porque no se alimentan de las cosas del Señor.
Queridos hermanos, la iglesia no necesita sólo al predicador, sino a todos los hermanos. Juntos podemos ser fortalecidos y animados, y crecer.
En Efesios 2:19 vemos que somos miembros de la familia, y que así la iglesia va creciendo (v. 21). Lo he dicho en otras ocasiones pero lo repito, que cuando un hermano se esfuerza preparando un estudio para la edificación de la iglesia, le desanima que luego algunos hermanos no vengan, no porque no pueden, no hablo de ellos, sino de los que no vienen porque no quieren. Su ausencia dice que no tienen interés, que no lo consideran importante, que les da igual, que no quieren recibir la Palabra, o algo así. Si todos hiciéramos como los que se ausentan, ¿cómo estaría la iglesia? En las reuniones de la iglesia la comunión con los hermanos nos fortalece. El ejercicio espiritual de alabar y adorar al Señor nos favorece y fortalece, porque es la ocupación más elevada del ser humano. La exposición de la Palabra de Dios es para nuestra edificación, exhortación y consuelo. Pero si no estamos para escucharla, ¿qué edificación, exhortación o consuelo recibimos? Ninguno.
También es necesario mantener la vida devocional, el ejercicio de piedad en casa, si queremos crecer y glorificar a Dios. Cada día necesitamos tomar alimento espiritual de Su Palabra, y hablar con Él en oración. Necesitamos encomendarnos al Señor y esperar que Él nos guíe durante el día y que nos libre del mal, porque hay muchos males en el mundo. ¿Cómo esperas crecer si no das prioridad a la lectura de la Palabra de Dios cada día, y si no pasas tiempo en oración cada día? Si queremos crecer, tenemos que ejercitarnos para la piedad, como Pablo dijo a Timoteo (1 Ti. 4:7). Si no crecemos, languidecemos. ¿Cuál de los dos te describe? ¿Creces o languideces? El Señor quiere que crezcamos y que le glorifiquemos. Que así sea para Su honor y gloria.
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