Wednesday, November 27, 2013

¿CONSUELO, O DOLOR ETERNO?

Texto: Apocalipsis 21:1-8

De visita en el hospital, acompañando a un enfermo, observé muchas cosas – mucho sufrimiento, tristeza, desánimo y debilidad. Vi a una mujer que acompañó cariñósamente a su marido ciego; cinco horas estuvo sin soltarle la mano. Hablé con ella para animarla porque me impresionó mucho. Me contó que su marido había luchado toda la vida para sacar adelante a su familia y ella no le iba a dejar solo cuando él necesitaba ayuda. Dijo que le tiene gran cariño y gratitud, y qué menos después de todo lo que él había hecho. Me impresionó su cariño, gratitud y constancia, pegada a su lado. Como creyentes, cuando vemos cosas así nos tienen que hacer pensar.

Mis hermanos, nosotros tenemos la seguridad de que el Señor por Su gran amor y a gran coste nos ha salvado, consiguiendo nuestro perdón y bienestar espiritual a precio de Su sangre derramada. No sólo murió en la cruz castigado en nuestro lugar, sino también nos ayuda en todo el camino de la vida en este valle de lágrimas, y aun en valle de la sombre de muerte (Sal. 23:4), y al final, como dice nuestro texto, enjugará toda lágrima (Ap. 21:4). Vivimos con la certidumbre de que Él nunca nos abandonará, sino que nos tratará con cariño en medio de toda prueba y dificultad para que lleguemos al cielo donde habrá consuelo perfecto. Y nuestra llegada al cielo no sólo dará gozo a nosotros, ¡sino también a Él, porque nos quiere! El Señor siempre nos será fiel. Su obra redentora y Su cuidado constante nos deben motivar a la devoción, lealtad y constancia a favor de Aquel que tanto bien nos ha hecho.

Ante la muerte la persona del mundo está como muchos que he visto en el hospital – sufriendo, y en el camino de morirse sin esperanza. El Señor nos cuida – el versículo 7 dice que Él será nuestro Dios. El Señor no sólo es nuestro Dios ahora, sino que Él nos espera en la eternidad. En cambio, los que no creen, que tienen dioses de madera, o sólo tienen sus filosofías, no tienen nada ahora, y peor es que estarán desamparados y dolidos en la eternidad.
Pero cuando Dios camina con Su pueblo y Su pueblo con Él, se sobrellevan las cosas. Sí, lloramos, pero Él enjugará toda lágrima (v. 4), y no habrá más muerte. ¿Qué sistema político puede quitar la muerte? ¿Qué hospital puede curar para que no muera nadie? Ninguno. Sólo el Señor quita el llanto, el clamor, el dolor y la muerte porque “las primeras cosas pasaron”; entre ellas, el pecado y el juicio. Ahí no hay dolor, ni enfermedad, ni farmacia, ni ambulancia, ni médico, ni hospital, ni cuidado intensivo, ni cementerio. El postrer enemigo que será destruido es la muerte (1 Co. 15:26). Hoy en día nos dicen que la muerte es natural, es parte del ciclo de la vida, y tratan de negar la enemistad, pero la Biblia llama a la muerte “enemigo”, y en Romanos 5:12 declara que vino a causa del pecado. No es natural la muerte, y no habrá muerte con el Señor en el cielo, porque no habrá pecado allá.
El creyente muere y se va a la presencia de Cristo en la gloria, “lo cual es muchísimo mejor” (Fil. 1:23). Cuán agradecidos y animados debemos estar. Tenemos que pasar por la muerte si el Señor no viene antes, pero por ella llegaremos a la gloria con el Señor.  El Apocalipsis 21:5 Dios declara: “He aquí, yo hago nuevas todas las cosas”. El versículo 7 dice acerca del creyente: “Yo seré su Dios, y él será mi hijo”. La familia de Dios no se desintegra nunca. Como dice el corito: “¡Qué maravilla es tener una familia en Cristo Jesús!”, porque es la familia eterna. Ahora somos miembros de la familia de Dios (Ef. 2:19), y la muerte no disuelve estos lazos de amor eterno. ¡Cobremos ánimo, y seamos fieles y devotos al que tanto ha hecho por nosotros!
Pero, ¡qué diferencia para los que no creen, sino viven en el pecado. El versículo 8 declara: “Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda”. Allá nadie les enjugará las lágrimas, y hay eterno dolor y llanto en la segunda muerte. Amigo, al cielo no se va por casualidad, ni por mérito, ni por religión, sino por decisión, por la fe, la confianza en el Señor Jesucristo. Pero los del versículo 8 no son del Señor, y lo demuestran cada día con sus actitudes y hechos. La gente que vive así no va al cielo, si no se arrepiente, si no confía en Cristo confesándole como Señor, y el tiempo de la paciencia de Dios se está acabando. Hoy todavía es día de salvación, pero la muerte está a la vuelta de la esquina, y por ella los incrédulos serán transportados al juicio y al castigo eterno. De ahí el consejo del profeta Isaías 55:6, “Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano”.

de un estudio dado por Lucas Batalla el 22 de agosto, 2013

Sunday, November 10, 2013

¡TERMINA BIEN!


Textos: 2 Timoteo 4:1-8; 2 Corintios 5:10

   Comenzar bien es bueno, pero terminar bien es mejor. En nuestro texto en 2 Timoteo leemos el testimonio del apóstol Pablo al final de su vida. Él estuvo a punto de partir de esta vida y entrar en la eternidad, y dio instrucciones y advertencias a Timoteo su discípulo. Sus palabras nos hacen pensar en los que comienzan mal pero terminan bien. Pablo ciertamente había comenzado mal, porque era perseguidor de los creyentes y según las palabras de Cristo, perseguía al Señor mismo, porque quien persigue a un miembro del cuerpo de Cristo, persigue también a Cristo. Esto hacía Saulo. Escuchemos su propio testimonio:

“Yo ciertamente había creído mi deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret; lo cual también hice en Jerusalén. Yo encerré en cárceles a muchos de los santos, habiendo recibido poderes de los principales sacerdotes; y cuando los mataron, yo di mi voto. Y muchas veces, castigándolos en todas las sinagogas, los forcé a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades extranjeras” (Hch. 26:9-11).

   Pero en el camino a Damasco Saulo conoció al Señor Jesucristo, y se convirtió en creyente, seguidor y siervo Suyo. Así son las conversiones genuinas. Después de conocer al Señor hubo un cambio en su vida. Llegó a declarar: “para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Fil. 1:21). Desafortunadamente, hoy en día muchos de los que dicen que creen no hablan así, ni viven así, pero así era el testimonio de Pablo. Se convirtió de verdad, y su vida cambió. No sólo su forma de pensar, sino su carácter y su comportamiento; ¡toda su vida! En lugar de hacer a otros sufrir por su fe, él aprendió a sufrir por causa de Cristo y además, con gozo (Hch. 16:25). ¡Y cuánto sufrió por Cristo! Lo vemos en 2 Corintios 11:23-28,

“¿Son ministros de Cristo? (Como si estuviera loco hablo.) Yo más; en trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces. De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias”.

   Y en 2 Timoteo da testimonio de haber terminado bien. Dice: “he peleado la buena batalla”, “he acabado la carrera” y “he guardado la fe” y no sólo testifica a Timoteo con estas palabras, sino también a todos nosotros, para que sepamos lo importante que es terminar bien. La vida cristiana no es levantar la mano y decir que crees, luego ser bautizado, tomar la comunión y ya está. Pero muchos han hecho esto. Muchos son los que faltan en la congregación donde dijeron que creyeron en el Señor, pero ahora, ¿dónde están? No han peleado la buena batalla, ni han acabado la carrera, ni han guardado la fe. Se han vuelto al mundo. El cristianismo verdadero no está compuesto de esta clase de persona.
   Pablo, cuando era llamado Saulo de Tarso, había comenzado mal, como todos nosotros. Todos hemos nacido pecadores. Unos hemos hecho más cosas que otros, unos hemos andado más lejos de Dios y con más antagonismo que otros, pero lo cierto es que ante Dios TODOS hemos pecado. Todos comenzamos mal. Pero no estamos obligados a terminar mal, porque el Señor Jesucristo vino para buscar y salvar a los se habían perdido. Dios no quiere que ninguno perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento.
   Y los que hemos comenzado la vida cristiana, Dios quiere que la terminemos bien, que acabemos bien, siéndole fieles hasta el fin. “Sé fiel hasta la muerte” es la Palabra del Señor a los Suyos (Ap. 2:10). Hermanos, no hay que desviarnos, ni enfriarnos, ni desanimarnos, sino seguir al Señor, como dice el himno:

Seguid al Maestro, no importa sufrir, 
Aunque haya enemigos y obstáculos mil.
Si estrecha es la senda, no retroceder;
Siguiendo al Maestro podremos vencer.
Proseguid siempre adelante,
Con el escudo de Dios;
A las órdenes del Jefe,
Que nos guía con Su santa voz.

   Esto es lo que hace el verdadero creyente. Puede tropezar y caer en un momento, pero se levanta y sigue adelante. Aunque el justo caiga siete veces, ¡se levanta! (Pr. 24:16). Mis hermanos, el Señor tiene reservada la corona de justicia para todos los que aman Su venida, dice Pablo en 2 Timoteo 4:8, y esto indica cuán importante le es al Señor que seamos fieles y que terminemos bien la vida.
   Pero por el otro lado están los que comienzan bien pero terminan mal. ¡Ay de ellos! Bajo esta descripción hallamos a todos los que profesaron creer pero luego se volvieron atrás. Como triste ejemplo de esta clase de persona, tenemos al rey Saúl en 1 Samuel 15. Había empezado bien, humilde, luchando contra los enemigos: los amonitas y los filisteos. Pero llegó a un punto en su vida cuando desobedeció, se ensoberbeció, y resentido, no recibió la corrección. Rehusó reconocer su pecado, se volvió obstinado y fue desechado. Dios le había dado instrucciones claras, pero él no las siguió. Aunque había comenzado bien, Saúl perdió la bendición, y fue afligido por un espíritu malo que le ponía de mal humor. Sentía envidia y celos de David y le perseguía a este piadoso. Saúl mismo lo admitió en 1 Samuel 26:21 cuando dijo a David: “He pecado...yo he hecho neciamente, y he errado en gran manera”. En sus momentos más lúcidos él lo sabía, pero no se arrepintió, no volvió de su mal camino. Acabó consultando a una mujer espiritista, y después de herido en el campo de batalla, se suicidó y su cuerpo fue hallado y deshonrado por sus enemigos. Había comenzado bien, ungido por Dios, pero acabó mal porque no tuvo fe en su corazón, y la fuerza de carácter y de voluntad no pueden salvar a nadie. Sólo el Señor puede convertirnos de verdad y darnos una nueva vida con el poder para servirle y perseverar. Por esto es importante que cada uno se examine, como Pablo dijo a los corintios: “examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe” (2 Co. 13:5). Porque de nada sirve tener un buen comienzo, si no eres creyente de verdad y no vas a seguir y terminar bien. El creyente verdadero es como la buena tierra de Mateo 13:19-23, donde la semilla sembrada, la Palabra de Dios, no sólo brota, sino que permanece y da fruto. Triste sería comenzar bien pero no terminar bien.
   Que el Señor nos ayude a considerar estos dos ejemplos de uno que comenzó mal y terminó bien, y de otro que comenzó bien pero terminó mal. Teniéndolos en cuenta, y a la luz de la Escrituras, cada uno se examine para estar seguro de cuál es su verdadera condición espiritual. Amén.

de un estudio dado por L.B., el 25 de enero del 2007

ABRAHAM: IDA Y VUELTA

Textos: Hebreos 11:8-19; Génesis 12:1-9; 13:1-4



  Abraham pasó por muchas pruebas y dificultades en la vida. Génesis nos habla de los fracasos de los hombres, y hubo muchos, hasta que el libro que empezó en Edén terminó en un ataúd en Egipto. En Génesis 12:1 Dios le llamó a salir de Ur de los caldeos. En el comienzo de su relación con Dios tuvo que hacer cosas difíciles: salir de su tierra y de su parentela. Pero Dios prometió que le guiaría a una tierra. Seguimos leyendo y vemos en el versículo 3 que más era la bendición de Dios que la negación que Dios le demandó. Dios prometió bendecirle en gran manera y protegerle. En el versículo 7, cuando llegó a la tierra de Canaán, Dios la prometió a Abraham y a su descendencia.
    Pero Abraham, después de ser llamado, también fue probado, por hambre, por enemigos, por temores – y la prueba más grande fue en Génesis 22 cuando Dios le mandó salir y sacrificar a su hijo Isaac.
Abraham fue a vivir en medio de un lugar, una tierra, donde Satanás estaba reinando. Sólo hay que leer un poco la historia secular para saber cuán perversa era la cultura de los cananeos. Pero el Señor que le había guiado a este lugar no le iba a abandonar, sino que cumpliría Su promesa de guardarle y bendecirle. Nosotros también vivimos en un mundo hostil, un mundo donde Satanás está reinando como el príncipe de este mundo. Pero mayor es el que está en nosotros que el que está en el mundo. Observemos cómo Abraham vivió en esta tierra a donde le guió.
    En primer lugar, Abraham plantó su tienda, no una casa, sino una tienda, que es una morada temporal (12:8). Esto nos recuerda que Abraham se consideraba un peregrino, como vemos en la descripción de él en Hebreos 11. Su forma de vivir le recordaba de que era peregrino. Debemos recordar esto también. Y como nosotros somos peregrinos, no tenemos que meternos en el nacionalismo ni la política. El cristiano tiene que darse cuenta que no es de aquí, que ante todo, su patria está en el cielo. El cristiano que conoce a Cristo tiene que vivir como peregrino y forastero, cerca de “Bet-el” y apartado de los conflictos del mundo. Abraham era forastero en un lugar donde no tenía raíces.
    En segundo lugar, Abraham edificó un altar. Esto demostraba que su vida dependía de Dios, y que era un adorador de Dios. En Juan 4 el Señor habla de los verdaderos adoradores; son los que el Padre busca. No todos los adoradores y comulgantes son creyentes en verdad ni adoran en verdad. Pero Abraham adoraba y confiaba en el Dios vivo. El altar era un símbolo de esto, visible a los demás, parte de su testimonio, y significaba que él no adoraba como ellos ni con ellos en sus templos y lugares altos. Él tenía la mirada puesta en los cielos (ver Col. 3:1-2 y el Salmo 73). El que pone la mirada en el cielo confiesa que en el mundo no tiene nada. “¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? y fuera de ti nada deseo en la tierra” (Sal. 73:25).
El altar es un lugar de oración, revelación, sacrificio, consagración y comunión. Allí se reunía con Dios. Allí se sujetaba a Dios. Entre otras cosas el altar muestra que el camino de Abraham era el de dependencia en Dios, y obediencia a Dios. Aunque como hemos de ver, él era imperfecto, y necesitaba el perdón y la gracia de Dios como los demás, a diferencia de ellos, Abraham tenía dónde acercarse a Dios: el altar. En el 12:4 y el 13:1 vemos que Abraham se equivocó y no siguió bien las instrucciones que Dios le había dado, porque permitió que Lot le acompañara. Leemos esta frase: “y Lot con él”. Dios le mandó dejar su parentela, pero se llevó a Lot, y ¿qué le hizo Lot? Nada más que darle problemas y conflictos. La parentela tira mucho de las cuerdas de nuestro corazón, pero Dios tiene que ocupar primer lugar. La familia no puede guiarnos y bendecirnos como Dios. En el 12:10-20 vemos como Abraham se equivocó descendiendo a Egipto porque hubo hambre en la tierra. El hambre nos motiva a veces, pero es mal consejero. Todos sufrimos pérdida de fe a veces. Aquí Abraham perdió un poco el norte, y fue a Egipto no por fe sino por lógica. Bueno, así fue, porque era un ser humano, y nosotros seguramente hemos fallado más veces que él. A veces queremos más de lo que necesitamos, y esto nos trae problemas. No queremos vivir por fe y confiar en Dios en cuanto al futuro, sino queremos administrarlo todo nosotros mismos. Hermanos míos, vale mucho más sufrir en el camino que Dios nos da que vivir en Egipto y tener más, pero sin la aprobación de Dios. En los versículos 14-20, estas experiencias las tuvo que pasar Abraham porque abandonó el altar. El altar no le dejó a él sino él al altar. Es malo dejar el altar. Es peligroso y dañino. Se llenó de los bienes de Egipto, del poder de la carne y no del Espíritu, y después todo esto le trajo problemas.
Pero en el capítulo 13 Abraham hizo lo que todo creyente debe hacer cuando se da cuenta de que ha salido del buen camino y ha abandonado el altar. ¿Qué es esto? Se ve la respuesta en tres palabras claves.
Primero: “Subió, pues, Abram de Egipto” (v. 1). Esto es lo que hay que hacer, si has descendido a Egipto, al mundo: ¡subir! Dios no te va a subir, porque Dios no te bajó allí. Si has descendido al mundo, y allí has mentido y engañado, actuando como si no fueras creyente, tienes que subir. Esto es el arrepentimiento. Es el primer paso. Sube. Sí, aun los hombres piadosos como Abraham se equivocan a veces, y deben arrepentirse. Algunos se creen impecables y nunca admiten un fallo ni piden perdón, pero no son como Abraham. Estos siempre están recordando los pecados de los demás, pero no los suyos. En cuanto a sí mismos quieren que Dios perdone y olvide, y que nadie nunca nombre sus pecados. Pero en cuanto a los demás, no quieren perdonar ni olvidar, ni dejan de nombrar los pecados de otros. ¡Desaniman a los que subirían y volverían, y cuán triste y malo es esto! 
    Pero Abraham subió de Egipto, y los versículos 3 y 4 dicen: “Y volvió por sus jornadas desde el Neguev hacia Bet-el, hasta el lugar donde había hecho allí antes; e invocó allí Abram el nombre de Jehová”. Es la segunda palabra importante: “volvió”. Subió, y volvió. Volvió al lugar del altar que había hecho antes, símbolo de consagración y comunión con Dios. Si has salido de la comunión con el Señor, eres tú quien tienes que volver. Dios está allí, en el lugar del altar, esperándote como ha estado esperando desde que saliste. No va a traerte el altar; tienes que volver tú. “Acercaos a Dios, y Él se acercará a vosotros” es la promesa. ¿Hay una promesa mejor? Entonces, ¿qué esperas? ¡Vuélvete!
    Y cuando llegó: “invocó allí Abram el nombre de Jehová”. Es la tercera palabra importante: “invocó” el nombre del Señor, oró, buscando la presencia, el perdón, la comunión y la guía del Señor en su vida. Así de sencillo es el retorno a la comunión para el creyente. Hay quienes dicen que no puedes. Hay quienes no quieren perdonar ni olvidar, sino que sacan ventaja personal de tenerte abajo, pero el Señor no es así. Subir, volver, invocar. Tengamos la valentía y humildad de hacer lo que hizo Abraham, y tendremos el gozo y la dicha de recibir perdón y limpieza (1 Jn. 1:9) de andar en comunión con Dios, y Él nos guiará y nos cuidará. ¡En Él hay perdón!

de un estudio dado en abril del 2007