Texto: Miqueas 6:1-16
Al leer la Biblia, aun en pasajes así, vemos el amor de Dios hacia nosotros. Aunque la gente que no conoce la Biblia dice que está llena de violencia y agresividad, nosotros sin embargo vemos mucho amor y longanimidad. El libro de Miqueas es un libro que atrae mucho por lo que nos dice del Señor. El nombre de Miqueas el profeta significa “¿quién como Dios?”, y es el mismo nombre que Miguel. No es tanto una pregunta sino una admiración que exclama que no hay nadie como Él.
En 3:8-11 vemos el ministerio que tuvo este profeta, de retar la corrupción en el pueblo de Dios. Pero se ve también la gran paciencia de Dios con ese pueblo corrupto y desobediente, al soportar durante tanto tiempo su infidelidad. Envió una y otra vez profetas como Miqueas, quien era contemporáneo del profeta Isaías. Pero ¿qué pasó cuando el Señor intervino para dar aviso por medio de estos santos hombres? El pueblo trataba malamente a los mensajeros, faltando respeto y no haciendo caso al mensaje. Es la triste historia del pueblo de Dios en todas las épocas, incluso ahora, que responde mal a los avisos que Dios en Su amor envía, y tales reacciones tiene por supuesto consecuencias.
En 6:6-7 Miqueas pregunta retóricamente qué hacer para ganar el favor de Dios, quizás anticipando o repitiendo comentarios de los mismos judíos. En el versículo 8 viene la respuesta, y observamos que hay tres cosas: justicia, misericordia y verdad. Y hoy en día, ¿cuál es la situación? ¿No hay también hoy una rebelión contra Dios y Su Palabra? ¿No falta respeto a la Palabra de Dios? ¿No hay corrupción y mundanalidad en las iglesias y en su mismo liderazgo? Sí, hermanos míos, la historia se repite. Las preguntas de los versículos 6-7 valen también para hoy. ¿Cómo y con qué nos podemos presentar ante el Señor para agradarle? Dios tuvo respuestas claras y sencillas para Israel, y los mismos preceptos valen también para nosotros.
1. Hacer Justicia
Justicia significa integridad de juicio. Una persona justa es íntegra. La justicia agrada a Dios. Si dices: “Es que hoy en día la justicia no se ve”, es verdad, pero no es escusa. Cuando nadie más en el mundo la hace, nosotros somos llamados a hacerla, porque nosotros somos pueblo de Dios, como Él dice en el versículo 5, “pueblo mío”. Dios no receta “hacer justicia” a los impíos para que así le agraden, porque no pueden.
Todas sus justicias son como trapo de inmundicia (Is. 64:6). Se trata aquí de los que pertenecen al Señor. Dios nos llama a la integridad, a vidas de justicia práctica. En el Salmo 11:7 leemos que Jehová es justo y ama la justicia. En el Salmo 15:2 leemos de la felicidad de los santos que andan en integridad y hacen justicia. En el Salmo 23:3 leemos: “me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre”. Esto es lo que Dios quiere hacer. Debemos desearlo, y pedirlo en oración: “Señor, ayúdame a ser justo en mi carácter y comportamiento”. La justicia afecta el trabajo, el manejo del dinero, la compra, el tiempo libre y las diversiones, la selección de amigos y muchas otras cosas. ¿Qué pide el Señor de Su pueblo? No ofrecer carneros, ni andar descalzo, ni flagelarse, ni muchas otras cosas que gente religiosa hace intentando agradar a Dios o ganar favor delante Suyo. Es imposible ganar Su favor así. Dios no acepta nuestras justicias. Debemos confesarnos injustos, y confiar en el Señor Jesucristo, el justo, quien murió por nosotros en paga de nuestros pecados, para que Dios nos perdone y ponga a nuestra cuenta la justicia de Su Hijo Jesucristo. Es la única forma de ser justo. Y entonces, los que han sido justificados deben practicar la justicia para agradar al Señor y Salvador.
El Salmo 85:10 dice: “La misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron”. Lo describe como unos amigos que se encuentran en la calle y se dan abrazos y palmadas en la espalda del gozo que tienen al encontrarse. La misericordia y la verdad de Dios se encontraron en el Calvario cuando Cristo murió por nuestros pecados, y de este encuentro salen justicia y paz en la vida de los que creen en el Señor. En 2 Timoteo 2:22 Pablo aconseja a Timoteo: “sigue la justicia”. Es lo que todo creyente debe hacer. Aunque el mundo no la sigue, Dios nos llama a hacer justicia, no a seguir al mundo. Somos llamados a hacer lo que Dios dice, no lo que los demás hacen, y esto se nos está olvidando en las iglesias, y más y más se ve en las congregaciones personas que desean ser y hacer como los del mundo. Pero Dios todavía dice lo que decía en tiempos de Miqueas: “sigue la justicia”.
1 Juan 2:29 nos informa que “todo el que hace justicia es nacido de él”. La justicia en los hechos es una marca de los verdaderos creyentes. 1 Juan 3:21-22 habla de la confianza y bendición que tenemos cuando guardamos Sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Esta es la justicia práctica. Para el verdadero creyente, no hay nada más importante que hacer justicia en un mundo que no la hace. ¿Queremos agradar a Dios? Hagamos justicia.
2. Amar Misericordia
El ser humano ama muchas cosas: así mismo, el dinero, los placeres, la gloria de los hombres, la fama, el poder, etc. Dios quiere que amemos misericordia. Misericordia es benevolencia, compasión. Nadie lo sabe como nosotros, porque somos salvos por la misericordia de Dios. Pero el ser humano quiere la religión falsa que le permite creer que gana el cielo por obras, limosnas, rituales, etc. Se engaña, porque la misericordia es algo que no se puede ganar ni merecer. Es ser bondadoso, benevolente y compasivo con alguien que no lo merece, y desde el principio Dios ha sido así para con nosotros. Amar misericordia se ilustra en muchas partes de la Biblia, porque es lo que Dios hace, y los Suyos también deben.
En Génesis 24:12 leemos la oración del criado de Abraham: “haz misericordia con mi señor Abraham”. Se refiere a la misericordia de Dios. Pero un poquito más adelante, en Génesis 24:49, leemos: “si vosotros hacéis misericordia y verdad con mi señor”. Aquí Eliezer se dirige a la familia de Rebeca. Los hombres también debemos hacer misericordia. En 2 Samuel 9:1 David pregunta si hay alguien “a quien haga yo misericordia por amor de Jonatán?”, y a Mefiboset, descendiente de Saúl su enemigo que le había perseguido, le asegura en el versículo 7, “yo a la verdad haré contigo misericordia”.
Hay que actuar con misericordia porque Dios es así y ha hecho esto con nosotros. Nos llama a la misericordia, no a la venganza. Si tenemos los ojos abiertos y la actitud dispuesta, amando misericordia, veremos oportunidades de practicarla. Hoy en día hay muchos que piden dinero, y la verdad es que para muchos de estos es un vicio egoísta, no una verdadera necesidad, porque parece que piden para malgastar, o porque les da pereza trabajar. Piden por engaño y egoísmo, no por necesidad. Pero cuando hay verdaderos casos de necesidad debemos ser misericordiosos, y no a regañadientes, sino con amor. Aquí cabe lo que el Señor dijo al final de la parábola de buen samaritano. Aquel hombre herido no recibió ayuda de los primeros que pasaron, los religiosos, pero entonces el samaritano le ve, le ayuda, le lleva al mesón y paga su estancia allí – todo esto para una persona que no conocía y a quien no debía nada. Además, los samaritanos eran despreciados y maltratados por los judíos, pero él no lo tuvo en cuenta. Amó misericordia y la practicó. Y el Señor dice: “Ve tú y haz lo mismo”.
¿Y qué diremos del caso del padre del hijo pródigo? ¿Qué hizo con su hijo cuando volvió? A pesar de que no se lo merecía, porque había salido con altivez y malgastó toda su herencia, su padre al verle arrepentido le recibió amorosamente y además hizo fiesta.
Luego está el caso del pobre mendigo ciego Bartimeo, que clamaba al Señor: “Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí”. La multitud trató de hacerle callar, pero él siguió clamando al Señor en voz alta, buscando misericordia, y la recibió. Esto es lo que el Señor quiere ver en los Suyos – que amemos misericordia – que seamos misericordiosos. No ganaremos Su favor con limosnas y penitencias, sino como creyentes, presentándonos delante Suyo con esto en nuestro carácter y nuestros hechos: que amamos misericordia. Esto es lo que le agrada. Mateo 9:13 dice: “Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio”. Los remitió a lo que les había enseñado en el Antiguo Testamento en muchos pasajes.
Un día la misericordia la reclamarán los hombres, pero no la recibirán. Será tarde. Vemos un triste caso así en Lucas 16:24, la historia que todos conocemos, del rico y Lázaro. Cuando murió el rico que no había tenido misericordia de nadie, él sin embargo pidió misericordia, pero era tarde para él. Hoy es día de misericordia, de recibirla, de amarla y hacerla. Las limosnas, velas y misas no dan misericordia a los muertos. Ellas representan el engaño de la religión falsa. Cuando uno muere, ya es tarde para buscar y recibir misericordia. Dios la ofrece hoy, pero no mañana.
3. Humillarte Ante Tu Dios
Según el diccionario la humildad es la virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades, la bajeza, la falta de nobleza. Humillar es otra cosa, es inclinar o doblar una parte del cuerpo, especialmente en señal de sumisión y acatamiento. Se humillan ante los hombres, ante los ídolos, pero no ante Dios. El Señor cuando vino a este mundo vino en humildad y mansedumbre. No le dieron palacio sino pesebre. En Mateo 11:29 declaró: “soy manso y humilde de corazón”. En la obra de Dios hay que ser humildes, y trabajar para la gloria de Dios, no la nuestra. La humildad siempre conviene a todo el pueblo de Dios.
En Juan 1:27 y 30 Juan el Bautista se humilló ante su Dios. Dijo entre otras cosas que no era digno de desatar la correa de Sus sandalias. En Juan 3:30 declaró que era necesario que el Señor creciera pero que él menguara. Así debemos pensar todos nosotros.
En 2 Reyes 20:1-3 el rey Ezequías se humilló cuando cayó enfermo y se le dijo de parte de Dios que iba a morir. Entonces volvió su rostro a la pared y oró con lágrimas, pidiendo que Jehová se acordara de su verdad e integridad, y del bien que había hecho.
En Isaías 38:15 leemos cómo dijo en su oración: “Andaré humildemente todos mis años...” Dios escuchó su oración humilde y le permitió vivir quince años más.
En 2 Reyes 22:11 y 19 el rey Josías se humilló ante la lectura del libro de la ley de Dios, y Dios habló con aprobación de su actitud y detuvo el castigo sobre Judá durante la vida del humilde rey Josías.
Isaías 57:15 dice que el Alto y Sublime, él que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo, habita con el quebrantado y humilde de espíritu. El Salmo 51:17 declara que Dios no resiste el espíritu quebrantado y el corazón contrito y humillado. En Isaías 66:2 vemos que Dios mira a los que son pobres y humildes, y que tiemblan a Su Palabra. Ciertamente la humildad nos conviene.
El Señor Jesús dijo que el que se enaltece será humillado, y que el humilde será enaltecido (Mt. 23:12). Romanos 12:16 nos instruye así: “asociándoos con los humildes”. El camino del Calvario es abajo, en humildad, no arriba en altivez y auto importancia. Un cristiano difícilmente tiene convivencia con gente soberbia, altiva, que no se humilla. Miremos con cuidado con quienes nos asociamos. Seamos humildes porque no tenemos nada que no hayamos recibido.
Deuteronomio 8:17-18 es también para nosotros. No digamos que nuestro poder o fortaleza nos ha bendecido, sino que reconozcamos que todo el bien que tenemos viene de Dios, y debe ser usado para la gloria de Dios. No somos sino administradores, y debemos administrar los bienes de Dios con humildad. Que el Señor nos ayude a hacer estas cosas para agradarle y demostrar así que somos Su pueblo: hacer justicia, amar misericordia y humillarnos ante nuestro Dios. Que así sea para la gloria del Señor. Amén.
de un estudio dado por L.B. el 16 de septiembre, 2007