Texto: Jeremías 33:1-8
El mundo está fatal, hermanos, y no verá mejora. Asimismo, en el tiempo de este texto, Jerusalén estaba fatal y venían todavía más juicios. Dios tenía a Jeremías en la ciudad advirtiéndola, pero no lo aceptaron. Además de eso, le hacían sufrir, probablemente queriendo hacerle callar. En este capítulo Jeremías está en el patio de la cárcel porque había predicado fielmente la Palabra de Dios. El pueblo de Israel rechazó a Dios y a Sus mensajeros, en este caso era Jeremías, pero otros profetas vieron las mismas actitudes (2 R. 17:14-15; Jer. 7:25-26). Hoy también es lo que uno puede esperar si es fiel en proclamar lo que Dios dice – el mismo “pueblo de Dios” le ignorará o intentará hacerle callar.
Así que, Jeremías se encuentra en una situación de desaliento, pero Dios le alienta. En el versículo 2 le recuerda que Él hizo todo, tiene gran poder y sabiduría. Le recuerda Su Nombre. Es como si le dijera: “¿Te acuerdas de quién soy yo?” En Él tenemos que meditar cuando suframos. Jeremías sufrió por ser fiel a Dios, pero no había que dudar ni echarse atrás. Pedro en su primera epístola nos dice: “si alguno padece como cristiano, no se avergüence...” (1 P. 4:16).
Dios invita a Jeremías a clamar a Él (v. 3) y promete responder – es una gran promesa alentadora que le vino en tiempo de sufrimiento. Los versículos 4 y 5 recuerdan la situación de sufrimiento y pérdida para toda la ciudad, y en el versículo 6 Dios promete: “yo les traeré sanidad y medicina; y los curaré”. Primero los castigó por su comportamiento impío, y luego los sanó. En esto encontramos una aplicación para nosotros. Hebreos 12 dice que Dios también tiene que castigarnos por nuestro comportamiento, y el que esté sin castigo no es hijo. Pero nos castiga para nuestro bien, no nos desecha, nos educa. Entonces no hay que desmayar, sino aceptar y aprender las lecciones que Él nos quiere enseñar.
Los versículos 12-18 también hablan de bendiciones futuras para Jerusalén, cuando venga Él que tiene que gobernar. Como Israel, nosotros también debemos cultivar la vista larga, no corta, y recordar los propósitos y las promesas de Dios. Cuando hay rechazo, cuando sufrimos, recordemos que Él tiene grandes planes para bien. Y así en tiempos difíciles o malos no nos olvidaremos ni nos apartaremos de Él, ni daremos lugar a la amargura.
Volvamos al versículo 3, donde Dios da a Jeremías (y a nosotros) la receta: “Clama a mí”. Lo que solemos hacer, si somos honestos, es clamar a los hombres buscando su ayuda, antes que clamar a Dios. Y tristemente, a algunos les gusta que clamen a ellos, porque así se sienten importantes o poderosos, como filántropos. Pero dice: “Clama a mí”, no a ellos. Cualquier problema que tengas: “Clama a mí” es el consejo. El Señor quiere que acudamos y esperemos en Él. Promete: “Y yo te responderé”. No clamaremos a Dios en vano. Él responde con sabiduría, poder y amor. A veces la respuesta puede ser “no”, o “espera”, o “sí” u otra cosa. Sigue y dice: “y te enseñaré”. Hay cosas que todavía no sabemos, cosas que nos alentarán, darán gozo, nos aclararán los valores, nos ayudarán a orientarnos. Hay esperanza para el pueblo de Dios.
Entonces, Jeremías clamó, y el Señor le sacó vivo del terrible castigo de Jerusalén. El testimonio de Jeremías bien podría expresarse con las palabras de David en el Salmo 34.
“Me libró de todos mis temores” (v. 4).
“Este pobre clamó, y le oyó Jehová y lo libró” (v. 6).
“Claman los justos, y Jehová oye, y los libra de todas sus angustias” (v. 17).
Este testimonio y esta promesa nos animan a resolver nuestros problemas por medio de la oración – clamando al Todopoderoso. Hermano, hermana, Él te escuchó para salvarte, y te escuchará para ayudarte. Clama a Él.
Lucas Batalla, de un estudio dado el 23 de septiembre, 2018
El mundo está fatal, hermanos, y no verá mejora. Asimismo, en el tiempo de este texto, Jerusalén estaba fatal y venían todavía más juicios. Dios tenía a Jeremías en la ciudad advirtiéndola, pero no lo aceptaron. Además de eso, le hacían sufrir, probablemente queriendo hacerle callar. En este capítulo Jeremías está en el patio de la cárcel porque había predicado fielmente la Palabra de Dios. El pueblo de Israel rechazó a Dios y a Sus mensajeros, en este caso era Jeremías, pero otros profetas vieron las mismas actitudes (2 R. 17:14-15; Jer. 7:25-26). Hoy también es lo que uno puede esperar si es fiel en proclamar lo que Dios dice – el mismo “pueblo de Dios” le ignorará o intentará hacerle callar.
Así que, Jeremías se encuentra en una situación de desaliento, pero Dios le alienta. En el versículo 2 le recuerda que Él hizo todo, tiene gran poder y sabiduría. Le recuerda Su Nombre. Es como si le dijera: “¿Te acuerdas de quién soy yo?” En Él tenemos que meditar cuando suframos. Jeremías sufrió por ser fiel a Dios, pero no había que dudar ni echarse atrás. Pedro en su primera epístola nos dice: “si alguno padece como cristiano, no se avergüence...” (1 P. 4:16).
Dios invita a Jeremías a clamar a Él (v. 3) y promete responder – es una gran promesa alentadora que le vino en tiempo de sufrimiento. Los versículos 4 y 5 recuerdan la situación de sufrimiento y pérdida para toda la ciudad, y en el versículo 6 Dios promete: “yo les traeré sanidad y medicina; y los curaré”. Primero los castigó por su comportamiento impío, y luego los sanó. En esto encontramos una aplicación para nosotros. Hebreos 12 dice que Dios también tiene que castigarnos por nuestro comportamiento, y el que esté sin castigo no es hijo. Pero nos castiga para nuestro bien, no nos desecha, nos educa. Entonces no hay que desmayar, sino aceptar y aprender las lecciones que Él nos quiere enseñar.
Los versículos 12-18 también hablan de bendiciones futuras para Jerusalén, cuando venga Él que tiene que gobernar. Como Israel, nosotros también debemos cultivar la vista larga, no corta, y recordar los propósitos y las promesas de Dios. Cuando hay rechazo, cuando sufrimos, recordemos que Él tiene grandes planes para bien. Y así en tiempos difíciles o malos no nos olvidaremos ni nos apartaremos de Él, ni daremos lugar a la amargura.
Volvamos al versículo 3, donde Dios da a Jeremías (y a nosotros) la receta: “Clama a mí”. Lo que solemos hacer, si somos honestos, es clamar a los hombres buscando su ayuda, antes que clamar a Dios. Y tristemente, a algunos les gusta que clamen a ellos, porque así se sienten importantes o poderosos, como filántropos. Pero dice: “Clama a mí”, no a ellos. Cualquier problema que tengas: “Clama a mí” es el consejo. El Señor quiere que acudamos y esperemos en Él. Promete: “Y yo te responderé”. No clamaremos a Dios en vano. Él responde con sabiduría, poder y amor. A veces la respuesta puede ser “no”, o “espera”, o “sí” u otra cosa. Sigue y dice: “y te enseñaré”. Hay cosas que todavía no sabemos, cosas que nos alentarán, darán gozo, nos aclararán los valores, nos ayudarán a orientarnos. Hay esperanza para el pueblo de Dios.
Entonces, Jeremías clamó, y el Señor le sacó vivo del terrible castigo de Jerusalén. El testimonio de Jeremías bien podría expresarse con las palabras de David en el Salmo 34.
“Me libró de todos mis temores” (v. 4).
“Este pobre clamó, y le oyó Jehová y lo libró” (v. 6).
“Claman los justos, y Jehová oye, y los libra de todas sus angustias” (v. 17).
Este testimonio y esta promesa nos animan a resolver nuestros problemas por medio de la oración – clamando al Todopoderoso. Hermano, hermana, Él te escuchó para salvarte, y te escuchará para ayudarte. Clama a Él.
Lucas Batalla, de un estudio dado el 23 de septiembre, 2018
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