Texto: Deuteronomio 17:14-20
Dios al dar estas instrucciones indicaba que sabía que Israel le rechazaría y demandaría un rey como las naciones. En 1 Samuel 8:5 vemos que es lo que pasó en tiempos de Samuel. Es un error desear un gobierno como las naciones porque ninguno hay bueno – sólo el de Dios.
La democracia aunque muy popular hoy en día, no es cristiana. Es otro invento de los hombres. La soberanía no la tiene el pueblo, sino Dios. La democracia se ha metido en todo, la familia, la iglesia, las empresas, todo. Muchos dicen que el gobierno de monarcas es tiranía, y hay muchos caso que sí, pero el plan de Dios es una monarquía benigna y divina, una teocracia. Dios gobernará perfectamente. En el Antiguo Testamento el monarca piadoso y benigno era permitido por Dios como este texto en Deuteronomio bien enseña. Pero como Daniel 2:44 promete, un día Dios pondrá fin a los gobiernos humanos y establecerá un reino que jamás terminará.
Las primeras generaciones después del diluvio se gobernaban por una especie de democracia, es decir, la voluntad del pueblo. Surgió Nimrod para liderar y decir democráticamente: “hagamos”, etc., y se edificó la ciudad y torre de Babel. Pero Dios los juzgó con confusión de lenguas, parando las pretensiones de Nimrod de unir a todo el mundo bajo su gobierno. Luego, en Daniel 7:1-14, vemos los gobiernos del mundo representado por cuatro bestias.
La voluntad del pueblo es mala, porque como la Biblia describe la humanidad en Génesis 6, todavía el hombre es así: “la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal”. Cuando Dios mandó el diluvio para juzgar a la mayoría perversa, sólo una menoría se salvó: Noé y siete más. Ocho personas estuvieron en la razón y todo el resto de mundo estaba equivocado. Y desde entonces no ha mejorado. Hoy, gracias a la democracia, mirad en qué mundo vivimos, que anda de mal en peor. Tenemos el aborto, la sodomía, la prostitución, las drogas, el asesinato, y a los que están en las cárceles se les da un sueldo, y los tratan como si tuviesen más derechos que otros. Así es “la voluntad del pueblo”.
En Números 13 vemos la mayoría de los espías, diez hombres contra dos, y prevalecieron con el pueblo, y el resultado fue que Dios juzgó al pueblo (13:33; 14:1-4). La mayoría, el pueblo soberano, se rebeló contra la voluntad de Dios y pereció. Dios no respeta la mayoría. Fueron advertidos en el versículo 9: “no seáis rebeldes contra Jehová” – es terreno peligroso como pronto aprendieron.
Otro caso está en Números 16, la rebelión de Coré, que es otro ejemplo de la mayoría. En el versículo 3 hablaron democráticamente: “toda la congregación, todos ellos son santos y en medio de ellos está Jehová”. Pues no. Dios no estaba en medio de ellos, la mayoría. Dios no aprueba ni apoya esto. Dios no está con los más. No es así mis hermanos, ni ahora ni nunca en la historia ha sido así. No digamos esto. Dios está con los que le temen, confían en Él y le obedecer, y son pocos. Aun entre las iglesias hoy en día son pocos, porque hay muchas iglesias con mucha gente, y con clase alta y pudiente, sus médicos, abogados, políticos, etc., y mucha gente alegre, pero alegre porque se sale con la suya. Como se imponga la Palabra de Dios en estos lugares, todos estos se van. El Señor no está con ellos, y Dios tuvo que juzgar duramente a Coré y su séquito para parar esta idea de la voluntad del pueblo.
En el Nuevo Testamento, Poncio Pilato escuchó la voz de la mayoría porque eran muchos, gritaban e imponían su voluntad. Querían la muerte del Señor Jesús – quitarle de en medio – como el Salmo 2 dice que su juntan y toman consejo contra el Señor. La historia de esta ignominia es triste – la voluntad del pueblo, la soberanía del pueblo.
Recordemos que con Gedeón el Señor le redujo el gran ejército a una menoría pequeñísima, a trescientos hombres, y estos poquitos ganaron, vencieron a una gran muchedumbre.
Al rey Amasías el Señor dijo que despidiera aquella gran multitud de impíos (2 Cr. 25:5-12), y así le condujo a la batalla y a la victoria.
Entonces, ante estos ejemplos, ¿qué hacemos frente al gobierno? Nos sometemos y obedecemos. Pagamos el tributo y oramos. Allí termina nuestra responsabilidad. Los gobiernos son puestos y permitidos por Dios (Ro. 13:1-5), pero no para que participemos en ellos. Dios tiene otro plan para los Suyos. Lo nuestro es predicar el evangelio y seguir al Señor Jesucristo.
La iglesia no puede crecer mucho en nuestro tiempo, porque crece la democracia y todos creen que tienen voz y voto y pueden hacer lo que quiere la mayoría. No se quieren someter al gobierno de Dios ni a los hombres que Él ha puesto para pastorear y guiar a los santos. Estamos viviendo tiempos como los de los jueces en Israel cuando cada uno hacía lo que le parecía. Eran tiempos malos entonces, y también son malos ahora.
En las cosas de Dios tiene que haber un mismo sentir, pero guiado por la Palabra de Dios y el Espíritu Santo, no el espíritu del hombre y la lógica humana. Algunos citan Hechos 6 como ejemplo de democracia en la iglesia, pero aquello no era gobierno, sino distribución de comida y por eso la confianza de todos era necesaria porque por eso surgió el conflicto. No hay voz de mayoría en la iglesia, sino unanimidad guiado por el Espíritu Santo y la Palabra de Dios, siguiendo la doctrina apostólica (Hch. 15:22-23; Fil. 2:2; 1 Co. 1:10; Ef. 1:21-22; 5:21).
En la iglesia Jesucristo es el Señor; es la cabeza, es el Príncipe de los pastores, y Él gobierna. En 1 Corintios 12:12 vemos la unidad: el cuerpo es uno, no una mayoría. El Señor Jesucristo gobierna Su cuerpo. Así que, dejemos estas ideas de hacer sondeo de opinión de todos para ver cuál es la voluntad prevaleciente. No se va a decidir nada así. En la iglesia se debe hacer la voluntad de Dios, como en el cielo, así también en la tierra. Y un día será así en todo el mundo, porque toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre. Amén.
de un estudio dado por Lucas Batalla el 17 de julio, 2011
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