Texto: 1 Corintios 6:9-11
A la luz de lo que leemos aquí, qué contradicción vemos
en todo lo que el mundo enseña y practica, incluso lo que permiten en
las iglesias – la católica romana y también algunas evangélicas. El otro
día el Papa dijo que dejemos en paz a los afeminados, que ya vale de
meterse con ellos. ¿En qué texto bíblico se puede basar para hablar como
si no fuera pecado lo que ellos hacen? Ninguno. No es cuestión de si
nos guste o no, de si tenemos prejuicios o intolerancia o no, sino sólo
de qué dice Dios. Y como el Papa presume de ser el vicario de Cristo,
debería hablar de acuerdo a la Palabra de Dios, cosa que no hace. Dime
de que presumes y te diré de qué careces.
En la Biblia no vemos estos consejos. Dios no acepta todo, y más vale que nos hagamos con la idea de que es así, porque Dios no va a cambiar, y Su voluntad al final prevalecerá. En Su reino no entran los injustos. Dios no va a modificar y aceptar a ciertas personas, las que practican el pecado – esas no tienen “derechos” – el término tan popular hoy en día. Esto que digo no es dogmatismo ni prepotencia, sino simplemente la llana verdad. Dios lo ha declarado y ya está. A algunos les gustará más, y a otros menos, pero es así.
No entrarán los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores. Tales personas no heredarán el reino de Dios, no porque lo digamos nosotros, sino porque lo dice Dios, y es Suyo el reino.
Ahora bien, en Corinto, ciudad sumamente inmoral, había personas que habían sido malas, habían vivido vidas de pecado, pero ya no eran así, porque habían sido lavados, como el versículo 11 declara. Estas tres palabras en este versículo: “lavados”, “santificados” y “justificados” describen lo que Dios ha hecho en cada verdadero creyente.
Primero, nos ha lavado. En Tito 3:5 leemos del lavamiento de regeneración. Hay un cambio en nuestra vida, una gran limpieza. Se ha efectuado una transformación en nosotros. Los que siguen sucios no son creyentes. Apocalipsis 1:5 declara que Cristo en amor nos lavó de nuestros pecados. Hebreos 1:3 dice que efectuó la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo (véase 2 P. 1:9). Entonces, el pecado ya no caracteriza nuestra vida. Dios nos ha hecho algo parecido a un reciclaje, aunque mucho mejor. Piensa en esas botellas y otros artículos de plástico que van al reciclaje, y todo esto lo funde y limpia, y salen cosas limpias y nuevas. Pues en un sentido Dios ha hecho esto con nosotros. Nos ha limpiado y nos ha dado una vida nueva, no la misma vida sucia de antes. El creyente ha sido lavado, y le gusta la limpieza.
Segundo, nos ha santificado. Ahora bien, la santificación tiene tres pasos o fases: la santificación posicional que Dios nos concede el momento que creemos en el Señor. Después viene la santificación práctica que es lo que nos toca – el poner por obra y guardar la santidad que Dios nos da. Al final vendrá la santificación perfecta, cuando lleguemos a la gloria y transformados no tendremos más antigua naturaleza ni cuerpo de pecado. ¡Amén!
Pero por lo pronto, Dios nos ha santificado – eso es – a todo creyente. El Papa ha declarado santos a dos otros Papas muertos, pero eso no es lo que Dios hace. Dios declara santo a todo creyente en el momento que nace de nuevo. “Ya habéis sido santificados” es la palabra divina. Dios dice, en efecto: “eres un santo”, es tu posición como creyente en Cristo y miembro de la familia de Dios. En 1 Corintios 1:2 llama a los creyentes en Corinto “los santificados en Cristo Jesús”, porque es la posición que Dios otorga a todo creyente en el Señor Jesucristo. Pero en el mismo versículo dice: “llamados a ser santos”. Dios también nos llama a practicar la santidad. Por eso dice: “sed santos” (1 P. 1:15-16), porque se refiere a la práctica de la santificación que nos ha dado. Hay que ser santos en lo que hacemos, en cómo vivimos cada día. En Juan 17:17 el Señor pide en oración: “santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad”. Pero queda por delante la santificación perfecta y final, porque en esta vida todavía tenemos una naturaleza pecaminosa que aunque no domina el creyente, hace sentir su presencia. Al ir al cielo seremos transformados, recibiremos un cuerpo glorificado, y no tendremos más naturaleza pecaminosa. Esa será la santidad perfecta. Entonces, Dios obra así, en el pasado, en el presente y en el futuro, para santificarnos. “Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (1 Ts. 4:3-4). Dios dirige a los que quieren ser dirigidos por Él, a los que se dejan. Los demás gobiernan su propia vida a su parecer y luego sufrirán las consecuencias. Sin fe es imposible agradar a Dios. Y la fe es creer a Dios, aceptar Su Palabra, Su voluntad, y no tratar de imponer la nuestra. Hemos sido llamados a la santificación, no a la inmundicia (1 Ts. 4:7). A la luz de estas grandes verdades, ¿qué hemos de pensar de mucha gente que profesa ser “cristiano evangélico”, incluso en nuestras asambleas, pero que vive en inmundicia y continua en practicas y actitudes y prioridades que no agradan a Dios, sino que más bien son del mundo? Dios lava a los creyentes, y los santifica. Si dicen que creen pero viven vidas mundanas e inmundas, creamos lo que dicen sus hechos, no lo que dicen sus labios (Tit. 1:16). “El mismo Dios de paz os santifique por completo...” dice 1 Tesalonicenses 5:23. Esto no lo hace el Papa ni ninguna iglesia, sino Dios. Es el plan que Él tiene. ¿Quieres ser santificado por completo, o sólo un poco? ¿Aceptas toda la voluntad de Dios para tu vida, tu persona, tu carácter, todo, o quieres mezclar la tuya con la Suya? Dios dice: “por completo”. No le retengamos nada.
Tercero, nos ha justificado. La gran verdad de la justificación por la fe marca la diferencia entre el verdadero evangelio y todos los sucedáneos. Absolutamente nadie se justifica por obras (Ef. 2:9; Tit. 3:5). Romanos 3:20 declara que “por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él”. Cuando Dios nos justifica, esto quiere decir que nos legaliza, que nos declara justos. Lo hace gratuitamente, no por méritos ni esfuerzos nuestros. No por sacramentos, ni por ceremonias, ni por el bautismo, ni oraciones especiales, ni asistencia fiel a los cultos, ni penitencia, ni obras de caridad ni servicio para la iglesia, ni nada semejante. “Al que no obra, sino cree...” dice Romanos 4:5. El siguiente versículo habla de la dicha de aquel a quien “Dios atribuye justicia sin obras”. Ahora bien, el creyente, el que ha sido justificado gratuitamente, desea obrar para agradar al Señor que le ha salvado, y le sirve por amor y en gratitud, pero no con eso gana nada. No está pagando nada, sino que está actuando con la nueva naturaleza que recibió de Dios.
Pues éstas son las personas que entrarán en el reino de Dios, porque son nacidas de nuevo en la familia de Dios. Los demás se quedarán fuera con sus religiones, falsas profesiones, filosofías y pecados, y gracias a Dios que no contaminarán el reino de Dios. En la iglesia, la excomunión sirve para quitar de en medio de los santos a los que profesan creer pero practican el pecado (1 Co. 5:13): “con el tal ni aun comáis” (v. 11).
En la Biblia no vemos estos consejos. Dios no acepta todo, y más vale que nos hagamos con la idea de que es así, porque Dios no va a cambiar, y Su voluntad al final prevalecerá. En Su reino no entran los injustos. Dios no va a modificar y aceptar a ciertas personas, las que practican el pecado – esas no tienen “derechos” – el término tan popular hoy en día. Esto que digo no es dogmatismo ni prepotencia, sino simplemente la llana verdad. Dios lo ha declarado y ya está. A algunos les gustará más, y a otros menos, pero es así.
No entrarán los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores. Tales personas no heredarán el reino de Dios, no porque lo digamos nosotros, sino porque lo dice Dios, y es Suyo el reino.
Ahora bien, en Corinto, ciudad sumamente inmoral, había personas que habían sido malas, habían vivido vidas de pecado, pero ya no eran así, porque habían sido lavados, como el versículo 11 declara. Estas tres palabras en este versículo: “lavados”, “santificados” y “justificados” describen lo que Dios ha hecho en cada verdadero creyente.
Primero, nos ha lavado. En Tito 3:5 leemos del lavamiento de regeneración. Hay un cambio en nuestra vida, una gran limpieza. Se ha efectuado una transformación en nosotros. Los que siguen sucios no son creyentes. Apocalipsis 1:5 declara que Cristo en amor nos lavó de nuestros pecados. Hebreos 1:3 dice que efectuó la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo (véase 2 P. 1:9). Entonces, el pecado ya no caracteriza nuestra vida. Dios nos ha hecho algo parecido a un reciclaje, aunque mucho mejor. Piensa en esas botellas y otros artículos de plástico que van al reciclaje, y todo esto lo funde y limpia, y salen cosas limpias y nuevas. Pues en un sentido Dios ha hecho esto con nosotros. Nos ha limpiado y nos ha dado una vida nueva, no la misma vida sucia de antes. El creyente ha sido lavado, y le gusta la limpieza.
Segundo, nos ha santificado. Ahora bien, la santificación tiene tres pasos o fases: la santificación posicional que Dios nos concede el momento que creemos en el Señor. Después viene la santificación práctica que es lo que nos toca – el poner por obra y guardar la santidad que Dios nos da. Al final vendrá la santificación perfecta, cuando lleguemos a la gloria y transformados no tendremos más antigua naturaleza ni cuerpo de pecado. ¡Amén!
Pero por lo pronto, Dios nos ha santificado – eso es – a todo creyente. El Papa ha declarado santos a dos otros Papas muertos, pero eso no es lo que Dios hace. Dios declara santo a todo creyente en el momento que nace de nuevo. “Ya habéis sido santificados” es la palabra divina. Dios dice, en efecto: “eres un santo”, es tu posición como creyente en Cristo y miembro de la familia de Dios. En 1 Corintios 1:2 llama a los creyentes en Corinto “los santificados en Cristo Jesús”, porque es la posición que Dios otorga a todo creyente en el Señor Jesucristo. Pero en el mismo versículo dice: “llamados a ser santos”. Dios también nos llama a practicar la santidad. Por eso dice: “sed santos” (1 P. 1:15-16), porque se refiere a la práctica de la santificación que nos ha dado. Hay que ser santos en lo que hacemos, en cómo vivimos cada día. En Juan 17:17 el Señor pide en oración: “santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad”. Pero queda por delante la santificación perfecta y final, porque en esta vida todavía tenemos una naturaleza pecaminosa que aunque no domina el creyente, hace sentir su presencia. Al ir al cielo seremos transformados, recibiremos un cuerpo glorificado, y no tendremos más naturaleza pecaminosa. Esa será la santidad perfecta. Entonces, Dios obra así, en el pasado, en el presente y en el futuro, para santificarnos. “Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (1 Ts. 4:3-4). Dios dirige a los que quieren ser dirigidos por Él, a los que se dejan. Los demás gobiernan su propia vida a su parecer y luego sufrirán las consecuencias. Sin fe es imposible agradar a Dios. Y la fe es creer a Dios, aceptar Su Palabra, Su voluntad, y no tratar de imponer la nuestra. Hemos sido llamados a la santificación, no a la inmundicia (1 Ts. 4:7). A la luz de estas grandes verdades, ¿qué hemos de pensar de mucha gente que profesa ser “cristiano evangélico”, incluso en nuestras asambleas, pero que vive en inmundicia y continua en practicas y actitudes y prioridades que no agradan a Dios, sino que más bien son del mundo? Dios lava a los creyentes, y los santifica. Si dicen que creen pero viven vidas mundanas e inmundas, creamos lo que dicen sus hechos, no lo que dicen sus labios (Tit. 1:16). “El mismo Dios de paz os santifique por completo...” dice 1 Tesalonicenses 5:23. Esto no lo hace el Papa ni ninguna iglesia, sino Dios. Es el plan que Él tiene. ¿Quieres ser santificado por completo, o sólo un poco? ¿Aceptas toda la voluntad de Dios para tu vida, tu persona, tu carácter, todo, o quieres mezclar la tuya con la Suya? Dios dice: “por completo”. No le retengamos nada.
Tercero, nos ha justificado. La gran verdad de la justificación por la fe marca la diferencia entre el verdadero evangelio y todos los sucedáneos. Absolutamente nadie se justifica por obras (Ef. 2:9; Tit. 3:5). Romanos 3:20 declara que “por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él”. Cuando Dios nos justifica, esto quiere decir que nos legaliza, que nos declara justos. Lo hace gratuitamente, no por méritos ni esfuerzos nuestros. No por sacramentos, ni por ceremonias, ni por el bautismo, ni oraciones especiales, ni asistencia fiel a los cultos, ni penitencia, ni obras de caridad ni servicio para la iglesia, ni nada semejante. “Al que no obra, sino cree...” dice Romanos 4:5. El siguiente versículo habla de la dicha de aquel a quien “Dios atribuye justicia sin obras”. Ahora bien, el creyente, el que ha sido justificado gratuitamente, desea obrar para agradar al Señor que le ha salvado, y le sirve por amor y en gratitud, pero no con eso gana nada. No está pagando nada, sino que está actuando con la nueva naturaleza que recibió de Dios.
Pues éstas son las personas que entrarán en el reino de Dios, porque son nacidas de nuevo en la familia de Dios. Los demás se quedarán fuera con sus religiones, falsas profesiones, filosofías y pecados, y gracias a Dios que no contaminarán el reino de Dios. En la iglesia, la excomunión sirve para quitar de en medio de los santos a los que profesan creer pero practican el pecado (1 Co. 5:13): “con el tal ni aun comáis” (v. 11).
Hermanos, los creyentes tenemos una posición invulnerable en
Cristo. Dios nos ha lavado, santificado y justificado. Y toda persona
que goza de estas tres grandes obras de Dios está en Su familia, está en
buen camino, y el Señor quiere seguir obrando en su vida hasta que
llegue un día al cielo donde por fin será perfecto. Hasta entonces, que
el Señor nos ayude a seguir en el camino de los lavados, a guardarnos
sin mancha, a purificarnos y vivir cada vez más santos, para que Él
tenga contentamiento de nosotros. Que así sea por Su gracia. Amén.
de un estudio dado por Lucas Batalla el 12 de junio, 2014
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