Texto: Salmo 112
El salmista nos invita a vivir en las bendiciones de Dios. El primer versículo presenta la puerta o entrada a las bendiciones. Cuando uno quiere entrar en una casa o almacén, hay una puerta de acceso que debe usar, y es así en este salmo. El primer versículo dice que temiendo a Dios y deleitándose en Su Palabra “en gran manera” conducen a las bendiciones de Dios. Son cosas que le honran y le agradan (véase 110:10). El que se complace en obedecer y honrar a Dios será bendito, porque anda en comunión con Él.
El versículo 2 promete bendición también sobre sus descendientes, y eso es algo que interesa a todo padre y madre. Nos preocupamos y pedimos por los de nuestra familia que no conocen al Señor o no le siguen, por la sencilla razón de que por afecto natural queremos su bien, y sabemos que su camino no conduce al bien. Y el Señor promete tenerlos en cuenta, lo cual es una bendición y un consuelo a los padres piadosos. El Salmo 25:12-13 dice: “¿Quién es el hombre que teme a Jehová? Él le enseñará el camino que ha de escoger. Gozará él de bienestar, y su descendencia heredará la tierra”. Esto no elimina la necesidad de arrepentimiento y fe de parte de nuestros hijos, por supuesto, porque no se salvarán por la fe de sus padres. Pero Dios tiene en cuenta la descendencia de los piadosos, y obra en sus vidas.
El versículo 3 enseña que hay una justicia que no será quitada porque es un regalo de la gracia de Dios. No es la justicia de la ley, ni de las obras, sino la que viene por la fe (Ro. 4:5-6). Es la justicia de Cristo. También habla de “bienes y riquezas”, y aquí debemos pensar en más que lo material, aunque ciertamente el Señor provee para los Suyos. Pero las verdaderas riquezas son eternas (véase Lc. 16:11, “lo verdadero”). El tesoro en el cielo nunca se envejece ni pierde su valor.
El versículo 4 dice: “resplandece en las tinieblas luz a los rectos”. El que anda en comunión con Dios tiene luz cuando los demás no la tienen. El Salmo 97:11 dice que “luz está sembrada para el justo”. La luz de Dios nos guía, y además nos afecta; produce piedad en el carácter y comportamiento. “Es clemente, misericordioso y justo”. El versículo 5 sigue con el fruto, diciendo: “tiene misericordia y presta; gobierna sus asuntos con justicia”.
Promete el versículo 6 que “no resbalará jamás”. Tiene seguridad de salvación. “En memoria eterna será el justo”. Dios no le olvida, ni le desampara.
El versículo 7 menciona que “no tendrá temor de malas noticias”. La muerte no le asusta como a los que no conocen al Señor. Teme a Dios (v. 1), no las circunstancias. Hay muchas malas noticias en el mundo hoy en día, y al oír de robos, homicidios, terremotos y otros cataclismos, la gente se preocupa. Pero los creyentes estamos en manos del Todopoderoso, y el que nos guarda no duerme (Sal. 121:3-4). “Su corazón está firme, confiado en Jehová”. No confiamos en promesas de hombres, ni ayuda de hombres, sino en el Señor. El que no anda en comunión con Dios, que no confía realmente en Él, cuando pase pruebas o necesidad siempre va buscando la ayuda de los hombres, porque en ellos confía. Pero Mateo 6 enseña que nuestro Padre celestial es quién nos cuida y provee todo lo que necesitamos. Salmo 91:1 dice:
“El que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombre del Omnipotente”.
El versículo 8 describe la bendición de tener asegurado el corazón y no temer, y además dice que verá su deseo en sus enemigos. Aquellos que no se arrepienten, que no se convierten, serán juzgados y castigados. Por esto el que anda con Dios puede dejar lugar para la venganza de Dios en lugar de vengarse a sí mismo. Aun nuestro Señor, cuando sufría, no amenazaba, sino que se encomendaba a Aquel que juzga justamente. Y en cuanto a nosotros, nuestros enemigos peores son la carne, el mundo y el diablo. En el Salmo 118:7-9 leemos:
“Jehová está conmigo entre los que me ayudan; por tanto, yo veré mi deseo en los que me aborrecen. Mejor es confiar en Jehová que confiar en el hombre. Mejor es confiar en Jehová que confiar en príncipes”.
El versículo 9 comenta otra vez algo del versículo 5, al decir que “reparte, da a los pobres”. Es bendecido, y es una bendición a otros, porque es generoso y misericordioso. Al decir “los pobres”, se refiere a los verdaderamente pobres, no los pobres por gusto, los mendigos profesionales. Da pena ver a esa gente que no quiere trabajar, y además enseña a sus hijos también a mendigar. No ayudamos a la gandulería, sino a los verdaderamente necesitados. Algunos de ellos son siervos del Señor, que renunciaron un empleo para dedicarse a la obra, y viven esperando en Dios. Debemos repartir, no retener, y siempre mostrar caridad y generosidad a los tales, ayudando prioritariamente a los de la familia de la fe (Gá. 6:10), pues así manda el Señor.
El versículo 10 presenta un contraste final: la maldición de los que no creen. Ellos ven la bendición, pero no la experimentan. Y se irritan. Y se consumen. Y su deseo perece. No tienen nada. Aunque hayan ganado todo el mundo, pierden su alma, y perecerán destituidos de todo lo bueno. Así será para ellos por toda la eternidad. Es la otra opción: los que no quieren temer a Dios pueden vivir ahora como les parece, pero al final sufrirán terrible pérdida. El Salmo 86:17 dice: “Haz conmigo señal para bien, y véanla los que me aborrecen, y sean avergonzados, porque tú, Jehová, me ayudaste y me consolaste”. Debemos orar y pedir así siempre, y vivir en el temor de Dios, porque es la vida bendecida. Amén.
El salmista nos invita a vivir en las bendiciones de Dios. El primer versículo presenta la puerta o entrada a las bendiciones. Cuando uno quiere entrar en una casa o almacén, hay una puerta de acceso que debe usar, y es así en este salmo. El primer versículo dice que temiendo a Dios y deleitándose en Su Palabra “en gran manera” conducen a las bendiciones de Dios. Son cosas que le honran y le agradan (véase 110:10). El que se complace en obedecer y honrar a Dios será bendito, porque anda en comunión con Él.
El versículo 2 promete bendición también sobre sus descendientes, y eso es algo que interesa a todo padre y madre. Nos preocupamos y pedimos por los de nuestra familia que no conocen al Señor o no le siguen, por la sencilla razón de que por afecto natural queremos su bien, y sabemos que su camino no conduce al bien. Y el Señor promete tenerlos en cuenta, lo cual es una bendición y un consuelo a los padres piadosos. El Salmo 25:12-13 dice: “¿Quién es el hombre que teme a Jehová? Él le enseñará el camino que ha de escoger. Gozará él de bienestar, y su descendencia heredará la tierra”. Esto no elimina la necesidad de arrepentimiento y fe de parte de nuestros hijos, por supuesto, porque no se salvarán por la fe de sus padres. Pero Dios tiene en cuenta la descendencia de los piadosos, y obra en sus vidas.
El versículo 3 enseña que hay una justicia que no será quitada porque es un regalo de la gracia de Dios. No es la justicia de la ley, ni de las obras, sino la que viene por la fe (Ro. 4:5-6). Es la justicia de Cristo. También habla de “bienes y riquezas”, y aquí debemos pensar en más que lo material, aunque ciertamente el Señor provee para los Suyos. Pero las verdaderas riquezas son eternas (véase Lc. 16:11, “lo verdadero”). El tesoro en el cielo nunca se envejece ni pierde su valor.
El versículo 4 dice: “resplandece en las tinieblas luz a los rectos”. El que anda en comunión con Dios tiene luz cuando los demás no la tienen. El Salmo 97:11 dice que “luz está sembrada para el justo”. La luz de Dios nos guía, y además nos afecta; produce piedad en el carácter y comportamiento. “Es clemente, misericordioso y justo”. El versículo 5 sigue con el fruto, diciendo: “tiene misericordia y presta; gobierna sus asuntos con justicia”.
Promete el versículo 6 que “no resbalará jamás”. Tiene seguridad de salvación. “En memoria eterna será el justo”. Dios no le olvida, ni le desampara.
El versículo 7 menciona que “no tendrá temor de malas noticias”. La muerte no le asusta como a los que no conocen al Señor. Teme a Dios (v. 1), no las circunstancias. Hay muchas malas noticias en el mundo hoy en día, y al oír de robos, homicidios, terremotos y otros cataclismos, la gente se preocupa. Pero los creyentes estamos en manos del Todopoderoso, y el que nos guarda no duerme (Sal. 121:3-4). “Su corazón está firme, confiado en Jehová”. No confiamos en promesas de hombres, ni ayuda de hombres, sino en el Señor. El que no anda en comunión con Dios, que no confía realmente en Él, cuando pase pruebas o necesidad siempre va buscando la ayuda de los hombres, porque en ellos confía. Pero Mateo 6 enseña que nuestro Padre celestial es quién nos cuida y provee todo lo que necesitamos. Salmo 91:1 dice:
“El que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombre del Omnipotente”.
El versículo 8 describe la bendición de tener asegurado el corazón y no temer, y además dice que verá su deseo en sus enemigos. Aquellos que no se arrepienten, que no se convierten, serán juzgados y castigados. Por esto el que anda con Dios puede dejar lugar para la venganza de Dios en lugar de vengarse a sí mismo. Aun nuestro Señor, cuando sufría, no amenazaba, sino que se encomendaba a Aquel que juzga justamente. Y en cuanto a nosotros, nuestros enemigos peores son la carne, el mundo y el diablo. En el Salmo 118:7-9 leemos:
“Jehová está conmigo entre los que me ayudan; por tanto, yo veré mi deseo en los que me aborrecen. Mejor es confiar en Jehová que confiar en el hombre. Mejor es confiar en Jehová que confiar en príncipes”.
El versículo 9 comenta otra vez algo del versículo 5, al decir que “reparte, da a los pobres”. Es bendecido, y es una bendición a otros, porque es generoso y misericordioso. Al decir “los pobres”, se refiere a los verdaderamente pobres, no los pobres por gusto, los mendigos profesionales. Da pena ver a esa gente que no quiere trabajar, y además enseña a sus hijos también a mendigar. No ayudamos a la gandulería, sino a los verdaderamente necesitados. Algunos de ellos son siervos del Señor, que renunciaron un empleo para dedicarse a la obra, y viven esperando en Dios. Debemos repartir, no retener, y siempre mostrar caridad y generosidad a los tales, ayudando prioritariamente a los de la familia de la fe (Gá. 6:10), pues así manda el Señor.
El versículo 10 presenta un contraste final: la maldición de los que no creen. Ellos ven la bendición, pero no la experimentan. Y se irritan. Y se consumen. Y su deseo perece. No tienen nada. Aunque hayan ganado todo el mundo, pierden su alma, y perecerán destituidos de todo lo bueno. Así será para ellos por toda la eternidad. Es la otra opción: los que no quieren temer a Dios pueden vivir ahora como les parece, pero al final sufrirán terrible pérdida. El Salmo 86:17 dice: “Haz conmigo señal para bien, y véanla los que me aborrecen, y sean avergonzados, porque tú, Jehová, me ayudaste y me consolaste”. Debemos orar y pedir así siempre, y vivir en el temor de Dios, porque es la vida bendecida. Amén.
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