Comenzar bien es bueno, pero terminar bien es mejor. En nuestro texto en 2 Timoteo leemos el testimonio del apóstol Pablo al final de su vida. Él estuvo a punto de partir de esta vida y entrar en la eternidad, y dio instrucciones y advertencias a Timoteo su discípulo. Sus palabras nos hacen pensar en los que comienzan mal pero terminan bien. Pablo ciertamente había comenzado mal, porque era perseguidor de los creyentes y según las palabras de Cristo, perseguía al Señor mismo, porque quien persigue a un miembro del cuerpo de Cristo, persigue también a Cristo. Esto hacía Saulo. Escuchemos su propio testimonio:
“Yo ciertamente había creído mi deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret; lo cual también hice en Jerusalén. Yo encerré en cárceles a muchos de los santos, habiendo recibido poderes de los principales sacerdotes; y cuando los mataron, yo di mi voto. Y muchas veces, castigándolos en todas las sinagogas, los forcé a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades extranjeras” (Hch. 26:9-11).
Pero en el camino a Damasco Saulo conoció al Señor Jesucristo, y se convirtió en creyente, seguidor y siervo Suyo. Así son las conversiones genuinas. Después de conocer al Señor hubo un cambio en su vida. Llegó a declarar: “para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Fil. 1:21). Desafortunadamente, hoy en día muchos de los que dicen que creen no hablan así, ni viven así, pero así era el testimonio de Pablo. Se convirtió de verdad, y su vida cambió. No sólo su forma de pensar, sino su carácter y su comportamiento; ¡toda su vida! En lugar de hacer a otros sufrir por su fe, él aprendió a sufrir por causa de Cristo y además, con gozo (Hch. 16:25). ¡Y cuánto sufrió por Cristo! Lo vemos en 2 Corintios 11:23-28,
“¿Son ministros de Cristo? (Como si estuviera loco hablo.) Yo más; en trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces. De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias”.
Y en 2 Timoteo da testimonio de haber terminado bien. Dice: “he peleado la buena batalla”, “he acabado la carrera” y “he guardado la fe” y no sólo testifica a Timoteo con estas palabras, sino también a todos nosotros, para que sepamos lo importante que es terminar bien. La vida cristiana no es levantar la mano y decir que crees, luego ser bautizado, tomar la comunión y ya está. Pero muchos han hecho esto. Muchos son los que faltan en la congregación donde dijeron que creyeron en el Señor, pero ahora, ¿dónde están? No han peleado la buena batalla, ni han acabado la carrera, ni han guardado la fe. Se han vuelto al mundo. El cristianismo verdadero no está compuesto de esta clase de persona.
Pablo, cuando era llamado Saulo de Tarso, había comenzado mal, como todos nosotros. Todos hemos nacido pecadores. Unos hemos hecho más cosas que otros, unos hemos andado más lejos de Dios y con más antagonismo que otros, pero lo cierto es que ante Dios TODOS hemos pecado. Todos comenzamos mal. Pero no estamos obligados a terminar mal, porque el Señor Jesucristo vino para buscar y salvar a los se habían perdido. Dios no quiere que ninguno perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento.
Y los que hemos comenzado la vida cristiana, Dios quiere que la terminemos bien, que acabemos bien, siéndole fieles hasta el fin. “Sé fiel hasta la muerte” es la Palabra del Señor a los Suyos (Ap. 2:10). Hermanos, no hay que desviarnos, ni enfriarnos, ni desanimarnos, sino seguir al Señor, como dice el himno:
Seguid al Maestro, no importa sufrir,
Aunque haya enemigos y obstáculos mil.
Si estrecha es la senda, no retroceder;
Siguiendo al Maestro podremos vencer.
Proseguid siempre adelante,
Con el escudo de Dios;
A las órdenes del Jefe,
Que nos guía con Su santa voz.
Esto es lo que hace el verdadero creyente. Puede tropezar y caer en un momento, pero se levanta y sigue adelante. Aunque el justo caiga siete veces, ¡se levanta! (Pr. 24:16). Mis hermanos, el Señor tiene reservada la corona de justicia para todos los que aman Su venida, dice Pablo en 2 Timoteo 4:8, y esto indica cuán importante le es al Señor que seamos fieles y que terminemos bien la vida.
Pero por el otro lado están los que comienzan bien pero terminan mal. ¡Ay de ellos! Bajo esta descripción hallamos a todos los que profesaron creer pero luego se volvieron atrás. Como triste ejemplo de esta clase de persona, tenemos al rey Saúl en 1 Samuel 15. Había empezado bien, humilde, luchando contra los enemigos: los amonitas y los filisteos. Pero llegó a un punto en su vida cuando desobedeció, se ensoberbeció, y resentido, no recibió la corrección. Rehusó reconocer su pecado, se volvió obstinado y fue desechado. Dios le había dado instrucciones claras, pero él no las siguió. Aunque había comenzado bien, Saúl perdió la bendición, y fue afligido por un espíritu malo que le ponía de mal humor. Sentía envidia y celos de David y le perseguía a este piadoso. Saúl mismo lo admitió en 1 Samuel 26:21 cuando dijo a David: “He pecado...yo he hecho neciamente, y he errado en gran manera”. En sus momentos más lúcidos él lo sabía, pero no se arrepintió, no volvió de su mal camino. Acabó consultando a una mujer espiritista, y después de herido en el campo de batalla, se suicidó y su cuerpo fue hallado y deshonrado por sus enemigos. Había comenzado bien, ungido por Dios, pero acabó mal porque no tuvo fe en su corazón, y la fuerza de carácter y de voluntad no pueden salvar a nadie. Sólo el Señor puede convertirnos de verdad y darnos una nueva vida con el poder para servirle y perseverar. Por esto es importante que cada uno se examine, como Pablo dijo a los corintios: “examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe” (2 Co. 13:5). Porque de nada sirve tener un buen comienzo, si no eres creyente de verdad y no vas a seguir y terminar bien. El creyente verdadero es como la buena tierra de Mateo 13:19-23, donde la semilla sembrada, la Palabra de Dios, no sólo brota, sino que permanece y da fruto. Triste sería comenzar bien pero no terminar bien.
Que el Señor nos ayude a considerar estos dos ejemplos de uno que comenzó mal y terminó bien, y de otro que comenzó bien pero terminó mal. Teniéndolos en cuenta, y a la luz de la Escrituras, cada uno se examine para estar seguro de cuál es su verdadera condición espiritual. Amén.
de un estudio dado por L.B., el 25 de enero del 2007
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