Texto: Salmo 106:15; Números
11:6-8
En el texto en Números
11 vemos que el Señor milagrosamente les había dado maná, pan del cielo, para
comer en el desierto. Pero no estaban satisfechos, y en los versículos 18-20
pidieron carne. En el versículo 33 la recibieron, y también la muerte. Hay que tener
cuidado con los deseos de nuestro corazón. Nuestro corazones están llenos de
deseos vanos y si Cristo el Maná celestial no nos satisface, estamos en peligro
de desear algo que reemplazará al Señor en nuestra vida y nos arruinará.
Otro incidente parecido es el de los
doce espías enviados a reconocer la tierra prometida. Leyendo en Deuteronomio
1:20-27 encontramos que Israel pidió enviar a los espías, en lugar de creerle a
Dios (véase Nm. 13:1-2). Diez de ellos dieron un mal informe, persuadieron al
pueblo que era una tierra dura y peligrosa, e Israel se volvió atrás. El
resultado fue cuarenta años de vagar y la muerte de toda una generación. Su
oración fue carnal y trajo problemas.
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Luego tenemos el caso de las dos
tribus y media, que pidieron quedarse en el otro lado del Jordán. Fue una
petición nacida en la voluntad propia y lo que vieron sus ojos. Gobernados por
deseos carnales, lógica humana y conveniencia – y sobre todo – falta de fe e
indisposición a esperar. Años después, éstas fueron las primeras tribus
conquistadas. Su petición no fue buena. Hubiera sido mejor esperar y aceptar la
provisión de Dios, y no empeñarse en tener algo que les parecía bien, pero que
al final resultó desastroso.
Muchos creyentes arruinan sus vida
cometiendo los mismos errores, pidiendo y empeñándose en obtener para sí cosas
que Dios no quiere que tengan, porque Él tiene algo mejor. Podemos tendernos
trampa orando en voluntad propia en lugar de someternos a la voluntad de Dios.
Recordemos a nuestro Señor
que dijo en Getsemaní: “no se haga mi voluntad sino la tuya”. Tomemos Su
yugo sobre nosotros y aprendamos de Él, pues así debemos orar y vivir.
Más seguro es buscar un precepto bíblico
y una promesa en las Escrituras para guiarnos, y orar de acuerdo a esto. Si no,
podríamos lograr una gran cuenta bancaria en lugar de un corazón grande. Podríamos
obtener el compañero que pedimos con insistencia y sacrificar los gozos de la
familia y una posteridad piadosa. Podríamos conseguir lo que tanto creemos que
nos iría bien, sólo para encontrar luego, quizás años después, que era un gran
error que sólo nos ha desviado y hecho daño. Pero entonces habremos echado a
perder la vida. Mejor es ser sumisos a la voluntad de Dios, confiar en Él, Su
bondad y sabiduría, y esperar que Él nos dé lo mejor. Así podremos comprobar cuál
sea “la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Ro. 12:2). Así
que, cuidado con lo que pidas en oración. Hay peticiones que nunca deberían
hacerse. Pero siempre es bueno decir: “no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
¿Te atreves? ¿Hasta qué punto realmente confías en el Señor?
de un estudio dado por Lucas Batalla en
febrero del 2011