Texto: 1 Reyes 9:1-9
Salomón fue especialmente bendecido por Dios. El versículo 2 relata como Dios le apareció por segunda vez, después de la dedicación del templo (véase 1 R. 3:4-14). Le dio palabras de ánimo acerca de su gran oración dedicatoria que aparece en el capítulo 8. “Yo he oído tu oración y tu ruego” (9:3) Dios confirmó haber santificado la casa y que Sus ojos y corazón estarían siempre en ella. Esas palabras ciertamente eran de gran ánimo para Salomón. Nosotros también, hermanos, tenemos la dicha de una relación con Dios en la cual Él oye nuestras oraciones.
Ahora bien, en los versículos 4-9 Dios le puso algunas condiciones. Primero – veamos la condición afirmativa. Los versículos 4-5 dicen: “Y si tú anduvieres delante de mí como anduvo David tu padre, en integridad de corazón y en equidad, haciendo todas las cosas que yo te he mandado, y guardando mis estatutos y mis decretos, yo afirmaré el trono de tu reino sobre Israel para siempre, como hablé a David tu padre, diciendo: No faltará varón de tu descendencia en el trono de Israel”. La palabra clave es la que hemos enfatizado con letra negrilla: “si”. Anuncia una condición. Mirad, hermanos, la bendición de Dios no es un misterio. Dios le dijo a Salomón cómo obtenerla, y también habla así con nosotros.
La constancia en la vida espiritual es muy importante. No hay que ser como muchos – como olas del mar que vienen y se van. Dios le marcó a Salomón el camino: (1) andar delante de mí como anduvo David tu padre, de corazón, (2) hacer las cosas que yo te he mandado, (3) guardar mis estatutos y decretos. Las bendiciones que prometió eran condicionales, no automáticas ni generales. Hay cosas que Dios hace en respuesta a la piedad y fidelidad de los Suyos. Hay un círculo especial de comunión y bendición reservado para ellos. Muchos quieren que Dios les bendiga, pero no se dan cuenta de que Dios quiere algo de ellos: su fe, su fidelidad, su devoción. El Salmo 119:32-33 dice: “Por el camino de tus mandamientos correré, cuando ensanches mi corazón. Enséñame, oh Jehová, el camino de tus estatutos, y lo guardaré hasta el fin”. No debemos imitar a los inconstantes, sino a los constantes. Gálatas 6:9 nos anima a no cansarnos de hacer el bien. Efesios 2:10 dice que somos “hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras...” Dios quiere y espera esa buena conducta y fidelidad de parte de los creyentes, y bendice a los que cumplen Su deseo. Pero, si me quedo un domingo en la cama, peco de perezoso y la pereza es mala en las cosas espirituales. Hay que esforzarse, no de vez en cuando, sino ser constante. No es suficiente aparecer de vez en cuando. ¡La constancia es importante! Si pudiendo congregarme con Su pueblo, tomo otras obligaciones que son conflictivos, hago mal. A Dios hay que ponerle primero, y esto es más que en un tiempecito devocional – la Iglesia es cuerpo de Cristo, importantísimo al Señor. Él nunca falta en las reuniones, y nosotros debemos tener como prioridad congregarnos con los santos. Si no queremos, o no nos parece tan importante, hay algo mal en nosotros.
Además, hermanos, hablando francamente, tenemos mucho menos motivo de fallar, porque en nosotros mora el Espíritu Santo, ¡y qué diferencia debe hacer! Él nos da poder para vivir la vida que agrada a Dios, de modo que el único que debe decir “no puedo” es el incrédulo. En 1 Pedro 4:19 el apóstol nos anima, no a tirar la toalla o darnos de baja a causa de dificultades, sino: “encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien”. El apóstol Pablo escribe en 1 Corintios 15:58, “Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano”. La firmeza y la constancia no eran cosas sólo para los doce apóstoles sino para todos los creyentes. No es en vano, “en el Señor”. Muchos son más fieles a su empleo que al Señor, porque, claro, les pagan. Son más fieles a su cuerpo físico que su espíritu, porque se cuidan, comen, beben, descansan, se preocupan de asearse, etc, y descuidan su vida espiritual. Son constantes para lo físico, pero no para lo espiritual. ¿No lo ve el Señor? ¡Claro que sí!
Los creyentes que intentan ser fieles y constantes al Señor pueden tener momentos de duda o desánimo, pero recuperarán, como vemos en Isaías 49:4. “Pero yo dije: Por demás he trabajado, en vano y sin provecho he consumido mis fuerzas; pero mi causa está delante de Jehová, y mi recompensa con mi Dios”. No es en vano servir al Señor y serle fiel.
¡Pero cuidado! Las amistades inconversas obran para quitar la constancia. Cultivemos y conservemos la amistad con los fieles y constantes. Si te juntas con necios, serás quebrantado (Pr. 13:20). ¿Para qué, entonces, querrás andar con ellos? No es necesario andar con ellos para evangelizarlos, así que nadie ponga eso como excusa. “No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres” nos informa 1 Corintios 15:33, y la palabra “conversaciones” viene de una palabra que no significa hablar ni platicar, sino relacionarse. Dice Vine en su Diccionario Expositivo: “una asociación de personas, los que son del mismo grupo”. La idea es compañeros o amistades. Busca y cultiva la amistad con los que son piadosos, fieles al Señor y constantes, los que le aman, le invocan y desean servirle. Si éstos no son tus amigos y compañeros te has equivocado, y si persistes, estarás pecando contra la voluntad del Señor. Por eso dice en 1 Corintios 15:33, “no erréis”. No pensemos de otra manera porque sería un error.
Y hermanos, vemos en Hechos 2:42 y 46 la constancia en las reuniones. Dos veces habla de que perseveraban. Esto es: se dedicaban continuamente, o con constancia. No una vez al mes, al trimestre, o al año. No una reunión a la semana, sino a todas las actividades de la iglesia. Nos puede gustar más o menos, pero es el patrón apostólico, y ¿quién nos autoriza a modificarlo?
La constancia es importante en el testimonio personal y la predicación pública del evangelio. Pablo dio órdenes a Timoteo: “que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Ti. 4:2).
También debemos ser constantes en oración. En Lucas 18:1 nos dice el propósito de la parábola acerca del juez injusto: “la necesidad de orar siempre, y no desmayar”. Romanos 12:12 nos exhorta así: “constantes en la oración”. Efesios 6:18 dice: “orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos”.
Es importante ser constantes en guardar los mandamientos de nuestro Señor. En 1 Timoteo 6:14 leemos: “que guardes el mandamiento sin mácula ni reprensión, hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo”. Pero, cuando venga el Señor, ¿hallará fe?, esto es, ¿hallará a personas fieles? En Juan 8:31 Cristo dijo: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos”. No hablaba de un grupo de “super-discípulos” ni de un alto rango de creyentes, sino de los verdaderos. ¿Somos verdaderos discípulos, constantes, perseverando en la Palabra del Señor? Que cada uno conteste por sí mismo, no por otros.
No seamos como Rubén en Génesis 49:4, “impetuoso [inestable] como las aguas”. Comenzar es una cosa, pero perseverar y terminar es otra. Dios buscaba la constancia de Salomón y también desea la nuestra. Por esto en 1 Reyes 9:6-9 le habló de la condición negativa: “Mas si obstinadamente os apartareis de mí vosotros y vuestros hijos, y no guardareis mis mandamientos y mis estatutos que yo he puesto delante de vosotros, sino que fuereis y sirviereis a dioses ajenos, y los adorareis; yo cortaré a Israel de sobre la faz de la tierra que les he entregado; y esta casa que he santificado a mi nombre, yo la echaré de delante de mí, e Israel será por proverbio y refrán a todos los pueblos”. La inconstancia y la infidelidad son como primos hermanos, y ambas conducen a la maldición. Dios no está obligado a bendecir a los inconstantes, y aquí Él claramente le informa a Salomón que no lo hará. La historia de Israel lo demuestra. La cuidad y el templo fueron destruidos y el pueblo fue llevado cautivo, no una sino dos veces, y después de la destrucción por los romanos, corren dos siglos que Israel no tiene templo. En Romanos 11:20-22 leemos esta historia resumida, y aplicada a nosotros en advertencia. “Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará. Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado”.
Dios le advirtió a Salomón indicándole el buen camino para que tuviera la bendición. Ha hecho lo mismo con nosotros, ampliamente a lo largo y ancho de Su Palabra. Lo que queda es la respuesta de cada uno.
adaptado de un estudio dado por Lucas Batalla el 29 de abril, 2012