Texto: Romanos 8:14-28
Desde el principio este hermoso capítulo nos habla de la santidad, no como un ideal sino algo práctico, divinamente provisto y posible para todo creyente, gracias al Espíritu Santo. El capítulo 8 es uno de mis favoritos porque nos alienta y anima en la vida cristiana, y promete que nada nos separará de Su amor.
Los versículos 12-13 declaran que no tenemos deuda con la carne, sino con el Espíritu. No vivimos según la carne porque hemos nacido de nuevo. No la debemos nada. La carne sólo conduce a la muerte. En el versículo 13 aparece la frase “por el Espíritu” – que nos enseña cómo hacer las cosas. No vencemos la carne con la ley, sino con el Espíritu.
El versículo 14 nos describe como “guiados por el Espíritu de Dios”. Es una descripción de todo verdadero hijo de Dios. Ser guiado por el Espíritu es señal y resultado de nacer de nuevo. Una persona inconversa no puede ser guiada por el Espíritu. Está muerta en sus delitos y pecados. Le guía la carne: “los deseos de nuestra carne...la voluntad de la carne y de los pensamientos”. Le guía el mundo y sigue “la corriente de este mundo”. Le guía el diablo, el “príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia” (Ef. 2:1-3). Los guiados así son “hijos de ira” que van rumbo a un terrible encuentro: “horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo” (He. 10:27, 31). Pero cuando creemos el evangelio, Dios nos salva de todo esto, nos da vida (Ef. 2:1) y recibimos el Espíritu Santo (Ef. 1:13-14). ¿Cómo nos guía Su Espíritu? Hay que tener esto muy claro. No por voces, emociones, sueños, etc. sino por la Palabra de Dios, la que Él mismo inspiró. El propósito es que la obedezcamos. Por eso es muy importante que nosotros estemos siempre en la Palabra de Dios. Comencemos cada día con ella. Consultémosla antes de tomar decisiones. Hagamos caso de lo que ella dice, porque es así que el Espíritu Santo nos guía.
En los versículo 15-16 aprendemos que Él es el Espíritu de adopción. Nos hace saber que somos hijos de Dios, y da testimonio – no por hablar en lenguas o bailes, sino por la Palabra de Dios nos lo hace saber. No todos y no muchos son hijos de Dios. Hay hijos del diablo (1 Jn. 3:10). Cristo dijo a los fariseos que eran de su padre el diablo (Jn. 8:44). Pero ¡qué hermoso, consolador y animador es saber que “Amados, ahora somos hijos de Dios” (1 Jn. 3:2).
Y como somos hijos de Dios, los versículos 17 y 18 testifican de la herencia y la gloria venidera. La vida cristiana en un mundo hostil no es fácil, pero tenemos algo que los del mundo no tienen: una herencia celestial. Los que hacen tesoros en el mundo perderán todo porque la tierra y sus obras serán quemados (2 P. 3:10). ¿Qué padecemientos? Los que son por causa de Cristo, por asociarnos con Él como dice Romanos 8:17, “juntamente con Él”. Llevamos “su vituperio” (He. 13:13). ¡Es imposible ser político y ganar votos por popularidad! La vida de santidad trae padecimiento (2 Ti. 2:12; 3:12), porque no seguimos la corriente del mundo (Ef. 2:2). A los del mundo les parece extraño que no corramos con ellos (1 P. 4:4), y nos ultrajan. pero las aflicciones por ser fieles a Cristo serán recompensadas. Seremos glorificados “juntamente con él”.
Los versículos 19-25 presentan los gemidos de la creación y los nuestros, esperando la manifestación de los hijos de Dios, es decir, nuestra glorificación. Por el pecado la creación fue sujetada a vanidad y esclavitud de corrupción (vv. 20-21), y por eso gime (v. 22). Nosotros gemimos esperando la redención. No estamos exentos del dolor. El cuerpo gime. También gemimos para ser librados del cuerpo de pecado. Es nuestra esperanza (vv. 23-25). Nada en el mundo nos da esperanza, pero las promesas de Dios, sí.
En los versículos 26-27 vemos otra ayuda en nuestra presente debilidad. El Espíritu Santo intercede por nosotros. ¡Acaso es poca ayuda? Su intercesión es conforme a la perfecta voluntad de Dios. A veces fallamos en la intercesión por otros, pero Él nunca falla. Y cuando intercede, ¿qué desea? ¡Nuestra santidad! (Ef. 1:4). Desea que sigamos a Cristo, andando como Él anduvo (1 Jn. 2:6). Desea que conozcamos al Señor, Su Palabra y Su gracia (2 P. 3:18). Desea que seamos conformados a la imagen de Cristo (Ro. 8:29). Desea que no seamos engañados por el mundo ni lo amemos (1 Jn. 2:15-17). Desea que crezca y abunde nuestro amor (Fil. 1:9). Desea que seamos llenos del conocimiento de Su voluntad en toda sabiduría e inteligencia (Col. 1:9). Y probablemente gime porque Él desea estas cosas más que nosotros.
Del versículo 28 surge la pregunta: ¿Quiénes son los que aman a Dios? Son los verdaderos hijos Suyos, nacidos de nuevo (1 Jn. 4:19). Ese amor ha sido derramado en nuestro corazón por el Espíritu Santo (Ro. 5:5). Amamos a Dios y guardamos Sus mandamientos (1 Jn. 5:2).
Lucas 11:24-26 trata el peligro de los que realmente no han nacido de nuevo.
“Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo; y no hallándolo, dice: Volveré a mi casa de donde salí. Y cuando llega, la halla barrida y adornada. Entonces va, y toma otros siete espíritus peores que él; y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero”.
Son como una casa limpiada pero no habitada, porque se reforman temporalmente, pero no tienen al Espíritu (Ro. 8:9; Jud. 19). La casa (su vida) fue barrida, pero no ocupada por Dios. Entonces, andando el tiempo, éstos serán vencidos por el pecado y las fuerzas del maligno. La falsa conversión trae al final una terrible ruina y un estado peor que antes. Por eso advierte Pedro: “...su postrer estado viene a ser peor que el primero. Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado” (2 P. 2:20-21). ¿Cuántas personas hay hoy que fueron bautizadas – remojadas – y luego, después de un tiempo, desaparecen y se vuelven al mundo? La experiencia demuestra que los que siempre están diciendo: “no dejaré al Señor” y “no me echo atrás” son los que suelen marcharse. Aseguran que no lo harán, pero luego algo pasa, tropiezan, o se molestan, o se amargan, o se cansan, o caen en algún pecado, o entran en una amistad mala, o algo así. Y un buen día comienzan a faltar en las reuniones, y pronto desaparecen. Es muy triste, pero ha sucedido muchas veces. No sabemos pero quizás hablan así porque dejarlo y echarse atrás son sus tentaciones. No solemos escuchar a verdaderos creyentes hablar así, porque ni siquiera piensan en tales cosas.
Hermanos amados, Dios nos da grandes ayudas, como hemos visto. Nos da Su Palabra llena de consejos, promesas, advertencias, y ejemplos buenos y malos. Nos da Su Espíritu Santo para que more en nosotros como Consolador que nos guía y ayuda. También nos da la comunión de los santos para fortalecernos. No quiere que el creyente esté solo – no es bueno. Tampoco quiere que ande con los del mundo, porque no le harán ningún bien. En Hechos 2:44 todos los que creían estaban juntos. Hechos 4:23-24 cuenta como buscaban la comunión y oraban unánimes. El versículo 32 dice que la multitud de los creyentes era de un corazón y un alma. Aprovechaban las ayudas que Dios da, y esto es lo que necesitamos hacer para crecer y agradar a Dios. Dios provee para nosotros lo mismo que dio a ellos, no cabe duda. Que aprovechemos lo que Él nos da, para Su honor y gloria y nuestro eterno bien.
Los versículos 12-13 declaran que no tenemos deuda con la carne, sino con el Espíritu. No vivimos según la carne porque hemos nacido de nuevo. No la debemos nada. La carne sólo conduce a la muerte. En el versículo 13 aparece la frase “por el Espíritu” – que nos enseña cómo hacer las cosas. No vencemos la carne con la ley, sino con el Espíritu.
El versículo 14 nos describe como “guiados por el Espíritu de Dios”. Es una descripción de todo verdadero hijo de Dios. Ser guiado por el Espíritu es señal y resultado de nacer de nuevo. Una persona inconversa no puede ser guiada por el Espíritu. Está muerta en sus delitos y pecados. Le guía la carne: “los deseos de nuestra carne...la voluntad de la carne y de los pensamientos”. Le guía el mundo y sigue “la corriente de este mundo”. Le guía el diablo, el “príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia” (Ef. 2:1-3). Los guiados así son “hijos de ira” que van rumbo a un terrible encuentro: “horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo” (He. 10:27, 31). Pero cuando creemos el evangelio, Dios nos salva de todo esto, nos da vida (Ef. 2:1) y recibimos el Espíritu Santo (Ef. 1:13-14). ¿Cómo nos guía Su Espíritu? Hay que tener esto muy claro. No por voces, emociones, sueños, etc. sino por la Palabra de Dios, la que Él mismo inspiró. El propósito es que la obedezcamos. Por eso es muy importante que nosotros estemos siempre en la Palabra de Dios. Comencemos cada día con ella. Consultémosla antes de tomar decisiones. Hagamos caso de lo que ella dice, porque es así que el Espíritu Santo nos guía.
En los versículo 15-16 aprendemos que Él es el Espíritu de adopción. Nos hace saber que somos hijos de Dios, y da testimonio – no por hablar en lenguas o bailes, sino por la Palabra de Dios nos lo hace saber. No todos y no muchos son hijos de Dios. Hay hijos del diablo (1 Jn. 3:10). Cristo dijo a los fariseos que eran de su padre el diablo (Jn. 8:44). Pero ¡qué hermoso, consolador y animador es saber que “Amados, ahora somos hijos de Dios” (1 Jn. 3:2).
Y como somos hijos de Dios, los versículos 17 y 18 testifican de la herencia y la gloria venidera. La vida cristiana en un mundo hostil no es fácil, pero tenemos algo que los del mundo no tienen: una herencia celestial. Los que hacen tesoros en el mundo perderán todo porque la tierra y sus obras serán quemados (2 P. 3:10). ¿Qué padecemientos? Los que son por causa de Cristo, por asociarnos con Él como dice Romanos 8:17, “juntamente con Él”. Llevamos “su vituperio” (He. 13:13). ¡Es imposible ser político y ganar votos por popularidad! La vida de santidad trae padecimiento (2 Ti. 2:12; 3:12), porque no seguimos la corriente del mundo (Ef. 2:2). A los del mundo les parece extraño que no corramos con ellos (1 P. 4:4), y nos ultrajan. pero las aflicciones por ser fieles a Cristo serán recompensadas. Seremos glorificados “juntamente con él”.
Los versículos 19-25 presentan los gemidos de la creación y los nuestros, esperando la manifestación de los hijos de Dios, es decir, nuestra glorificación. Por el pecado la creación fue sujetada a vanidad y esclavitud de corrupción (vv. 20-21), y por eso gime (v. 22). Nosotros gemimos esperando la redención. No estamos exentos del dolor. El cuerpo gime. También gemimos para ser librados del cuerpo de pecado. Es nuestra esperanza (vv. 23-25). Nada en el mundo nos da esperanza, pero las promesas de Dios, sí.
En los versículos 26-27 vemos otra ayuda en nuestra presente debilidad. El Espíritu Santo intercede por nosotros. ¡Acaso es poca ayuda? Su intercesión es conforme a la perfecta voluntad de Dios. A veces fallamos en la intercesión por otros, pero Él nunca falla. Y cuando intercede, ¿qué desea? ¡Nuestra santidad! (Ef. 1:4). Desea que sigamos a Cristo, andando como Él anduvo (1 Jn. 2:6). Desea que conozcamos al Señor, Su Palabra y Su gracia (2 P. 3:18). Desea que seamos conformados a la imagen de Cristo (Ro. 8:29). Desea que no seamos engañados por el mundo ni lo amemos (1 Jn. 2:15-17). Desea que crezca y abunde nuestro amor (Fil. 1:9). Desea que seamos llenos del conocimiento de Su voluntad en toda sabiduría e inteligencia (Col. 1:9). Y probablemente gime porque Él desea estas cosas más que nosotros.
Del versículo 28 surge la pregunta: ¿Quiénes son los que aman a Dios? Son los verdaderos hijos Suyos, nacidos de nuevo (1 Jn. 4:19). Ese amor ha sido derramado en nuestro corazón por el Espíritu Santo (Ro. 5:5). Amamos a Dios y guardamos Sus mandamientos (1 Jn. 5:2).
Lucas 11:24-26 trata el peligro de los que realmente no han nacido de nuevo.
“Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo; y no hallándolo, dice: Volveré a mi casa de donde salí. Y cuando llega, la halla barrida y adornada. Entonces va, y toma otros siete espíritus peores que él; y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero”.
Son como una casa limpiada pero no habitada, porque se reforman temporalmente, pero no tienen al Espíritu (Ro. 8:9; Jud. 19). La casa (su vida) fue barrida, pero no ocupada por Dios. Entonces, andando el tiempo, éstos serán vencidos por el pecado y las fuerzas del maligno. La falsa conversión trae al final una terrible ruina y un estado peor que antes. Por eso advierte Pedro: “...su postrer estado viene a ser peor que el primero. Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado” (2 P. 2:20-21). ¿Cuántas personas hay hoy que fueron bautizadas – remojadas – y luego, después de un tiempo, desaparecen y se vuelven al mundo? La experiencia demuestra que los que siempre están diciendo: “no dejaré al Señor” y “no me echo atrás” son los que suelen marcharse. Aseguran que no lo harán, pero luego algo pasa, tropiezan, o se molestan, o se amargan, o se cansan, o caen en algún pecado, o entran en una amistad mala, o algo así. Y un buen día comienzan a faltar en las reuniones, y pronto desaparecen. Es muy triste, pero ha sucedido muchas veces. No sabemos pero quizás hablan así porque dejarlo y echarse atrás son sus tentaciones. No solemos escuchar a verdaderos creyentes hablar así, porque ni siquiera piensan en tales cosas.
Hermanos amados, Dios nos da grandes ayudas, como hemos visto. Nos da Su Palabra llena de consejos, promesas, advertencias, y ejemplos buenos y malos. Nos da Su Espíritu Santo para que more en nosotros como Consolador que nos guía y ayuda. También nos da la comunión de los santos para fortalecernos. No quiere que el creyente esté solo – no es bueno. Tampoco quiere que ande con los del mundo, porque no le harán ningún bien. En Hechos 2:44 todos los que creían estaban juntos. Hechos 4:23-24 cuenta como buscaban la comunión y oraban unánimes. El versículo 32 dice que la multitud de los creyentes era de un corazón y un alma. Aprovechaban las ayudas que Dios da, y esto es lo que necesitamos hacer para crecer y agradar a Dios. Dios provee para nosotros lo mismo que dio a ellos, no cabe duda. Que aprovechemos lo que Él nos da, para Su honor y gloria y nuestro eterno bien.
Lucas Batalla, 31-3-2019