Saturday, December 30, 2023

Isaías y el Rebelde Pueblo de Dios

Texto: Isaías 1.1-20
En el verso 1 vemos que Isaías no era profeta porque él anhelaba serlo, sino solo porque Dios le habló. Por eso él hablaba a Israel, no en su propio nombre sino en Nombre de Jehová. Servía en los tiempos de cuatro reyes de Judá, y el tema de su mensaje es dado aquí: “acerca de Judá y Jerusalén”.
    El verso 2 llama a cielos y tierra a oír, y publica el pleito y la queja de Dios contra Su pueblo. “Habla Jehová”, y cuando hable, debemos oír bien. Su queja es la de padre fiel con hijos infieles. Él engendró a Israel y lo cuidó bien, pero dice: “ellos se rebelaron contra mí”. Dios era buen padre, y no faltaba nada a Su pueblo. Su rebelión no tenía sentido, pues no hallaron maldad en Jehová (Jer. 2.5). La rebelión de los hijos no siempre implica a los padres – a veces solo es como en el caso de Israel, porque ellos son malos e ingratos.
    Sigue la queja divina en el verso 3. Israel es peor que los bueyes y los asnos que conocen a sus dueños, porque “Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento”. Es decir, son inconversos, porque no conocer a Dios es no ser creyente (Tit. 1.16; 1 Jn. 2.3). Según Jeremías 2.8 esto incluía a los sacerdotes, profetas y pastores, que eran más culpables porque tenían la Palabra de Dios. Personalmente tengo dudas de las personas que dicen que creen pero no leen la Biblia. Otro me relató el caso de un misionero en otro país que cuando estaba en el púlpito siempre tenía la Biblia cerrada y hablaba de otras cosas. ¡Que triste, para él y para los que le escucharon! La Biblia es el mejor espejo, porque nos enseña cómo somos realmente, pero pasan su tiempo ante otro espejo, arreglándose el pelo y el rostro. Les importa más la fachada que presentan que su condición espiritual. Israel fue llamado para ser el pueblo santo de Dios – “mi pueblo” – pero se rebeló. La elección de la nación no garantizó la salvación de los individuos.
    El verso 4 comienza a describir la condición espiritual de la nación. Les retrata así:  

“gente pecadora”

“pueblo cargado de maldad”

“generación de malignos”

“hijos depravados”

“dejaron a Jehová”

“provocaron a ira al Santo de Israel"

“se volvieron atrás”

Y no es una parodia, sino un análisis divino y perfecto, expresado así a propósito para chocar y llamar la atención. Si queremos ser fieles a Dios no podemos esquivar el tema del pecado ni usar términos disimulados para tratarlo. Al pan, pan y al vino, vino. Y también hoy, al final de la edad de la gracia, son aplicables esas expresiones a muchas iglesias y profesados cristianos. Pero no invitan a los que predican así.
    En el verso 5 utiliza dos preguntas para causar reflexión. “¿Por qué querréis ser castigados aún? ¿Todavía os rebelaréis?”  Debemos responder cuando Dios pregunta. Entonces, en el resto del verso 5 y también el verso 6, describe en términos médicos la grave condición de la nación. “Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite”. Eso es porque rehusaron el ministerio de los verdaderos profetas. Los sacerdotes, profetas y reyes eran impíos egoístas que contribuyeron al malestar espiritual. La nación  se quedó en la parte ceremonial, y no la práctica, como veremos más adelante.
    Los versos 7-8 declaran que la rebeldía trajo los resultados desastrosos: la tierra destruida, ciudades quemadas, y los campos tomados por extranjeros. La hija de Sion (Jerusalén) estaba en una condición penosa. Dios no puede bendecir a los que no le honran ni le obedecen. Quisieron ser como las naciones, perdieron su identidad como nación santa, y perdieron la bendición. Hoy muchas iglesias quieren ser contemporáneas y tener la aprobación del mundo. Por eso no sufren la sana doctrina (2 Ti. 4.3) ni desean la santidad. La separación les es como una palabrota. Las iglesias apostatan, rehúsan oír la Palabra de Dios, y como con Israel, el juicio viene.
    En el verso 9 Isaías declaró que solo por la gracia de Dios había un remanente. Solo eso detenía el fuego divino que calcinó a Sodoma y Gomorra, “reduciéndolas a ceniza” (2 P. 2.6). Pero el fuego iba a llegar (Am. 2.5). De ahí procede en el verso 10 a llamar a los líderes en Jerusalén: “Príncipes de Sodoma”, y a los habitantes de Jerusalén: “pueblo de Gomorra”. El que habla de parte de Dios no puede ser un candidato político, porque la verdad ofende. Pero Isaías no dijo eso porque tenía genio o ganas de ofender, sino porque así Jehová le mandó hablar, y fue mensajero fiel.
    Los versos 11-15 dan uno de las más fuertes reprensiones en el Antiguo Testamento, y expresan el rechazo divino de los ritos, ofrendas y alabanzas que presentaban en el templo. Esa fachada de religión molestaba a Dios: “hastiado estoy... no quiero” (v. 11), es decir que le daba asco. Cuando acudían al templo Jehová decía que hollaban sus atrios (v. 12). Sus ofrendas eran vanas, el incienso era abominable, e insoportables sus convocaciones, y sus fiestas eran iniquidad (v. 13). “Las tiene aborrecidas mi alma” (v. 14). Algunos piensan solo en que Dios es amor, y no reflexionan en lo que Dios aborrece (Sal. 45.7). Cuando oran Dios cerrará Sus ojos y oídos (v. 15), porque el pueblo tenía manos inmundas, no santas (1 Ti. 2.8). ¿Acaso no podemos ver el paralelo entre la condición de Israel y la condición de las iglesias en los postreros tiempos, que son los días que vivimos? El Señor está harto de soportar las reuniones, conferencias, oraciones y alabanzas de iglesias que no viven en la verdad, sino como Israel, guardan un vano ritual de domingo en domingo. ¿Dirá Dios de nosotros lo que dijo de Israel?  “Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado” (Is. 29.13).

    Los versos 16-18 presentan un fuerte llamado al arrepentimiento. “Lavaos... limpiaos... quitad...” (v. 16) son responsabilidades humanas, no divinas. “Aprended... buscad... restituid... haced justicia... amparad” (v. 17). He aquí ocho frutos del arrepentimiento, prácticos y medibles. No antes, sino solo cuando actuasen así, podrían responder a la invitación del verso 18, “Venid luego y estemos a cuenta”. Dios quería perdonar y limpiar, pero nunca hace esto a los no se muestran arrepentidos. Siglos después, Juan el Bautista rehusó bautizar a los líderes religiosos y les dijo: “Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento” (Mt. 3.8). Este mensaje es válido también hoy en el mundo de los evangélicos.
    Los versos 19-20 las exhortó a responder, y presenta las opciones. “Si quisiereis y oyereis” (hacer caso), vendría la bendición (v. 19). Si no, si siguiesen rebeldes sin cambiar de rumbo, vendría maldición y juicio (v. 20). Todavía hoy la clave no es tanto la voluntad de Dios, pues Él quiere hacernos bien, pero si no respondemos, si no hacemos caso de Su Palabra, si no hay frutos de arrepentimiento – cambios prácticos, no habrá bendición. “Seréis consumidos” (v. 20).
    Israel no quiso arrepentirse, y así es la actitud y postura hoy en muchas iglesias, y entre todos esos están algunos de nuestros propios hijos rebeldes y contumaces, que se desviaron y no quieren volverse. Espero no estar aquí para ver esos terribles juicios. Isaías no vio la destrucción de Jerusalén, pero Jeremías sí. Dio el último aviso de Dios, pero la nación había apostatado y pasó el punto de no retorno. Jeremías lloró y lamentó la dureza del pueblo y la severidad del juicio divino. No nos confundamos hermanos, porque con Dios no hay medias tintas. O nos arrepentimos, hagamos caso de la Palabra de Dios y andamos humildemente con el Señor, o seremos juzgados. Pedro declaró: “Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios” (1 P. 4.17).
 

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